El mar como destino (Héroes del Silencio en Valencia)
Fotografía de Alejandro Pastor
Rumbo sur atravesamos territorio mudéjar con el mar como destino. El mar nos esperaba furioso y gris, como el cielo con sus gotas pero nosotros, hombres de secano, de un solo río, sucumbimos al poder del mar que no cesa.
Las luces alargaban las sombras, las barbacoas echaban chispas de chorizo y, mientras las motos enmudecían ante la avalancha de ochenta mil almas en busca de rock and roll, las gradas del Circuito Ricardo Tormo nos recibieron engalanadas de plata.
“La canción de la sirena” encendió gritos que pintaron de violeta las manos alzadas al cielo misericordioso que descorrió las nubes y se llevó la lluvia. Héroes del Silencio estaba a punto de comenzar su último concierto.
Dos figuras gigantescas se perfilaron más allá de las conciencias, espectros del pasado tras un inmenso telón blanco, dos guitarras para los primeros acordes de “El estanque” y mar en las pantallas, mar en calma, mar azul hasta que “el mar se derrama ahogándome”. La imagen tantas veces soñada se hizo realidad y el sonido de Héroes del Silencio regresó a su lugar natural, al territorio dónde el bautismo es posible, al mar flotando sobre las tablas negras de un escenario.
El mundo es mundo no sólo por el mar, el mundo es mundo por los horrores, por la destrucción, por las bombas. El mundo es mundo por el odio, por la metralla, por los dioses. El mundo es mundo por todos y cada uno de los hombres impasibles, por todos y cada uno de los niños que mueren de hambre, por todos y cada uno de nuestros inconfesables deseos. El mundo es el mundo y “hay que empezar despacio a deshacer el mundo” Y tras la radiografía del género humano, la imagen imponente de un ave rapaz sobrevoló sobre nuestras conciencias “¡Mirad mis alas!”
Llegó la hora del saludo para todos los hermanos venidos desde Madrid, desde Cataluña, desde Aragón, todos unidos para adentrarnos “Mar Adentro” bajo las luces blancas que precedieron a los cielos metálicos de Zeta, mientras las pantallas del escenario se elevaban y con ellas las imágenes de los cuatro héroes unidos por el caminito que Bunbury serpenteó de uno a otro “… Y por fin he encontrado el camino que ha de guiar mis pasos” cantaba el coro multitudinario.
Las telas laterales se poblaron de filas tecleadas de letras hasta formar frases extraídas de los textos que todos deberíamos haber escrito ¿Cuánto hace que no escribo una carta de sobre y sello? me pregunté al recordar todas las verdades que guardé en el trastero hipotecado de mi conciencia. “La carta” como certificado material que puedes romper en mil pedazos, como si esos trocitos fueran suficientes para acabar con el tiempo y la distancia, olvidando que “siempre hay algo que me hace volver”
“Agosto” se presentó a finales de octubre caminado sobre hierbas y bancales segados de trigo a recordarnos la mezcla de sabores en nuestra sangre, el líquido vital que compartimos con todas las culturas que, agosto tras agosto, y llegadas desde el mar han conseguido forjar esta “tierra prometida que nos pertenece, ¿qué más nos de ser moro o cristiano si hay para los dos?”
Héroes del Silencio regresaron al mar para encontrar a “La Sirena varada” de ojos profundos y asustados que luchó con las decepciones “cuando el cierzo no parece perdonar”, un ser legendario que se hundió en las cercanías de la realidad y que necesitó el salitre pegajoso del mar para sobrevivir a miradas como dentelladas. Cada uno tendremos nuestro tiempo y nuestra manera de luchar para zafarnos de la arena que nos impide caminar, de las algas enredadas en las extremidades y de las anclas, las argollas y el corazón.
Remanso, deceleración, bajada cardiaca del ritmo sobre fondo azulado y flores naranjas, un viaje al oriente del todavía más allá, el humo espeso del “Opio” que detiene el tiempo y adelanta la cita con la pereza dinámica de los sentidos.
