La curvatura de la córnea

27 abril 2008

Javier López con el sueño cambiado

Ilustración de Paula Herrero Feria
“sé de la locura que termina impregnando la rutina
la locura que es la cordura puesta del revés
con la que avanzo en la sapiencia
de las noches reservadas a los perros”
(Personas con el sueño cambiado. Octavio Gómez Millián)


Javier López era un operario de la industria papelera que conducía un Seat 133 bajo el mortecino alumbrado público de la Avenida Cataluña. Era su quinta jornada en el turno de noche, el irremediable punto de inflexión que lo expulsaba de los terrenos mágicos de las musas y extinguía sus ínfulas de narrador. Javier López solía culpar de aquellas carencias al sueño cambiado, un estado de semi levitación producido por los ciclos rotativos de mañana-tarde-noche, una losa que terminaba siendo cuna de lo cotidiano y preámbulo de la monotonía. El pundonor por vencer la rutina le obligaba a pensar y en un arranque de optimismo, si tenemos en cuenta sus escasos conocimientos, intentó la quimera de descubrir la fórmula magistral que conciliase el lento discurrir del lenguaje descriptivo, con el ritmo que los acontecimientos imaginados necesitan para cobrar vida sobre el papel. En esos terrenos teóricos andaba cuando detuvo el vehículo y sus pensamientos. Tres individuos que se acercaban a la carrera por la acera del puente sobre el Gállego. La frecuencia en los relevos dejaba a las claras que no se trataba de una competición pedestre. La atropellada cadencia de sus zancadas casi le provocó la risa porque el cuerpo de los corredores, inclinado en exceso hacia delante, los avocaba a la caída, sin embargo, los atletas avanzaban con rapidez sustentados en sus patas traseras «Las de los jamones» pensó Javier López, uno de esos seres primarios que sólo saben relacionar al cerdo con San Martín, la fiesta y el mondongo.
El lobo apareció a unos doscientos metros de distancia, también corría impulsado por sus patas traseras. Más que delgado estaba esmirriado y su imagen de teórica fiereza quedaba desdibujada entre resoplidos de cansancio, la lengua fuera por el sofoco y una piel maltrecha y chuchuría. Era un asco de lobo. Los tres cerdos alcanzaron el vehículo y lo rodearon. El lobo divisó el corro, aprovechó la energía potencial de la carrera, dio un salto, puso sus garras en posición de caza y concentró la acometida en la más grasienta de sus presas. Los marranos golpeaban las ventanillas con las pezuñas de sus patas delanteras.
— ¡Socorro! ¡Qué ya llega, redíos!
— ¡Auxilio! ¡Qué ya esta aquí el espanao!
— ¡Venga co! ¡Abre las puertas que se nos trapiña el lobo! »
Javier López acertó a pulsar el botón de apertura de las puertas. Los perseguidos ganaron el interior del coche, uno de ellos ocupó el lugar del copiloto y los otros dos los asientos posteriores. El conductor pisó el acelerador a fondo. El lobo, incapaz de coordinar la ansiedad del apetito, la adrenalina del cazador y el vuelo sin motor de sus zarpas, se estrelló contra el asfalto mientras el utilitario quemaba rueda
— ¿Sería tan amable de llevarnos al Hotel Zeta 1984 de la calle Orwell? — preguntó el copiloto.
— ¿Qué les lleve a una hotel? — balbuceó Javier López.
— Si maño si, a un hotel. Me gustaría decirle que nos llevara a casa pero por culpa de estos haraganes, — señaló a sus dos congéneres de los asientos traseros — no se lo puedo decir. En realidad sólo podría pedirle que nos llevara a “mi” casa, porque las de estos dos holgazanes —volvió a señalar— están destruidas, derribadas, aniquiladas, vaya que están hechas unos zorros.
— Querrás decir hechas “unos lobos” — contestó uno de los señalados. Javier López recibió el chiste con un leve intento de carcajada que fue interrumpida por el copiloto.
— Menos cachondeo que esto es muy serio. Ese lobo hambriento no va a parar hasta comernos. Así que necesitamos un sitio seguro para pasar la noche y pensar con tranquilidad que hacemos para resolver esta situación. ¡Y deja de dar vueltas a la rotonda, co! — Javier López tomo el camino en dirección a la fábrica, orilló el vehículo en la cuneta, detuvo la marcha y puso cara de pedir explicaciones.
— Antes de contarle como hemos llegado hasta aquí, — dijo el copiloto con mucha ceremonia— queremos agradecerle su valerosa actuación, gracias a la cual nos hemos librado de las fauces de esa alimaña.
»Hace unos meses, en un documental de La 2 de Televisión Española, nos enteramos que esas feroces criaturas estaban abandonando sus habituales prácticas de caza. El nuevo comportamiento guardaba una relación directa con la falta de presas. No era la primera vez que la escasez de alimento obligaba a estos depredadores a proceder de una manera distinta a la que de ellos se espera. Los pastores de ganado ovino fueron los perjudicados en otras ocasiones, pero este sector económico esta sufriendo una clara recesión y ya no quedan ovejas para las fauces insaciables del lobo. Así que el único camino que les queda es acercarse a los núcleos de población. La aproximación a las ciudades ha sido paulatina y en constante aumento hasta que estas fieras han adoptado costumbres muy alejadas de su instinto natural. El reportaje terminaba con las imágenes de un lobo ibérico hurgando en las basuras de un vertedero.
»Nosotros por aquel entonces acabábamos de mudarnos a una paridera abandonada a las afueras de Zaragoza. La perspectiva de encontrarnos con un lobo hambriento en las cercanías de nuestro hogar me alertó, así que les propuse a mis hermanos una reforma para aumentar la seguridad de nuestra casa. No estuvieron de acuerdo y tras muchas discusiones, un día me harte de su falta de preocupación y les di una patada en el culo.
»La independencia les alegró pero no tanto como para abandonarme y a pocos metros de la paridera levantaron dos chabolas, una de paja y otra de madera. Como las edificaciones resultaron tan fáciles de hacer como frágiles de derribar, dedicaron todo el verano a holgar en charcas de barro y a sestear a la sombra de los chopos, mientras un servidor se pasó todo la canícula dándole al mortero y al ladrillo para conseguir un hogar a prueba de lobos.
»El invierno llegó sin el preámbulo del otoño y las cosas empezaron a ir mal para los perezosos. Al frío se sumó el cierzo. El viento se colaba por las rendijas de las debiluchas casas de estos dos gandules. Gandules y con mucho morro vinieron hasta la puerta de mi casa a pedirme cobijo junto a la lumbre y tras las robustas paredes de doble muro forradas con fibra aislante. El primer impulso fue darles una patada en el culo. Sucumbí a la tentación, pero mi conciencia y la culpabilidad judeo-cristiana me hicieron rectificar.
»Nada más abrir la puerta escuché los aullidos, eran inconfundibles, el lobo feroz había llegado. Salí de casa. Ajusté los ojos a la luz proporcionada por la luna. Frente a mi casa la fantasmagórica imagen de unas briznas de paja cabalgando sobre el viento mientras una figura negra soplaba, soplaba y soplaba. El estruendo de maderas anunció el derribo.
»Estos dos haraganes se escaparon por los pelos. Salieron a la carrera por la puerta de atrás y orientaron sus pasos hacia mi casa. Aún quedaban más de cien metros para que accedieran al porche cuando una ráfaga de cierzo volteó la puerta. Necesité seis milisegundos para localizar sobre el taquillón de la entradita el llavero con la imagen de la Virgen del Pilar. Aquel chasquido nos dejaba en la calle. ¿Fue mala suerte, el destino traidor? Vete a saber. El resto de la historia ya te la puedes imaginar.


