Empecé a trabajar durante el invierno que cumplí once años. Era un empleo fijo discontinuo que desarrollaba los sábados por la noche en casa de mi hermana. No logro recordar el salario que percibía porque mis motivos para aceptar aquella ocupación estaban muy alejados del dinero.
Siempre llegaba un poco antes de la nueve al portal número cinco de la calle de San Vicente de Paúl y, aunque tenía llaves me gustaba esperarlos sentado en las escaleras. Colgaba los pies sobre un futuro que nunca vislumbré porque sólo soñaba con bailarines, cantantes y actores.
Llegaban puntales del periplo social del sábado por la tarde, de eso se ocupaba mi cuñado, y cenábamos en la cocina, de eso se encargaba mi hermana. Siempre lo hacíamos en animada tertulia y alrededor de una esponjosa, consistente y sabrosa tortilla de patatas. Natalia se dormía en un periquete, los adultos se iban a la sesión nocturna del Cine Las Torres y yo me quedaba al cargo de la casa y de la bebita
Mi sobrina siempre durmió como un angelito y jamás dio problemas. Ese comportamiento fue fundamental para vivir aquellos sábados de niñero con una excitante sensación de libertad que se materializaba en un ritual repetido semana tras semana.
No pasaba un segundo desde que se cerraba la puerta de la calle y ya me había abalanzado sobre el último cajón del mueble que presidía el cuarto de estar. Allí, fiel a su cita, aparecía por arte de Birli Birloque un botecito de apertura fácil con cacahuetes pelados. Sacaba dos posavasos con vistas de Paris — en uno de ellos colocaba un vaso de Dúralex y en el oro una botella de Coca-Cola de litro y medio —, conectaba la caja tonta y me tumbaba en el sofá. Era como llegar al séptimo cielo. Televisión Española entretenía a todo el país menos a mí. ¡Qué mi padre siempre me mandó a la cama cuando las cosas de las 625 líneas se ponían verdaderamente interesantes! Por eso, aquellas sesiones catódicas eran el mejor de los regalos.
***
Mis sueños de estrella del pop germinaban durante el otoño de 1979. El frío del escalón había traspasado hasta el culo, tenía más hambre que un perrico ciego y decidí esperarlos dentro de casa. Conecté el equipo estereofónico y el dispositivo que suministraba sonido a los altavoces diseminados por todas las habitaciones. No tenía muchas alternativas y me decidí por Manolo Otero. Su voz edulcorada y pringosa me conmocionó hasta el delirio de mirarla con desatada pasión.
Estaba sobre la encimera, acostada en un plato de porcelana, sensual y voluptuosa. La tomé entre mis manos y danzamos como si aquella balada susurrante fuese el centro del Universo. Tras el baile, la dejé dónde la había encontrado, me senté a su lado y la miré.
Mis ojos recorrieron su intachable perímetro sin encontrar la más mínima imperfección. Una circunferencia que pronto sería mancillada por el cuchillo: Noventa grados para mi cuñado, otros noventa para mi hermana, veinte para mi sobrina, sesenta para mi y el resto para ir pinchando.
Tuve un insólito arrebato creativo, artístico y pasional. Coloqué cuatro dedos de pan sobre el objeto de mi deseo y ajusté el corte al contorno del cuscurro. El resultado fue un espectacular cuadrado circunscrito en tortilla de patatas. El cuadrado exento del manjar pasó a componer un apetitoso bocata que me comí sin más remilgos.
La andorga llena me dio otra mirada. El hueco perpetrado en la tortilla de patatas se me reveló como un magnicidio. Pánico. ¿Qué hacer? ¿Cómo explicar aquel comportamiento estrambótico? ¿Sería capaz de encontrar algún motivo que justificase la sustitución del tradicional reparto angular de la cena sabatina?
La puerta de la calle hizo sonar su cerrojo. No había tiempo que perder y creí morir. El terror me ayudó a actuar con rapidez y, sin pensarlo demasiado, escondí el desaguisado en uno de los armarios de la cocina.
