Poca emoción en la casa de Bernarda Alba
El final de ‘La casa de Bernarda Alba’ pretende reprimir las
palabras: “¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”. Ese
silencio postrero siempre se ha presentado como la constatación definitiva del
poder. Bernarda manda callar desde la posición ideológica que se define por la
tapia en la ventana, la cerraja en la puerta y una cadena para atar el cuerpo
de las mujeres encerradas en esa casa que pretende ser una cárcel en la que,
con palabras de Luís García Montero, la figura terrible de la madre nos habla
de represión y silencio, siempre el silencio como bandera. “Disfrutando de este
silencio” que diría Bernarda.
Lluís Pascual dirigió la función atendiendo ese silencio
como una fachada que esconde la actitud de quien se agarra a unos principios de
autoridad que ve amenazados. Sin embargo Santiago Meléndez defendió un montaje
en el que la madre no es una tirana, sino una víctima que adopta ese papel tan
español de mantener el honor, un desafío demasiado grande para una mujer que
termina por sufrir la pérdida de su hija más querida. Esta mirada permitió a
Meléndez mostrar “una Bernarda brevemente dulce”
Juan Mayorga dentro de su obra titulada ‘Silencio’ también
dedicó un espacio en el que analizaba el silencio que reclama Bernarda y lo transformaba
del tradicional discurso de poder y dominación de una mujer que reclama
silencio, en el silencio de una mujer víctima y derrotada. Un experimento
dramático que es posible gracias a una prodigiosa interpretación de Blanca
Portillo y al manejo de las palabras mediante el tono, la cadencia, el ritmo y
la pausa. La magia en que diferentes medidas de esas variables nos pueden
llevar al terror, pero también a la ternura.
La apuesta de Anabel Díaz al frente de El Tejo Producciones
va en esa misma dirección cuando, en declaraciones a Las Mañanas de Onda
Aragonesa, la directora de la función afirmaba que más allá del arquetipo de
una Bernarda mala, su pretensión es darle un aspecto de humanidad. Y ese objetivo
lo consigue. La frase final alcana un cierto aroma de ternura, pero la función
tiene tan solo eso y poco más.
La escenografía, en un intento de ir más allá de la
sobriedad de cuatro sillas, un taburete y “doscientas mujeres de luto con
pañuelos grandes, faldas y abanicos negros, apuesta por una video proyección de
imágenes simbólicas y reales para mostrar acontecimientos que ocurren más allá
del escenario. Prevalece el contraste brutal y sin matices de un interesante duelo
entre el blanco y el negro que sin embargo no va más allá de un encaje que no
aporta vitaminas narrativas. Más bien ocurre lo contrario. Las imágenes de tono
realista suelen desviar la atención de la potencia expresiva característica del
texto, incluido el icono final de Adela que empequeñece con la evidencia el
grito y la señal de la cruz como el preámbulo dramático al silencio final; o muestran
actitudes y situaciones que no aportan ninguna información de interés narrativo,
si acaso tan solo desvían la atención de las palabras del escenario hacia una
ventana por las que las hermanas se asoman a la espera del vendedor de encajes.
Las imágenes de carácter simbólico, como las de un caballo ¡acompañado de gemidos!,
son un subrayado innecesario que tan solo sobre significa pasiones que no se
sienten, porque el manejo de las palabras y los gestos no han sido suficientes
para desplegarlas sobre el escenario.
Anabel Díaz en sus declaraciones en la radio anunciaba la
representación de un hogar que se convierte en un ring donde está presente la
violencia, la desesperación y la tragedia. Sin embargo esa imagen tan corporal del
combate está muy alejada de una función donde los personajes no alcanzan el
peso y la densidad que el drama exige. La verbalización del texto no tiene ese eco
que nace de las entrañas y, como si las cuerdas vocales fueran suficientes, las
frases casi siempre se dicen de corrido, tan a la ligera que no da tiempo a que
las palabras se polaricen, se carguen de pasiones y exploten expandiendo la
metralla del odio, el amor o los celos. Por eso vuelan aparentes, etéreas y sin
consistencia. Esa falta de carnalidad en la disputa dialéctica también se
detecta en los contactos físicos que parecen de atrezo, poco contundentes, con
una blandura que nos aleja de los latidos de la verdad dramática. Algunos de los
diálogos entre Poncia y Bernarda están por encima de estas consideraciones tan personales
que, aunque el tono general está muy alejado de la emoción, el patio de butacas
despidió al elenco con un aplauso notable y prolongado.
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Compañía: El Tejo Producciones. Autor: Federico García
Lorca. Dirección: Anabel Díez. Intérpretes: Pilar García Solar, Belén Galarza,
Eva Barón, Lydia, Alicia Liaño, María Olea y Asun Hoyuela. Colaboraciones
video: Luz González, Susana Díaz Pousada, Julia Fernández Garrido, Jimena
Fernández Ramos, Valeria Ruiz Peña.
Teatro de las Esquinas 25 de enero de 2023..
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