Ilustración Zombra
El asalto al Capitolio en Washington me pilló en medio de la
lectura de la Historia del siglo XX de Eric Hobsbawm y de su capítulo IV cuyo
título, «La caída del liberalismo», parece el resumen perfecto de las imágenes que
hemos visto en televisión. Por eso he decidido recoger las palabras de Hobsbawm
para invitarle a usted, querido e improbable lector, a trazar las líneas
históricas que vaya usted a saber si conectan el primer cuarto del siglo XX y
del siglo XXI y así, aportar a nuestra mirada contemporánea nuevos materiales
para darle una vuelta a lo que acontece en la primera potencia democrática del
mundo, y también, no lo olvide, mirar nuestro ombligo local, no vaya a ser que,
hipnotizados por imágenes tan lejanas, la presbicia no nos deje ver lo que
ocurre bien cerquita.
Determinar con precisión el concepto político «liberalismo»
se queda fuera del propósito de este texto, sin embargo, es conveniente trazar unas
líneas maestras que Hobsbawm resume en: Rechazo de la dictadura, respeto al sistema
constitucional con gobiernos elegidos libremente, asambleas representativas, el
imperio de la ley, además de la aceptación del conjunto de derecho y libertades
propias de los ciudadanos. Estos valores hasta 1914 solo eran rechazados por elementos
tradicionales que levantaban los muros del dogma religioso frente a las fuerzas
de la modernización. Dentro de la sociedad existía un movimiento con la fuerte
decisión de destruir la sociedad burguesa mediante la revolución social y,
aunque eran motivo de alarma, el movimiento obrero socialista que entrañaba el
peligro más inmediato, también defendía los valores de la razón, la ciencia y
el progreso, la educación y la libertad individual con la misma fuerza como
pudiera hacerlo los liberales, el rechazo de estos movimientos se centraba en
el sistema económico, no en el gobierno constitucional y los principios de
convivencia. Pero entonces, ¿de dónde provenía el peligro para la caída del
liberalismo?
Hobsbawm afirma que la verdadera amenaza para las
instituciones liberales en el periodo de entreguerras procedía exclusivamente
de la derecha porque la Rusia soviética estaba aislada y ni podía, ni quería
desde la llegada de Stalin al poder, extender la revolución después de que la
inspiración leninista dejó de propagarse mientras los movimientos marxistas socialdemócratas
ya no eran fuerzas subversivas, sino partidos que sustentaban el estado y su
compromiso con la democracia estaba fuera de dudas.
Las fuerzas que derribaron los regímenes liberales
democráticos eran de tres tipos, todas ellas contrarias a la revolución social,
autoritarias y hostiles a las instituciones políticas liberales.
1 Los reaccionarios de viejo estilo prohibían algunos
partidos, tendía a favorecer al ejército y la policía por su capacidad de ejercer
coerción física, eran nacionalistas por resentimiento contra otros estados por
las guerras perdidas o por no conseguir un imperio, de manera que agitar una
bandera nacional era la forma de adquirir legitimidad y popularidad. Pero
también tenían algunas diferencias.
2 Los autoritarios o conservadores de viejo cuño carecían de
una ideología concreta más allá del anticomunismo y de los prejuicios
tradicionales de su clase y así, su relación natural con los sectores de la
derecha propiciaban que un claro representante de la derecha más conservadora
como Winston Churchill manifestara cierta simpatía hacia la Italia de Mussolini
y no apoyara a la República española contra las fuerzas del general Franco, sin
embargo, cuando Alemania supuso una amenaza para Gran Bretaña pasó a ser el
líder de la unidad antifascista internacional.
3 Una segunda corriente de la derecha dio lugar a los
llamados «estados orgánicos» que estaban animados por la nostalgia ideológica
de una Edad Media o una sociedad feudal imaginada en la que se reconocía la
existencia de clases o grupos económicos pero conjurando el peligro de la lucha
de clases o grupos económicos mediante la jerarquía social y el reconocimiento
de que cada grupo social desempeñaba una función en la sociedad orgánica y que
a veces utilizaba el término de «democracia orgánica» que abolía o limitaba la
democracia electoral.
Ya vemos que estos regímenes reaccionarios tienen orígenes e
inspiraciones más antiguos que el fascismo y, aunque distintos, a veces no
había una línea de división porque compartían los mismos enemigos.
El primero de los movimientos fascistas fue el italiano que
sin embargo no tuvo muchas repercusión internacional, por eso, de no haber
triunfado Hitler en Alemania en los primeros meses de 1933 es muy posible que
el fascismo no se habría convertido en un movimiento general, como una suerte
de equivalente en la derecha del comunismo internacional. Las corrientes del
fascismo, aparte de la aceptación de la hegemonía alemana, predicaban la
insuficiencia de la razón y del racionalismo, y la superioridad del instinto y
de la voluntad. Esta vía intelectual conservadora atrajo a todo tipo de
reaccionarios que, sin identificarse con una manera concreta de organización
del estado compartían con otros miembros de la derecha no fascista el
nacionalismo, el anticomunismo y el antiliberalismo.