Llegamos hasta las orillas del Ganges para admirar el tiempo de las confesiones, del “ustedes nos han hecho grandes” — los fieles recordaron el Rincón de Goya o el escenario de algún Colegio Mayor como preámbulo a todo el camino recorrido hasta llegar a la cumbre del reconocimiento masivo — Y de pronto todos sordos que no hay mejor sordo que el que no quiere oír el aviso para navegantes que brotó emocionado “Este es un día muy especial porque es el último concierto de Héroes del Silencio”
Desde las entrañas de la tierra, ascensión terrenal hasta el escenario insertado en medio de la marea, entre tinieblas la imagen adusta y seria de “Mister Pedro Andreu a la batería”. Al otro lado de la pasarela con el gesto aguileño de los rastreadores, cabellos negros de noche y tan largos como culebras, a las cuerdas del bajo “Joaquín Cardiel el último cherokee del rock and roll”, “sangre de su sangre El Alquimista Gonzalo Valdivia”. Y Bunbury volvió a ponerse solemne para pedir al público aquello de “no me fallen y traten como se merece al maestro Juan Valdivia” y el guitarrista de Héroes, el mago de las cuerdas, el de los dedos soldados a fuego caminó despacito la distancia del reconocimiento hasta el pedestal en forma de taburete sobre el que sentar sus reales, cátedra guitarrera y un sonido que ya es legendario. Las presentaciones de la banda terminaron con una jam de “La mala hora” y si los zaragozanos de los noventa homenajean a los Radio Futura de los ochenta por algo será.
El sonido de la armónica anunció “La herida” tantas veces sufrida por el abandono de los viejos amigos, de los ideales, de esos momentos en los que todo iba a cambiar. La herida incurable de la separación, del desarraigo, tantos silencios que la barrera es insalvable, tantas heridas en la piel que hasta el corazón se resiente. Pero tanta pena en el olvido encontró la solución “entre arena y espuma.” “Despertar” con el único propósito de borrar de la memoria cualquier referencia al dolor.
El caminó se enderezó hacia la Nacional II aunque las fotos de las pantallas de video nos recordaban que el swing, la Ruta 66 y los colorines de Las Vegas están a millones de millas de los neones acostados en nuestros arcenes fronterizos de Nacional II, quitamiedos y ralla continúa. Tuvo que ser en el último concierto cuando se reseñó el merecido reconocimiento a Mauricio Aznar y Gabriel Sopeña “dos excelentes músicos zaragozanos” que compusieron una estratosférica canción de carretera titulada “Apuesta por el rock and roll” en la que el chispeante sólo de guitarra corrió a cargo del más pequeño de los Valdivia.
El bajo de Cardiel se hizo dueño y señor del ritmo, potencia, contundencia que no presagiaban las inconfundibles notas de “Héroe de leyenda” que el público cantó solito. Una canción que condensa toda la esencia de este grupo desde el mismo segundo en el que le quitaron todos los aditamentos con la que la disfrazó el primer productor de la banda, y al que no vamos a citar para mantener las composturas.
Luces rojas para “Con nombre de guerra” y que levante la mano quien no se haya ido de putas, y yo levanto las dos pero pienso en las veces que lo soñé y no me dejó la cobardía, el miedo o vaya usted a saber que fantasmas. Las pantallas gigantes lo revelaron sin ninguna duda para estos ojitos: Fue la primera vez en mi vida que vi sonreír a Juan Valdivia, estaba contento.
De nuevo regresó el mar para “No más lágrimas”, una canción que todos recordamos con más velocidad, con más fuerza, con más adrenalina y pese a todo, los saltos sobre el asfalto se hicieron unánimes, sincronizados y altos, muy altos.
