La curvatura de la córnea

08 septiembre 2023

Perdidas por el teatro


 

Una declaración de amor

Después de darme un garbeo entre la décimo tercera y décimo cuarta acepción de la RAE para la palabra “perderse”, es muy probable que las protagonistas de la obra de teatro que ha escrito Esteban Villarrocha no estén tan perdidas como nos dice el título de la función. Perderse puede ser errar el camino de un rumbo elegido, o no encontrar ni el camino ni la salida, sin embargo, la situación que arranca la aventura de  Martina y Jimena es muy parecida a lo que le ocurrió a Alicia persiguiendo al conejo blanco. La diferencia es que Alicia termina por sentirse perdida en un mundo absurdo, mientras Martina y Jimena saben perfectamente que se encuentran en el sótano del teatro y ocurre lo inevitable, eso que hacen los buenos actores: Jugar.

Un filósofo alemán de enorme bigotón escribió de buena mañana que dentro de cada persona hay un niño escondido que quiere jugar. Ese es el motivo, la razón filosófica que explica la inmediata conexión de las protagonistas que pisan escenario y el patio de butacas. Una corriente inevitable entre quienes juegan y aquellos espectadores que arden en deseos de hacerlo hasta que, cuando menos se lo esperan: Luz de sala y a bailar con una vuelta, navegar sobre las olas del mar y cantar esa canción que pone el mundo del verrés.

Toda la función gira en torno a la idea de mostrar el mundo del teatro a partir de dos vertientes. La primera es una intención explícita y razonada para clarificar la realidad que gira alrededor del mundo de las artes escénicas, desde cuestiones prácticas como la función del apuntador hasta una nutritiva muestra de la historia del teatro, sin olvidar el consejo sobre lo saludable de la lectura, y todo un muestrario de supersticiones para la vestimenta o esas palabras prohibidísimas. Leyes ancestrales que deben cumplirse a rajatabla si no quieres que en el cajón de la taquilla crezcan las telarañas. Estos acontecimientos factuales siempre derivan en el vértigo de la acción, la realidad objetiva se deja a un lado y comienza la construcción de su representación escénica hasta alcanzar el tan deseado sentido dramático que olvida cualquier moralidad para presentar un universo que no necesita explicación racional y así, palabras, gestos y silencios se convierten en delicioso divertimento, hondonada de carcajadas y, ustedes me disculparán, en pirueta cultural.

De todas las referencias explícitas que el texto contiene me voy a detener en tres que definen la esencia de esta función y por extensión del teatro. Cuando Oscar Wilde escribió «La importancia de llamarse Ernesto» puso el foco en la libertad para elegir quien quieres ser. La pluma de Moliere siempre afilada para arremeter con las convecciones sociales de su época escribió el «Enfermo imaginario» como el representante de quienes atados al dolor y al miedo son prisioneros de sí mismo. Nuestras dos protagonistas están a punto de elegir lo que quieren ser con la libertad de quienes han guardado el miedo en un bolsillo. Y así de dispuestas llega la prueba crucial, cuando las palabras de Shakespeare flotan en un aire que cambia de densidad mostrando su extraño poder. Ese es mi momento preferido. Julieta suspira en el balcón mientras Romeo camina bajo la luna. Durante un breve segundo, mientras los versos se esparcen sobre el escenario, parece que el drama va a ganar la partida… pero en un pestañeo la réplica no llega a tiempo, el despiste despistado vence y un pescozón bien dado devuelve chanza, cachondeo y su pellizco de amor. Ese es el mejor ejemplo del trabajo de dirección de Blanca Resaco que, más allá de la buena gestión del espacio y los movimientos, ha encontrado el ritmo perfecto para que la pausada premisa intelectual de paso a una acción trepidante, que siempre se detiene en una postal, una imagen fija, una foto en la que Martina y Jimena entre sonrisas, reojos y dudas enamoran definitivamente al patio de butacas.

Las actrices Silvia García Sierra y Blanca Laínez conforman un tándem tan clásico como bien ejecutado. La Jimena de Silvia García Sierra es la marisabidilla, la ley de mis opiniones y el orden de mis deseos, todo empuje y decisión. La Martina de Blanca Laínez es la donde he dejado la cabeza, representante de un universo absurdo. Parecen Carablanca y Augusto en la cuerda floja donde el equilibrio de su relación se ve zarandeado por una narración que las somete a una dura prueba de la que siempre salen airosas: Una montaña rusa de lenguajes escénicos a los que se enfrentan con brio, soltura y esa chispa de quien es capaz de manejar títeres cachiporra, ejecutar saltos mortales de baratillo, plumas de cabaret, bailar con malabares, piratas con los cien cañones de Espronceda, y ralentizar a Quevedo con la moviola prendida entre floretes.

Jimena y Martina tan solo quieren jugar y quizás todavía no lo saben, pero ‘Perdidas por el teatro’ es una declaración de amor a las artes escénicas. Lo entendí cuando llegué a la vigésimo tercera acepción de la RAE para «Perderse» “Amar mucho o con ciega pasión a alguien o algo”

 

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‘Perdidas por el teatro’

Producción: Producciones Kinser.

Dramaturgia: Esteban Villarrocha.

Dirección: Blanca Resano.

Actrices: Silvia García Sierra: Jimena. Blanca Lainez: Martina

Ayudante de dirección: Jonathan Carrillo

Ayudante de producción: Irenne Joven

Diseño de iluminación: Alfonso Félez y Julio Sebastián

Diseño de espacio escénico: Manolo Pellicer

Diseño de vestuario y atrezzo: Lucía Igual

Arreglos y confección: Esther Martín

Letrista canción: Joaquín García

Grabación audiovisual y voces en off: Ideosound Pro

Diseño gráfico y rrss: Sonia Celihueta

 

Teatro Arbolé 7 de septiembre de 2023



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