El pasado 28 de febrero la revista Crisis organizó en el
Teatro Principal de Zaragoza una mesa redonda enmarcada en una interrogación:
¿Por qué no muere el teatro?
El primero en tomar la palabra fue el actor, director de
escena y profesor de interpretación Mariano Anos que abrió la charla con una
máxima: El teatro siempre ha estado en crisis, aunque la de ahora es la más “jodida”
En cualquier caso, continuó Anos, la muerte del teatro es improbable porque
además de estar ahí antes que el cine, la televisión y la revolución de las
pantallas on line, el teatro, como recordaba Wagner, es el arte total, un
espectáculo donde la presencia real de actores, espectadores y técnicos construye
un espacio donde se puede mirar y escuchar, palabra y acción en sus múltiples combinaciones
entre las que se incluye el silencio. Pero también hay que entender el teatro como
un ritual laico que configura una asamblea ciudadana y eso es un valor muy
importante en tiempos en los que prima la escasez de rituales y asambleas que enlacen
arte y pasamiento. Estas afirmaciones de Anos me recordaron las reflexiones de
Durkheim que definía el rito religioso como una actividad que trata de
distinguir entre lo sacro y la vida colectiva, y es precisamente la condición
social del hombre la que precisa de los ritos (en este caso laicos). Así que,
me parece muy pertinente hablar del teatro como materialización de un rito que
potencia las relaciones entre lo humano y la clave de su funcionamiento social.
En estos tiempos, prosigue Anos, cuando hablamos de teatro
podemos englobar un amplio universo que va desde los musicales utilizados como
reclamo turístico hasta operaciones comerciales con caras conocidas de la
televisión, o el teatro institucional pasando por lo que fue el teatro
alternativo de los años 60, o el teatro comercial de guardarropía hasta la
personificación de la precariedad laboral en un microteatro que, más allá de
sus calidades artísticas, visibiliza una búsqueda para sobrevivir y también un
teatro independiente con vocación pública. Si a este panorama sumamos el
descenso de las ayudas públicas y la esclavitud de carteleras tan absorbentes
como las de Madrid y Barcelona, nos encontraremos con la imposibilidad de
mantener un teatro estable y comprometido con lo artístico cuando el panorama
teatral cuenta en estos momentos con una excelente generación de autores y
dramaturgos.
A continuación tomó la palabra María López que, aunque posee
formación en dirección de escena, sostuvo su discurso desde la experiencia en
la gerencia y la producción, pero eso no pudo evitar toda una declaración de
principios: El teatro es pura emoción, un arte complejo en el que prima la
dificultad de conseguir una buena obra, que suele ser fruto de una coincidencia
que siempre precisa de un público receptivo, porque para que triunfe una obra
de teatro es imprescindible que se perciba en el momento de su estreno, para el
teatro no hay una segunda oportunidad, y es precisamente en el camino de la
prueba – error donde se encuentra el acierto del teatro. El teatro que también
es un lugar, y en eso incidía en las palabras de Anós, donde la gente puede
saciar la necesidad de encuentro, de compartir los nutrientes para el
intelecto. Por eso el teatro debe conmocionar y, aunque sea en pequeñas dosis,
eso se puede encontrar más fácilmente en el teatro antes que en cualquier otro
espectáculo. En cualquier caso, si existe actividad teatral el momento de
encontrar una gran conmoción siempre llega, por lo tanto el problema del teatro
nada tiene que ver con la creatividad, sino con el aparato institucional. Sin
embargo, continúa López, ese problema ya es histórico desde que en la dictadura
poco podía existir fuera de la caspa institucional, un abandono que provoca
cierta discontinuidad en las propuestas y, por lo tanto, se imposibilita
cimentar las carreras de unos actores que necesitan continuidad en su trabajo
para alcanzar grandes cimas artísticas. López aprecia en el microteatro como
una nueva experiencia creativa que tal vez pueda saciar cierto voyerismo por
parte del espectador, pero la falta de cobertura social termina por reducirlo a
una evidencia de la precariedad laboral del sector.
Pero también recordó López la posibilidad de que el público
de teatro lo sea desde una posición conservadora que rechace nuevas propuestas
de actores, dramaturgos o directores si esta no viene avalada por una
referencia clara que los identifique, y por lo tanto la dificultad radique en
la imposibilidad de sacar al espectador de su zona de confort, esa que le lleva
a atender el reclamo de caras televisivas con un buen enganche comercial.
Otra causa de la crisis que no se lleva a la tumba al teatro
es, para López es la indolencia institucional de un Ministerio de Cultura con
un bajo presupuesto que también se ha trasladado a las administraciones autonómicas
provocando un enorme desequilibrio al albur del vaivén del político de turno y
de su interés por el teatro, además de encontrarnos con una actividad muy
centralizada en Madrid y Barcelona porque son ciudades que permiten un alto
grado de visibilidad, imposible de alcanzar en otras plazas, y que terminan
ejerciendo de reclamo para jóvenes creativos.
