Bunbury Live Streaming en una tarde rara de domingo pegadito a la pantalla
La primera sorpresa son las escaleras de acceso al escenario
donde se va a grabar el concierto, esas escaleras son las del Palacio de
Congresos de Zaragoza, tan cerquita de mi ventana que si me asomo quizás pueda
todavía escuchar el eco de una introducción instrumental a contraluz de
fantasmas velados de grises y sepias que se desdoblan antes que ver mi casa
arder, cuando cae el telón y el cantante se muestra con un terno tan morado
como elegante para decirnos que no se va a quedar demasiado tiempo. La salida
es su interior y, aunque lo va a dar, una y otra vez, todo está dispuesto para
reconstruir su casa las veces que haga falta, y lo va a hacer por mí. ¿Se lo
imaginan? Bunbury está dispuesto a todo, solo por mí.
Las cuerdas más graves de la guitarra se vuelven fronterizas
y sinuosas ante el Nuevo Orden Mundial de verde té y noche de rayos. Bunbury
ladra como un perro en un tablero de ajedrez en el que suenan las congas de un
sueldo que no llega a fin de mes, al fin y al cabo ni tú ni yo tenemos talento y
estamos en ese peligroso terreno donde se beben sermones de oradores y, si nos
descuidamos de una rock star.
Mantenerse alerta es la solución y el precio a pagar son las
gafas con cristales de espejo del tipo que toca el saxofón. Un mensaje a esa
audiencia hostil que todavía se recuesta noche tras noche en aquellos viejos
temas como el tesoro intocable en la memoria de un fan y, mientras tanto, el
autor sueña con desmontarlos y montarlos a placer, por eso suena este saxo
oscuro como un vendaval que todo lo nubla.
Cuando camino por las calles que conozco tengo miedo a encontrarme
con quien fui. Es el mismo miedo de encontrar el momento para huir y reconocer
mi vulnerabilidad, el mismo miedo que me muestra la certeza de mi cautiverio cuando
la batería se adueña de la melodía y las palabras dejen de brotar. A veces
prefiero el silencio y dejar el camino a los demás, que las rimas sean suyas porque
a mí se me enredan en espiral. Callar y dejar que suene el cabaret y el jazz.
Los sonidos me llenan de sombra y luz cuando sueño con el
piano bar de un casino decadente en medio de Los Monegros el que Bunbury me
canta este bolero que me recuerda todos los hombres que quise ser cuando vivía
en el pasado mientras tú, en acorde mayor, me invitas a mirar hacia adelante
¿Me atreveré a semejante aventura en estos tiempos fugaces?
No, no quiero ser como él: Guitarras para arañar la piel, volver
al hogar y hacernos daño. Elige armas cuando el enemigo a vencer ya no es un
rival, es tú hermano: Exilio, prisión o villano. Despierta. Todo lo que cambia
no lo puedes imaginar y ahora, que ya soy distinto, me vienen a ver y lo tengo
claro: He despertado bajo las estrellas de la gran estafa de un verano nuevo y
recuerdo el filo de la soledad en la que vivo mientras los predicadores, que
necesitan una nueva ley, se mecen en las corcheas de un saxofón y congas
tropicales hasta que Bunbury explota en cuatro palmas de satisfacción para
predecir: Más alto que nosotros sólo está el cielo de contar una historia o de
amar, que a la vuelta de la esquina está todo lo que quiero saber de ti, de mí
y como arpegiar un solo de guitarra.
La línea del bajo marca el camino con señales entre mis
opiniones y mis convicciones. Pedir perdón por no pelear, por no quemarme y
echarme marcha atrás, porque no soy un hombre de acción y tan solo espero a que
las cosas cambien mientras las guitarras acústica toman el estrado y agradecen
todo lo vivido: El amor y lo que cambia, escapar de la amistad y pese a todo,
bailar frente a la policía de lo correcto que ahora vive en los balcones para
vigilar musas, viajes y rutinas.
Bunbury está cantando mejor que nunca, gustándose en la
lentitud y la actitud correcta hasta cuando se quita la chaqueta y reluce su
gran talento, no necesito justificarlo, lo siento, eso es lo único que importa.
