La curvatura de la córnea

05 enero 2025

Un día en el teatro

 



Las entretelas del teatro

El teatro necesita de una convención. El público deja su incredulidad en el ambigú y se deja empapar por todos los elementos que componen el juego de la ficción. ‘Un día en el teatro’ es un viaje para mostrar como funciona ese mecanismo que conecta lenguajes y oficios teatrales con la mirada y las expectativas del espectador.

La aventura comienza bajo la carpa de circo que adopta la función de la caverna de Platón. Una danza de luces se proyectan sobre la pared para generar la ilusión de un personaje que en la realidad no existe hasta que de repente, lo que tan solo era un reflejo agigantado de dos dimensiones, se convierte en una payasa de volumen tridimensional y hechuras humanas. El espacio ha cambiado. La pared ahora es la escenografía de un escenario donde se muestran los elementos necesarios para construir una obra de teatro, y desvelar como el trabajo actoral se sustenta en la sucesión de conflictos.

Las primeras peleas se producen con elementos técnicos como el cachondeo de una iluminación con ganas de fastidiar, o un baúl de atrezo mal colocado. Pero en cuanto la payasa que ha perdido su nariz roja se encuentra con el payaso de la panza, la peripecia es un enfrentamiento entre los dos personajes en un crescendo gustoso, divertido y estimulante en el que participan gestos, bailes y magia. El sonido hace acto de presencia mediante onomatopeyas que evolucionan en palabras que construyen diálogos, y cuando parece que la historia va a elevar el ritmo y la complejidad narrativa, todo se queda varado en un abrazo a la técnica de narración oral para contar cuentos con la ayuda de ilustraciones. Afortunadamente en el tramo final los títeres se encargaron de regresar a la esencia del arte escénico, y recuperar la dinámica propia de una representación teatral.

‘Un día en el teatro’

Calificación: 3 estrellas

Compañía: Teatro Arbolé. Producción: Esteban Villarrocha. Idea original: Iñaqui Juárez. Dirección: Alicia Juárez. Interpretes: Iñaqui Juárez y Alicia Juárez. Música: Óscar Carreras. Diseño luces: Fernando Martínez.

Jueves 2 de enero de 2025.  Teatro Arbolé


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08 septiembre 2023

Perdidas por el teatro


 

Una declaración de amor

Después de darme un garbeo entre la décimo tercera y décimo cuarta acepción de la RAE para la palabra “perderse”, es muy probable que las protagonistas de la obra de teatro que ha escrito Esteban Villarrocha no estén tan perdidas como nos dice el título de la función. Perderse puede ser errar el camino de un rumbo elegido, o no encontrar ni el camino ni la salida, sin embargo, la situación que arranca la aventura de  Martina y Jimena es muy parecida a lo que le ocurrió a Alicia persiguiendo al conejo blanco. La diferencia es que Alicia termina por sentirse perdida en un mundo absurdo, mientras Martina y Jimena saben perfectamente que se encuentran en el sótano del teatro y ocurre lo inevitable, eso que hacen los buenos actores: Jugar.

Un filósofo alemán de enorme bigotón escribió de buena mañana que dentro de cada persona hay un niño escondido que quiere jugar. Ese es el motivo, la razón filosófica que explica la inmediata conexión de las protagonistas que pisan escenario y el patio de butacas. Una corriente inevitable entre quienes juegan y aquellos espectadores que arden en deseos de hacerlo hasta que, cuando menos se lo esperan: Luz de sala y a bailar con una vuelta, navegar sobre las olas del mar y cantar esa canción que pone el mundo del verrés.

Toda la función gira en torno a la idea de mostrar el mundo del teatro a partir de dos vertientes. La primera es una intención explícita y razonada para clarificar la realidad que gira alrededor del mundo de las artes escénicas, desde cuestiones prácticas como la función del apuntador hasta una nutritiva muestra de la historia del teatro, sin olvidar el consejo sobre lo saludable de la lectura, y todo un muestrario de supersticiones para la vestimenta o esas palabras prohibidísimas. Leyes ancestrales que deben cumplirse a rajatabla si no quieres que en el cajón de la taquilla crezcan las telarañas. Estos acontecimientos factuales siempre derivan en el vértigo de la acción, la realidad objetiva se deja a un lado y comienza la construcción de su representación escénica hasta alcanzar el tan deseado sentido dramático que olvida cualquier moralidad para presentar un universo que no necesita explicación racional y así, palabras, gestos y silencios se convierten en delicioso divertimento, hondonada de carcajadas y, ustedes me disculparán, en pirueta cultural.

