True West. Ocho meses de camino
True West. Ocho meses de camino
El 25 de abril fui a ver el estreno de ‘True West’ en el
Teatro del Mercado. Iba con un elevado grado de curiosidad porque hacía menos
de un mes que había tenido la suerte de asistir a uno de los primeros ensayos
en El Enjambre. En este espacio creativo todavía estaban instalándose y el
ensayo se hizo en una sala con el aspecto desordenado de las mudanzas que hacía
las veces de escenario- Añ fondo una mesa con un ordenador para implementar la
banda sonora. Tras la mesa María Andrade hablaba con Estela Algaba, su ayudante
en la dirección. 
Me senté muy al fondo para no molestar, tenía una visión
periférica, lejos de la frontalidad habitual de las butacas de una sala, pero
poco a poco conforme la escena tomaba músculo me fui moviendo hasta estar
prácticamente encima del espacio por donde se movían los personajes. Esa
atracción que me obligaba a desplazarme desde el espacio de la realidad hasta
el lugar donde se construye la ficción fue el magnetismo del trabajo de actores
y directora.
En el primero de los pases María Andrade deja hacer a los
actores. David Diestre, Fran Martínez y Andrés Pacheco se adaptaban a un
espacio que nada tiene que ver con un escenario. Ellos proponían un perfil de
cada personaje. La forma de moverse, las reacciones en las réplicas, los
silencios, las miradas y las intenciones. La directora al principio les dejaba
hacer y el primer pasó se hizo sin interrupciones. Al finalizar María conversa
a los actores sobre como entienden ellos todo el subtexto de la escena. Se
llega a un acuerdo y se repite. Es evidente que la escena ha cambiado, ahora
todos van en la misma dirección. A partir de ese momento María interviene un
poco más, matiza, puntualiza, recuerda a los actores la intención del
personaje. A veces corta el ensayo para dar una indicación muy concreta. La
transformación de la escena es evidente. Las acciones y las actitudes han
pasado de un somero esbozo de acercamiento general a definirse con claridad su
musculatura teatral. La experiencia fue fascinante para mis ojos de espectador,
comprobar cómo funciona la alquimia entre la dirección y los actores para
construir la magia del teatro. Y con esa enorme expectativa me senté en la
butaca el día del estreno.
Durante los días previos había leído la obra ‘True West’ de
Sam Shepard. Tenía claro que la intención del autor era concentrar en el
interior de una casa las tensiones y frustraciones que se produce en ese largo
camino para alcanzar el mito del sueño americano. Pero como los mitos son
invenciones humanas, los dos hermanos que protagonizan el texto solo pueden
darse de cabezazos con la tozuda realidad, que además viene marcada por um
determinado ambiente familiar que, aunque permanece semi oculto a lo largo de
la representación, se muestra como la espoleta final que explica, si eso es
posible, el comportamiento de los dos hermanos. 
Ahí radica el interés actual de la obra, en ese grado de
distancia entre la realidad y los sueños, y como toda una generación en este
país se está dando cuenta de que los cantos de sirena de prosperidad que
componen el mito fundacional de nuestro Estado de bienestar se están
tambaleando. Un sueño roto que Berna González Herbour describe así: “Solíamos
creer que la sanidad pública era un gran factor de cohesión y, la educación, un
potente ascensor social en el que bastaba apretar el botón: el nivel 1 te
llevaba a la escuela; el 2, al instituto o la FP; el 3 te dejaba directo en la
universidad y, el 4, en el infinito y más allá, allá donde te pusiera tu valía.
Ambos pilares —sanidad y educación— sostenían el Estado de derecho y un sueño
de igualdad que funcionó durante décadas en España.”
La energía de la obra comenzó muy arriba y quizás por eso el
enfrentamiento entre los dos hermanos resultaba demasiado evidente, demasiado
grande, demasiada tensión que rompía los pequeños hilos de familiaridad que la
obra conserva, ese toque que apela al espectador y le permite acercarse con
cariño a los dos hermanos, y al mismo tiempo estar temeroso porque ese
equilibrio corre peligro azuzado por agentes externos. Esa fue la metamorfosis
que no se produjo y la que hizo tambalear la representación. Los actores se
habían situado con tanta energía en cada una de sus fronteras que no no había
terreno para nada más. Se hablaban pero no es escuchaban. Se miraban pero no se
veían. Se tocaban pero no se sentían.
Con ese estado de las cosas, la surrealista irrupción final
de la madre no podía cumplir con el objetivo de darles una nueva oportunidad
porque, al fin y al cabo, la actitud de la madre no parece la más adecuada para
la crianza de los zagales. Esa ruptura del mito familiar como el refugio que
nunca falla, a la postre es la tabla de salvación que Shepard deja suspendida
para que el espectador decida cuál es el futuro de esos dos personajes. Y en
este caso eso no funcionaba.
Cinco meses después del estreno la obra volvió a los
escenarios en el Centro Cívico Teodoro Sánchez Punter. Y allí me planté con la
curiosidad de saber cómo había evolucionado. Todo cambió desde el primer
momento. Fran Martínez y David Diestre habían alcanzado un exquisito
equilibrio. Los actores tenían el imán que focalizaba mi atención, y el en
ellos veía el texto encarnado. La dosificación del duelo se materializaba con
subidas de tensión y bajadas de cariño que atrapaban la atención, y las ganas
de saber cómo continuaban la historia. La elegancia de Andrés Pachuca parecía
equilibrar la situación, sin embargo de una manera muy fina generaba el
chisporroteo definitivo entre los dos hermanos. Pero sin lugar a dudas el papel
más difícil es la irrupción que Nines Cárceles tiene que hacer al final de la
obra, con esa madre que completa el significado. En esta ocasión sus compañeros
le dejaron una mejor definición de la situación. Cuando llegó el oscuro final en
la sala se mantuvo esa emoción de los grandes momentos teatrales hasta que el
público rompió en una intensa ovación. 
Mientras regresaba a casa pensé en esa máxima de que el
teatro se hace función a función hasta que nunca deja de hacerse
True West’
Producción: El Enjambre Lab. Autor: Sam Shepard. Dirección:
María Aladrén. Elenco: David Diestre, Fran Martínez, Andrés Pacheco Agudelo y
Nines Cárceles. Dirección Técnica, escenografía y sonido: Louis Wells. Luces:
Pedro Javier Mora. Vestuario: Nines Cárceles.
Etiquetas: Andrés Pacheco Agudelo, critica teatro, David Diestre, El Enjambre Lab, el pollo urbano, Fran Martínez, María Aladrén














