Caciques: De las evidencias del pasado a las preguntas del presente
Carmelo Romero Salvador se jubiló recientemente de su
actividad como profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de
Zaragoza, un Doctor en Historia que ha dedicado su labor profesional a
investigar los comportamientos políticos de la España de los siglos XIX y XX
para utilizarlos en sus clases de la Facultad o en novelas como “Calladas
rebeldías. Efemérides del tío Cigüeño” en la que aborda el clientelismo político
y las relaciones de poder, o “El Pardo Bigot” que, al albur del 15M, donde construye
un esperpento sobre cómo fabricar diputados, las listas cerradas y la dinámica bipartidistas
que se creó a partir de 1978. Por lo tanto nos encontramos con un libro que
condensa el trabajo exhaustivo de un historiador y las hechuras literarias imprescindibles
para proporcionar el placer de los relatos que a veces se escuchan a la fresca
de una noche de verano.
Las investigaciones de Romero y gran parte de su actividad
docente en la dirección de tesis doctorales se ha desarrollado en el campo de
los procesos electorales, un camino continuo dentro de su carrera docente que
comenzó con la tesina y la tesis doctoral del propio autor centradas en las
elecciones de la Segunda República hasta conformar una línea de estudio sobre
la dinámica política electoral en la historia de España. Sin lugar a dudas son esos
vientos los que guían las páginas de este libro: Recorrer el parlamentarismo
liberal español desde 1834 hasta el golpe de estado de Primo de Rivera de 1923
con una extensión a la etapa democrática de la Segunda República y una breve
mirada final al presente. Esta periodicidad está expresada en el título de
libro, en lo que me parece una declaración de intenciones del autor para que no
nos despistemos, ya saben: “Caciques y caciquismo en España (1834-2020)” Es
evidente, como recuerda Ramón Villares en el prólogo, que el libro describirá
el proceso global del caciquismo en España y su evolución histórica a lo largo
del siglo XIX, pero una pista fundamental a la hora de abordar su lectura está
en no perder la conexión entre el pasado histórico y la más rabiosa actualidad,
como dijo Romero al periodista Antonio Ibáñez en El Periódico de Aragón “Las
sociedades, como las personas, somos consecuencia de la experiencias
acumuladas” Por eso es importante enfatizar que la práctica investigadora del
autor sobre las relaciones de poder en un contexto determinado, aunque se
anclen en un pasado que nos puede parecer muy alejado a nuestras inquietudes, siempre
plantean interrogantes que se conectan con el presente. A partir de esta
premisa me voy a permitir, querido e improbable lector, plantearte dos ideas
que a mí me han servido para enmarcar, comprender y diferenciar los diferentes
momentos históricos que recorre el libro: La primera trata de la evolución de
las legitimidades políticas. La segunda valora los pilares sobre los que se ha
construido nuestro sentimiento de identidad nacional una tarea que, después de un
garbeo por la rabiosa actualidad, está todavía manga por hombro entre las idas
y venidas de los nacionalismos que, si hasta hace un cuarto de hora se calificaban
de periféricos, de buenas a primeras parece que brota un neo nacionalismo
centrípeto de cañas, populismo y chotis.
La primera idea en torno a la legitimidad política es un
recorrido entre dos muertes: La de Fernando VII en 1834 que dejó pasó a la
Monarquía Constitucional y la de Franco que permitió una Democracia
Parlamentaria. Estos dos hitos contienen un siglo XIX de legitimidad política
sustentando en la monarquía constitucional como principio de legitimidad hasta
que, en palabras de Javier Pérez Royo, este principio se rompe de manera
radical con la Constitución de 1931 donde “hace acto de presencia por primera
vez de manera inequívoca el principio de legitimidad democrática, el principio
de soberanía popular en el que el pueblo es el lugar de residencia del poder
que emanan todos los poderes del Estado” Podríamos decir que la democracia y la
soberanía popular eliminan el principio monárquico liberal. Creo que es
importante tener presente estos conceptos para evitar la confusión promovida
por algunos actores políticos entre un continuo histórico de legitimidad, y
vuelvo a Pérez Royo, que partiría del Antiguo Régimen con monarquías
absolutistas, las revoluciones liberales que aspiraban a construir monarquías parlamentarias
y el advenimiento de la democracia contemporánea hasta que la dictadura del general Franco la
interrumpió además de condicionar la transición a la democracia parlamentaria
actual. Esta cadencia temporal de la historia nada tiene que ver con una
continuidad en la legitimad política.
