Gracias a Sevilla por la tortilla de camarones, las cañas de Cruzcampo Glacial y esas palmas de tango para pedir el regreso de Héroes del Silencio al escenario.
A las siente de la tarde accedimos a las gradas del Estadio Olímpico de Sevilla, su arquitectura, como bien dice el poeta Alejandro Pastor, parece pensada para mayor gloria de algún país del Este cuando el muro de Berlín todavía estaba en pie. No me gustó su interior demasiado austero en colores, ocres y marrones no pueden ser la señal de identidad de un lugar tan emparentado con el sol, los faralaes y la pasión. Sin embargo, la impresión fue magnífica cuando mis ojos se posaron en sus entrañas. El territorio era enorme, la suma de un campo de fútbol más el aro de una pista de atletismo, un espacio habitual para Stones, U2, Pink Floyd y The Police pero que sigue siendo extraordinario para una banda nacional. Allí, en aquella maravillosa ensenada junto al Guadalquivir y a los pies del Puente del Alamillo iban a tocar Héroes del Silencio.
En esta misma bitácora prometí suministrar una información objetiva y pausada sobre lo acontecido en el concierto sevillano de Héroes del Silencio, algo que no había conseguido en ninguna de sus dos actuaciones en Zaragoza: Una reseña típica con los títulos de las canciones, los diferentes ambientes luminosos, la iconografía incorporada a esta gira, los guiños a giras y discos anteriores, además de una evaluación de la propuesta musical que ofrece el grupo después de once años fuera del circuito. En esa tarea me concentré durante las dos horas previas al acontecimiento, me preparé para contemplar el espectáculo con los ojos objetivos de un observador frío y profesional pero, las luces se apagaron y toda la retórica se fue al garete.
Una marea de 70.000 almas no cesaba de corear mientras las palmas de las manos alzadas al viento eran como olas de mar y todo se coloreó de violeta. Fue un momento especial. Seguro que todos vosotros habéis sentido alguna vez ese cosquilleo que nace en no se sabe dónde y recorre todos los poros de la piel, los vellos se erizan, el estómago se encoge y sin saber muy bien porque los ojos se humedecen. Entonces supe que de nuevo estaba inmerso en un océano sentimental donde la música del concierto era la banda sonora que acompañó mi vida, algunas estampas regresaron vivas y frescas, representaciones con la fuerza imparable de lo real, la felicidad cabalgó a lomos de la añoranza, los recuerdos tristes entreverados con los cojonudos, el amor empujado por el olvido resistió vendavales y las lágrimas, esas que nunca cesan, brotaron para testificar que aún estaba preparado para el ritual heroico donde las canciones no se cantan, se rezan.
Fue un concierto compacto, sin fisuras, tal vez algunas leves deficiencias en el sonido inicial, los músicos estuvieron perfectos y los pequeños desajustes de las citas pilarista en Zaragoza no aparecieron en Sevilla. El público estuvo de diez y consiguió que la banda hiciera una tanda extra de bises.
Era la primera vez que veía jugar a los Héroes fuera de casa, un partido que hace mucho tiempo quería presenciar para comprobar con estos ojitos que el fenómeno de esta banda zaragozana no era una frivolidad local, que era cierto, que en La Campana de Oro de la calle Sierpes se alegraban de mi acento aragonés y de mi camiseta heroica, que la avalancha no terminaba en este tierra ingrata para con sus artistas, semillero de gentes que menosprecian el fenómeno llamado Héroes del Silencio, ristras de paletos musicales que ignoran la potencia de esta banda de rock, esos ciudadanos de Zeta que creen conocerlos por la simpleza de vivir en su misma ciudad, esos tristes de espíritu que no aceptan la enorme alegría que significa para esta tierra de cierzo contar con estos dinosaurios del rock. A todos ellos me hubiera gustado verlos en el Estadio Olímpico de Sevilla.
Agradezco a Alejandro Pastor la ilusión que me infiltró en las venas para empujarme a hacer este maravilloso viaje desde el Ebro hasta el Guadalquivir y que Producciones Retruécano ha resumido en este video:
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