De todas las referencias explícitas que el texto contiene me voy a detener en tres que definen la esencia de esta función y por extensión del teatro. Cuando Oscar Wilde escribió «La importancia de llamarse Ernesto» puso el foco en la libertad para elegir quien quieres ser. La pluma de Moliere siempre afilada para arremeter con las convecciones sociales de su época escribió el «Enfermo imaginario» como el representante de quienes atados al dolor y al miedo son prisioneros de sí mismo. Nuestras dos protagonistas están a punto de elegir lo que quieren ser con la libertad de quienes han guardado el miedo en un bolsillo. Y así de dispuestas llega la prueba crucial, cuando las palabras de Shakespeare flotan en un aire que cambia de densidad mostrando su extraño poder. Ese es mi momento preferido. Julieta suspira en el balcón mientras Romeo camina bajo la luna. Durante un breve segundo, mientras los versos se esparcen sobre el escenario, parece que el drama va a ganar la partida… pero en un pestañeo la réplica no llega a tiempo, el despiste despistado vence y un pescozón bien dado devuelve chanza, cachondeo y su pellizco de amor. Ese es el mejor ejemplo del trabajo de dirección de Blanca Resaco que, más allá de la buena gestión del espacio y los movimientos, ha encontrado el ritmo perfecto para que la pausada premisa intelectual de paso a una acción trepidante, que siempre se detiene en una postal, una imagen fija, una foto en la que Martina y Jimena entre sonrisas, reojos y dudas enamoran definitivamente al patio de butacas.

Las actrices Silvia García Sierra y Blanca Laínez conforman un tándem tan clásico como bien ejecutado. La Jimena de Silvia García Sierra es la marisabidilla, la ley de mis opiniones y el orden de mis deseos, todo empuje y decisión. La Martina de Blanca Laínez es la donde he dejado la cabeza, representante de un universo absurdo. Parecen Carablanca y Augusto en la cuerda floja donde el equilibrio de su relación se ve zarandeado por una narración que las somete a una dura prueba de la que siempre salen airosas: Una montaña rusa de lenguajes escénicos a los que se enfrentan con brio, soltura y esa chispa de quien es capaz de manejar títeres cachiporra, ejecutar saltos mortales de baratillo, plumas de cabaret, bailar con malabares, piratas con los cien cañones de Espronceda, y ralentizar a Quevedo con la moviola prendida entre floretes.

Jimena y Martina tan solo quieren jugar y quizás todavía no lo saben, pero ‘Perdidas por el teatro’ es una declaración de amor a las artes escénicas. Lo entendí cuando llegué a la vigésimo tercera acepción de la RAE para «Perderse» “Amar mucho o con ciega pasión a alguien o algo”

 

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‘Perdidas por el teatro’

Producción: Producciones Kinser.

Dramaturgia: Esteban Villarrocha.

Dirección: Blanca Resano.

Actrices: Silvia García Sierra: Jimena. Blanca Lainez: Martina

Ayudante de dirección: Jonathan Carrillo

Ayudante de producción: Irenne Joven

Diseño de iluminación: Alfonso Félez y Julio Sebastián

Diseño de espacio escénico: Manolo Pellicer

Diseño de vestuario y atrezzo: Lucía Igual

Arreglos y confección: Esther Martín

Letrista canción: Joaquín García

Grabación audiovisual y voces en off: Ideosound Pro

Diseño gráfico y rrss: Sonia Celihueta

 

Teatro Arbolé 7 de septiembre de 2023



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21 abril 2022

El teatro se lee, se escucha y se ve


 

La XIX edición de la Semana de las Letras de Torrero tiene como lema: "El teatro: IV centenario del nacimiento de Molière". La inauguración se celebró el 20 de abril en el Centro Cívico Torrero con una mesa redonda titulada "El teatro se lee, se escucha y se ve", y en la que participaron Esteban Villarrocha (Editorial Arbolé), Aurora Martínez (Bosnerau Producciones) y Fernando Vallejo Labrador (Teatro de la Estación), con Ana Segura (Aragón Radio) en calidad de moderadora.

