Almudena, Inés, la alegría o como la historia necesita del carmín de la vida
Ramón Acín tomó la palabra para hablar de “Inés y la alegría”, la última novela de Almudena Grandes. Acín es un veterano en las presentaciones. Un profesor que ha paseado, y lo que te rondaré morena, a centenares de escritores por las aulas aragonesas durante los últimos veinticinco años. Un trabajo de hormiga con el propósito de llevar a la juventud hasta los terrenos de la literatura. Esa experiencia viajera se suma a la visión pedagógica que tiene para con los libros. Su disertación fue una lección de la verdadera esencia de la crítica literaria: La pasión por la lectura. El verbo de Ramón Acín tuvo tanta excitación en las formas, que los contenidos, precisos y bien expuestos, adquirieron la dimensión de lo deseado. Escuchar a Ramón Acín siempre es el prólogo para comenzar a leer, para encontrar las pistas que nos muestra, descubrir los nuevos caminos que sólo insinúa y al fin, aventurarte en los territorios ignotos que solo pertenecen a cada uno de los lectores.
Algunas de las claves esgrimidas para hincarle el diente a más de setecientas páginas fueron la magnífica estructura narrativa de la novela, la fluidez de su lectura, la intención de suturar el desconocimiento que tenemos sobre la post guerra civil, la alquimia que consigue mezclar con maestría el gusto popular y el gusto intelectual, el empecinamiento necesario para estudiar, explicar y entender la historia mediante el recurso de la creación literaria — tan alejada de los estudios históricos — pero que, sin embargo, suministran la brillantez del carmín, el pulso de la emoción, el mundo de las sensaciones, olores, gustos y sabores con los que se cocinan los días y las noches, las vidas, los sueños y la muerte. Esos ingredientes que no pueden aderezar un plato historicista pero que, sin embargo, son imprescindibles en una novela.
Almudena Grandes agradeció tan acertada, y por exigencias del tiempo, resumida visión de su libro y nos regaló eso que tanto nos gusta a los mitómanos: Los orígenes y las esencias que la llevaron a escribir su última novela. La madrileña se confesó lectora empedernida desde su juventud y, por avatares veraniegos, admiradora de la prosa de Galdos. Así que tal vez este ahí, en un verano de mediados de los años setenta en la sierra de Madrid, la clave para que Grandes haya decidido arrancar con un proyecto de siete novelas que relatará acontecimientos entre 1939 y 1964. Para algunos veinticinco años de paz; para otros de silencio y tristeza.
Almudena desgranó los miedos que acechan su proceso creativo. El tortuoso camino para encontrar la siguiente historia que contar, las equivocaciones en el desarrollo del trabajo y la dicha de escribir y escribir cuando se encuentra el rumbo adecuado. La madrileña habló de sus vivencias con soltura de gran comunicadora. Tiene la virtud de encandilar con sus pensamientos que muestra sin apuros ni falsas modestias. La sinceridad se le escapa en la mirada chispeante de esas personas que siempre están atentas a cualquier vibración, incluida la del teléfono móvil de Ramón Acín que Almudena acunó entre sus manos para que callara de una vez. Una escritora honesta con su escritura, porque la honestidad es la única actitud imprescindible en un escritor. Una honestidad que, por supuesto, esta tamizada por su visión, su ideología y su memoria. Esa es la grandeza de la literatura, la capacidad de contar los mismos hechos desde dos puntos de vista antagónicos que, ambos serán aceptables, si están expresados desde la honestidad.
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