Aquí se acabó la cercanía. Los músicos volvieron a las entrañas de la enorme maquinaria preparada para el arte de girar aspas, calentar los motores y ecualizar el sonido hasta la energía del metal. “Nuestros nombres” y “El mar no cesa” como preámbulo al segundo gran momento de Juan Valdivia cuando, entre guitarrazos, levantó al público que sufrió un shock bajo las notas de “Entre dos tierras”
La mar desapareció para dejar paso a los surcos del secano, a los caballones áridos dónde “un duende te invita a soñar” y “este cuarto no para de menguar” Manchas negras de tinta sobre el telón rojo.
Bunbury boxeó con su sombra mientras “Iberia sumergida” comenzó la cuenta atrás del cronómetro de los puños cerrados, de los malos ocultos tras las tiras que tapan sus ojos, de las columnas de los periódicos con “sus rumores clandestinos”, de las “preguntas con semillas de respuesta” y el contador llegó a cero. Si alguien busca un himno para España es que nunca ha escuchado esta canción.
El estilo iconográfico del maxi “Senda 91” se hizo presente con un carnero y el diablillo sonriente de lenguas de fuego para sembrar de “Avalancha” el tiempo, la comida y amor tempestuoso mientras volvieron las manos al cielo en vaivén de mar, de oleaje, de avalancha hasta que llegó el final con un energético “Hasta siempre”
Pero todos los seguidores de Héroes del Silencio sabían que nada es para siempre y por eso corearon hasta que las velas sobre misiles y explosiones iluminaron “Bendecida” para recordarnos que, de la infancia hasta el mundo perecedero, sólo resta la distancia de los gusanos, los sueños abandonados y una fosa común.
Las imágenes más ácidas llegaron con chicas en bikini y gorro vaquero. El ritmo sensual de sus caderas era agitado por la voz en vocoder que anunció el final de Occidente arrasado por el fuego del chamán hasta ensangrentar las calaveras de “Las tumbas de sal”.
Los hermanos Valdivia, un segundo antes de “Oración”, se abrazaron y el corazón otra vez encogido por los compases de arcanos en manos de la echadora de cartas que me mostró la muerte y ángel como si el destino caprichoso estuviese en el alero del azar sostenido entre naipes. Tras la devoción del rezo llegó la emoción a la voz de Bunbury cuando dijo “Esta gira ha sido muy bonita y nos ha hecho sentir especiales y queridos”
“Tesoro” desbordó la escena con iconos tan sagrados como el euro de los nuevos ricos, el dólar de los ricos de siempre, la media luna con su estrella, las letras chinas del imperio y un león rampante para bordarlo en las banderas de la identidad, todo unido para concluir que “no queda nada sagrado que me divierta ya”
Murciélagos sobrevolando pájaros, insectos, mariposas, flores y un panal de abejas: El paraíso de Eva preparado para ser derribado mientras la única “Fuente esperanza” se divisa a lo lejos, tan lejos como para enloquecer.
La noche se iluminó con los teléfonos móviles, los brillos de las cámaras y los mecheros encendidos para que “La chispa adecuada” prendiera entre los brotes y las raíces del amor lastrado por dunas, avispas y cadáveres. En esos veranos dónde a la diosa de la espalda desnuda sólo se le puede entender en el sánscrito de su baile ancestral “y tu vientre sabe a pan y la catedral que es tu cuerpo” Confetis dorados reventaron la noche mientras los altavoces dictaban la consigna a seguir “Somos Héroes del Silencio, no lo olvidéis”
Y no, no lo olvidamos, por eso esperamos la réplica que llegó con “Malas intenciones”, el preludio al mejor símbolo de esta gira: Juan Valdivia y Enrique Bunbury sentados en un escalón, sonrientes, esperando el aplauso unánime de sus seguidores, satisfechos por esta reunión histórica. Juntos, como al comienzo, para interpretar “En brazos de la fiebre” y recordarnos que ellos si, que ellos se movieron para salir del infierno de la separación y reencontrarse al menos por una vez, aunque sólo fuera para dejar en nuestras retinas el último gesto de pleitesía del cantante con el guitarrista en forma de baño de luz que se desbordó hasta empaparnos a todos los presentes.
