El País publicó el domingo 14 de marzo un cuadernillo de 24
páginas titulado “Covid 19. El año roto”, de todo ese material periodístico he
extraído los elementos que, aunque ya formaban parte de todo lo que se ha
publicado a lo largo de todo este año, me han parecido interesantes con la idea
de resumir algunos acontecimientos para confeccionar un relato de autoconsumo
propio que contenga los elementos esenciales que necesito para dar forma y
entender la génesis y algunas consecuencias de la pandemia.
Elvira Lindo sitúa el inicio de la pandemia sobre el marco
general del deterioro ambiental que permite acercar el reservorio natural de
virus residentes en animales salvajes hasta nuestras inmediaciones. En realidad
nos propone una reflexión sobre la libertad individual y la idea de abandonar
cualquier principio de protección social en favor de un individualismo que, sin
tener en cuenta la presión que suponen nuestras decisiones sobre el mundo
natural, no se puede restringir en favor de un interés colectivo y así, el 14
de marzo de 2020 la normalizad de nuestras rutinas dio un giro tan imprevisible
como un estado de alarma que redujo nuestra capacidad de movimientos y, aunque
tal vez entonces no éramos conscientes, se agrandó la brecha de quienes podían
pasar el encierro con cierto confort y los más desamparados. Sin embargo, en
medio del colapso, hubo un breve periodo de tiempo en el que se mantuvo la
sensación colectiva de que mejorar la atmósfera con algunos cambios de hábitos
como reducir el consumo caprichoso sería bueno para todos, para el colectivo
por encima de la individualidad. Pero estos buenas intenciones se fueron
diluyendo hasta anhelar la vuelta a la normalidad, la vieja normalidad que
algunos sitúan en la misma lógica del liberalismo económico anterior a la
pandemia mientras otros, promueven un cambio de normalidad que reduzca la
desigualdad y modifique el concepto de progreso para ligarlo a una transición
verde que promueva la biodiversidad de un mundo más habitable. Y claro, la
dicotomía social entre quienes se ha reactivado la solidaridad con quienes
viven en el desamparo, frente al individualismo egoísta que propugna el
enfrentamiento y la ira, una dicotomía que se reflejó en las redes sociales y,
televisada con todo detalle, también la encontramos entre la clase política.
Pedro Sánchez, Salvador Illa y Fernando Simón fueron los que
decidieron que las cifras de contagios nos abocan al cierre total y al estado
de alarma. Cué y Pérez sitúan en la noche del 8 de marzo el momento en el que
los contagios se dispararon en Madrid y el País Vasco y, aunque se decidió
cerrar los colegios, el martes 10 aún había dudas entre los ministros muy
políticos que pretendían el estado de alarma y los muy económicos que pedían
prudencia. En medio del debate se intentaron alternativas como cortar los
vuelos con Italia, reducir el aforo de los espectáculos o forzar el
teletrabajo. Pero el virus ya estaba descontrolado y la pandemia lo devoraba
todo hasta que ya no quedaba otro remedio. La decisión se tomó el jueves 12 por
la noche cuando España superó a Francia como segundo país europeo con más casos
detectados. La maquinaria política y administrativa tenía el reto de coordinar
con las comunidades autónomas las medidas tomadas por el gobierno en materia de
salud pública y libertad de movimientos porque todo el mundo sabía que el
Ministerio de Sanidad era incapaz de dirigir todo el sistema sanitario porque
las competencias sobre gestión estaban descentralizadas. El Consejo de
Ministros del 14 de marzo estableció el estado de alarma y se construyó un
discurso entre emotivo y bélico que se resumía en la frase: “Este virus lo
paramos unidos” Sin embargo no fue esa la sensación que tuvimos desde la
ciudadanía.