— ¡Javi, Javi, Javi! — gritaba Natalia — ¡Lo he hecho, lo he hecho, lo he hecho!
Puse mi mejor cara de disimulo y la sonrisa del tío-hermano-cuñado más enrollado
— Nada más verme se ha puesto a ladrar como hace siempre, pero esta vez te he hecho caso. He esperado a que estuviese bastante cerca y le he gritado como me enseñaste.
— ¿Y…?
— ¡Se ha largado pitando! ¡He vencido a Pulga! ¡Yupi Yupi! ¡He vencido a Pulga!
— Eso es una gran noticia — abracé a mi sobrina. — Por fin le has dado su merecido a esa perrilla de tres al cuarto. Ya verás como no vuelve a molestarte.
— Te has dejado encendida la luz del recibidor — dijo mi hermana.
— Es que estaba bailando y he venido a la cocina a beber agua.
— ¿Ensayando con Manolo Otero?
— Si, quiero empezar con las lentas.
— ¿Con las lentas? ¿No eres muy jovencito para pensar en las lentas?
— Es que como el repertorio de cintas es bastante escaso… pues tengo que…
— ¿Qué ha pasado con la tortilla? — Bramó mi hermana.
Mi cuñado desplegó la mesa de la cocina.
— ¿Qué tortilla…? — balbuceé con cara de acusado.
— ¿Qué tortilla? La que he preparado esta tarde y he dejado ahí. — Su dedo índice señaló hacía el plato vacío que descansaba sobre la encimera.
Mi cuñado sacó las servilletas.
— Es que esta tarde no he merendado y…
— ¿…Y qué? — La rigidez se había adueñado de todo su cuerpo.
— Pues que como tardabais un poco…
— Hemos llegado a la hora de todos los sábados.
—…Y yo tenía un poco de hambre.
— ¡Javi! ¡Dime de una vez por todas que ha pasado con la tortilla de patatas! ¡Qué te estás jugando el regalo de cumpleaños!
— Vale, te lo digo pero no te enfades.
— No se si te has dado cuenta pero ya estoy bastante enfadada. Vamos, ¿qué ha pasado con la cena de hoy? Responde si quieres llegar a cumplir los catorce.
— Me la he comido. — Mentí.
— ¿Qué te has comido la tortilla?
— Si
— ¿Qué te has comido toda la tortilla?
— Ya te he dicho que tenía mucha…
— Antonio — miró boquiabierta a su marido, — que se ha comido toda la tortilla.
Mi cuñado colocó los cubiertos.
— ¿Pero en que estabas pensando? Qué hay que tener mucha hambre para comerse una tortilla de seis huevos, mucha hambre o estar un poco atontado. ¿Qué te has comido toda la tortilla? No me lo puedo creer ¿Y que vamos a cenar nosotros? ¿Has pensado que vamos a cenar nosotros?
— Seguro — me atreví a sugerir — que hay algo de embutido en la nevera…
— Pero, ¿lo has escuchado?
Mi cuñado dispuso los vasos.
— ¿Será posible? Pues claro que hay embutido en la nevera y tu tienes una cara que te la pisas ¿Te parece bonito dejarnos sin la cena?
— Mamá — dijo Natalia. — Yo me puedo comer un bocadillo de queso.
— Muy bien hija, muy bien, pero tu tío no necesita que lo defiendan. Vamos Javi, sólo quiero que me digas porque te has comido toda la tortilla… ¡qué te vas a poner malo! Es que no me lo puedo creer ¿Te has comido toda la tortilla?
Mi cuñado distribuyó un plato en cada uno de los lados de la mesa y, en medio, un quinto con la tortilla de patatas transformada en obra de arte.
— ¿Qué significa esto? — preguntó mi hermana.
—Cuadrado circunscrito en tortilla de patatas. — Acerté a decir.
— Sin cebolla — puntualizó Antonio mientras esbozaba una sonrisa.
Etiquetas: Relato