La curvatura de la córnea

09 enero 2021

La caída del liberalismo de entreguerras contada por Hobsbawm (Al loro con la segunda temporada)

Ilustración Zombra

Ilustración Zombra

El asalto al Capitolio en Washington me pilló en medio de la lectura de la Historia del siglo XX de Eric Hobsbawm y de su capítulo IV cuyo título, «La caída del liberalismo», parece el resumen perfecto de las imágenes que hemos visto en televisión. Por eso he decidido recoger las palabras de Hobsbawm para invitarle a usted, querido e improbable lector, a trazar las líneas históricas que vaya usted a saber si conectan el primer cuarto del siglo XX y del siglo XXI y así, aportar a nuestra mirada contemporánea nuevos materiales para darle una vuelta a lo que acontece en la primera potencia democrática del mundo, y también, no lo olvide, mirar nuestro ombligo local, no vaya a ser que, hipnotizados por imágenes tan lejanas, la presbicia no nos deje ver lo que ocurre bien cerquita.

Determinar con precisión el concepto político «liberalismo» se queda fuera del propósito de este texto, sin embargo, es conveniente trazar unas líneas maestras que Hobsbawm resume en: Rechazo de la dictadura, respeto al sistema constitucional con gobiernos elegidos libremente, asambleas representativas, el imperio de la ley, además de la aceptación del conjunto de derecho y libertades propias de los ciudadanos. Estos valores hasta 1914 solo eran rechazados por elementos tradicionales que levantaban los muros del dogma religioso frente a las fuerzas de la modernización. Dentro de la sociedad existía un movimiento con la fuerte decisión de destruir la sociedad burguesa mediante la revolución social y, aunque eran motivo de alarma, el movimiento obrero socialista que entrañaba el peligro más inmediato, también defendía los valores de la razón, la ciencia y el progreso, la educación y la libertad individual con la misma fuerza como pudiera hacerlo los liberales, el rechazo de estos movimientos se centraba en el sistema económico, no en el gobierno constitucional y los principios de convivencia. Pero entonces, ¿de dónde provenía el peligro para la caída del liberalismo?

Hobsbawm afirma que la verdadera amenaza para las instituciones liberales en el periodo de entreguerras procedía exclusivamente de la derecha porque la Rusia soviética estaba aislada y ni podía, ni quería desde la llegada de Stalin al poder, extender la revolución después de que la inspiración leninista dejó de propagarse mientras los movimientos marxistas socialdemócratas ya no eran fuerzas subversivas, sino partidos que sustentaban el estado y su compromiso con la democracia estaba fuera de dudas.

Las fuerzas que derribaron los regímenes liberales democráticos eran de tres tipos, todas ellas contrarias a la revolución social, autoritarias y hostiles a las instituciones políticas liberales.

1 Los reaccionarios de viejo estilo prohibían algunos partidos, tendía a favorecer al ejército y la policía por su capacidad de ejercer coerción física, eran nacionalistas por resentimiento contra otros estados por las guerras perdidas o por no conseguir un imperio, de manera que agitar una bandera nacional era la forma de adquirir legitimidad y popularidad. Pero también tenían algunas diferencias.

2 Los autoritarios o conservadores de viejo cuño carecían de una ideología concreta más allá del anticomunismo y de los prejuicios tradicionales de su clase y así, su relación natural con los sectores de la derecha propiciaban que un claro representante de la derecha más conservadora como Winston Churchill manifestara cierta simpatía hacia la Italia de Mussolini y no apoyara a la República española contra las fuerzas del general Franco, sin embargo, cuando Alemania supuso una amenaza para Gran Bretaña pasó a ser el líder de la unidad antifascista internacional.

3 Una segunda corriente de la derecha dio lugar a los llamados «estados orgánicos» que estaban animados por la nostalgia ideológica de una Edad Media o una sociedad feudal imaginada en la que se reconocía la existencia de clases o grupos económicos pero conjurando el peligro de la lucha de clases o grupos económicos mediante la jerarquía social y el reconocimiento de que cada grupo social desempeñaba una función en la sociedad orgánica y que a veces utilizaba el término de «democracia orgánica» que abolía o limitaba la democracia electoral.

Ya vemos que estos regímenes reaccionarios tienen orígenes e inspiraciones más antiguos que el fascismo y, aunque distintos, a veces no había una línea de división porque compartían los mismos enemigos.

El primero de los movimientos fascistas fue el italiano que sin embargo no tuvo muchas repercusión internacional, por eso, de no haber triunfado Hitler en Alemania en los primeros meses de 1933 es muy posible que el fascismo no se habría convertido en un movimiento general, como una suerte de equivalente en la derecha del comunismo internacional. Las corrientes del fascismo, aparte de la aceptación de la hegemonía alemana, predicaban la insuficiencia de la razón y del racionalismo, y la superioridad del instinto y de la voluntad. Esta vía intelectual conservadora atrajo a todo tipo de reaccionarios que, sin identificarse con una manera concreta de organización del estado compartían con otros miembros de la derecha no fascista el nacionalismo, el anticomunismo y el antiliberalismo.