La principal diferencia entre la derecha fascista y la que
no lo era radicaba en la movilización de las masas de la primera y el rechazo
al estado orgánico que esperaba superar: Los fascistas eran los revolucionarios
de contrarrevolución con una retórica atractiva para cuantos se considerasen víctimas
de la sociedad con tendencia a la añoranza de un pasado tradicional, la
denuncia a la emancipación liberal y la desconfianza a la cultura moderna y,
sin embargo, los fascistas no acudieron a los guardines históricos del orden
conservador como la iglesia o la monarquía, a los que aspiraron a sustituir con
un hombre hecho a sí mismo que apelaba a tradiciones inventadas, de manera que el
fascismo triunfó sobre el liberalismo porque proporcionaba a los hombres la
facilidad de conjugar unas creencias absurdas que respondían a antiguas
tradiciones de intolerancia transformadas para que calaran en las capas medias
y bajas de la sociedad europea para terminaran por integrarse en la derecha
radical. Un proceso que se produjo con mayor intensidad allí donde no se había
registrado un acontecimiento equivalente a la revolución francesa. En este
contexto los conservadores tradicionales se sentían atraídos por los demagogos
del fascismo y se mostraron dispuestos a aliarse con ellos en contra del gran
enemigo que, para los liberales cuyos valores parecía encarnarse en la derecha,
era la amenaza al orden social que partía de la izquierda.
En resumen, durante el periodo de entreguerras, la alianza
«natural» de la derecha abarcaba desde los conservadores tradicionales hasta el
sector más extremo de patología fascista, pasando por los reaccionarios de
viejo cuño. Las fuerzas tradicionales del conservadurismo y la
contrarrevolución eran fuertes, pero poco activas. El fascismo les dio una
dinámica frente al temor conservador de que la clase obrera reforzara su poder
más allá de que algunos de sus líderes llegaran a ser ministros del gobierno en
un momento donde era difícil establecer una frontera entre lo que era
bolchevique y no lo era pero, aun con todo, mientras los movimientos
extremistas de la ultraderecha nunca alcanzaron una posición dominante en el
seno de la derecha hasta después de la primera guerra mundial con el
hundimiento de los viejos regímenes, por eso no triunfó en Gran Bretaña, porque
la derecha conservadora tradicional siguió controlando la situación.
Las condiciones óptimas para el triunfo de esta ultraderecha
extrema eran un estado caduco con unos mecanismos de gobierno que no
funcionaban correctamente, una cantidad considerable de ciudadanos descontentos
que no encontraron en quien confiar, unos movimientos sociales fuertes que
pretendían una revolución social aunque no estaban en situación de realizarla y
un sentimiento nacionalista contra los tratados de paz 1918-1920. Los viejos
dirigentes, en medio de estas condiciones, cayeron en la tentación de recurrir
a los radicales extremistas como lo hicieron los liberales italianos con
Mussolini en 1920-1922 y los conservadores alemanes con los nacionalsocialistas
de Hitler en 1932-1933: El fascismo no conquistó el poder en ninguno de los
estados fascistas, tanto en Italia como en Alemania, el ascenso al poder del
fascismo tuvo la connivencia del viejo régimen. La novedad fue que el fascismo,
una vez en el poder, dejó de respetar las viejas normas del juego político e
impuso una autoridad absoluta. El fascismo no fue una revolución y su mayor logro
fue superar la Gran Depresión olvidando su compromiso “socialista” y, tras
comprometerse con el libre mercado, el capital cooperó decididamente hasta el
punto de utilizar mano de obra esclava y de los campos de exterminio. El
fascismo presentaba ventajas importantes para el capital como la eliminación de
la revolución social de la izquierda, la supresión de sindicatos obreros y un
principio de liderazgo que ya aplicaban la mayoría de los empresarios en la
relación con sus subordinados y que el fascismo legitimó.
¿Cuál fue la causa de que el liberalismo retrocediera en el
período de entreguerras, incluso en aquellos países que rechazaron el fascismo?
Hobsbawm, antes de responder a la pregunta, nos recuerda que los sistemas
democráticos no pueden funcionar si no existe un consenso básico acerca de la
aceptación de un estado y un sistema social dispuesto a negociar para llegar a
soluciones de compromiso, algo que resulta mucho más fácil en momentos de
prosperidad, por eso la vulnerabilidad de la política liberal estribaba en que
la democracia representativa como forma de gobierno no fue muy convincente a la
hora de dirigir los estados y no ofrecieron tres condiciones básicas para
hacerla viable y eficaz:
La primera era el consenso y la aceptación general. La
democracia representativa se sustenta en ese consenso pero no lo produce aunque
las votaciones periódicas y el proceso electoral hacen pensar a los ciudadanos
que la legitimidad de los gobiernos que surgen del propio sistema.
La segunda era la aceptación del voto soberano del «pueblo»
que determina el gobierno común. La teoría oficial burguesa no reconocía al «pueblo»
como un conjunto de grupos con intereses propios y no solo como un conjunto de
individuos independientes cuyos votos determinaban mayorías y minorías aritméticas
que se traducían en asambleas.
La tercera era que la sociedad burguesa esquivó las
dificultades de gobernar por medio de asambleas elegidas dejando de lado la
labor legislativa y de control de la acción de gobierno de manera que el estado
se limitaba a proporcionar las normas básicas del funcionamiento de la economía
y de la sociedad, así como la policía, las cárceles y las fuerzas armadas.
Hobsbawm, que escribió este capítulo en 1995, termina recordando
como la llegada del siglo XXI hace que estas incertidumbres del estado liberal
no parecen ya tan remotas, de eso han pasado veinticinco años y tal vez, tan solo
tal vez, quién sabe si a día de hoy estamos un poquito peor.
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