España acumulaba 292 muertos por Covid cuando se decretó el
estado de alarma, una semana después se multiplicó por cinco y dos semanas más
tarde por 20. Ha pasado un año desde aquella decisión y muchos protagonistas,
aunque se debaten con la idea de que llegaron tarde, terminan por exculparse
porque los datos disponibles eran deficientes y la dificultad de tomar una
decisión en base a informaciones de baja calidad. Algunos responsables se
defiende con el argumento de que a posteriori y con todo lo que ahora sabemos
el estado de alarma se tendría que haber aprobado el 20 de febrero, sin embargo
nos invitan a una visita a la hemeroteca para valorar como todavía el 10 de
marzo ni se querían cancelar las Fallas ni la Semana Santa. Cuando se decide
parar todo menos lo esencial comienza el dilema que el gobierno niega: Economía
o salud. Antonio Garamendi, líder de CEOE, declaró en aquellas fechas que “No
se puede parar la producción de un país. Esto es la ruina.” El dilema, después
del primer impacto que a casi todos nos sorprendió, seguía ahí y un año después
todavía se mantiene el debate en amplias capas sociales y políticas entre economía
o salud y, mientras tanto, por nuestras vidas han discurrido la segunda y la
tercera ola, y ahora mismo estamos pensando si salvamos la Semana Santa del
2021 mientras el marcador de los muertos ya no está en las portadas de los periódicos,
ni abre los informativos de televisión. Han pasado doce meses y el dilema
todavía sigue ahí.
Si algo le falta a esta crisis es una evaluación profunda y exhaustiva
de todos los acontecimientos que nos han abocado a tomar soluciones drásticas y
quizás la primera sea situar, como nos recuerdan Romero y Linde, la fecha en la
que entró el virus en España. El primer caso se detectó en enero en la isla de
La Gomera y, mientras las autoridades sanitarias con Fernando Simón a la
cabeza, no veían motivos para preocuparse, es muy probable que el patógeno es expandiera
durante todo el mes de febrero. Este error de diagnóstico tal vez tenga una
explicación porque las autoridades tardaron demasiado tiempo en autorizar
pruebas diagnósticas para los casos de neumonías atípicas que llegaban a los
hospitales. Un hombre que había viajado a Nepal murió en un hospital de
Valencia el 13 de febrero y hasta el 3 de marzo nadie supo que fue la primera víctima
conocida en España del SARS-COV-2 mientras uno de los médicos que le trató
dedicó tres semanas a que Salud Pública le hiciera las pruebas necesarias
porque sospechaba que había muerto por el coronavirus. David Roncero, médico de
Igualada, pidió a mediados de febrero hacer esas pruebas diagnósticas pero se
lo denegaron porque el 24 de Enero el Ministerio de Sanidad definió el caso
para practicar esas pruebas, a toda persona con síntomas de infección respiratoria
que hubiera viajada a Wuhan, esto se amplió a otras zonas de riesgo, o hubiera
estado en contacto con un caso confirmado de covid-19. Tuvo que llegar el 24 de
febrero, un mes después, para que se considerara sospechoso a cualquier persona
con un cuadro clínico de infección respiratoria aguda con síntomas como fiebre,
tos o sensación de falta de aire. A todos ellos se les realizaría una prueba
PCR. Ese mes en el que Sanidad definió caso sospechoso de una manera tan débil
hizo imposible la estrategia de contención porque se escapaban del control
médico muchos infectados. El Ministerio de Sanidad niega que fuera un error y
recuerda que solo se podía diagnosticar con una PCR de la que no había
disponibilidad porque los fabricantes no las exportaron hasta que no garantizaron
sus propias necesidades. Sin embargo, según los periodistas, algunos
intensivistas lo niegan y dicen que la falta de capacidad diagnóstica llegó más
tarde. En cualquier caso el viernes 8 de marzo de 2020 se habían notificado 374
casos oficiales sin embargo, un año después, las bases documentales del
Instituto de Salud Carlos III asignan a ese día 8 marzo la cifra de 7.909
contagiados. El físico experto en modelos matemáticos Álex Arena habla de datos
nefastos, sistema informático inexistente y retraso en las notificaciones. Un
coctel perfecto para el desastre epidemiológico.
