La tragedia de una realidad distópica
La distopía se puede abordar desde dos puntos de vista. La
representación pesimista del futuro que está por venir, o estampar en nuestra
piel la calcomanía crítica de la sociedad en la que vivimos. El primer
acercamiento es tipo siglo XX. Los hechos distópicos se afrontan con la
calculadora de un contable para comprobar el tanto por ciento de aciertos de
novelas como '1984' de Orwell o 'Un mundo feliz' de Huxley, en las que se avisaba
de la llegada de un gobierno autoritario, la pérdida de libertad y valores
humanos esenciales para facilitar el control de la sociedad. Era una visión
negativa del futuro que se enfrentaba a la segunda mitad de siglo XX y la
esperanza de imaginar una alternativa de optimismo utópico.
La segunda manera de acercarse a la distopía está
estrechamente relacionada con una generación que ha nacido merodeando el primer
tercio del siglo XXI que, abonado a la concatenación de dos crisis económicas y
una pandemia, ha generado elementos narrativos para construir una realidad
donde el miedo es un factor determinante. Con ese medio ambiente es muy fácil
que la percepción del presente tenga un tufillo distópico alimentado por un
marco histórico donde conviven el veneno de la manipulación masiva, el cambio
climático, agotamiento de los recursos, incremento de la desigualdad,
terrorismo, y guerras en horario de máxima audiencia. Nos sentimos como los
testigos privilegiados del declive de nuestra civilización. La distopía en
estas circunstancias resopla en nuestra nuca y no deja espacio para la
esperanza. 'La noche de las almas abiertas' se sitúa ahí, en un presente que
combina todo lo negativo de la realidad contemporánea con ese futuro aciago que
se contaba en las distopías de Orwell y Huxley.
'La noche de las almas abiertas' cuenta con gran parte del
equipo que el año pasado estrenó 'Llega la noche' Dos funciones que nos sirven
para encontrar diferencias y similitudes a la hora de afrontar su
representación.
Si hace un año la escenografía estaba ausente y tan solo se
nombraba con la palabra, en esta ocasión el escaso mobiliario no ayuda a
recrear el espacio que se pretende construir. De la casa familiar de antaño se
ha pasado a un bar que ejerce como espacio social. El hogar familiar era una
invitación a mirar hacia fuera y, pese a los conflictos internos se percibía un
espacio abierto. Ahora las paredes son la muralla quien sabe si para escapar o
esconderse del horror que se adivina afuera, al otro lado de la calle. La
dirección de hace un año dibujaba acciones como un engranaje de coreografías
para que las miradas conectasen a los personajes y, aunque la estética y las
líneas generales del pasado todavía se perciben, hay otras decisiones que
lastran y diluyen el interés por el hecho dramático que, si hace un año se resolvió
con acierto una emocionante tragedia, en esta ocasión la distopía resulta un
Pelín deslucida.
La puesta en escena está marcada por una austeridad que desiste
de dar pistas para reconocer un ambiente distópico, y por eso aumenta
considerablemente el valor narrativo de la música de Luís Villafañe. Cuerda y
teclado para tensar con precisión el hábitat y predisponer al público para
enfrentarse a la dinámica de unos personajes sin nombre. Cuatro arquetipos
universales que exploran deseos, esperanzas y miedos desde el punto de vista de
quien se sabe excluido y marginado: Esperanza en la fe. Clarividente que todo
lo ha perdido. Soñadora chapotea en el barro. Desorientado sin destino.
La escenografía divide el escenario en dos. Un gran bar como
lugar cerrado donde interactúan los personajes, y el mundo exterior como un
pequeño y estrecho itinerario. Estos espacios resultan determinantes para transmitir
la intensidad de un mensaje construido sobre los pilares narrativos de contar
historias en forma de pequeños monólogos y gestionar los diálogos.
La dramaturgia comienza confinando a tres personajes en un
alentador cruce de miradas. No tienen nombre pero Esperanza y Clarividencia
ejercen de soporte para que Soñadora se convierta en una funambulista que va y
viene haciendo equilibrios de palabra, mirada y expresión. Esos son los mejores
momentos de la función hasta que la peripecia pierde fuelle cuando deriva hacia
el verbo discursivo sentado en un taburete para contar historias de tragedias emocionales
y, aunque la narrativa de los relatos tiene un tono lírico, la primera
consecuencia es detener el ritmo de la acción dramática sin conseguir imponer
que la crudeza realista del mundo exterior cale emocionalmente. Las historias
que nos cuentan los personajes son fragmentos esenciales para sus vidas y
ayudan a comprender el entorno social que les ha llevado hasta ese lugar, pero
la forma en la que se suministra esa información no compensa la interferencia que
se produce al bloquear el nutritivo canal de comunicación que se había establecido
entre ellos a través de los diálogos.