Me da igual quienes hablan de una versión discreta que no va más allá de
reproducir, copiar y pegar. Bunbury tiene sobre el escenario la actitud
correcta que no sé lo que es, pero es lo único que importa. Otras
interpretaciones nos llevan al terreno blues de los que parecen tontos, y a
veces lo son. Que me da igual que intenten engañarnos a todos, ya tengo
suficiente con preocuparme de que no me engañen a mí con el galimatías de la
religión y la incredulidad que nos llevarán a los neones multicolores de Las
Vegas y allí, ser felices e inmortales.
Deshacer el mundo suavecito y con nostalgia, sin mirar atrás
porque es imposible empezar hasta que el giro de la tonada asciende apoteósico y
llega a un desierto que antaño era el hogar de una boa con plumas rosas, un
lugar donde tener suertecita, traducir el futuro y sustituir el sonido biológico por una realidad
eléctrica cuando el trovador nos regala la suerte de una ranchera galáctica que,
con vocación de eternidad, se mueve desde nuestro amor hasta el orgullo
infinito y en un momento se va.
Hay mundos en los que te echo de menos, a ti y a tus ojos
que me miran desde la noche hasta envejecer. Ya no hay nada que temer si
desciendo hasta el traste 12 de un solo de guitarra que, por razones
personales, algún día contaré. Es parte de mi debilidad.
La fanfarria de una barca que no sabe dónde me lleva se ha
mudado a las teclas del piano. El soniquete de quien viven en la carretera: Ni
patria, ni bandera, ni limites, ni fronteras, ese al que llaman extranjero se
mueve al ritmo de los platillos charles y aquí, tanta torería no puede
sustituir los latidos de una verbena y quizás por eso todos salimos a un mar adentro
para por fin encontrar el camino y nadar en una línea de bajo tan breve como la
primera vez de aquella chispa de felicidad, un segundo antes de surfear por el
sonido Hammond y seguir nadando: No tener dueño y ser de todo el mundo. La
figura de Bunbury se agranda y en mi mano está no ponerle en el aprieto de todo
aquello que crece en los aledaños de estas vibraciones musicales que son mías y
de mis pensamientos, que son un regalo.
La cuenta atrás de un cocodrilo en órbita lunar es uno de esos
mantras inexplicables de emoción planetaria que siempre me lleva a una tarde
vacía sin ti, al día que estaba perdido y solo era capaz de mirar las nubes de
verano pasar y sentir, de nuevo, como cada uno de los píxeles de un fondo azul
reclaman la luz que se fue. La soledad es un lugar que hace insignificante el
espacio exterior: Dictadores, artistas y espectadores.
Los conciertos son magia y, para esta nueva modalidad on
line aún no tengo el duende que me diga si estas estrellas me iluminan aunque
no las pueda tocar. Quizás ha llegado el momento de divagar solitario sobre el
inmenso poder de las horas de las que no puedo escapar porque hay canciones que
suben y suben y suben de nivel y parecen no encontrar límites hasta explotar en
este cuarto que no para de menguar. Que no, que no me arrepiento de lo de ayer.
Bunbuy está enamorado y lo canta a los cuatro vientos: Si
algo no sale bien serás mi constante, mi medicina y mi bálsamo. Por eso no
tiene miedo y los Santos Inocentes lo saben y le siguen allá donde vaya, por
eso se abrazan en sus ternos negros y sonríen después del trabajo bien hecho:
Suite, Mena, Castellanos, Rebenaque, Gacias, Béjar y del Campo son los
mosqueteros que acompañan la afinada creatividad del fenómeno Bunbury: Si le
quieres no hay remedio, le quieres hasta el final, no hay medida ni nada que
razonar cuando se habla desde el corazón.
Etiquetas: bunbury, cocierto, reseña concierto
2 Comments:
Me has dejado sin palabras. Las has puesto todas tú, y tan bien..., que, aunque no haya visto el concierto, casi que acabo de vivirlo.
¡Cuánto amor! Bunbury debería leerlo cuanto antes. Y su banda también.
Gracias.
Gracias Marisa. Leo tu comentario al final del día y me lo acabas de arreglar. Un abrazo
Publicar un comentario
<< Home