Javier López caminó con un silbido en los labios mientras los tres ceriditos permanecían tras unos arbustos desde dónde espiaban al lobo feroz que, tumbado frente a la puerta de la paridera, lamentaba su mala suerte. Los pasos sobre la gravilla lo pusieron en alerta «La cena ya regresa al hogar» pensó. Los pensamientos gastronómicos del depredador se alejaron cuando la luz de la luna dibujó la silueta de un hombre.
— Buenas noches Señor Lobo
— Te agradezco el tratamiento pero prefiero que me tutee — Contestó el lobo feroz.
— Y qué, ¿tomando la fresca?
— A la fresca estoy, pero no por gusto. Espero a unos amigos que deben estar al caer.
— Es agradable tener un techo para charlar y comerse a los amigos
— …
— Quiero decir con-los-amigos. Comer con los amigos. Usted ya me entiende, la fogata, las viandas, el vino, la conversación.
— Ya te he dicho que me tutees. A mi no me gusta la conversación.
El lobo feroz desconocía la habilidad natural de Javier López para construir conversaciones. Lo más difícil era hilvanar el par de respuestas iniciales, pero una vez vencido en el primer obstáculo, el diálogo ganaba consistencia con puntadas de anécdotas, preguntas y sucedidos. El plan funcionó a la perfección. Gracias a la fuerza de la plática, el depredador siguió el hilo de la palabra, dejó franca la puerta para la intervención de los cerrajeros de la Open Story Door y los tres cerditos pudieron regresar a su casa. Algunas revistas rosas del país de los cuentos han publicado que Javier López y el Lobo Feroz mantuvieron un diálogo a lo largo de toda la noche, las más atrevidas ya hablan de boda.