El dramaturgo Miguel Ángel Mañas cerró las intervenciones
desde la mesa lanzando preguntas a la concurrencia, ¿Miguel Ángel Mañas debería
pensar como autor o como espectador? ¿Sus obras deberían responder a la demanda
del espectador? ¿Qué elegir, un tema para reflexionar o un simple transcurrir
de acciones? ¿Qué es mejor, olvidar el proceso creativo o primar el resultado?
¿Es necesario educar al espectador? ¿Nos salvará de la crisis los rostros
conocidos o los buenos espectáculos? Y aunque Mañas abrió su discurso a otro
tipo de oraciones, ya ven, yo prefiero seguir glosando su intervención consruyendo
preguntas, porque las preguntas siempre son la clave para ponernos andar en
busca de respuestas ¿La construcción de Centros Cívicos democratiza la escena
teatral o son espacios sin alma relacionados con la especulación inmobiliaria?
¿Ante el estado calamitoso de la profesión por qué no se sale a la calle a
protestar? ¿Qué tipo de sociedad alucina porque los del teatro quieren vivir de
su profesión? ¿El teatro está cadáver? Llegados a este punto ya no puedo parar con
las interrogantes, así que continuemos ¿El teatro es encuentro social? ¿Si
coincidimos en que se va poco al teatro… será que no interesa? ¿Debemos
empeñarnos en un teatro serio y comprometido o dejamos que las caras de la
televisión vendan sus libros en el ambigú después de cada representación?
Cuando se abrió el turno de participación al público
presente, tomó la palabra Esteban Villarocha, director del Teatro Arbolé que,
atendiendo a mi memoria, lanzó un interesante mensaje. Para Villarocha el
problema de la posible muerte del teatro se anclaba a comienzos de los años
ochenta cuando el teatro alternativo, que por entonces era muy potente, cayó en
los cantos de sirena de la recién desembarcada socialdemocracia y olvidó su
discurso político para transitar el camino del recuros económico generador de
beneficios, un modelo que fue viento en popa durante los años de bonanza hasta
que, recordó Villarocha, esa cierta comodidad debilitó a la profesión que se
vio sobrepasada por los vaivenes de la actual crisis. Este argumento me recordó
eso que tantas veces me dice mi peluquero sobre como la socialdemocracia en el
poder se dedicó a adormilar, por no hablar de desmantelar, todo el movimiento
social, ciudadano y de barrio hasta que de nuevo la crisis que nos azota sirvió
de catarsis para intentar reconstruir lo perdido pero esta vez desde una
posición de debilidad a la que nunca se tendría que haber llegado.
Esteban Villarocha declaró con pasión que la solución estaba
en volver a los orígenes del teatro independiente con una actividad artística
marcada por lo político como eje vertebrador. Entonces recordé una entrevista
que había escuchado en Radiocable a Alberto Sanjuan como integrante del Teatro
del Barrio de Madrid, así que buscando en su página web me gustaría terminar
esta pieza extrayendo algunas ideas que, me atrevo a afirmar, encajan
perfectamente con el pensamiento expresado por Villarocha y enlazan con algunas
ideas lanzadas desde la mesa en cuanto a concebir el teatro como un lugar de encuentro y asamblea:
“La voluntad con la que abrimos el Teatro del Barrio es abiertamente
política: participar en el movimiento ciudadano que ya está construyendo otra
forma de convivir. Este teatro nace del hambre de realidad. La realidad tiene
siempre algo maravilloso: por terrible que sea, puede ser transformada. Si se
conoce. Y esta es la vocación del proyecto: saber qué está pasando aquí, por
qué no nos gusta y por qué queremos cambiarlo. Este teatro pretende ser una
asamblea permanente donde mirar juntos el mundo, para, juntos, imaginar otro
donde la buena vida sea posible. Nuestros medios para hacer política son la
cultura y la fiesta.
/…/
La Programación Teatral estable está marcada por el humor político y musical.
En diversos espectáculos se habla de nuestra historia pasada y presente.
/…/
El Teatro del Barrio no va ser lugar para partidos políticos
ni estructura institucional ninguna. Sí para los movimientos sociales. Toda
iniciativa ciudadana que luche por los derechos de las personas tendrá aquí
lugar.
¿Por qué la fiesta? El sistema nos golpea con miseria,
fealdad, depresión. Queremos responder con belleza, con alegría. Una revolución
sin sentido del humor seguramente está condenada a traicionarse a sí misma, y
en cualquier caso, es un coñazo. La fase de desarrollo actual del capitalismo,
llamada crisis (como se podría llamar guerra contra el ser humano), esta
expulsando miles y miles de personas fuera del sistema, arrojándolos al vacío.
Existe la posibilidad de encontrarnos en el vacío unos con otros, después de
tanto tiempo, decidir juntos al fin como queremos vivir y hacer una fiesta para
celebrar que ya hemos empezado.”
Como le pasó a la Cenicienta, yo también tenía mi tiempo
tasado, por eso, cuando tuve que regresar a la cocina de mi casa, el público
que había asistido a la charla seguía aportando ideas y reflexiones que
lamentablemente ya no pude recoger.
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