Desde lo alto nos miraban las pinturas negras de Goya, Saturno se come a su hijo y los fuegos artificiales clausuraron la última actuación de Héroes del Silencio. Todo había terminado y Bob Dylan acompañó a la procesión de balas perdidas en el regreso desolado hacia la vida real.
Las luces alargaban las sombras, las barbacoas echaban chispas de chorizo y, mientras las motos enmudecían ante la avalancha de ochenta mil almas en busca de rock and roll, las gradas del Circuito Ricardo Tormo nos recibieron engalanadas de plata.
“La canción de la sirena” encendió gritos que pintaron de violeta las manos alzadas al cielo misericordioso que descorrió las nubes y se llevó la lluvia. Héroes del Silencio estaba a punto de comenzar su último concierto.
Dos figuras gigantescas se perfilaron más allá de las conciencias, espectros del pasado tras un inmenso telón blanco, dos guitarras para los primeros acordes de “El estanque” y mar en las pantallas, mar en calma, mar azul hasta que “el mar se derrama ahogándome”. La imagen tantas veces soñada se hizo realidad y el sonido de Héroes del Silencio regresó a su lugar natural, al territorio dónde el bautismo es posible, al mar flotando sobre las tablas negras de un escenario.
El mundo es mundo no sólo por el mar, el mundo es mundo por los horrores, por la destrucción, por las bombas. El mundo es mundo por el odio, por la metralla, por los dioses. El mundo es mundo por todos y cada uno de los hombres impasibles, por todos y cada uno de los niños que mueren de hambre, por todos y cada uno de nuestros inconfesables deseos. El mundo es el mundo y “hay que empezar despacio a deshacer el mundo” Y tras la radiografía del género humano, la imagen imponente de un ave rapaz sobrevoló sobre nuestras conciencias “¡Mirad mis alas!”
Llegó la hora del saludo para todos los hermanos venidos desde Madrid, desde Cataluña, desde Aragón, todos unidos para adentrarnos “Mar Adentro” bajo las luces blancas que precedieron a los cielos metálicos de Zeta, mientras las pantallas del escenario se elevaban y con ellas las imágenes de los cuatro héroes unidos por el caminito que Bunbury serpenteó de uno a otro “… Y por fin he encontrado el camino que ha de guiar mis pasos” cantaba el coro multitudinario.
Las telas laterales se poblaron de filas tecleadas de letras hasta formar frases extraídas de los textos que todos deberíamos haber escrito ¿Cuánto hace que no escribo una carta de sobre y sello? me pregunté al recordar todas las verdades que guardé en el trastero hipotecado de mi conciencia. “La carta” como certificado material que puedes romper en mil pedazos, como si esos trocitos fueran suficientes para acabar con el tiempo y la distancia, olvidando que “siempre hay algo que me hace volver”
“Agosto” se presentó a finales de octubre caminado sobre hierbas y bancales segados de trigo a recordarnos la mezcla de sabores en nuestra sangre, el líquido vital que compartimos con todas las culturas que, agosto tras agosto, y llegadas desde el mar han conseguido forjar esta “tierra prometida que nos pertenece, ¿qué más nos de ser moro o cristiano si hay para los dos?”
Héroes del Silencio regresaron al mar para encontrar a “La Sirena varada” de ojos profundos y asustados que luchó con las decepciones “cuando el cierzo no parece perdonar”, un ser legendario que se hundió en las cercanías de la realidad y que necesitó el salitre pegajoso del mar para sobrevivir a miradas como dentelladas. Cada uno tendremos nuestro tiempo y nuestra manera de luchar para zafarnos de la arena que nos impide caminar, de las algas enredadas en las extremidades y de las anclas, las argollas y el corazón.
Remanso, deceleración, bajada cardiaca del ritmo sobre fondo azulado y flores naranjas, un viaje al oriente del todavía más allá, el humo espeso del “Opio” que detiene el tiempo y adelanta la cita con la pereza dinámica de los sentidos.