Segura inició el acto con una reflexión que conectaba el teatro de la Grecia clásica con los musicales de nuevo cuño para detenerse en la idea de teatro como reflejo de la sociedad en la que se desarrolla y cambia junto a la evolución histórica. A partir de esa máxima, Segura reflexiona sobre la convivencia de textos clásicos como los Molière, plenamente vigentes 400 años después de ser escritos, que se siguen representando en salas tradicionales donde la idea de la escena se asienta en la relación entre cuerpo, voz y espacio; y al mismo tiempo vivimos la irrupción de Internet como un elemento de cambio que nos permite acceder a multitud de contenidos, además de llevar el radio teatro más clásico a otro nivel sonoro de mayor calidad y complejidad.

Esteban Villarrocha, con una trayectoria de 44 años en el mundo de los títeres afirmó que "Los títeres me han elegido y han sido mi vida", para a continuación preguntarse si la digitalización, que ya ha afectado a la edición en papel de las obras de teatro, afectará finalmente a la concepción tradicional que tenemos del teatro como un espectáculo en vivo, una preguntaba pertinente después de verificar como la pandemia provocó un volcado masivo de contenidos en Internet para perder la esencia en la nube. Villarrocha apostó un teatro orgánico, y tras afirmar que teatro se puede hacer hasta en la barra de un bar, se preguntó si Shakespeare tiene sentido fuera del fórum que significa el espacio tradicional de representación. En ese sentido fue muy enérgico cuando defendió el derecho que todos tenemos de disfrutar de espectáculos en directo tan impresionantes como los programados en el Teatro Real de Madrid, un espacio público que debería tener un acceso más fácil para que los espectadores descubran el soberbio espectáculo de la representación teatral cuando todas las posibilidades técnicas y económicas se ponen al servicio de la función. Villarrocha también puso en valor el archivo sonoro de la Cadena SER con sus clásicos de radio teatros realizados por una elenco excepcional de actores, pero sobre todo defendió al libro, ese objeto de deseo que se puede oler y tocar, como un maravilloso preámbulo para llegar al espacio escénico y, atendiendo a una pregunta de la moderadora, resaltó la excepcionalidad de la Serie Roja de la Colección Titirilibros de la Editorial Arbolé como un catálogo donde se agrup la obra dramática de autores aragoneses contemporáneos como Rafael Campos, Mariano Cariñena, Joaquín Melguizo o Mariano Anos, a los que yo me atrevo a añadir otros más jóvenes como Susana Martínez o Nashaat Abdel-Hafez Conde.

Ana Segura recondujo la charla hacia el ámbito creativo de Internet que, además de permitirnos recuperar material clásico de formatos audiovisuales, nos permite diseñar una radio a la carta y la posibilidad de sumergirte en la ficción sonora en la que Aurora Martínez de Bosnerau Producciones, sintiéndose heredera del antiguo radio teatro y las radio novelas, aplica las nuevas tecnologías, con la intención final de dar el salto a unas plataformas sonoras que permiten una total inmersión del oyente en la experiencia sonora, y pueden funcionar como Netflix en el mundo de las películas y series de TV. Martínez subrayó la importancia de los profesores de lengua como aquellos que nos llevan de la mano hacia la lectura en voz alta, un hecho que puede ser el primer paso para interesarse por el mundo del audio, un lugar que está teniendo mucho auge, y por lo tanto precisa necesita de una criba de calidad, donde la mejor tecnología se ponga a expensas de las buenas historias. La escuchas de ficciones sonaras, afirmó Martinez, puede ser un puente perfecto para llegar al teatro clásico, sobre todo las producciones, como las que ellos facturan, cuentan con actores de la talla de Félix Martín y Alfonso Desentre que involucran su talento y profesionalidad para materializar un guión que está pensado para ser escuchado, y que combina momentos de una sola pista de sonido con otros en lo que se pueden manejar hasta sesenta pistas, todo con el objetivo final de que el oyente esté inmerso en la narración.

