Baranasi
“Que el sol estimule nuestros pensamientos y nos inspire a hacer lo correcto en el momento oportuno”
(Oración del Rigveda, el libro más antiguo de los Vedas)
Baranasi esperó a que la estación de las lluvias desapareciese por el Oeste. Tras el rastro de la última nube recuperó el ritmo cardíaco, deshizo los nudos que mantenían unidos brazos y pies y abrió los ojos. Dedicó los primeros rayos de sol a las abluciones con las que purificó su cuerpo, y a las plegarias como guía esencial para encontrar el camino de la sabiduría, sólo entonces se sintió preparado. Baranasi se dirigió a la orilla del Ganges dónde Deví Shivaranisha, la Diosa del Proveerá, había dejado el maná de los nuevos tiempos, el sustento imprescindible para conducir por la rueda de la reencarnación.
El ritual de agradecimiento comenzó mezclando los líquidos refrigerantes en un caldo compuesto por agua destilada, aceite multigrado y valvulina de baja densidad, al que se incorporó el cableado eléctrico muy picadito. La sopa templó el ánimo y despertó el apetito kármico de Baranasi que decidió continuar con una ensalada a base de esponja amarilla de asiento, plástico negro de salpicadero y tapicería gris de puertas, lo cortó todo en juliana, lo mezcló, aliñó con líquido de frenos y culminó la presentación con daditos de goma de neumático.
La liturgia posterior se dedicó a la chapa, un ingrediente muy maleable y de una ductilidad que se podía aprovechar en platos tan tentadores como empanadillas de capó rellenas de parabrisas, albóndigas de aletas laterales con espejos retrovisores y láminas de techo al estilo de Cachemira. Unos platos voluptuosamente especiados que acercaron a Baranasi al precipicio de la satisfacción, el deleite y el hedonismo. Tres peligrosos caminos muy alejados de la devoción exigida a los seguidores de Deví Shivaranisha.
La ceremonia de las vísceras fue el momento más difícil. Baranasi sabía que el sufrimiento unido al sacrificio era una buena combinación para conseguir reencarnaciones de mayor estatus en vidas venideras, por eso luchó contra la animadversión que sentía hacía las entrañas pesadas, grasientas y malolientes, hasta que se comió las piezas del carburador y las bujías en forma de brochetas entreveradas con trocitos de junta de culata.
Los últimos bocados fueron para el yogur de faros con aromas del azafrán, el dulce con luces de posición y cuatro buñuelos intermitentes. El culto terminó bajo la sombra de la primera nube que apareció por el Este. Baranasi frenó el ritmo cardíaco, hizo los nudos que mantenían unidos brazos y pies y cerró los ojos.
(Oración del Rigveda, el libro más antiguo de los Vedas)
Baranasi esperó a que la estación de las lluvias desapareciese por el Oeste. Tras el rastro de la última nube recuperó el ritmo cardíaco, deshizo los nudos que mantenían unidos brazos y pies y abrió los ojos. Dedicó los primeros rayos de sol a las abluciones con las que purificó su cuerpo, y a las plegarias como guía esencial para encontrar el camino de la sabiduría, sólo entonces se sintió preparado. Baranasi se dirigió a la orilla del Ganges dónde Deví Shivaranisha, la Diosa del Proveerá, había dejado el maná de los nuevos tiempos, el sustento imprescindible para conducir por la rueda de la reencarnación.
El ritual de agradecimiento comenzó mezclando los líquidos refrigerantes en un caldo compuesto por agua destilada, aceite multigrado y valvulina de baja densidad, al que se incorporó el cableado eléctrico muy picadito. La sopa templó el ánimo y despertó el apetito kármico de Baranasi que decidió continuar con una ensalada a base de esponja amarilla de asiento, plástico negro de salpicadero y tapicería gris de puertas, lo cortó todo en juliana, lo mezcló, aliñó con líquido de frenos y culminó la presentación con daditos de goma de neumático.
La liturgia posterior se dedicó a la chapa, un ingrediente muy maleable y de una ductilidad que se podía aprovechar en platos tan tentadores como empanadillas de capó rellenas de parabrisas, albóndigas de aletas laterales con espejos retrovisores y láminas de techo al estilo de Cachemira. Unos platos voluptuosamente especiados que acercaron a Baranasi al precipicio de la satisfacción, el deleite y el hedonismo. Tres peligrosos caminos muy alejados de la devoción exigida a los seguidores de Deví Shivaranisha.
La ceremonia de las vísceras fue el momento más difícil. Baranasi sabía que el sufrimiento unido al sacrificio era una buena combinación para conseguir reencarnaciones de mayor estatus en vidas venideras, por eso luchó contra la animadversión que sentía hacía las entrañas pesadas, grasientas y malolientes, hasta que se comió las piezas del carburador y las bujías en forma de brochetas entreveradas con trocitos de junta de culata.
Los últimos bocados fueron para el yogur de faros con aromas del azafrán, el dulce con luces de posición y cuatro buñuelos intermitentes. El culto terminó bajo la sombra de la primera nube que apareció por el Este. Baranasi frenó el ritmo cardíaco, hizo los nudos que mantenían unidos brazos y pies y cerró los ojos.
4 Comments:
El yogur de faros me ha parecido una idea luminosa...
¡Buen día! ¡Abrazos!
Hola Antonio.
Hmmmm, con tanta comida y te decantas por los postres, pillín
;-)
Salu2 Córneos y un abrazo.
Yo también me apunto a un buen postre, soy golosa y me pierdo. Hace días que no te visitaba pero como siempre me alegro de volver a leerte y verte. Un abrazo.
Hola Gubia
Sin lugar a dudas que una buena comida tiene que terminar con un postre de postín, como este post, que con tu visita se eleva y se eleva
Salu2 Córneos y un abrazo.
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