Plátanos, cacahuetes y lo que el viento se llevó
Narración, diálogo y parodia
El pasado miércoles regresé a la película 'Lo que el viento
se llevó' El canal de televisión TCM antes de su emisión reprodujo un mensaje
introductorio explicando el contexto histórico en el que transcurre la película,
avisando de la imagen romántica que se muestra de la época de la esclavitud en
el sur de EE. UU. a mediados del siglo XIX, y como en 1939 la actriz Hattie McDaniel,
que estaba sentada en una mesa aparte cuando obtuvo el Oscar a la mejor actriz
de reparto, subió al escenario desde una sala adyacente para recibir el aplauso
de sus compañeros y volver a una estancia separada del resto de los asistentes
al evento.
'Lo que el viento se llevó' pertenece a ese puñado de
películas que se reconocen como de leyenda. Todo comenzó cuando del productor
David O. Selznick tuvo la idea de
adaptar la novela homónima de Margaret Michel con una producción desarrollada
en su propio estudio, un sueño que le permitía desarrollar su filosofía perfeccionista:
Selznick sentía que la función del productor era ser el responsible de todo el
proceso de realización, desde la escritura del guión al montaje final.
El rodaje comenzó en enero de 1936 y a los diez días estalló
la tensión en el plató con director de la película. George Cukor y Selznick
querían que una criada dijera de manera opuesta una frase. El resultado fue que
Cukor abandonó el proyecto. Selznick nunca quiso hacer una película racista. Su
preocupación tenía que ver con el ritmo y la calidad de los diálogos para que
estuvieran lo más cerca posible del tono de la novela y su interés por rodar un
Folletín melodramático que contara la historia de una heroína sureña, engreída y
de dudosa moral. Pero este debate tenía un trasfondo más importante que se
prolongó durante todo el rodaje, y enfrentaba dos posturas muy diferenciadas.
Por un lado quienes consideraban necesario reflejar la realidad de la
esclavitud, y por otro quienes preferían atenerse al espíritu de la novela
Texto original en.
El historiador de Yale David Vincent Kimel, según la noticia
recogida por Luís Pablo Beauregard en pasado 4 de marzo en El País, había
conseguido el ejemplar del guion
utilizado en el rodaje que arrojaba luz sobre los enfrentamientos que se
produjeron por la forma de tratar el esclavismo. Vincent afirma que la visión
errónea y romántica de la esclavitud como el legado principal de la película
está presente desde el principio hasta el final del proyecto, incluso en el
ajuste de algunas escenas, que en la mayoría de los casos cortaban detalles que
se podrían mostrar de una forma más cercana la realidad de cómo eran tratados
Los negros.
El abandono de Cukor del proyecto generó una crisis que se
solventó llamando al director Victor Flemíng que, una vez visto lo poco que se
había rodado y después de leer el guión le dijo a su amigo y director: "David,
tu guion es una" Entonces el productor llamó al escritor Ben Hercht.
Durante 12 horas Fleming y Selznick representaron todos los papeles de la
película a Hercht que no había leído la novela. Después se encerraron durante
cinco días y cinco noches para obtener el guion definitivo de la película. ONU
encierro en el que los protagonistas solo se alimentaron de plátanos,
cacahuetes y dosis de bencedrina inyectadas por un médico del estudio. Esta es
la premisa histórica desde la que comienza una función en la que podemos
encontrar tres planos narrativos diferentes en los que Gonzalo de Castro ejerce
como nexo de unión que vehicula todo el discurso.
El primer plano narrativo sucede al comienzo de la
representación y recae prácticamente en su totalidad en el papel de David
Selznick interpretado por Gonzalo de Castro. Es el momento discursivo, y
seguramente de mayor dificultad por esa necesidad de aunar la acción verbal con
una acción visible que sea claramente teatral. Más allá de la brete de explicar
el embrollo de la peripecia que se desarrolla en 'Lo que el viento se llevó', el
trabajo actoral suple esta dificultad con un manejo dinámico de las frases que
intenta acercar mediante la interpretación los verbos hablar y hacer. Es una
ardua tarea a la que un bizarro Gonzalo de Castro se enfrenta con energía y
eficacia. Todo cambia cuando el escenario se tiñe de la tierra roja de Georgia.
El segundo plano narrativo es la parodia, cuya esencia es
transformar el texto original para que la burla y los efectos cómicos lo
conviertan en otra cosa que nos haga reír. Transformar el melodrama de la
película en una parodia teatral es una idea genial, sin embargo el objetivo no
se consigue por dos motivos fundamentales. No existen dos niveles de narración
entre un texto parodiante y otro parodiado. La manera formal de afrontar la
parodia desde la interpretación se queda en territorio de nadie cuando no se
decide por una de los dos caminos habituales de abordarla: mediante la
excelencia en la imitación de lo parodiado, pero también con un registro totalmente
diferente para conseguir darle la vuelta al origina. En este caso nada de esto
ocurre, y el trabajo de Jorge Bustos en el papel de Victor Fleming y el de Gonzalo
de Castro está lastrado por una dirección que permite una ejecución paródica muy
endémico. Las acciones atoradas en una gestualidad exagerada y un manido
ejercicio vocal no tienen ni pizca de gracia. Recursos que se quedan muy lejos
de las exigencias de una comicidad potente y musculosa. Circunstancias que
dejan la parodia en un agua de borrajas que imposibilita cualquier tipo de metadicurso sobre la obra original.
El tercer plano narrativo es el que atesora los mejores
momento de la función gracias a la explosión del diálogo entre el guionista Ben
Hecht interpretado por Pedro Mari Sánchez con Gonzalo de Castro. Nos
encontramos ante los momentos más brillantes de la función. La esgrima verbal
toma el escenario aunando ritmo de comedia y una potente reflexión. El debate conecta
la discriminación racial contra los negros del siglo XIX con el antisemitismo
del siglo XX en Estados Unidos. La explicación práctica para diferenciar los
papeles del director, el productor y el guionista en la industria
hollywoodiense es un momento de sonrisa didáctica. Pero el mayor punto de
comicidad se alcanza cuando texto y acción teatral se materializan en una rueda
que gira para demostrar que el encuadre de una escena es esencial en el
desarrollo del lenguaje cinematográfico. Todo comienza con un debate entre
Sánchez (guionista) y de Castro (productor) sobre el carácter de la
protagonista de la película y la mejor forma de visualizarlo en pantalla, la
escena la completan José Bustos (director), y una eficaz Carmen Barrantes como
la secretaria diligente dispuesta a darle ritmo sonoro a la acción.
El epílogo tiene una ambientación notable para que los actores
terminen en el proscenio desde donde miran a los ojos de los espectadores para
recordarnos que no olvidemos lo más importante: El negocio de las películas, el
teatro y la literatura consiste en sincronizar la industria del entretenimiento
y la cultura con los sueños, los deseos y su billetera y la mía, querido e
Lector improbable.
'Plátanos, cacahuetes y lo que el viento se llevó'
Producción: Focus. Autor: Ron Hutchinson. Adaptación: Daniel
Anglés. Dirección: José Troncoso. Reparto: Gonzalo Castro, Pedro Mari Sánchez,
José Bustos y Carmen Barrantes.
10 de marzo de 2023. Teatro Principal.
Etiquetas: Carmen Barrantes, critica teatro, Daniel Anglés, Focus, Gonzalo Castro, José Bustos, José Troncoso, Pedro Mari Sánchez, Ron Hutchinson, teatro principal
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