Destino y trazo (en bici por Aragón), de Ángel Gracia

Ángel Gracia y su bicicleta recorren la árida tierra aragonesa en busca de la deseada tranquilidad rural, esta necesidad vital se nos muestra exenta de populismos urbanitas desorientados que pretenden conocer el campo mejor que sus moradores. El autor no va de ese palo que pinta a caballo de cuatro x cuatro, él recorre los caminos bajo el influjo de su pedaleo, un devenir tranquilo que le permite sumirse en el paisaje de páramos, cierzo y secarral. Una velocidad que humaniza todo lo que percibe y hasta el aire azul acaricia las casas, el camino es la pluma del poeta “que busca la soledad para observar el mundo con otra mirada, la de su bici, y llegar a los viejos lugares a través de caminos centenarios o de nuevas carreteras”. Una mirada poética para los ríos enlazados, la luz del aire y en medio de la lírica una implacable certeza: “El bacalao con pisto me devuelve al realismo de lo cotidiano, siempre por encima de las ideas” Porque en estas páginas encontraremos almuerzos de un par de huevos fritos, longaniza y patatas; comidas de potaje, ternasco y vino; meriendas de jamón, queso y olivas, y a cualquier hora alubias, conejo escabechado y españoletas que “constituyen un nuevo estado de la materia, en el punto exacto entre lo esponjoso y lo consistente.”
El viajero, que se sabe turista, siempre llega con la intención de camuflarse en el entorno, no quiere pervertir el equilibrio que le rodea, el terremoto es interior y literario, compañero de viaje en la oscuridad de un búnker, en el descubrimiento de un Macondo aragonés o en la referencia infantil a los libros de aventuras de Enid Blyton y “Los siete secretos”. En esa senda, que parecería erudita, Ángel Gracia vuelve a mostrarnos, como hizo en su novela “Pastoral”, que la sencillez en el estilo no esta reñida con apreciaciones cultas que nos llevan de un muladar en Binaced al Egipto que exaltaba a los buitres por, precisamente, nutrirse de cadáveres. Hay un lugar en las páginas de este libro dónde esta conjunción se destila una y otra vez: Bares con parroquianos, bares anónimos para guías al uso y un bar en medio de la provincia de Teruel dónde se habla de Bollywood, dictadores y literatura albanesa.
A lo largo del texto el viajero nos recuerda las motivaciones de su viaje, afanes muy alejados del deporte, “…no necesito llegar al límite entre esfuerzo y dolor para sentirme bien. Simplemente viajo de un pueblo a otro por mis propios medios, sobre la bici cuando es posible, junto a ella cuando no puedo más” Y el medio de transporte marca con profundidad las vivencias del autor, el desplazamiento se hace duro en los repechos, en el trazado de las carreteras secundarias y en la singular lucha al sprint entre las fauces de un can y los pedales, esos compañeros mecánicos que le ayudan en “la reconfortante tarea de pensar” Reflexiones individuales sobre la bicicleta que se proyectan al exterior, un entorno que funciona como disparadero para que la poesía lo impregné todo. “Me abandono al azar del encuentro, a la contemplación del instante”
El poeta solitario busca compañía en sus paradas: Paisanos sin nombre, mujeres y hombres en corrillo, la curiosidad infantil, abuelos, un fantasma y siempre, en cada recodo, literatos, músicos y el camino. Pero a mi me gusta pensar que el narrador soportó tantas horas de soledad sobre su bicicleta para darse el gustazo, sólo por un día, de sucumbir a la tentación del amor, avanzar junto a su pareja, respirar al mismo ritmo, compartir charla, alforjas y el suave pedalear en “el camino de los maíces amarillos”
Ángel Gracia ha confeccionado un libro de viajes que nos muestra una nueva mirada al mundo rural, una mirada que atraviesa la realidad de algunas de las zonas más desoladas de Aragón y lo hace desde tres atalayas: El esfuerzo solitario del sillín de su bicicleta, la poesía que recorre sus venas y una extraordinaria capacidad para aunar el fluir del viaje con todo el bagaje cultural que el autor muestra desde la sencillez del que disfruta transmitiendo sus conocimientos.
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