Llegamos hasta las orillas del Ganges para admirar el tiempo de las confesiones, del “ustedes nos han hecho grandes” — los fieles recordaron el Rincón de Goya o el escenario de algún Colegio Mayor como preámbulo a todo el camino recorrido hasta llegar a la cumbre del reconocimiento masivo — Y de pronto todos sordos que no hay mejor sordo que el que no quiere oír el aviso para navegantes que brotó emocionado “Este es un día muy especial porque es el último concierto de Héroes del Silencio”
Desde las entrañas de la tierra, ascensión terrenal hasta el escenario insertado en medio de la marea, entre tinieblas la imagen adusta y seria de “Mister Pedro Andreu a la batería”. Al otro lado de la pasarela con el gesto aguileño de los rastreadores, cabellos negros de noche y tan largos como culebras, a las cuerdas del bajo “Joaquín Cardiel el último cherokee del rock and roll”, “sangre de su sangre El Alquimista Gonzalo Valdivia”. Y Bunbury volvió a ponerse solemne para pedir al público aquello de “no me fallen y traten como se merece al maestro Juan Valdivia” y el guitarrista de Héroes, el mago de las cuerdas, el de los dedos soldados a fuego caminó despacito la distancia del reconocimiento hasta el pedestal en forma de taburete sobre el que sentar sus reales, cátedra guitarrera y un sonido que ya es legendario. Las presentaciones de la banda terminaron con una jam de “La mala hora” y si los zaragozanos de los noventa homenajean a los Radio Futura de los ochenta por algo será.
El sonido de la armónica anunció “La herida” tantas veces sufrida por el abandono de los viejos amigos, de los ideales, de esos momentos en los que todo iba a cambiar. La herida incurable de la separación, del desarraigo, tantos silencios que la barrera es insalvable, tantas heridas en la piel que hasta el corazón se resiente. Pero tanta pena en el olvido encontró la solución “entre arena y espuma.” “Despertar” con el único propósito de borrar de la memoria cualquier referencia al dolor.
El caminó se enderezó hacia la Nacional II aunque las fotos de las pantallas de video nos recordaban que el swing, la Ruta 66 y los colorines de Las Vegas están a millones de millas de los neones acostados en nuestros arcenes fronterizos de Nacional II, quitamiedos y ralla continúa. Tuvo que ser en el último concierto cuando se reseñó el merecido reconocimiento a Mauricio Aznar y Gabriel Sopeña “dos excelentes músicos zaragozanos” que compusieron una estratosférica canción de carretera titulada “Apuesta por el rock and roll” en la que el chispeante sólo de guitarra corrió a cargo del más pequeño de los Valdivia.
El bajo de Cardiel se hizo dueño y señor del ritmo, potencia, contundencia que no presagiaban las inconfundibles notas de “Héroe de leyenda” que el público cantó solito. Una canción que condensa toda la esencia de este grupo desde el mismo segundo en el que le quitaron todos los aditamentos con la que la disfrazó el primer productor de la banda, y al que no vamos a citar para mantener las composturas.
Luces rojas para “Con nombre de guerra” y que levante la mano quien no se haya ido de putas, y yo levanto las dos pero pienso en las veces que lo soñé y no me dejó la cobardía, el miedo o vaya usted a saber que fantasmas. Las pantallas gigantes lo revelaron sin ninguna duda para estos ojitos: Fue la primera vez en mi vida que vi sonreír a Juan Valdivia, estaba contento.
De nuevo regresó el mar para “No más lágrimas”, una canción que todos recordamos con más velocidad, con más fuerza, con más adrenalina y pese a todo, los saltos sobre el asfalto se hicieron unánimes, sincronizados y altos, muy altos.