Esa misma combinación de elementos discursivos y de
interacción son abordados desde un punto de vista diferente cuando interviene el
cuarto personaje sin nombre al que he llamado Desorientado. Al contrario de lo
que ocurre con los otros personajes, Desorientado transita por el mundo
exterior y desde allí nos cuenta la
historia de su vida apelando directamente al patio de butacas. En este caso la composición
escénica del discurso transmite una emoción que se traslada al resto de los
personajes cuando Desorientado cruza el umbral que le lleva al mundo de los
encerrados. Entonces se produce una potente recuperación de la intensidad dramática
cuando los diálogos y las miradas se vuelven a cruzar para explorar miedos y
esperanzas. Es otro de los momentos culminantes de la función.
El trabajo de todo el elenco se caracteriza por el mimo al utilizar
con precisión los pequeños detalles con
los que construyen los personajes, y la sutil manera de recorrer breves e
intensos arcos dramáticos.
El Clarividente de Alex Aldea combina la frialdad que a
veces rompe con la mirada, la respiración y un perverso grado de hieratismo
cuando la piel está casi en contacto con otra piel.
María Pérez se introduce, literalmente, dentro de Esperanza.
Desde el delicioso detalle del rosario en la faltriquera hasta un excelente
trabajo de construcción del personaje por medio de ademanes mecánicos para mover
el cuerpo, y una propuesta en la dicción que transita con eficacia por los
diferentes estados emocionales, excepto cuando llega la hora de cantar y el
personaje desaparece detrás de la cantante.
Jesús Bernal se aferra a la tierra para mantener a flote a
su Despistado, al menos hasta que detiene los pies y, con las manos colgadas, muestra
la desesperación a punto de desbordar por los lacrimales de sus ojos. Su
presencia se vuelve ligera cuando entra en contacto con el resto de los
personajes y juega magníficamente con unos diálogos que le llevaran desde la
amabilidad a la furia.
Inma Oliver se enfrenta al personaje más complicado.
Soñadora se mueve por esa delgada línea en la que un mínimo exceso te lleva al
ridículo, y una deficiente intensidad desdibuja el personaje hasta hacerlo inverosímil.
Su interpretación transita por esa cuerda floja para modular con eficacia
acciones y palabras, y ganar muchos quilates cada vez que su aliento se
aproxima físicamente al resto de personajes para propiciar momentos de desafío,
cariño y seducción.
Los puentes que cruzan el Ebro ya estaban iluminados de
Navidad cuando regresé a casa después de la función. No estaba seguro si mis
ojos me mostraban la proyección de un futuro que está a la vuelta de la
esquina; o si era el pasado reciente el que asaltaba mi recuerdo para traerme
el reflejo de las Navidades pasadas. Tal vez mi cerebro tan solo buscaba una
salida viable después del pesimismo que me invadió tras la tragedia con la que Miguel
Ángel Mañas finaliza 'La noche de las almas abiertas' Entonces recordé las
palabras de Martín Caparrós. El escritor argentino huye del pesimismo de la
distopía y nos invita a mirar el mundo desde una «utopía inversa» Es un
ejercicio muy fácil de realizar. Tan solo hay que situarse en el siglo XXII y
mirar desde allí a este primer tercio del siglo XXI. Esa perspectiva te permite
comprender que, "frente a los 20.000 muertos en cualquier jornada de las
trincheras del Marne" durante la Segunda Guerra Mundial y "pese a lo que
parece, estamos en uno de los momentos más pacíficos de la historia."
'La noche de las almas abiertas'
Producción: Félix Muñiz. Autor: Miguel Ángel Mañas.
Dirección e iluminación: Diego Palacio. Actores: María Pérez, Inma Oliver, Alex
Aldea, Jesús Bernal. Música: Luís Villafañe. Vestuario: Paloma Molino.
Fotografía: Más Mastral.
Teatro del Mercado. Domingo 3 de diciembre de 2023.
Etiquetas: Alex Aldea, critica teatro, Diego Palacio, Inma Oliver, Luís Villafañe., María Pérez, Miguel Ángel Mañas, Teatro del Mercado