La moderadora se preguntó por la calidad de los textos dramáticos mientras Fernando Vallejo ponía el acento en aprender a consumir teatro, en una necesaria educación para acceder a producciones que, más allá de su complicación, se suelen ver desde fuera con miedo. El problema, subrayó Villarrocha, es que no hay hábitos culturales. Tal vez por eso, retomó Vallejo, cuesta tanto ir al teatro, volver a él y, como se ha filtrado a la sociedad la idea de un espacio elitista, así se impide que la población acceda a una cultura compleja que vaya más allá del espectáculo pensado para el esparcimiento. El teatro, continúo Vallejo, es una ceremonia de reafirmación social, si hay sociedad habrá teatro. En ese sentido, el proyecto que se impulsa desde El Teatro de la Estación es una filosofía de vida que se relaciona con la ciudad y con el barrio donde está instalado. Se trata de plantear cuestiones desde una posición política con la intención de evolucionar y aumentar la relación social. Un modelo en el que tiene mucha importancia los contenidos, se programan obras para generar debate porque, más allá del formato en el que se realice, el interés radica en la capacidad para generar preguntas. Entonces Villarrocha defendió la palabra frente a otras formas más gestuales de representación que trajeron las vanguardias porque, para que el teatro sea teatro, tiene que ser político y lanzar preguntas desde la corporeidad de la palabra en escena, un acto que otras formas de reproducción no pueden conseguir. En ese sentido, Vallejo trazó una pequeña trayectoria histórica del teatro en España y recordó el medievo con un teatro en los ámbitos sacro y popular para terminar burgués, con una larga espera hasta el primer tercio del siglo XX con la llegada de compañías como La Barraca, que perseguían popularizar el teatro para todos los públicos hasta que la Guerra Civil rompió ese impulso, y la dictadura franquista dividió las artes escénicas entre un teatro de mercado orientado a la taquilla, y la promoción de los clásicos relacionándolos con una defensa de la patria mitificada, de manera que esos textos quedaron fuertemente marcados. Retomar esos clásicos con puestas en escena diferentes y una visión moderna que los acerque al público es una de las tareas que ya se están haciendo.

Los tres participantes y la moderadora coincidieron en la necesidad de potenciar desde la educación el amor por las artes escénicas para que la lectura dramática, la asistencia al teatro y la ficción sonora se reciban como un material cultural complejo y enriquecedor. En ese sentido voy a termina esta crónica con una cita de Esteban Villarrocha publicada en la contraportada de volumen 22 de los Titirilibros Serie Roja: "Sabemos que el Teatro, una vez escrito, solo necesita un lugar y un público y con esto tenemos la habilidad de hacer sonreír, de hacer llorar, pero también de hacer pensar y reflexionar. Como dice Augusto Boal: El Teatro no puede ser solamente un evento, ¡es una forma de vida!"


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03 marzo 2017

¿Por qué no muere el teatro?