Aquí se acabó la cercanía. Los músicos volvieron a las entrañas de la enorme maquinaria preparada para el arte de girar aspas, calentar los motores y ecualizar el sonido hasta la energía del metal. “Nuestros nombres” y “El mar no cesa” como preámbulo al segundo gran momento de Juan Valdivia cuando, entre guitarrazos, levantó al público que sufrió un shock bajo las notas de “Entre dos tierras”
La mar desapareció para dejar paso a los surcos del secano, a los caballones áridos dónde “un duende te invita a soñar” y “este cuarto no para de menguar” Manchas negras de tinta sobre el telón rojo.
Bunbury boxeó con su sombra mientras “Iberia sumergida” comenzó la cuenta atrás del cronómetro de los puños cerrados, de los malos ocultos tras las tiras que tapan sus ojos, de las columnas de los periódicos con “sus rumores clandestinos”, de las “preguntas con semillas de respuesta” y el contador llegó a cero. Si alguien busca un himno para España es que nunca ha escuchado esta canción.
El estilo iconográfico del maxi “Senda 91” se hizo presente con un carnero y el diablillo sonriente de lenguas de fuego para sembrar de “Avalancha” el tiempo, la comida y amor tempestuoso mientras volvieron las manos al cielo en vaivén de mar, de oleaje, de avalancha hasta que llegó el final con un energético “Hasta siempre”
Pero todos los seguidores de Héroes del Silencio sabían que nada es para siempre y por eso corearon hasta que las velas sobre misiles y explosiones iluminaron “Bendecida” para recordarnos que, de la infancia hasta el mundo perecedero, sólo resta la distancia de los gusanos, los sueños abandonados y una fosa común.
Las imágenes más ácidas llegaron con chicas en bikini y gorro vaquero. El ritmo sensual de sus caderas era agitado por la voz en vocoder que anunció el final de Occidente arrasado por el fuego del chamán hasta ensangrentar las calaveras de “Las tumbas de sal”.
Los hermanos Valdivia, un segundo antes de “Oración”, se abrazaron y el corazón otra vez encogido por los compases de arcanos en manos de la echadora de cartas que me mostró la muerte y ángel como si el destino caprichoso estuviese en el alero del azar sostenido entre naipes. Tras la devoción del rezo llegó la emoción a la voz de Bunbury cuando dijo “Esta gira ha sido muy bonita y nos ha hecho sentir especiales y queridos”
“Tesoro” desbordó la escena con iconos tan sagrados como el euro de los nuevos ricos, el dólar de los ricos de siempre, la media luna con su estrella, las letras chinas del imperio y un león rampante para bordarlo en las banderas de la identidad, todo unido para concluir que “no queda nada sagrado que me divierta ya”
Murciélagos sobrevolando pájaros, insectos, mariposas, flores y un panal de abejas: El paraíso de Eva preparado para ser derribado mientras la única “Fuente esperanza” se divisa a lo lejos, tan lejos como para enloquecer.
La noche se iluminó con los teléfonos móviles, los brillos de las cámaras y los mecheros encendidos para que “La chispa adecuada” prendiera entre los brotes y las raíces del amor lastrado por dunas, avispas y cadáveres. En esos veranos dónde a la diosa de la espalda desnuda sólo se le puede entender en el sánscrito de su baile ancestral “y tu vientre sabe a pan y la catedral que es tu cuerpo” Confetis dorados reventaron la noche mientras los altavoces dictaban la consigna a seguir “Somos Héroes del Silencio, no lo olvidéis”
Y no, no lo olvidamos, por eso esperamos la réplica que llegó con “Malas intenciones”, el preludio al mejor símbolo de esta gira: Juan Valdivia y Enrique Bunbury sentados en un escalón, sonrientes, esperando el aplauso unánime de sus seguidores, satisfechos por esta reunión histórica. Juntos, como al comienzo, para interpretar “En brazos de la fiebre” y recordarnos que ellos si, que ellos se movieron para salir del infierno de la separación y reencontrarse al menos por una vez, aunque sólo fuera para dejar en nuestras retinas el último gesto de pleitesía del cantante con el guitarrista en forma de baño de luz que se desbordó hasta empaparnos a todos los presentes.