22 abril 2008

El sueño de Maiakovski

19 abril 2008

Cabaré de caricia y puntapié

Alberto Castrillo-Ferrer, director de “Cabaré de caricia y puntapié” entró en la zona de comentarios el 21 de abril a las 22:59 para hacer dos correcciones. Ambos errores ya han sido subsanados en el texto y he explicado el motivo de su incursión en la reseña en la misa zona de comentarios, pero además, me ha parecido conveniente reflejarlos en la siguiente entradilla:
El texto de la obra corresponde a un trabajo conjunto entre el director (Alberto Castrillo- Ferrrer) y los dos actores (Jorge Usón y Carmen Barrantes)
La coreografía ha sido realizada por Blanca Carvajal

Mi amigo Pablo leyó el programa de mano mucho antes que todos los demás y así, como quien no quiere la cosa, lanzó la pregunta clave ¿Alguno conoce a Boris Vian? Esta bitácora no es el lugar más adecuado para culpar de todas mis ignorancias a los planes de estudio de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado. Ese lastre agudizó mi instinto de supervivencia cultural y en un alarde de rapidez mental preparé un cóctel en el que se mezclaban a partes iguales retazos biográficos de Boris Karloff, Boris Yeltsin y Boris Izaguirre, briznas de valor y una desaforada verborrea del no decir nada. Una señora de la fila de delante detectó nuestra desorientación y, justo cuando me disponía a servir la surrealista mezcolanza preparada con los ingredientes de mi despropósito cultural, contestó la pregunta.
Boris Vian (1920-1959) fue ingeniero, novelista, dramaturgo, poeta, traductor, músico y cantante. El desarrollo de su obra literaria y musical fue una de las señas de identidad de la bohemia parisina de los años cuarenta hasta convertirlo, tras su temprana muerte por un infarto, en un artista de culto en Francia.
“Cabaré de caricia y puntapié”, una coproducción de la compañía Gato Negro y el Centro Dramático de Aragón, nos propone un viaje al universo musical de Boris Vian. La particularidad de ese recorrido se encuentra en la utilización de una abultada tesis doctoral como billete. El trayecto académico se inicia con una provocativa afirmación “ustedes [el público] están habituados a aburrirse” y para que las sesudas, extensas y prolijas investigaciones sobre la obra musical de Boris Vian no queden varadas en palabras y más palabras, la presentación se salpimienta con diez de las canciones más representativas del autor francés traducidas por el director de la obra Alberto Castrillo - Ferrer y arregladas por el compositor Miguel Ángel Remiro. De esta manera la dramaturgia, elaborada por el director y los dos actores, transforma el ambiente universitario en un cabaret por el que pasan los más variopintos personajes atrapados en un triángulo “isósceles” de amor, violencia y materialismo.
La escenografía de Manolo Pellicer guarda ese sabor cabaretero que pudo tener la zaragozana sala de espectáculos Oasis o el café cantante El Plata. Un espacio de bambalinas y candilejas sobre el que los actores Jorge Usón y Carmen Barrantes dejan constancia de un brillante trabajo interpretativo que deslumbra por la dificultad que conlleva dar vida a toda la variada fauna que guardan las canciones de Boris Vian. Una compleja estructura dramática que no da ni un segundo de respiro a los actores en constante transformación tanto en la gestualidad, en los acentos y en el vestuario, un acertado diseño de Marie-Laure Bénard. Dos actores en estado de gracia que dan muestra de una enorme soltura a la hora de moldear los recursos propios del cabaret: Las coreografías de Blanca Carvajal subrayan la comicidad de las situaciones y dan dinamismo al espectáculo. El trabajo vocal, potenciado por la batuta de Raquel Agudo, pone la guinda a la representación, las canciones se entienden perfectamente y esa vía de comunicación crea un vínculo muy potente con el público que aplaudió a rabiar cada uno de los temas musicales.
“Cabaré de caricia y puntapié” es un original espectáculo que entre risas, veras y canciones nos muestra las diferentes caras de las relaciones humanas, una dualidad que siempre circula entre caricias y puntapiés


Boris Vian - Je Bois:



Jaime Guevara - "El Desertor" (Boris Vian):

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17 abril 2008

Salida de emergencia

Confeccionar un listado con tus bitácoras favoritas es una práctica habitual en el mundo de la blogosfera. Una ley no escrita, más ligada a la educación o al agradecimiento que al cuerpo jurídico, viene a decir que, si eres citado en una lista dónde se explican las excelencias de tu pequeño rincón, debes corresponder con el mismo gesto, elegir otros tantos sitios y exponer los motivos de tu elección.
A lo largo de los últimos días he tenido la fortuna de aparecer en las listas que Inde y LaMima han elaboado. Me resulta muy difícil, y esto no deja de ser una demostración de mi escaso oficio narrativo, explicarles la intima satisfacción que sentí.
El nacimiento de esta bitácora coincidió en el tiempo con los espacios de estas dos mujeres cultas, luchadoras, imaginativas y me paro porque la lista podría ser interminable. No recuerdo como llegue hasta sus casas, o si fueron ellas las que descubrieron esta curvatura dónde intento volcar inquietudes, sentimientos y una necesidad incontrolada, incomprensible por contar historias, o hacerles participes de lo que disfruto con las historias contadas por otros. El caso es que nuestros caminos se han cruzado desde el comienzo de esta andadura bloguera en el terreno de la zona de comentarios.
Aquí estoy, en pijama, intentando cumplir con esa ley para elegir mis cinco bitácoras favoritas y explicar los motivos que tengo para ello. He repasado la carpeta de Favoritos del Explorer, allí se alojan un sin número de direcciones que visito con una frecuencia desigual, desde los paseos diarios hasta los largos encuentros de un domingo por la tarde después de una prolongada ausencia. La tarea de elegir a cinco entre tantos siempre me pareció difícil, pero ahora que los recorro uno a uno se me revela imposible.
Los más avispados seguro que perciben el tufillo a escaqueo que empieza a brotar de estas líneas. Los más imaginativos ya han adivinado esta intentona barata para escabullirme de la tarea que me había propuesto. Los más perspicaces se fijarán en los músculos de mis piernas tensionados para el preparados, listos, ya. Los lectores habituales de La Curvatura de la Córnea escrutan mis ojos astigmáticos que bizquean en busca de una salida de emergencia:

14 abril 2008

Con el sueño cambiado














Con el sueño cambiado
Octavio Gómez Milián
Editorial Eclipsados




Hace un trienio escribí “Ante el reloj de fichar me siento poeta”. Fue una afirmación decorosa, una declaración de principios, el inicio de una mirada nueva hacía el mundo de la fábrica. El tiempo ha puesto la patraña en su sitio, en estos tres años sólo he escrito un par de micro relatos situados en el ambiente laboral, y uno de ellos contaba los minutos frente a la máquina del café, el lugar menos productivo de una factoría. Este fue el recuerdo que me abordó cuando leí el título del nuevo poemario de Octavio Gómez Milián. “Con el sueño cambiado” es una expresión habitual entre los obreros atrapados por los turnos rotativos de mañana, tarde y noche. La primera mirada al libro consistió en una búsqueda precipitada que confirmase mis sensaciones, una acometida caracterizada por la ansiedad y la precipitación. La premonición se cumplió con versos como “no puedo escapar de las cintas de papel girando frente a mis ojos” “voy en el 35 camino de Saica” “los introduzco en un cocedero de paja”, encontré algunos más, pero cito los anteriores porque muestran el conocimiento que tiene el autor sobre la misma rama industrial de la que yo estoy colgado.
Una segunda lectura más reposada de “Con el sueño cambiado” me mostró la disección en forma de viaje de los vericuetos que conforman las relaciones entre hombres y mujeres. Un viaje es importante si la experiencia de la travesía culmina con una afirmación tan radical como reconocer que ya no somos los mismos. Esa es la base fundamental de esta suma y sigue de poemas: La transformación del autor a lo largo de las páginas.
El libro se inaugura con un verso de Ángel Guinda, de su libro “Toda la luz del mundo” La primera vez que lo leí fue en las estanterías poéticas de la Fnac, estaba absorto por la contundente brevedad de aquellos pensamientos destilados hasta su mínima expresión, la voz del poeta enviada en sms “Entro en tu cuerpo como en un museo” La imagen tiene tanta potencia como para trasladarme hasta la primavera de cuando pinché el L.P. de Aute sin dejar de mirarla a los ojos. La primera canción era el resumen de mis intenciones “No quiero salir de aquí que hace mucho frío afuera. Deja que me instalé aquí dónde siempre es primavera” Desde entonces he recorrido la distancia que separa el deseo por permanecer en sus recovecos hasta la veneración cuando vuelvo a ellos. Todo un viaje.
“Con el sueño cambiado” esta divido en cuatro partes. La primera de ellas bajo el epígrafe “Las horas de tu cuarto” las horas de marcharse “Cinco minutos para perderme entre grietas y calles” “Y sé que cuando todo esto termine ya te habrás ido”. El poeta o sus amantes siempre se encuentran en el tránsito de irse o la espera de hacerlo, de abandonar los espacios domésticos “como estanterías enormes para acumular cuartos vacíos” dónde “la emulsión de lascivia dice que te dejes el vestido” Sólo permanecen en la impersonalidad de una “habitación doble” y esa duplicidad implica espacio público, colectivo, un lugar al fin y al cabo de paso.
Los obligados desplazamientos hacía la fábrica afirman la extrañeza interna del autor, abonan el debate sobre la dualidad de su personalidad, certifican un sentimiento de contrariedad al sentirse “mutado, perdido, con una necesidad crónica de superpoderes” Superpoderes de superpoeta me atrevo a afirmar, unas cualidades que le permitan enamorar a esas diosas que van y vienen de las almohadas a la calle sin más pretensiones que ser adoradas y asearse por un día con jabones masculinos. Pero las cosas del amor y del sexo no mejoran ni con las palabras cedidas por las musas, ni con la genuflexión verbal del amante aunque venga precedida de satisfactorias posturas pasionales.
Ángel Gracia organizó el pasado 14 de febrero en el foro de la Fnac un recital de poesía erótica, una manera distinta de celebrar San Valentín. Octavio Gómez Milián ejerció de conductor del evento y contó como Jane Birkin se hizo célebre en 1969 con la provocadora canción “Je t´amie… moi non plus”, un éxito mundial que ha elevado la temperatura de varias generaciones al arrulló de los suspiros orgásmicos de Jane Birkin. A los pocos días escuché en el programa de la cadena SER “La Ventana” — dirigido y presentado por Genma Nierga — al periodista José Manuel Rodríguez “Rodri” — autor del libro-disco “Una historia de la censura en la radio musical española” — allí contó como aquella tórrida canción había sorteado la censura franquista porque los jadeos no aparecían en el texto de la canción, el habitual lugar de trabajo de los censores musicales de la época.
Esta extensa introducción era necesaria porque la segunda parte del libro comienza con el anuncio de un sueño “La aparición y posterior pérdida de Jane Birkin” Toda una declaración de principios. El poeta corre tras el mito como respuesta al fracaso en la veneración terrenal de las mujeres diosas que sólo pasan por su cama para recorrer un camino malogrado.