El pasado 28 de febrero la revista Crisis organizó en el Teatro Principal de Zaragoza una mesa redonda enmarcada en una interrogación: ¿Por qué no muere el teatro?
El primero en tomar la palabra fue el actor, director de escena y profesor de interpretación Mariano Anos que abrió la charla con una máxima: El teatro siempre ha estado en crisis, aunque la de ahora es la más “jodida” En cualquier caso, continuó Anos, la muerte del teatro es improbable porque además de estar ahí antes que el cine, la televisión y la revolución de las pantallas on line, el teatro, como recordaba Wagner, es el arte total, un espectáculo donde la presencia real de actores, espectadores y técnicos construye un espacio donde se puede mirar y escuchar, palabra y acción en sus múltiples combinaciones entre las que se incluye el silencio. Pero también hay que entender el teatro como un ritual laico que configura una asamblea ciudadana y eso es un valor muy importante en tiempos en los que prima la escasez de rituales y asambleas que enlacen arte y pasamiento. Estas afirmaciones de Anos me recordaron las reflexiones de Durkheim que definía el rito religioso como una actividad que trata de distinguir entre lo sacro y la vida colectiva, y es precisamente la condición social del hombre la que precisa de los ritos (en este caso laicos). Así que, me parece muy pertinente hablar del teatro como materialización de un rito que potencia las relaciones entre lo humano y la clave de su funcionamiento social.
En estos tiempos, prosigue Anos, cuando hablamos de teatro podemos englobar un amplio universo que va desde los musicales utilizados como reclamo turístico hasta operaciones comerciales con caras conocidas de la televisión, o el teatro institucional pasando por lo que fue el teatro alternativo de los años 60, o el teatro comercial de guardarropía hasta la personificación de la precariedad laboral en un microteatro que, más allá de sus calidades artísticas, visibiliza una búsqueda para sobrevivir y también un teatro independiente con vocación pública. Si a este panorama sumamos el descenso de las ayudas públicas y la esclavitud de carteleras tan absorbentes como las de Madrid y Barcelona, nos encontraremos con la imposibilidad de mantener un teatro estable y comprometido con lo artístico cuando el panorama teatral cuenta en estos momentos con una excelente generación de autores y dramaturgos.
A continuación tomó la palabra María López que, aunque posee formación en dirección de escena, sostuvo su discurso desde la experiencia en la gerencia y la producción, pero eso no pudo evitar toda una declaración de principios: El teatro es pura emoción, un arte complejo en el que prima la dificultad de conseguir una buena obra, que suele ser fruto de una coincidencia que siempre precisa de un público receptivo, porque para que triunfe una obra de teatro es imprescindible que se perciba en el momento de su estreno, para el teatro no hay una segunda oportunidad, y es precisamente en el camino de la prueba – error donde se encuentra el acierto del teatro. El teatro que también es un lugar, y en eso incidía en las palabras de Anós, donde la gente puede saciar la necesidad de encuentro, de compartir los nutrientes para el intelecto. Por eso el teatro debe conmocionar y, aunque sea en pequeñas dosis, eso se puede encontrar más fácilmente en el teatro antes que en cualquier otro espectáculo. En cualquier caso, si existe actividad teatral el momento de encontrar una gran conmoción siempre llega, por lo tanto el problema del teatro nada tiene que ver con la creatividad, sino con el aparato institucional. Sin embargo, continúa López, ese problema ya es histórico desde que en la dictadura poco podía existir fuera de la caspa institucional, un abandono que provoca cierta discontinuidad en las propuestas y, por lo tanto, se imposibilita cimentar las carreras de unos actores que necesitan continuidad en su trabajo para alcanzar grandes cimas artísticas. López aprecia en el microteatro como una nueva experiencia creativa que tal vez pueda saciar cierto voyerismo por parte del espectador, pero la falta de cobertura social termina por reducirlo a una evidencia de la precariedad laboral del sector.
Pero también recordó López la posibilidad de que el público de teatro lo sea desde una posición conservadora que rechace nuevas propuestas de actores, dramaturgos o directores si esta no viene avalada por una referencia clara que los identifique, y por lo tanto la dificultad radique en la imposibilidad de sacar al espectador de su zona de confort, esa que le lleva a atender el reclamo de caras televisivas con un buen enganche comercial.
Otra causa de la crisis que no se lleva a la tumba al teatro es, para López es la indolencia institucional de un Ministerio de Cultura con un bajo presupuesto que también se ha trasladado a las administraciones autonómicas provocando un enorme desequilibrio al albur del vaivén del político de turno y de su interés por el teatro, además de encontrarnos con una actividad muy centralizada en Madrid y Barcelona porque son ciudades que permiten un alto grado de visibilidad, imposible de alcanzar en otras plazas, y que terminan ejerciendo de reclamo para jóvenes creativos.