Desde lo alto nos miraban las pinturas negras de Goya, Saturno se come a su hijo y los fuegos artificiales clausuraron la última actuación de Héroes del Silencio. Todo había terminado y Bob Dylan acompañó a la procesión de balas perdidas en el regreso desolado hacia la vida real.
10 Comments:
Javier, vuelves a ofrecernos un maravilloso texto donde la melodía se mezcla con las palabras en una precisa harmonía. De nuevo, gracias.
Un abrazo silencioso
Hola Closada.
No te puedes hacer ni idea de cuanto agradezco este comentario porque no estaba muy contento de como he afrontado esa crónica "personalísima" tan alejada de la primera idea de reseña objetiva del concierto pero... la escribí durante la madrugada y la noche ya se sabe que transtorna nuestros pensamientos, nuestros deseos y nuestra piel hasta hacer florecer el pelaje del lobo.
Salu2 córneos y un abrazo entre diablillos y calaveras. Gracias.
Grandisima crónica.Dicho sea en todos los aspectos...
Hola Retruécano.
Esos puntos suspensivos me dejan en suspenso sobre lo gandísimo, pero no seré yo quien diga que esta crónica es demasiado extensa...
Salu2 Córneos.
Tú eres un heroe.
Hola Eryx Bronte.
Acepto el título si sumamos a todos los que se asoman a esta bitácora.
Salu2 Córneos y gracias.
Referente a closada.
Pedante, un texto pedante diría yo, aunque tampoco se puede esperar nada del gusto de alguien que escribe tranquilamente "armonía" con 'h'.
Me ha costado leerlo, pero en un domingo como el de hoy nunca sobrarán los retos.
Hola Anónimo
buen día para dejar un comentario en este post, el día que se comercializa el dvd con la actuación de Hëroes en Valencia.
Es una reseña densa, tupida, lo se. Tenía otra más ligera, más diáfana pero me pareció de justicia dejar constancia de cada uno de los temas. Gracias por leerlo.
Salu2 Córneos.
Seguro que me hubiera gustado más la ligera.
Yo estuve en Zaragoza, 12 de Octubre, y puedo entender el entusiasmo por el que te has dejado llevar al escribir, ahora bien, sé que comprendes que pueda resultar pedante y al referirme de esta manera a tu post lo hago intentando ser fiel al significado de la palabra (engreído y que hace inoportuno y vano alarde de erudición), no aburrido, ni denso, ni tupido.
No soy crítico, ni lo intento y solo reflejo mi opinión. Hacer constancia de tus emociones de cada canción es difícil, lo hiciste bien, pero te sobraron florituras.
Simplemente estoy en contra de quien opinó que es un gran escrito, no del escrito en sí mismo que aunque lejos de ser muy bueno, tampoco es malo.
No implores que te lean, pero tampoco agradezcas que lo hagan.
Siento haber firmado antes con Anónimo.
Hola Alighie
No fue entusiasmo, fue un arrebato de responsabilidad de no dejar nada fuera, al fin y al cabo, era la última vez. No recuerdo el texto, debería volver a leerlo, pero estoy seguro de que cuando hablas de exceso de florituras estás muy cerca de la realidad, en cualquier caso me gustaría más que fuera tupido que engreido, denso que vano alarde de erudición, pero en fin, tomo nota.
Uno de los mejores usos de esta zona de comentarios en que vengas a reflejar tu opinón, aqui siempre será bien recibida.
Por otro lado tengo que convertirme en abogado de quien opine todo lo contrario que tu y considere el post un buen texto, no creo que se trate de ir en contra de nadie, a algunos les gusta y a otros no, y a mi me encanta que ambas posturas se vean reflejadas aqui.
Pensaré sobre el consejo que me das, siempre he pensado que con todas las cosas que tenemos a nuestro alcance para leer, es un lujo que el personal lo haga con mis textos, pero lo dicho... reflexionaré.
Ya ves que aunque firmaras como anónimo la respuesta en La Curvatura esta garantizada.
Salu2 Córneos.
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