La principal diferencia entre la derecha fascista y la que no lo era radicaba en la movilización de las masas de la primera y el rechazo al estado orgánico que esperaba superar: Los fascistas eran los revolucionarios de contrarrevolución con una retórica atractiva para cuantos se considerasen víctimas de la sociedad con tendencia a la añoranza de un pasado tradicional, la denuncia a la emancipación liberal y la desconfianza a la cultura moderna y, sin embargo, los fascistas no acudieron a los guardines históricos del orden conservador como la iglesia o la monarquía, a los que aspiraron a sustituir con un hombre hecho a sí mismo que apelaba a tradiciones inventadas, de manera que el fascismo triunfó sobre el liberalismo porque proporcionaba a los hombres la facilidad de conjugar unas creencias absurdas que respondían a antiguas tradiciones de intolerancia transformadas para que calaran en las capas medias y bajas de la sociedad europea para  terminaran por integrarse en la derecha radical. Un proceso que se produjo con mayor intensidad allí donde no se había registrado un acontecimiento equivalente a la revolución francesa. En este contexto los conservadores tradicionales se sentían atraídos por los demagogos del fascismo y se mostraron dispuestos a aliarse con ellos en contra del gran enemigo que, para los liberales cuyos valores parecía encarnarse en la derecha, era la amenaza al orden social que partía de la izquierda.

En resumen, durante el periodo de entreguerras, la alianza «natural» de la derecha abarcaba desde los conservadores tradicionales hasta el sector más extremo de patología fascista, pasando por los reaccionarios de viejo cuño. Las fuerzas tradicionales del conservadurismo y la contrarrevolución eran fuertes, pero poco activas. El fascismo les dio una dinámica frente al temor conservador de que la clase obrera reforzara su poder más allá de que algunos de sus líderes llegaran a ser ministros del gobierno en un momento donde era difícil establecer una frontera entre lo que era bolchevique y no lo era pero, aun con todo, mientras los movimientos extremistas de la ultraderecha nunca alcanzaron una posición dominante en el seno de la derecha hasta después de la primera guerra mundial con el hundimiento de los viejos regímenes, por eso no triunfó en Gran Bretaña, porque la derecha conservadora tradicional siguió controlando la situación.

Las condiciones óptimas para el triunfo de esta ultraderecha extrema eran un estado caduco con unos mecanismos de gobierno que no funcionaban correctamente, una cantidad considerable de ciudadanos descontentos que no encontraron en quien confiar, unos movimientos sociales fuertes que pretendían una revolución social aunque no estaban en situación de realizarla y un sentimiento nacionalista contra los tratados de paz 1918-1920. Los viejos dirigentes, en medio de estas condiciones, cayeron en la tentación de recurrir a los radicales extremistas como lo hicieron los liberales italianos con Mussolini en 1920-1922 y los conservadores alemanes con los nacionalsocialistas de Hitler en 1932-1933: El fascismo no conquistó el poder en ninguno de los estados fascistas, tanto en Italia como en Alemania, el ascenso al poder del fascismo tuvo la connivencia del viejo régimen. La novedad fue que el fascismo, una vez en el poder, dejó de respetar las viejas normas del juego político e impuso una autoridad absoluta. El fascismo no fue una revolución y su mayor logro fue superar la Gran Depresión olvidando su compromiso “socialista” y, tras comprometerse con el libre mercado, el capital cooperó decididamente hasta el punto de utilizar mano de obra esclava y de los campos de exterminio. El fascismo presentaba ventajas importantes para el capital como la eliminación de la revolución social de la izquierda, la supresión de sindicatos obreros y un principio de liderazgo que ya aplicaban la mayoría de los empresarios en la relación con sus subordinados y que el fascismo legitimó.

¿Cuál fue la causa de que el liberalismo retrocediera en el período de entreguerras, incluso en aquellos países que rechazaron el fascismo? Hobsbawm, antes de responder a la pregunta, nos recuerda que los sistemas democráticos no pueden funcionar si no existe un consenso básico acerca de la aceptación de un estado y un sistema social dispuesto a negociar para llegar a soluciones de compromiso, algo que resulta mucho más fácil en momentos de prosperidad, por eso la vulnerabilidad de la política liberal estribaba en que la democracia representativa como forma de gobierno no fue muy convincente a la hora de dirigir los estados y no ofrecieron tres condiciones básicas para hacerla viable y eficaz:

La primera era el consenso y la aceptación general. La democracia representativa se sustenta en ese consenso pero no lo produce aunque las votaciones periódicas y el proceso electoral hacen pensar a los ciudadanos que la legitimidad de los gobiernos que surgen del propio sistema.

La segunda era la aceptación del voto soberano del «pueblo» que determina el gobierno común. La teoría oficial burguesa no reconocía al «pueblo» como un conjunto de grupos con intereses propios y no solo como un conjunto de individuos independientes cuyos votos determinaban mayorías y minorías aritméticas que se traducían en asambleas.

La tercera era que la sociedad burguesa esquivó las dificultades de gobernar por medio de asambleas elegidas dejando de lado la labor legislativa y de control de la acción de gobierno de manera que el estado se limitaba a proporcionar las normas básicas del funcionamiento de la economía y de la sociedad, así como la policía, las cárceles y las fuerzas armadas.

Hobsbawm, que escribió este capítulo en 1995, termina recordando como la llegada del siglo XXI hace que estas incertidumbres del estado liberal no parecen ya tan remotas, de eso han pasado veinticinco años y tal vez, tan solo tal vez, quién sabe si a día de hoy estamos un poquito peor.



 

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