SEXUS
Carmelo, tras leer el relato “Noche de San Valentín” publicado en esta bitácora el 16 de febrero, me dijo que algunos pasajes le recordaban a Henry Miller. Lo tomé como un gran elogio y eso que anduve varios días ocupado en distinguir a Henry, de Arthur y de Glenn, los tres emparentados por el “Miller”. Fueron los mismos días que tardó Carmelo en pasarme el libro “Sexus” en una edición del Círculo de Lectores del año 1980.
Condena de siete meses y un día pasó en la estantería de libros por leer, hasta que el martes pasado aleteó tentador sus tapas verdes, se coló en mi bolso y dejó tirado en el pasillo la trolley cargada de versos propiedad de Manuel Vilas, Carmen Ruiz Fleta, Dolan Mor, Isla Correyero, Alberto de Cuenca y García Montero.
Después de tanta prisa del autor nacido en Brooklyn para desplazar a los poetas patrios - la copla afirma que La Habana de Cuba es Cádiz y viceversa, - sólo he conseguido leer dos capítulos, menos de sesenta páginas. Es algo poco habitual pero que ya me ha ocurrido en otras ocasiones. Algunos de esos libros abandonados me han apasionado años más tarde y otros siguen en la fila a la espera de poder hincarles el diente.
Dentro de las escasas páginas por las que he transitado, he encontrado brillantez narrativa en torno a la meta literatura y al arte de los sablazos, sin embargo, el ir y venir del protagonista me ha resultado tan poco interesante como sus escarceos amorosos (“escarceos” ¡Dios Santo, que palabras se deslizan hasta mis dedos para evitar sustantivos como“polvos” o verbos como “follar”!) La historia navega en un vaivén con poco orden y menos concierto en un ejercicio más cercano a la charlatanería (le robo el adjetivo a Vargas Llosa) que a la escritura.
Ahora, consumado el divorcio entre libro y lector, paso por la fase de justificación de mi postura. Una etapa caracterizada por obviar el derecho que me asiste para abandonar la lectura de cualquier tipo de texto por mucho que lleve colgada la etiqueta de clásico, recomendado o imprescindible.
Tal vez sea un libro poco acostumbrado a someterse al turístico ejercicio de la sustentación en mano derecha, sobre tumbona azul y veintitrés grados de temperatura. Tal vez su año de edición no sea el más adecuado para la combinación de Cruzcampo a la orilla de la piscina, Ron Araucas con Cola y una ristra de Margaritas en un bar pintado de verde con sillones rojos y la música latina más hortera y previsible.
A mi me gusta pensar que este “Sexus” de Henry Miller es el típico libro incapaz de esperar al lector veraniego que, hipnotizado por un cuerpo femenino revuelto entre las sábanas de la mañana, lo venera hasta caer rendido por la belleza dorada de sus nalgas y la planicie musculosa de su espalda orientada hacía el sonido del mar y el mar. O tal vez la culpa la tenga la sal, sal adherida al sabor de su piel, sabor sonrosado desde el volcán abrupto de sus muslos hasta sus candentes pezones, culminación pétrea de las laderas del Timanfaya. Un libro envidioso de mis susurros y jadeos para sus orejas mudéjares sólo pendientes de mi lascivia y de las olas del mar y el mar.
Condena de siete meses y un día pasó en la estantería de libros por leer, hasta que el martes pasado aleteó tentador sus tapas verdes, se coló en mi bolso y dejó tirado en el pasillo la trolley cargada de versos propiedad de Manuel Vilas, Carmen Ruiz Fleta, Dolan Mor, Isla Correyero, Alberto de Cuenca y García Montero.
Después de tanta prisa del autor nacido en Brooklyn para desplazar a los poetas patrios - la copla afirma que La Habana de Cuba es Cádiz y viceversa, - sólo he conseguido leer dos capítulos, menos de sesenta páginas. Es algo poco habitual pero que ya me ha ocurrido en otras ocasiones. Algunos de esos libros abandonados me han apasionado años más tarde y otros siguen en la fila a la espera de poder hincarles el diente.
Dentro de las escasas páginas por las que he transitado, he encontrado brillantez narrativa en torno a la meta literatura y al arte de los sablazos, sin embargo, el ir y venir del protagonista me ha resultado tan poco interesante como sus escarceos amorosos (“escarceos” ¡Dios Santo, que palabras se deslizan hasta mis dedos para evitar sustantivos como“polvos” o verbos como “follar”!) La historia navega en un vaivén con poco orden y menos concierto en un ejercicio más cercano a la charlatanería (le robo el adjetivo a Vargas Llosa) que a la escritura.
Ahora, consumado el divorcio entre libro y lector, paso por la fase de justificación de mi postura. Una etapa caracterizada por obviar el derecho que me asiste para abandonar la lectura de cualquier tipo de texto por mucho que lleve colgada la etiqueta de clásico, recomendado o imprescindible.
Tal vez sea un libro poco acostumbrado a someterse al turístico ejercicio de la sustentación en mano derecha, sobre tumbona azul y veintitrés grados de temperatura. Tal vez su año de edición no sea el más adecuado para la combinación de Cruzcampo a la orilla de la piscina, Ron Araucas con Cola y una ristra de Margaritas en un bar pintado de verde con sillones rojos y la música latina más hortera y previsible.
A mi me gusta pensar que este “Sexus” de Henry Miller es el típico libro incapaz de esperar al lector veraniego que, hipnotizado por un cuerpo femenino revuelto entre las sábanas de la mañana, lo venera hasta caer rendido por la belleza dorada de sus nalgas y la planicie musculosa de su espalda orientada hacía el sonido del mar y el mar. O tal vez la culpa la tenga la sal, sal adherida al sabor de su piel, sabor sonrosado desde el volcán abrupto de sus muslos hasta sus candentes pezones, culminación pétrea de las laderas del Timanfaya. Un libro envidioso de mis susurros y jadeos para sus orejas mudéjares sólo pendientes de mi lascivia y de las olas del mar y el mar.
4 Comments:
Bueno, es cierto que cada libro (como cada película) tiene su momento. No todos llegan a ser eternos.
Bienvenido al charco. Yo ya he olvidado como huele el mar.
Saludicos.
Hoy no te comento nada... ya sabes lo que opino de Henry, así que siento que no haya sido el momento, porque te perderás una grandiosa trilogía.
Saludos cuate, me alegro de volver a leerte.
Hola Lamima.
Antes, cuando dejaba un libro sufría mucho. Incluso he leído bastantes que no me acaban de enganchar hasta que comprendí que estaba equivocado por lo que tú dices: Cada libro tiene su momento y los momentos de cada uno son distintos.
Saludicos Córneos.
Hola Closada.
Cuando bajé el brazo definitivamente y el sol se clavó en mis ojos pensé en ti, en tu recomendación, en todo el optimismo que dejaste en esta bitácora... y casi continúo la lectura. Seguro que la continuaré en otra ocasión, o con otro título y te adelanto: A mis manos a llegado Martín Garzo y me encanta en tono que usa.
Salu2 Córneos compadre.
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