La curvatura de la córnea

25 enero 2021

Bunbury Live Streaming en una tarde rara de domingo pegadito a la pantalla

 



Bunbury presentó el domingo 24 de Enero un concierto en Streaming para los tiempos que nos han tocado vivir y porque la gira mundial que tenía programa es imposible de realizar. El cantante preparó la lista de canciones pensando en desarrollar un artículo de opinión, canciones del presente y del pasado, para leerlas como una revista de actualidad. Pero como todos sabemos las canciones no pertenecen a quienes las compones, son de todos nosotros y tenemos la libertad de filtrarlas por los poros de nuestra piel y eso es lo que yo he intentado porque, ante la evidencia de que el directo on line de Bunbury no tendría nada que ver con esas sensaciones orgánicas que solo se obtienen en la sala del concierto, cuando el corazón y el sudor mandan, ante esa falta de nutrientes a la que mi cuerpo ya está acostumbrado, decidí filtrar mis sensaciones a través de las imágenes en la pantalla, las letras y los arreglos de unas canciones que forman parte de banda sonora de mi vida.

La primera sorpresa son las escaleras de acceso al escenario donde se va a grabar el concierto, esas escaleras son las del Palacio de Congresos de Zaragoza, tan cerquita de mi ventana que si me asomo quizás pueda todavía escuchar el eco de una introducción instrumental a contraluz de fantasmas velados de grises y sepias que se desdoblan antes que ver mi casa arder, cuando cae el telón y el cantante se muestra con un terno tan morado como elegante para decirnos que no se va a quedar demasiado tiempo. La salida es su interior y, aunque lo va a dar, una y otra vez, todo está dispuesto para reconstruir su casa las veces que haga falta, y lo va a hacer por mí. ¿Se lo imaginan? Bunbury está dispuesto a todo, solo por mí.

Las cuerdas más graves de la guitarra se vuelven fronterizas y sinuosas ante el Nuevo Orden Mundial de verde té y noche de rayos. Bunbury ladra como un perro en un tablero de ajedrez en el que suenan las congas de un sueldo que no llega a fin de mes, al fin y al cabo ni tú ni yo tenemos talento y estamos en ese peligroso terreno donde se beben sermones de oradores y, si nos descuidamos de una rock star.

Mantenerse alerta es la solución y el precio a pagar son las gafas con cristales de espejo del tipo que toca el saxofón. Un mensaje a esa audiencia hostil que todavía se recuesta noche tras noche en aquellos viejos temas como el tesoro intocable en la memoria de un fan y, mientras tanto, el autor sueña con desmontarlos y montarlos a placer, por eso suena este saxo oscuro como un vendaval que todo lo nubla.

Cuando camino por las calles que conozco tengo miedo a encontrarme con quien fui. Es el mismo miedo de encontrar el momento para huir y reconocer mi vulnerabilidad, el mismo miedo que me muestra la certeza de mi cautiverio cuando la batería se adueña de la melodía y las palabras dejen de brotar. A veces prefiero el silencio y dejar el camino a los demás, que las rimas sean suyas porque a mí se me enredan en espiral. Callar y dejar que suene el cabaret y el jazz.

Los sonidos me llenan de sombra y luz cuando sueño con el piano bar de un casino decadente en medio de Los Monegros el que Bunbury me canta este bolero que me recuerda todos los hombres que quise ser cuando vivía en el pasado mientras tú, en acorde mayor, me invitas a mirar hacia adelante ¿Me atreveré a semejante aventura en estos tiempos fugaces?

No, no quiero ser como él: Guitarras para arañar la piel, volver al hogar y hacernos daño. Elige armas cuando el enemigo a vencer ya no es un rival, es tú hermano: Exilio, prisión o villano. Despierta. Todo lo que cambia no lo puedes imaginar y ahora, que ya soy distinto, me vienen a ver y lo tengo claro: He despertado bajo las estrellas de la gran estafa de un verano nuevo y recuerdo el filo de la soledad en la que vivo mientras los predicadores, que necesitan una nueva ley, se mecen en las corcheas de un saxofón y congas tropicales hasta que Bunbury explota en cuatro palmas de satisfacción para predecir: Más alto que nosotros sólo está el cielo de contar una historia o de amar, que a la vuelta de la esquina está todo lo que quiero saber de ti, de mí y como arpegiar un solo de guitarra.

La línea del bajo marca el camino con señales entre mis opiniones y mis convicciones. Pedir perdón por no pelear, por no quemarme y echarme marcha atrás, porque no soy un hombre de acción y tan solo espero a que las cosas cambien mientras las guitarras acústica toman el estrado y agradecen todo lo vivido: El amor y lo que cambia, escapar de la amistad y pese a todo, bailar frente a la policía de lo correcto que ahora vive en los balcones para vigilar musas, viajes y rutinas.