La segunda idea me asaltó durante la lectura del libro en forma
de pregunta ¿Y si en España todavía no hemos terminado de construir un concepto
político e identitario en el que reconocernos? Te confieso que pegué un
respingo porque ¡Ohmygod!, eso nos resituaría desde el punto de vista de la
construcción nacional en el siglo XIX, en el largo siglo XIX español que, si
tradicionalmente se ha localizado entre la Guerra de la Independencia de 1808 y
1923, tal vez en este aspecto podríamos ampliarlo hasta el presente. En
cualquier caso para reflexionar sobre la idea de la construcción de una nación
que se llama España te invito a situarnos en las tres guerras que
tradicionalmente han servido para definir nuestra construcción nacional:
Covadonga para expulsar a los “moros”, Independencia para darle una patada en
el culo a los “gabachos” y la Civil para enterrar a los “rojos”. La gran hazaña
mítica de Covadonga ha quedando en desuso salvo para los que practican los
recuerdos más ultras y también suelen reclamar la legitimidad histórica de una
Guerra Civil que sin embargo, la gran mayoría de los ciudadanos ha sustituido
en su imaginario identitario por el icono de una Transición que, aunque fue una
herramienta muy útil y práctica para cambiar el paso de un régimen dictatorial
a otro democrático, quizás no tiene ni la virtualidad ni la musculatura
suficiente para configurar con clarividencia esa nación que en el siglo XXI
todavía llamamos España. Y finalmente, la Guerra de la Independencia, que yo
pensaba como ese lugar idóneo para las reproducciones históricas de
primavera-verano, pero resulta que de vez en cuando vuelve a situarse en el
marco de la construcción nacional, baste con recordar las palabras que la
Presidenta de la Comunidad de Madrid dedicó este mismo año al 2 de mayo de 1808:
"El pueblo, es decir, la Nación, organizó el levantamiento para defender
la misma causa que hoy, dos siglos después, seguimos defendiendo: España y la
Libertad" Esta simplificación que arrima el ascua de la historia a la
sardina de un eslogan electoral se aleja de la complejidad de un conflicto al
que Álvarez Junco asigna diferentes niveles. El enfrentamiento internacional
entre Francia e Inglaterra. Los elementos de guerra civil que, aunque la larga
interpretación nacionalista ha difuminado, “lo cierto es que las élites de la
España de 1808 se dividieron en dos bandos lo que nos lleva a resaltar los
aspectos fratricidas de la guerra.” Una cierta reacción anti francesa alimentada
a lo largo del todo el siglo XVIII resumida en el adjetivo “afrancesado” que,
en lugar de subrayar lo positivo de tu patriotismo, lo único que hace es alimentar
el factor negativo del otro nacionalismo, un recelo que sin embargo no afectaba
a la familia real de origen francés. La guerra también tuvo mucho de antirrevolucionaria
con una inspiración político-religiosa difícil de negar gracias a una “abrumadora
presencia de llamamientos a la defensa de la religión heredada frente a los
invasores ateos, especialmente del clero rural”
Y en fin, ustedes verán lo que hacen, pero a mí me parece un
ejercicio muy interesante navegar por este libro con las dos ideas de fondo que
acabo de desgranar. Y después de las recomendaciones volvamos a los Caciques.