En contra de lo esperado por este lector al dejarse llevar por título de esta segunda parte, en lugar de encontrarnos con el mito, tropezamos con un titubeante “Ven, déjame” que devuelve el protagonismo a las mujeres terrenales “que no queden márgenes entre tu cuerpo perfecto y mis manos” Otras mujeres de “cuerpo perfecto” y “superficies trémulas”, otras diosas de “luminoso andar” ocupan los nuevos “escenarios” por los que transita el poeta, lugares de “exhibición” dónde “muchos hombres” dedican su ocio a contemplar los “números de baile” mientras sueñan “devotos” con el cariño de “otras sábanas”. La intimidad de la primera parte es un recuerdo. El poeta despliega su mirada en territorios que invitan a observar con atención a esos hombres “tan insípidos como sus almuerzos”, no imagina que tras el próximo trago de “ginebra golpeando bien fuerte mi hígado” él también va a sucumbir al hechizo de la venganza, de la satisfacción del desagravio prendido de la “hendidura perfecta” y deslizado en el sofá de un sábado antes de comer.
Tantas vueltas, tantos sinsabores en torno al amor y al sexo terminan dónde se anunciaba: La adoración al mito es la vía de escape para nuestro poeta. Es en ese sueño dónde olvida las elipsis del oficio “quise intervenir para decir algo hermoso no supe dónde había dejado la poesía” y se abandona en lo material de la pasión dónde el protagonismo recae en los instintos primarios de lo concreto y lo inmediato “Me la follé en silencio por la noche la volví a follar de día” “sujetadores negros” “bragas hacia abajo” Todo lo poético para las mujeres encarnadas en diosas y la pulsión animal reservada para el mito.
El sueño que caducó cuando “se hizo de día y las horas saludaban al pasar camino de la fábrica” La realidad asalta al poeta con la peligrosa y pesada carga de la educación judeo-cristiana y la sobre valoración del sentimiento de culpa. El sueño mitómano se funde en la rutina diaria del café y las galletas. Un duro viaje del cuerpo de Jane Birkin hasta “el papel y el cartón y las cajas” vomitados por unos ruidosos rodillos que apuntalan una aparente derrota: La decisión de contar “que nunca llegué a follarme a Jane Birkin” Y tal vez Octavio Gómez Milián no lo sabe, pero esa es una de las diferencias entre los hombres que han tenido la fortuna de encamarse con un mito: Unos silencian su sueño para construir un poema, otros, como el grandioso Luis Miguel Dominguín, tras follar en carne y hueso con el mito de Ava Gardner sólo encuentran satisfacción acodados en la barra de un bar, presumiendo entre las risotadas de hombres mediocres, de esos con “desnudos ridículos”, bravucones con las putas y temerosos de su propia realidad.
Entramos en la tercera parte del libro titulada “La entrada es gratis, la salida vemos…“ El autor aprovecha para respirar durante una brevísima parada de dos poemas. Un tiempo de reflexión tras la frustrada relación sentimental con el mito, un periodo acompañado por “un cuerpo distinto sobre la cama”, pero nada es igual y el poeta empieza a sentir el peso de su peregrinar tras el cuerpo y el alma de las diosas terrenales, de las mujeres de baile y barra, del mito sexual de varias generaciones “Como si el tiempo no fuera un parásito que se reproduce al respirar” En esa encrucijada sólo encuentra una salida: “Si tuviera el móvil de Dios le llamaría desde el fijo de mis padres” Pero enseguida repara en que su petición es desorbitada, teme la indiferencia del Todopoderoso y busca una excusa para borrarlo de su lista de contactos. Es mejor mantener una duda razonable que comprobar cuanto se parece el comportamiento divino con el de “las chicas empeñadas en vestir elegantes trajes de olvido”
El poeta llega en muy mal estado anímico hasta la cuarta y última parte del libro, bautizada con un título excesivamente largo que me atrevo a resumir en “diarios de odio” Estamos en el final del viaje, dónde las mujeres han abandonan el olimpo de las diosas y el trono de los mitos para esconderse en los congeladores bajo la forma de “helado enorme de fresa y chocolate blanco” “exceso de tristeza” “cerveza caliente” “necrosis” “presencias nauseabundas” “colmillos” “el corazón de las tormentas” La deriva es evidente, la inmersión en la tristeza nos aboca a un final “de nicotina”
La conclusión, el resumen, el corolario, la prueba del nueve, todo el meollo de “Con el sueño cambiado” se destila en cursiva en el penúltimo poema titulado “Ella lo resumió mejor que nadie” La confirmación en verso de que medir el grado de sinceridad no es una virtud de ella, tal vez el detonante de toda la obra. Ella, “la que me despidió hace dos años”. El autor encaja el último golpe con las hechuras de un buen fajador y aún tiene el pundonor de terminar con dos versos este magnífico libro, un poemario tan pegado a la realidad como esos “cocederos de paja” dónde cada uno de nosotros introducimos “los trozos recortados” de lo que no queremos ser.


