La curvatura de la córnea

26 enero 2023

La casa de Bernanda Alba


 

Poca emoción en la casa de Bernarda Alba

El final de ‘La casa de Bernarda Alba’ pretende reprimir las palabras: “¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”. Ese silencio postrero siempre se ha presentado como la constatación definitiva del poder. Bernarda manda callar desde la posición ideológica que se define por la tapia en la ventana, la cerraja en la puerta y una cadena para atar el cuerpo de las mujeres encerradas en esa casa que pretende ser una cárcel en la que, con palabras de Luís García Montero, la figura terrible de la madre nos habla de represión y silencio, siempre el silencio como bandera. “Disfrutando de este silencio” que diría Bernarda.

Lluís Pascual dirigió la función atendiendo ese silencio como una fachada que esconde la actitud de quien se agarra a unos principios de autoridad que ve amenazados. Sin embargo Santiago Meléndez defendió un montaje en el que la madre no es una tirana, sino una víctima que adopta ese papel tan español de mantener el honor, un desafío demasiado grande para una mujer que termina por sufrir la pérdida de su hija más querida. Esta mirada permitió a Meléndez mostrar “una Bernarda brevemente dulce”

Juan Mayorga dentro de su obra titulada ‘Silencio’ también dedicó un espacio en el que analizaba el silencio que reclama Bernarda y lo transformaba del tradicional discurso de poder y dominación de una mujer que reclama silencio, en el silencio de una mujer víctima y derrotada. Un experimento dramático que es posible gracias a una prodigiosa interpretación de Blanca Portillo y al manejo de las palabras mediante el tono, la cadencia, el ritmo y la pausa. La magia en que diferentes medidas de esas variables nos pueden llevar al terror, pero también a la ternura.

La apuesta de Anabel Díaz al frente de El Tejo Producciones va en esa misma dirección cuando, en declaraciones a Las Mañanas de Onda Aragonesa, la directora de la función afirmaba que más allá del arquetipo de una Bernarda mala, su pretensión es  darle un aspecto de humanidad. Y ese objetivo lo consigue. La frase final alcana un cierto aroma de ternura, pero la función tiene tan solo eso y poco más.

La escenografía, en un intento de ir más allá de la sobriedad de cuatro sillas, un taburete y “doscientas mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros, apuesta por una video proyección de imágenes simbólicas y reales para mostrar acontecimientos que ocurren más allá del escenario. Prevalece el contraste brutal y sin matices de un interesante duelo entre el blanco y el negro que sin embargo no va más allá de un encaje que no aporta vitaminas narrativas. Más bien ocurre lo contrario. Las imágenes de tono realista suelen desviar la atención de la potencia expresiva característica del texto, incluido el icono final de Adela que empequeñece con la evidencia el grito y la señal de la cruz como el preámbulo dramático al silencio final; o muestran actitudes y situaciones que no aportan ninguna información de interés narrativo, si acaso tan solo desvían la atención de las palabras del escenario hacia una ventana por las que las hermanas se asoman a la espera del vendedor de encajes. Las imágenes de carácter simbólico, como las de un caballo ¡acompañado de gemidos!, son un subrayado innecesario que tan solo sobre significa pasiones que no se sienten, porque el manejo de las palabras y los gestos no han sido suficientes para desplegarlas sobre el escenario.

Anabel Díaz en sus declaraciones en la radio anunciaba la representación de un hogar que se convierte en un ring donde está presente la violencia, la desesperación y la tragedia. Sin embargo esa imagen tan corporal del combate está muy alejada de una función donde los personajes no alcanzan el peso y la densidad que el drama exige. La verbalización del texto no tiene ese eco que nace de las entrañas y, como si las cuerdas vocales fueran suficientes, las frases casi siempre se dicen de corrido, tan a la ligera que no da tiempo a que las palabras se polaricen, se carguen de pasiones y exploten expandiendo la metralla del odio, el amor o los celos. Por eso vuelan aparentes, etéreas y sin consistencia. Esa falta de carnalidad en la disputa dialéctica también se detecta en los contactos físicos que parecen de atrezo, poco contundentes, con una blandura que nos aleja de los latidos de la verdad dramática. Algunos de los diálogos entre Poncia y Bernarda están por encima de estas consideraciones tan personales que, aunque el tono general está muy alejado de la emoción, el patio de butacas despidió al elenco con un aplauso notable y prolongado.

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Compañía: El Tejo Producciones. Autor: Federico García Lorca. Dirección: Anabel Díez. Intérpretes: Pilar García Solar, Belén Galarza, Eva Barón, Lydia, Alicia Liaño, María Olea y Asun Hoyuela. Colaboraciones video: Luz González, Susana Díaz Pousada, Julia Fernández Garrido, Jimena Fernández Ramos, Valeria Ruiz Peña.

 

Teatro de las Esquinas 25 de enero de 2023..

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