Iñigo Domínguez recoge las palabras de Raquel Collados que era
enfermera del centro de salud de Móstoles “Teníamos un protocolo surrealista. A
los pacientes con síntomas respiratorios les preguntabas si venían de Wuhan,
Italia o Torrejón, o había estado en
contacto con alguien de allí. Si decían que sí, te vestías con la EPI y
todo. Pero tú veías gente con los mismo síntomas que no habían salido de su
barrio”
Repasemos otros errores políticos de la crisis. 1 La
recomendación de llevar mascarilla llegó tarde porque más allá de su
funcionalidad con personas que no están enfermas, no se podía recomendar el uso
de un material que no existía en el mercado y que se intentó restringir su uso
a la comunidad médica que adolecía de los equipos de protección personal necesario
para enfrentarse al virus. Y eso abre otras puertas de debate como la
efectividad de mantener altos niveles de stock de materiales que, en
situaciones normales, nos pueden llegar de inmediato desde sus lugares de
producción gracias al sistema de distribución global de mercancías, o de la
importancia de diseñar industrias nacionales que tengan la capacidad y la
flexibilidad para trasformar su producción y cubrir las necesidades de
determinados elementos esenciales en caso de emergencia. 2 Italia era el
epicentro de la epidemia en Europa y España mantuvo sus 200 vuelos diarios
hasta el 10 de marzo. 3 Todo el tiempo que se tardó en cerrar lo compensamos
con abrir demasiado pronto, una desescalada rápida hacia la nueva normalidad en
la que entraron al mismo tiempo territorios como Asturias con una incidencia de
0.5 casos por cada 100.000 habitantes y
Madrid con 18. 4 y quizás lo más importante, era que teníamos que aprovechar el
periodo de desescalada para aprender de los errores del pasado y reforzar los
sistemas de salud pública para que tuvieran la musculatura que les permitiera
localizara brotes y aislarlos en cuanto se produjeran. Fue la época de la
palabra mágica: Rastreadores. Pero los rastreadores no llegaron y en el mes de
julio España solo tenía la mitad de los rastreadores que recomendaban los
estándares internacionales. Esta deficiencia produjo que apenas se detectaban
tres contactos cuando en otros países la media era de nueve. 5 Los expertos
están de acuerdo en que el ocio nocturno sirvió para propagar el virus y España,
después de abrirlo mientras otros países lo mantenían cerrado, volvió a cerrarlo
el 14 de agosto. Y así sigue a día de hoy. 6 Creo que todos lo sabemos: Las Navidades
fueron el desastre anunciado. Mientras todos los expertos advertían de los
riesgos, las autoridades permitieron el movimiento entre comunidades con
aquella pirueta entre allegados y familiares que abrió la mano de los toques de
queda mientras las reuniones familiares desembocaron en una ola que se podía
haber evitado. 7 No olvidemos que el
eterno dilema ente economía y salud siempre
está ahí.
Una de las transformaciones que más me han asombrado en este
año es cómo se ha diluido la percepción de unos muertos que, mientras a todos
nos horrorizaban, algunos se dedicaban a lanzarlos no solo contra las
autoridades, sino contra todo hijo de vecino que osara tener un matiz que aportar
en el debate. Ha pasado un año y los muertos de cada día han pasado a formar
parte del paisaje con total naturalidad. Andrino, Grasso y Llaneras nos
recuerdan que la contabilidad de los muertos ha sido un grave problema en
muchos países y que tal vez por eso nos encontramos con dos varas de medir. La
primera es la que han utilizado muchas autoridades sanitarias de muchos países
que exigían la confirmación de muerte por Covid-19 mediante una prueba
diagnóstica que garantizase la presencia del virus y así el fallecido engrosaba
la estadística oficial, pero esta práctica subestima el número de afectados,
sobre todo en los períodos en los que esos detectores de Covid-19 escaseaban.
Así que la mejor manera de medir el impacto de la pandemia ha sido calcular el
exceso de muertes observadas en los registros civiles que en España se ha
cifrado en 92.000 fallecidos más de lo normal el año pasado. Al comparar las
cifras de fallecimientos por olas se observa el patrón de que muy pocos países
han sufrido dos olas muy duras. La explicación a este fenómeno parte del efecto
de inmunidad ya que los contagios se frenan de manera natural después de que
mucha gente haya pasado la enfermedad y, aunque esto no impide nuevas oleadas,
es probable que limite su expansión. También sabemos que la enfermedad es más
letal entre población anciana y, por lo tanto, parece lógico que los países con
una población anciana mayor registren más muertes. En cualquier caso resulta difícil
dilucidar los motivos que explican la magnitud de la pandemia en cada país
cuando hay que manejar factores como: En qué momento llegó el virus, (es peor
recibirlo al principio cuando menos se sabía de él), los hábitos sociales, la
densidad de la población en las ciudades, el tamaño de la vivienda y la rapidez
y contundencia de las medidas tomadas. Las comparaciones en este terreno se parecen
más un alarde que a un análisis.