No podía terminar esta reseña sin plantear una duda, con la esperanza de que Octavio Gómez Milián la responda en la zona de comentarios.
A lo largo del libro he encontrado dos situaciones que enlazan esta obra con una entrada antigua de esta bitácora. En la página 10 se puede leer “oigo a la ducha que golpea con envidia las grietas ya exploradas de tu cuerpo”, y en la página 26 se vuelve a abordar el tema “un sofá cubierto de tela rancia que alivias con el aliento de toda tú recién duchada”. Si a esto sumamos un poema que puedes escuchar aquí y dónde la protagonista femenina también esta en la ducha. La pregunta para el poeta es evidente ¿Podrías explicarnos esa fijación por las chicas en la ducha?

10 abril 2008

El pasodoble de una curva peligrosa

Para José Marco, usuario habitual de la A-222


«Conozco la carretera de memoria» Ahora me doy cuenta de lo estúpido de semejante afirmación. La conocía del mismo modo que conozco la letra de muchas canciones: Puedo canturrear el estribillo pero soy incapaz de recordar el resto, eso si, en cuanto escucho la voz del cantante, las estrofas acuden a mi mente sin la menor duda. Con la carretera del pueblo me ocurría lo mismo. En casa, antes de partir, era incapaz de recitar el orden correcto de las localidades por las que tenía que pasar, pero en cuanto comenzaba el viaje recordaba cada curva, cada bache, cada señal de tráfico.
El regulador de velocidad del Citröen C4 consiguió que el viaje se mantuviera en todo momento en torno a los 120 kilómetros por hora exceptuando las travesías, las rampas más empinadas del San Just y algunas curvas. La más peligrosa del recorrido era una doble izquierda/derecha justo antes de llegar a Muniesa: Una culebrilla tras un repecho y una suave bajada adornada con una señal de recomendación. El consejo era circular a 80 kilómetros por hora, nada más verla desconecté el regulador y la velocidad descendió hasta 105 kilómetros por hora. Gestioné con facilidad el giro a la izquierda, al iniciar el de la derecha puse en servicio el regulador, el vehículo aceleró y alcanzó la velocidad de crucero cuando puse toda mi atención en el reproductor de discos.
Los grandes éxitos de Jorge Negrete se había escurrido por el asiento del copiloto hasta situarse en el punto más alejado, intenté alcanzarlos con la mano derecha, no lo conseguí y alargué el brazo hasta inclinar mi cuerpo hacía el abismo.
Fueron tres vueltas de campana a ritmo de pasodoble. El cinturón de seguridad se interpuso a la querencia corporal de salir catapultado por los aires. Solté las ataduras cuando todo se detuvo excepto la copla «Mi jaca galopa y corta el viento caminito de Jerez» Anduve a trompicones durante un par de metros, aterricé sobre un trigal todavía verde y lamenté la estupidez de mi error: ¿A quien se le ocurre cambiar en mitad de una curva peligrosa el sonido marcial del pasodoble por el jolgorio de la ranchera?
Pensé que había llegado el momento de ver pasar mi vida en un segundo. Estuve muy atento, sentía una intensa curiosidad por ver que fotogramas había elegido el destino para glosar mi existencia, por escuchar la banda sonora, por descubrir los actores de reparto. Como la exhibición cinematográfica no llegaba, concluí que aún estaba vivo.
Una deducción tan optimista me alegró, con tanto trajín de volteretas no había tenido tiempo para pensar una de esas últimas frases dignas de pasar a la historia. Valoré distintas posibilidades pero ninguna me convenció, me hubiera gustado encontrar una máxima a la altura de las circunstancias. Lamenté la flaqueza de mi imaginación. El mal estar aumentó cuando me di cuenta de que tampoco había incluido en mi testamento un epitafio brillante, una leyenda digna de ser labrada en el columbario de mis cenizas.
Reflexioné durante algunos minutos pero sólo conseguí cierto grado de inspiración en terreno resbaladizo del plagio «Disculpen que no me levante» O en latitudes demasiado pomposas «Aquí yace un buen amigo, un hijo piadoso, además de gran padre, excelente marido, excepcional amante y el mejor de los yernos»
El sonido de las sirenas se aproximó hasta enmudecer la voz de Pepe Pinto «Doce cascabeles lleva mi caballo por la carretera» Cuatro manos recorrieron la geografía de mi cuerpo en una expedición que transcurrió por cada milímetro de piel. Eran dos chicos jóvenes. Hablaban bajito y, aunque las sirenas perseveraban en castigarnos los oídos, lo escuché perfectamente. Lo dijo el que estaba a mi derecha « Te voy a decir una cosa, co. El Zaragoza baja este año a Segunda como que este tío esta muerto»
Con la misma rutina futbolística me metieron en una bolsa de plástico, cerraron la cremallera y reconozco que me asusté un poco ante tanta oscuridad. Enseguida caí en la cuenta de mi nueva situación. La oscuridad era necesaria para proyectar la película de mi vida. Ese pensamiento me tranquilizó lo suficiente y me acomodé cuanto pude para disfrutar de la proyección. Sentí un golpe secó en la nuca, la espalda y los talones. Las sirenas enmudecieron. Tal vez la muerte sólo era eso, quedarse a oscuras en el fondo de un ataúd.
La soledad se adueñó de mi estado de ánimo. Invoqué a todos mis recuerdos pero sólo acudieron dos de ellos. El primero desveló el miedo que tuve la primera vez que me encontré con la muerte. Estaba sentado en el salón de su casa, pasé todo el día pegado a una silla, inmóvil, petrificado. Cuando una corriente de abandono entró por las ventanas y se llevó su último aliento sólo acerté a lamentarme. Fui incapaz de hacer nada por Antonio.
El segundo encuentro nunca se produjo. La cita diaria era en la sordidez de un hospital, entre sombras de duerme vela y el miedo que regresaba puntual cuando la enfermera nos dejaba sólos. Estertores al compás, ritmo de un fallecimiento anunciado y en cada nueva respiración la temerosa oración agnóstica del que suplica a la muerte que retrase su cita hasta un poco más allá del amanecer, cuando los gorriones y mi hermano me daban el relevo, un ruego cobarde para que la expiración se produjera en mi ausencia. Mis plegarias fueron atendidas y mi padre murió con la luz del día. Ahora que ha llegado mi hora, tal vez pueda descubrir a quien le debo el favor.

