Perdidas por el teatro
Una declaración de amor
Después de darme un garbeo entre la décimo tercera y décimo
cuarta acepción de la RAE para la palabra “perderse”, es muy probable que las
protagonistas de la obra de teatro que ha escrito Esteban Villarrocha no estén
tan perdidas como nos dice el título de la función. Perderse puede ser errar el
camino de un rumbo elegido, o no encontrar ni el camino ni la salida, sin
embargo, la situación que arranca la aventura de Martina y Jimena es muy parecida a lo que le
ocurrió a Alicia persiguiendo al conejo blanco. La diferencia es que Alicia termina
por sentirse perdida en un mundo absurdo, mientras Martina y Jimena saben
perfectamente que se encuentran en el sótano del teatro y ocurre lo inevitable,
eso que hacen los buenos actores: Jugar.
Un filósofo alemán de enorme bigotón escribió de buena
mañana que dentro de cada persona hay un niño escondido que quiere jugar. Ese
es el motivo, la razón filosófica que explica la inmediata conexión de las protagonistas
que pisan escenario y el patio de butacas. Una corriente inevitable entre
quienes juegan y aquellos espectadores que arden en deseos de hacerlo hasta
que, cuando menos se lo esperan: Luz de sala y a bailar con una vuelta, navegar
sobre las olas del mar y cantar esa canción que pone el mundo del verrés.
Toda la función gira en torno a la idea de mostrar el mundo
del teatro a partir de dos vertientes. La primera es una intención explícita y
razonada para clarificar la realidad que gira alrededor del mundo de las artes
escénicas, desde cuestiones prácticas como la función del apuntador hasta una nutritiva
muestra de la historia del teatro, sin olvidar el consejo sobre lo saludable de
la lectura, y todo un muestrario de supersticiones para la vestimenta o esas
palabras prohibidísimas. Leyes ancestrales que deben cumplirse a rajatabla si no
quieres que en el cajón de la taquilla crezcan las telarañas. Estos acontecimientos
factuales siempre derivan en el vértigo de la acción, la realidad objetiva se
deja a un lado y comienza la construcción de su representación escénica hasta alcanzar
el tan deseado sentido dramático que olvida cualquier moralidad para presentar
un universo que no necesita explicación racional y así, palabras, gestos y
silencios se convierten en delicioso divertimento, hondonada de carcajadas y,
ustedes me disculparán, en pirueta cultural.
De todas las referencias explícitas que el texto contiene me
voy a detener en tres que definen la esencia de esta función y por extensión
del teatro. Cuando Oscar Wilde escribió «La importancia de llamarse Ernesto» puso
el foco en la libertad para elegir quien quieres ser. La pluma de Moliere
siempre afilada para arremeter con las convecciones sociales de su época escribió
el «Enfermo imaginario» como el representante de quienes atados al dolor y al
miedo son prisioneros de sí mismo. Nuestras dos protagonistas están a punto de
elegir lo que quieren ser con la libertad de quienes han guardado el miedo en
un bolsillo. Y así de dispuestas llega la prueba crucial, cuando las palabras
de Shakespeare flotan en un aire que cambia de densidad mostrando su extraño
poder. Ese es mi momento preferido. Julieta suspira en el balcón mientras Romeo
camina bajo la luna. Durante un breve segundo, mientras los versos se esparcen
sobre el escenario, parece que el drama va a ganar la partida… pero en un
pestañeo la réplica no llega a tiempo, el despiste despistado vence y un pescozón
bien dado devuelve chanza, cachondeo y su pellizco de amor. Ese es el mejor
ejemplo del trabajo de dirección de Blanca Resaco que, más allá de la buena gestión
del espacio y los movimientos, ha encontrado el ritmo perfecto para que la pausada
premisa intelectual de paso a una acción trepidante, que siempre se detiene en
una postal, una imagen fija, una foto en la que Martina y Jimena entre
sonrisas, reojos y dudas enamoran definitivamente al patio de butacas.
Las actrices Silvia García Sierra y Blanca Laínez conforman
un tándem tan clásico como bien ejecutado. La Jimena de Silvia García Sierra es
la marisabidilla, la ley de mis opiniones y el orden de mis deseos, todo empuje
y decisión. La Martina de Blanca Laínez es la donde he dejado la cabeza,
representante de un universo absurdo. Parecen Carablanca y Augusto en la cuerda
floja donde el equilibrio de su relación se ve zarandeado por una narración que
las somete a una dura prueba de la que siempre salen airosas: Una montaña rusa
de lenguajes escénicos a los que se enfrentan con brio, soltura y esa chispa de
quien es capaz de manejar títeres cachiporra, ejecutar saltos mortales de
baratillo, plumas de cabaret, bailar con malabares, piratas con los cien
cañones de Espronceda, y ralentizar a Quevedo con la moviola prendida entre
floretes.
Jimena y Martina tan solo quieren jugar y quizás todavía no
lo saben, pero ‘Perdidas por el teatro’ es una declaración de amor a las artes
escénicas. Lo entendí cuando llegué a la vigésimo tercera acepción de la RAE
para «Perderse» “Amar mucho o con ciega pasión a alguien o algo”
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‘Perdidas por el teatro’
Producción: Producciones Kinser.
Dramaturgia: Esteban Villarrocha.
Dirección: Blanca Resano.
Actrices: Silvia García Sierra: Jimena. Blanca Lainez:
Martina
Ayudante de dirección: Jonathan Carrillo
Ayudante de producción: Irenne Joven
Diseño de iluminación: Alfonso Félez y Julio Sebastián
Diseño de espacio escénico: Manolo Pellicer
Diseño de vestuario y atrezzo: Lucía Igual
Arreglos y confección: Esther Martín
Letrista canción: Joaquín García
Grabación audiovisual y voces en off: Ideosound Pro
Diseño gráfico y rrss: Sonia Celihueta
Teatro Arbolé 7 de septiembre de 2023
Etiquetas: Blanca Lainez, Blanca Resano, critica teatro, Esteban Villarrocha, Producciones Kinser, Silvia García Sierra, Teatro Arbolé
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