Poesía & Cahiporra
La compañía Nao d'amores se enfrenta a la representación del
'Retablillo de Don Cristóbal a partir de una pregunta. ¿Federico García Lorca rescató
la tradición moribunda de los títeres de cachiporra, o acabó con lo poco que
Quedada del acervo popular poetizando al más ácrata de nuestros grandes
personajes teatrales?
Para comprender esta pregunta primero tuve que investigar
quien era ese Don Cristóbal. Tratándose de títeres y marionetas tenía claro a
quien pedir ayuda. Adofo Ayuso me puso sobre la pista de un informe que
escribió en 2014 para documentar la construcción que la marionetista Helena
Millán iba ha realizado de un Don Cristóbal Polichinela.
El informe advierte sobre la dificultad de determinar los
rasgos de nuestro protagonista. Su nacimiento se sitúa en la Italia la Comediad
el Arte donde adquirió un carácter polimorfo que le ayudó para adaptarse a
cualquier país europeo. A veces es bobo, cobarde y crédulo. En otras ocasiones
aparece como bribón audaz, depravado y triunfador; pero siempre utiliza un lenguaje
grosero y procaz. La primera referencia en España (previamente recogida por
otros estudiosos) lo sitúa en la obra de 1770 'Las tertulias de Madrid' de
Ramón de la Cruz.
Alicia Lázaro es la responsable de los arreglos y la
dirección musical de Nao d'Amores ha conseguido una nueva datación. En sus
estudios sobre las melodías que podrían formar parte del espectáculo encontró una
melodía de Luis Missión titulada "Seguidillas nuevas de Purchinela" que, seguramente
destinada a algún intermedio teatral, está datada en el año en 1762.
El informe de Adolfo Ayuso hace un completo recorrido por
las diferentes personalidades de Don Cristóbal y señala algunas características
comunes: El uso de la cachiporra como su mejor argumento. Es glotón, le gusta
beber y suele perseguir a las mujeres hermosas. Siempre es grosero de palabra y
de obra. A partir de esta personalidad, el Don Cristóbal de García Lorca es un
amo o comprador de mujeres. Un hombre mayor prepotente y con destino de
al que Lorca le profesó un gran afecto. Esta simpatía por el personaje se
refleja perfectamente en el texto de la obra, empeñado en limpiar una imagen
esencialmente negativa que sufre el escarnio del público.
Este sentimiento de Lorca hacia Don Cristóbal es
escrupulosamente respetada por Nao d'amores. Un tratamiento lorquiano que también
afecta a los aspectos formales de un texto representado en su integridad. El periódico
El País publicó el 31 de octubre de 1992 una pieza sin firmar que recoge las
palabras del profesor Mario Hernández en la presentación de una nueva edición
del 'Retablillo de don Cristóbal' de Lorca. Una obra que tiene su origen en la
fiesta que el poeta organizó en Granada para la fiesta de Reyes de 1923. Ese
libreto original tuvo una versión americana destinada a su estreno en Buenos
Aíres que era "más desvergonzada" y con "más licencias y referencias sexuales
que su antecesor" Esta nueva versión se representó en Madrid en 1935 en una
función única para conocidos. La noticia termina con un ejemplo del añadido
americano para que la voz de Rosita tenga más desparpajo. Es una confesión de cómo y dónde quisiera estar: "En el
diván/ con Juan,/ en el colchón/ con Remón,/ en el canapé/ con José,/ en la
silla/ con Medinilla,/ en el suelo/ con el que yo quiero,/ pegada al muro/ con
el lindo Arturo/ y en la chaise-longue/ con Juan, con José, con Medinilla,/ con
Arturo y con Remón".
La concepción teatral de la obra de Nao d'amores me recordó
a UN Sistema Solar. Lorca es la estrella que aporta la luz de sus palabras para
iluminar todos los planetas que lo orbitan en forma de diferentes lenguajes narrativos
que tienen un desarrollo individual. La dramaturgia de Ana Zamora toma todos
esos materiales de expresión y los funde en un solo crisol. Se trata de
compactar la complejidad de la propuesta para mostrarla al público mediante una
representación nítida, fresca y aparentemente sencilla que conecta de inmediato
con la platea. Es un deleite físico. Se siente en la piel y en el corazón. La peripecia
te atrapa de principio a fin hasta que la emoción rompe en un intenso aplauso.