08 abril 2008

Historia de la fotografía en España

Extracto del programa de mano de la exposición:
“Historia de la fotografía en España no es sólo un reflejo riguroso y exhaustivo de la historia de la fotografía hecha en España, sino una lúcida reconstrucción iconográfica de un periodo apasionante de la historia contemporánea española.
La muestras constituye un espejo deslumbrante de la imagen española de la vida, así como la intrahistoria política, social, cultural, industrial y urbanística del país, desde la introducción del daguerrotipo, en 1839, hasta la frontera del los siglos XX y XXI. A través de trescientas cincuenta fotografías procedentes de más de cien colecciones públicas y privadas, nos acercamos a la realidad de la España pretérita y al cambio profundo operado en ella, especialmente en los años de la transición democrática, tras cuarenta años de dictadura.”


Centro de Historia
Dirección: Plaza San Agustin, 2 (barrio: Casco Histórico) - 50002 –
Teléfono: 976 205 640
Lunes cerrado

06 abril 2008

Cine Club los peliculeros: Charlie y la fábrica de chocolate

Tim Burton nos invita en esta película a visitar la fábrica de chocolate de Willy Wonka, interpretado por Johnny Depp. La fantasía desbordante del director encuentra un terreno abonado en este maravilloso viaje. Cinco niños, un glotón, una exigente, un sabiondillo, una obsesionada con la victoria y un niño humilde, tienen la posibilidad de descubrir los secretos de la más mayor fábrica de golosinas del mundo y sólo uno de ellos ganará un premio especial. A lo largo de la visita nos encontramos con las distintas secciones que componen la fábrica y en cada una de ellas uno de los niños hace gala de su personalidad, de esta forma van quedando eliminados y sólo uno termina siendo el ganador. Willy Wonka le ofrece un premio irresistible pero hay cosas más importantes que un premio. Tal vez el gran mensaje de esta aventura sea descubrir quienes son de verdad nuestra familia, esas personas que tenemos a nuestro lado y que se preocupan de nuestro bienestar.