Bunbury está cantando mejor que nunca, gustándose en la lentitud y la actitud correcta hasta cuando se quita la chaqueta y reluce su gran talento, no necesito justificarlo, lo siento, eso es lo único que importa. Me da igual quienes hablan de una versión discreta que no va más allá de reproducir, copiar y pegar. Bunbury tiene sobre el escenario la actitud correcta que no sé lo que es, pero es lo único que importa. Otras interpretaciones nos llevan al terreno blues de los que parecen tontos, y a veces lo son. Que me da igual que intenten engañarnos a todos, ya tengo suficiente con preocuparme de que no me engañen a mí con el galimatías de la religión y la incredulidad que nos llevarán a los neones multicolores de Las Vegas y allí, ser felices e inmortales.

Deshacer el mundo suavecito y con nostalgia, sin mirar atrás porque es imposible empezar hasta que el giro de la tonada asciende apoteósico y llega a un desierto que antaño era el hogar de una boa con plumas rosas, un lugar donde tener suertecita, traducir el futuro y  sustituir el sonido biológico por una realidad eléctrica cuando el trovador nos regala la suerte de una ranchera galáctica que, con vocación de eternidad, se mueve desde nuestro amor hasta el orgullo infinito y en un momento se va.

Hay mundos en los que te echo de menos, a ti y a tus ojos que me miran desde la noche hasta envejecer. Ya no hay nada que temer si desciendo hasta el traste 12 de un solo de guitarra que, por razones personales, algún día contaré. Es parte de mi debilidad.

La fanfarria de una barca que no sabe dónde me lleva se ha mudado a las teclas del piano. El soniquete de quien viven en la carretera: Ni patria, ni bandera, ni limites, ni fronteras, ese al que llaman extranjero se mueve al ritmo de los platillos charles y aquí, tanta torería no puede sustituir los latidos de una verbena y quizás por eso todos salimos a un mar adentro para por fin encontrar el camino y nadar en una línea de bajo tan breve como la primera vez de aquella chispa de felicidad, un segundo antes de surfear por el sonido Hammond y seguir nadando: No tener dueño y ser de todo el mundo. La figura de Bunbury se agranda y en mi mano está no ponerle en el aprieto de todo aquello que crece en los aledaños de estas vibraciones musicales que son mías y de mis pensamientos, que son un regalo.

La cuenta atrás de un cocodrilo en órbita lunar es uno de esos mantras inexplicables de emoción planetaria que siempre me lleva a una tarde vacía sin ti, al día que estaba perdido y solo era capaz de mirar las nubes de verano pasar y sentir, de nuevo, como cada uno de los píxeles de un fondo azul reclaman la luz que se fue. La soledad es un lugar que hace insignificante el espacio exterior: Dictadores, artistas y espectadores.

Los conciertos son magia y, para esta nueva modalidad on line aún no tengo el duende que me diga si estas estrellas me iluminan aunque no las pueda tocar. Quizás ha llegado el momento de divagar solitario sobre el inmenso poder de las horas de las que no puedo escapar porque hay canciones que suben y suben y suben de nivel y parecen no encontrar límites hasta explotar en este cuarto que no para de menguar. Que no, que no me arrepiento de lo de ayer.

Bunbuy está enamorado y lo canta a los cuatro vientos: Si algo no sale bien serás mi constante, mi medicina y mi bálsamo. Por eso no tiene miedo y los Santos Inocentes lo saben y le siguen allá donde vaya, por eso se abrazan en sus ternos negros y sonríen después del trabajo bien hecho: Suite, Mena, Castellanos, Rebenaque, Gacias, Béjar y del Campo son los mosqueteros que acompañan la afinada creatividad del fenómeno Bunbury: Si le quieres no hay remedio, le quieres hasta el final, no hay medida ni nada que razonar cuando se habla desde el corazón.








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2 Comments:

At 25 enero, 2021 13:16, Blogger Marisa Lanca said...

Me has dejado sin palabras. Las has puesto todas tú, y tan bien..., que, aunque no haya visto el concierto, casi que acabo de vivirlo.
¡Cuánto amor! Bunbury debería leerlo cuanto antes. Y su banda también.
Gracias.

 
At 25 enero, 2021 22:48, Blogger Javier López Clemente said...

Gracias Marisa. Leo tu comentario al final del día y me lo acabas de arreglar. Un abrazo

 

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