Solo entonces es posible hacer una aproximación, quizás innecesaria, para analizar
lo que ha ocurrido en el escenario.
La música comienza como la charanga de los avisos y muy
pronto se va por las seguidillas de Don Cristóbal, hasta que el piano asume el
papel de argamasa con una eficaz Isabel Zamora a las teclas, y allí donde la
historia requiere su presencia. El piano como objeto y la pianista como intérprete
se suman a la dinámica de la coreográfica que transcurre en el escenario, hasta
ocupar el espacio central de la escena, y desde allí despedir la función por
todo lo alto.
El espacio escénico de David Faraco se inicia con el
tradicional teatrillo en el que se mueven las marionetas. Una escenografía que
se abre para que títeres y actores ocupen el proscenio para gozar de mayor
libertad de movimientos en la representación.
El fabuloso trabajo actoral y la enorme capacidad de
transformación de Eduardo Mayo y Verónica Morejón son sin lugar a dudas el gran
mérito de la función. La sobresaliente manipulación de los actores de carne de
los actores de madera es solo el comienzo de una compleja relación.
Eduardo Mayo hace magia con sus gestos cuando transforma a
su personaje de carne en un personaje de carne pero con expresiones propias de
La madera. Es hipnótico asistir a como la materia orgánica del rostro se
mantiene invariable pero su expresividad es totalmente diferente y, aunque Mayo
no deja de ser un hombre de carne y hueso, sin embargo es capaz de moldear
gesto y voz hasta alcanzar el estatus de títere. Simplemente magnífico.
Verónica Morejón aprovecha muy bien que el personaje de
Rosita vaya asumiendo el papel protagonista dentro de la peripecia. Sobre su
cuerpo orbitan los deseos carnales de los hombres y las ganancias de reales que
huele su madre. La actriz construye una Rosita tan fresca como pizpireta, con
su puntito de sensualidad, una maldad escondida detrás de una inocencia
impostada y la explosiva sinceridad de quien nos hace reír, porque Rosita no
tiene remilgos para confesar que a la hora de retozar lo mismo le da un
arzobispo que un general.
La dirección de Ana Zamora tiene la clarividencia de resolver
con aparente sencillez todos estos aspectos narrativos para conseguir que el
espectador tenga una inmersión total en la historia: Risas de niño cuando el
mejor argumento es un cachiporrazo. Sonrisa de adulto ante las maquinaciones y
los intereses de cada uno de los personajes.
La figura de Lorca siempre está presente en el escenario. El
amor del poeta por la música y las descripciones líricas se advierte en todo
momento, hasta en las frases donde la chanza original de estos personajes sería
mucho más gruesa, y quien sabe si el dramaturgo las sustituyó por términos más poéticos,
al fin y al cabo la "urraquita" que a Rosita le late en la entrepierna tiene
Acepciones mucho más sonoras en el acervo popular.
Nao d'amores ha puesto en pie un Retablillo que celebra una
Fiesta Lorquiana donde se mezclan tradición, modernidad, poesía y cachiporra hasta
alcanzar una cumbre teatral de factura impecable.
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Producción: Nao d'amores con la colaboración de Titirimundi,
Ayuntamiento de Segovia, Junta de Castilla y León, INAEM y Real Academia de
España en Roma. Autor: Federico García Lorca. Dirección y dramaturgia: Ana
Zamora. Reparto: Eduardo Mayo, Verónica Morejón e Isabel Zamora. Trabajo de Trabajo
títeres y espacio escénico David Faraco. Arreglos y dirección musical Alicia
Lázaro. Trabajo de voz y palabra Vicente Fuentes /Fuentes de la Voz. Vestuario
Deborah Macías (AAPEE). Iluminación Pedro Yagüe. Títeres Ricardo Vergne. Coreografía
Javier García Ávila. Realización de vestuario Ángeles Marín. Realización de
escenografía Purple Servicios Creativos. Dirección técnica Fernando Herranz. Producción
ejecutiva Germán H. Solís
26 de febrero de 2023 Teatro de la Estación
Etiquetas: Alicia Lázaro, Ana Zamora, critica teatro, David Faraco, Eduardo Mayo, Federico García Lorca, Isabel Zamora, Nao d´amores, Teatro de la Estación, Verónica Morejón