Pastorear la sensatez
Había un vez una bandada de patos que nadando nadando
olvidaron la llegada del invierno y se quedaron atrapados en las aguas
congeladas del lago. Pero los patos, todos a una, agitaron sus alas con tanta
fuerza que se elevaron por los aires arrastrando la masa helada del agua hasta
llevarla a esas tierras cálidas donde la sequía es la calamidad. Y colorín,
colorado este cuento se ha acabado.
El caer de la nieve tiene ese extraño momento inicial en el
que nos trasladarnos a la infancia y, mientras la pureza se posa en silencio
sobre nuestras vidas, los copos cuajan en un manto blanco que todo lo iguala: Los
parques esperan la eclosión de muñecos de nieve, guerras de bolas y el esbarizaculos
de una carcajada sin fin. Pero de a poquitos la nieve tapa los coches, evapora
aceras y la calzada desaparece. Cuando llega la noche todo se ha convertido en un
bloque de hielo que ninguna bandada de patos es capaz de desplazar. Entonces
todos quedamos atrapados: Los aficionados a las prohibiciones absolutas, los
defensores a ultranza de la libertad individual y aquellos más precavidos que
casi siempre dudan entre las aventuras hacia adelante o la constante mirada a
un retrovisor que, a fuerza de mirar al pasado, nos transmite una cierta
seguridad. Manuel Vicent dice que la convivencia solo es posible si somos
capaces de combinar esas tres formas de ver la vida. Es muy posible que la nieve,
la pandemia o la polarización política esté haciendo que esa combinación sea imposible
y quién sabe si, a fuerza de tirar cada uno para su lado, todos nos quedemos
atrapados en la nieve de nuestro barrio o en la UCI del hospital más moderno pero
con sanitarios más precarios. Quizás por eso es tan necesaria una llamada a la
sensatez.
Sensatez para afinar en los responsables de cada uno de los
errores que se cometen y que la mala gestión se asigne con precisión. Sensatez para
distinguir entre los binomios ruido-opinión y ciencia-información. Sensatez para
divulgar mensajes tan musculosos como nutritivos y rechazar la inmediatez de la
rabia y el vocerío. Sensatez para encontrar en la experiencia diaria de
nuestros semejantes una manera más humana y empática de mirar al mundo.
Sensatez como la del pastor Miguel Ángel Lizama de la localidad de Bello en la
provincia de Teruel que, después de decidir pasar el temporal de nieve junto a
su rebaño de ovejas y atender a 90 partos, recuerda que cada noche se tumbaba
sobre las pacas de paja y descansaba hasta que salía el sol. Ojalá fuera eso lo
único que nos falta: Sensatez hasta que salga el sol.
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