Una crónica de: Javier Feria Martín y Javier López Clemente

03 abril 2008

El Swing de las Barriadas del Sur

Unos cascotes desparramados en la calzada incrementaron el tradicional retraso en la línea Zaragoza – Escucha, cuatro pedruscos sobre el puente que desafiaba el desfiladero que el río Segura modelaba junto al derruido balneario de Segura de Baños. El inesperado contratiempo cambió sus planes y decidió apearse en las Barriadas del Sur. El barrio de Utrillas que lo vio nacer estaba engarzado en torno a la carretera, viviendas con dos alturas encaladas de blanco y construidas bajo el maná de las nuevas explotaciones mineras.
El autobús paró al pie de la Iglesia dónde lo bautizaron, lo hizo a ritmo de guajira, un inmejorable recibimiento que mudó su humor trastaveteado por el viaje y le animó a dirigirse hacía la plaza de las escuelas. En una mano la bolsa del equipaje, en la otra la mochila con los libros de texto, barba incipiente y un clavel blanco prendido de la cazadora vaquera, junto a la chapa con la lengua de los Rolling. El ambiente festivo flotaba entre la caseta de las escopetillas, el tren de la bruja y la ruleta de la fortuna del Confitero. La algarabía le devolvió la sonrisa. Las Fiestas Patronales se celebraban en honor a San José Obrero, de esa manera, el primero de Mayo, se convertía en el pórtico que inauguraba, en plena primavera, el peregrinaje veraniego y comarcal de verbena en verbena.
La sesión de tarde estaba poco concurrida, unos cuantos zagales correteando junto al escenario, abueletes a la espera de novedades y ojos masculinos radiografiando las curvas con lentejuelas de la vocalista de la orquesta.
Ella hacía tiempo junto al puesto de pipas, cocos y altramuces, en esa posición de espera que tanto le gustaba: El brazo izquierdo abrazando las costillas, la mano derecha soportando el rostro sonrosado y los dedos haciendo tirabuzones morenos.
Él inspiró con avaricia, dejó todos los bártulos en un extremo de la plaza, caminó con paso decidido y frente a ella temió desfallecer. La estrategia mil veces soñada resolvió la situación: Un gesto de ballet rescató el clavel Stoniano, lo prendió entre sus negros mechones y con las últimas briznas de aire, a punto de perder la respiración, acertó a preguntar « ¿Bailamos?»
La orquesta se arrancó con una de Glenn Miller. Los novios, todavía conmocionados por el reencuentro, siguieron el ritmo del swing hasta que la pieza terminó en revolera de albero. Abandonaron la plaza, la verbena y la fiesta en busca de intimidad, la encontraron en el Camino de la Casilla, junto a las paredes del polvorín se comieron a besos hasta borrar los noventa y tres días de separación, entonces se detuvieron, asfixiados pero felices, tras eliminar los vestigios de la ausencia y sustituirlos por la pasión del reencuentro, aún exhaustos condecoraron aquella melodía con la categoría de la canción de su vida.


The Glenn Miller Orchestra ofreció un recital en el Auditorio de Zaragoza el día que la primavera del 2008 llegó invernal. El matrimonio preparó sus mejores galas de esmoquin con camisa blanca y vestido de luna llena. Sobre el escenario la formación clásica de una big band: cinco saxos, cuatro trompetas, cuatro trombones, piano, bajo, batería, vocalista masculino y vocalista femenino. Las melodías se sucedieron hasta que la imagen de una cascada de éxitos dejó de ser tópica y reflejó con precisión el encadenamiento de los grandes temas compuestos por Miller, un compendio musical que resumió perfectamente un estilo propio y personal, un repertorio que navegó entre el jazz, el blues y el swing de clásicos inolvidables como "Tuxedo Junction" "Chattanooga Choo Choo" “American Patrol” "Moonlight Serenade" y "Pensilvania 6-5000", aderezados por un brillante homenaje a Frank Sinatra y Dean Martin.
El sistema nervioso de los esposos activó el mecanismo del bailen y causó un deseo irrefrenable que aumentó conforme el recital avanzó: Cosquilleo en la planta de los pies, los dedos de las manos convertidos en baquetas, las piernas en platillos bombo y caja y un beso tras cada melodía, un extenso preámbulo que derivó en lo inevitable: Las notas iniciales de la vieja melodía liberaron el resorte tensado de sus cuerpos que saltaron de las butacas y ascendieron por las escaleras centrales de la platea hasta dónde el pasillo se ensanchaba lo suficiente para ser una pista de baile.
Cuatro acaloradas acomodadoras sitiaron a los bailarines con la intención de llamarles al orden, reconducir su comportamiento y expulsarlos de la Sala Mozart de conciertos. La intervención de la autoridad no fue necesaria porque el matrimonio, entre vuelta y vuelta de swing, se auto transportó a la plaza de las escuelas de las Barriadas del Sur de aquellas Fiestas Patronales de 1983 en las que condecoraron a “In the Mood” como la canción de su vida.

01 abril 2008

Ulises y María

Para la muestra de monólogos de alumnos del Teatro de la Estación de este año había pensado en un texto de “Lo inhóspito”, una novela de Gonzalo Torné de la Guardia. Jesús Bernal, nuestro profesor, después de un ejercicio de improvisación, me sugirió la posibilidad de hacer una dramaturgia extrayendo diálogos de la obra “Defensa de Dama” de Isabel Carmona y Joaquín Hinojosa. En el autobús de vuelta a casa leí la propuesta de Jesús y afortunadamente cambie de opinión.
Tras las primeras lecturas del monólogo sucedió un hecho muy importante para el desarrollo posterior del mismo, mi compañera Patricia decidió dar vida a María, la protagonista femenina de “Defensa de dama”. Jesús preparó otra dramaturgia para ella y ahora, con el paso del tiempo, quiero agradecer a Patricia que diera ese paso, su trabajo ha sido un acicate muy importante para preparar mi interpretación todo lo mejor que pude.

Gracias a Nati Barbero por grabar las imágenes.


Ulises y María en la cuenta youtube de Sonolópez: 1ª Parte - 2ª Parte