Carmelo Romero pretende conectar las realidades
socioeconómicas de cada tiempo concreto con los comportamientos políticos de
una actividad parlamentaria que, aunque ha cambiado mucho desde el siglo XIX, todavía
es posible reconocer en algunos rasgos que caracterizan la ley electoral actual,
y el juego de engranajes que desarrolla para sentar en el Parlamento a nuestros
representantes: ¿Tiene el mismo valor el voto de cada ciudadano o depende de la
provincia en la que resida? ¿Qué papel juegan las listas cerradas y los
partidos políticos? ¿Por qué rige en la elección de senadores el principio de
mayoría en lugar de la proporcionalidad que se usa para la elección de
diputados? Como pueden ver, aunque la mirada al presente es una coda a la
cuestión principal de libro, no deja de plantearnos dudas cuyo primer germen lo
podemos encontrar en lo que Romero califica de “caleidoscopio caciquil”
Cacique es un concepto básico, atemporal y universal que,
adornado de diferentes pelajes según el siglo y la latitud donde se produzca el
fenómeno, se caracteriza por hacerse presente en cualquier relación de poder e influencia
entre desiguales y así, producir paternalismos, dependencias y clientelismo por
eso, cuando calificamos a alguien de cacique le reconocemos “un mando e
influencia superiores” ya sea en la actividad política, empresarial o
académica. Por eso la línea que separa la percepción exterior de encontrarnos
ante un cacique del que no lo es, a veces tan solo tiene que ver con algo tan
sencillo como recibir un favor o un atropello. Y como nos recuerda el autor “Mientras
exista una sociedad con diferencias socioeconómicas, existirá el caciquismo.”
El autor maneja una considerable cantidad de datos para,
evitando juicios éticos o morales, recorrer con profundidad los espacios
históricos que ocupa la figura del cacique desde sus origen hasta las leyes
electorales que han definido la representación parlamentaria, pero también las
piruetas que hay que dar para saltarse esas leyes, caer en el fraude electoral,
visitar, con abundancia de nombres propios, una “fábrica de diputados”, darnos
un garbeo para reflexionar sobre las diferencias entre los verbos “poder, saber
y querer”, y llevarnos una deliciosa sorpresa con un muestrario de animales
políticos como los “cangrejos ermitaños y las ”aves de paso”.
Una de las virtudes que Romero muestra es su capacidad
literaria en el manejo del lenguaje virado hacia una ironía que recorre el libro
de principio a fin y se agradece como agua de Mayo, pequeños oasis en los que
detenerse a sonreír, tomar aliento y seguir con un relato construido con el
buen oficio de quien sabe contar una historia, y Romero las cuenta con al menos
dos tonos diferentes. El primero se caracteriza por una escritura zigzagueante que
a veces me recuerda a esos postes que los esquiadores tienen que sortear para
que la delicia de deslizarse por el hecho histórico no sea una monótona y
aburrida línea recta y así, el ritmo del relato tiene una buena ración de
curvas. Es un estilo de escritura que a mí me gusta mucho y que además define
muy bien como late el discurso en la cabeza del autor, un discurso del que yo
he disfrutado en las clases de Romero y que se asemeja al delicado trabajo del
artesano que una veces es el alfarero que acaricia las palabras y otras el
joyero que las engasta. Sin embargo no me terminó de convencer el uso de este
tipo de expresión en un capítulo tan complejo para profanos como el dedicado a
las leyes electorales que, tal vez precisa de ese otro lenguaje que maneja el
autor a lo largo del libro y que, mucho más cercano a un tono académico,
también lo adereza con algunas curvas que atrapan al lector poco adiestrado en
la materia. Un buen ejemplo es ese párrafo en el que Romero asemeja el trabajo
del historiador al de esas costureras de antes que eran capaces de pespuntear
viejas vestimentas de aquí y de allá hasta componer un vestido nuevo que, más
allá de los materiales usados, era el reflejo de la habilidad y el gusto de la
costurera a la hora de confeccionarlo.
Caciques y caciquismo en España (1834-2020) es un mapa para
conocer las “geografías de la influencia” y muchos de los “males de la patria”
que han configurado una idea de nación que, ¡¡quién sabe!! tal vez está
pidiendo a gritos un repaso de chapa y pintura. La lectura del libro a veces
lleva a la sonrisa por algunos de los sucedidos en un siglo XIX que apreciamos
tan lejano, sin embargo y al mismo tiempo, también es una invitación a
reflexionar sobre la maquinaria que se mueve detrás del actual modo de
representación política y quizás eso ya no nos haga sonreír tanto: ¿Es el caciquismo
una mera antigualla?
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