En toda esta catástrofe, como en cualquier buen relato, hay
un héroe. En esta caso es un héroe colectivo, todas aquellas personas que
trabajaban en el ámbito sanitario o de los recursos sociales que, como redacta
Alfageme, tuvieron que enfrentarse a su propia metamorfosis profesional y
personal para hacer frente a una inesperada avalancha que gracias a su esfuerzo
no nos pasó por encima a todos los demás. El ejemplo es la desaparición del
Hospital Universitario Ramón y Cajal para convertirse en el Macrocovid, un
lugar que el 13 de marzo de 2020 clausuró sus 60 puertas y aisló a los enfermos
de coronavirus mientras sus jefes de servicio olvidaban la especialidad de cada
una de sus plantas para dividir el hospital en una zona sucia y otra limpia.
Una mascarilla para dos días de duro trabajo, batas desechables reutilizadas,
la soledad de la muerte a cada paso y el silencio del miedo. Una mega
estructura lenta y burocrática que adaptó procesos y equipos de forma ágil
gracias al esfuerzo de muchos profesionales. Todo lo necesario para no colapsar
y lo consiguieron. Ahora que ya no les aplaudimos desde los balcones vendrá el
estrés postraumático a visitarlos con las caras de los que fueron sus pacientes
y, mientras tanto, muchos tendrán que renovar sus contratos temporales.
En este breve relato se quedan muchas historias por contar
en residencias de ancianos, trabajadores esenciales del comercio y la
industria, los niños dando un ejemplo de madurez en las casas y el mundo de la
cultura abriendo las puertas de sus casas para regalarnos un poco de felicidad.
Y tal vez es por eso, porque no sé muy bien como terminar una historia que en
realidad no ha terminado, quizás por eso recuerdo el enorme impulso que ha
recibido la ciencia y la investigación que ha sido capaz de responder a la
pandemia con una amplia gama de vacunas gracias a trabajos científicos que
muchos de ellos arrancaron hace más de treinta años, o sirva de ejemplo el virólogo
español Enjuanes que lleva estudiando los virus desde que publicó su tesis en
1976. Tal vez sea el momento de priorizar una ciencia y tecnología que mejore
la vida de todos, algo que cuesta imaginarlo si pensamos que el 80% de las
vacunas fabricadas hasta el momento está a disposición del 10% de la población
mundial, y ustedes ya se imaginan cómo se organiza ese reparto porque, si hace
un año decíamos que este virus no entendía de clases sociales o cuestiones
geográficas, quizás ahora no podríamos decir lo mismo ni en su expansión, ni en
el campo de las soluciones.
La foto social más cercana quizás esté todavía en fase de
revelado pero se atisban males como una sociedad más desafecta y polarizada que
empieza a tropezar en la piedra que, como recuerda Cristina Monge, no permite
el encuentro y la conversación entre demócratas porque las plazas y las redes
sociales se están llenando de gritos, mentiras y consignas. Por eso me apunto a
la propuesta de Daniel Innerarity cuando recuerda a Borges y la explicación de
un teólogo para afirmar que nuestras posiciones ideológicas son incompletas sin
el contraste de las opuestas, y que tal vez deberíamos luchar por conseguir que
la crítica a las ideas diferentes no implique una descalificación moral, y que
tal vez la inteligencia radica en saber escuchar con respeto las otras
opiniones porque, en la solución a los problemas colectivos que nos asolan,
sería preferible ser mejores antes que se superiores, al fin y al cabo “ninguna
ideología tiene, pese a sus posibles pretensiones en ese sentido, una
interpretación completa del mundo.”
Documentación
Alfageme, Ana. “La hazaña del hospital mutante” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar
2021. 17.
Andrino, Borja. Grasso, Daniele. Llaneras, Kiko. “92.000
muertos” El País. Covid-19, el año
roto. 14 Mar 2021. 10-11.
Domínguez, Iñigo. “Crónica de la primera semana: El virus ya
está aquí” El País. Covid-19, el año
roto. 14 Mar 2021. 18-19.
E. Cué, Carlos y Pérez Claudi. “Ya está bien. Vamos a parar
todo menos lo esencial” El País.
Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 4-5.
Lindo, Elvira. “Nuestro único hogar” El País. Covid-19, el año roto. 14 Mar 2021. 2-3.
Romero, José Manuel y Linde, Pablo. “Los errores políticos
ante el virus” El País. Covid-19, el
año roto. 14 Mar 2021. 8-9.