El dramaturgo Miguel Ángel Mañas cerró las intervenciones desde la mesa lanzando preguntas a la concurrencia, ¿Miguel Ángel Mañas debería pensar como autor o como espectador? ¿Sus obras deberían responder a la demanda del espectador? ¿Qué elegir, un tema para reflexionar o un simple transcurrir de acciones? ¿Qué es mejor, olvidar el proceso creativo o primar el resultado? ¿Es necesario educar al espectador? ¿Nos salvará de la crisis los rostros conocidos o los buenos espectáculos? Y aunque Mañas abrió su discurso a otro tipo de oraciones, ya ven, yo prefiero seguir glosando su intervención consruyendo preguntas, porque las preguntas siempre son la clave para ponernos andar en busca de respuestas ¿La construcción de Centros Cívicos democratiza la escena teatral o son espacios sin alma relacionados con la especulación inmobiliaria? ¿Ante el estado calamitoso de la profesión por qué no se sale a la calle a protestar? ¿Qué tipo de sociedad alucina porque los del teatro quieren vivir de su profesión? ¿El teatro está cadáver? Llegados a este punto ya no puedo parar con las interrogantes, así que continuemos ¿El teatro es encuentro social? ¿Si coincidimos en que se va poco al teatro… será que no interesa? ¿Debemos empeñarnos en un teatro serio y comprometido o dejamos que las caras de la televisión vendan sus libros en el ambigú después de cada representación?
Cuando se abrió el turno de participación al público presente, tomó la palabra Esteban Villarocha, director del Teatro Arbolé que, atendiendo a mi memoria, lanzó un interesante mensaje. Para Villarocha el problema de la posible muerte del teatro se anclaba a comienzos de los años ochenta cuando el teatro alternativo, que por entonces era muy potente, cayó en los cantos de sirena de la recién desembarcada socialdemocracia y olvidó su discurso político para transitar el camino del recuros económico generador de beneficios, un modelo que fue viento en popa durante los años de bonanza hasta que, recordó Villarocha, esa cierta comodidad debilitó a la profesión que se vio sobrepasada por los vaivenes de la actual crisis. Este argumento me recordó eso que tantas veces me dice mi peluquero sobre como la socialdemocracia en el poder se dedicó a adormilar, por no hablar de desmantelar, todo el movimiento social, ciudadano y de barrio hasta que de nuevo la crisis que nos azota sirvió de catarsis para intentar reconstruir lo perdido pero esta vez desde una posición de debilidad a la que nunca se tendría que haber llegado.
Esteban Villarocha declaró con pasión que la solución estaba en volver a los orígenes del teatro independiente con una actividad artística marcada por lo político como eje vertebrador. Entonces recordé una entrevista que había escuchado en Radiocable a Alberto Sanjuan como integrante del Teatro del Barrio de Madrid, así que buscando en su página web me gustaría terminar esta pieza extrayendo algunas ideas que, me atrevo a afirmar, encajan perfectamente con el pensamiento expresado por Villarocha y enlazan con algunas ideas lanzadas desde la mesa en cuanto a concebir el teatro  como un lugar de encuentro y asamblea:
“La voluntad con la que abrimos el Teatro del Barrio es abiertamente política: participar en el movimiento ciudadano que ya está construyendo otra forma de convivir. Este teatro nace del hambre de realidad. La realidad tiene siempre algo maravilloso: por terrible que sea, puede ser transformada. Si se conoce. Y esta es la vocación del proyecto: saber qué está pasando aquí, por qué no nos gusta y por qué queremos cambiarlo. Este teatro pretende ser una asamblea permanente donde mirar juntos el mundo, para, juntos, imaginar otro donde la buena vida sea posible. Nuestros medios para hacer política son la cultura y la fiesta.
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La Programación Teatral estable está marcada por el humor político y musical. En diversos espectáculos se habla de nuestra historia pasada y presente.
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El Teatro del Barrio no va ser lugar para partidos políticos ni estructura institucional ninguna. Sí para los movimientos sociales. Toda iniciativa ciudadana que luche por los derechos de las personas tendrá aquí lugar.
¿Por qué la fiesta? El sistema nos golpea con miseria, fealdad, depresión. Queremos responder con belleza, con alegría. Una revolución sin sentido del humor seguramente está condenada a traicionarse a sí misma, y en cualquier caso, es un coñazo. La fase de desarrollo actual del capitalismo, llamada crisis (como se podría llamar guerra contra el ser humano), esta expulsando miles y miles de personas fuera del sistema, arrojándolos al vacío. Existe la posibilidad de encontrarnos en el vacío unos con otros, después de tanto tiempo, decidir juntos al fin como queremos vivir y hacer una fiesta para celebrar que ya hemos empezado.”
Como le pasó a la Cenicienta, yo también tenía mi tiempo tasado, por eso, cuando tuve que regresar a la cocina de mi casa, el público que había asistido a la charla seguía aportando ideas y reflexiones que lamentablemente ya no pude recoger.
 

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