Javier López con el sueño cambiado
la locura que es la cordura puesta del revés
con la que avanzo en la sapiencia
de las noches reservadas a los perros”
(Personas con el sueño cambiado. Octavio Gómez Millián)
Javier López era un operario de la industria papelera que conducía un Seat 133 bajo el mortecino alumbrado público de la Avenida Cataluña. Era su quinta jornada en el turno de noche, el irremediable punto de inflexión que lo expulsaba de los terrenos mágicos de las musas y extinguía sus ínfulas de narrador. Javier López solía culpar de aquellas carencias al sueño cambiado, un estado de semi levitación producido por los ciclos rotativos de mañana-tarde-noche, una losa que terminaba siendo cuna de lo cotidiano y preámbulo de la monotonía. El pundonor por vencer la rutina le obligaba a pensar y en un arranque de optimismo, si tenemos en cuenta sus escasos conocimientos, intentó la quimera de descubrir la fórmula magistral que conciliase el lento discurrir del lenguaje descriptivo, con el ritmo que los acontecimientos imaginados necesitan para cobrar vida sobre el papel. En esos terrenos teóricos andaba cuando detuvo el vehículo y sus pensamientos. Tres individuos que se acercaban a la carrera por la acera del puente sobre el Gállego. La frecuencia en los relevos dejaba a las claras que no se trataba de una competición pedestre. La atropellada cadencia de sus zancadas casi le provocó la risa porque el cuerpo de los corredores, inclinado en exceso hacia delante, los avocaba a la caída, sin embargo, los atletas avanzaban con rapidez sustentados en sus patas traseras «Las de los jamones» pensó Javier López, uno de esos seres primarios que sólo saben relacionar al cerdo con San Martín, la fiesta y el mondongo.
El lobo apareció a unos doscientos metros de distancia, también corría impulsado por sus patas traseras. Más que delgado estaba esmirriado y su imagen de teórica fiereza quedaba desdibujada entre resoplidos de cansancio, la lengua fuera por el sofoco y una piel maltrecha y chuchuría. Era un asco de lobo. Los tres cerdos alcanzaron el vehículo y lo rodearon. El lobo divisó el corro, aprovechó la energía potencial de la carrera, dio un salto, puso sus garras en posición de caza y concentró la acometida en la más grasienta de sus presas. Los marranos golpeaban las ventanillas con las pezuñas de sus patas delanteras.
— ¡Socorro! ¡Qué ya llega, redíos!
— ¡Auxilio! ¡Qué ya esta aquí el espanao!
— ¡Venga co! ¡Abre las puertas que se nos trapiña el lobo! »
Javier López acertó a pulsar el botón de apertura de las puertas. Los perseguidos ganaron el interior del coche, uno de ellos ocupó el lugar del copiloto y los otros dos los asientos posteriores. El conductor pisó el acelerador a fondo. El lobo, incapaz de coordinar la ansiedad del apetito, la adrenalina del cazador y el vuelo sin motor de sus zarpas, se estrelló contra el asfalto mientras el utilitario quemaba rueda
— ¿Sería tan amable de llevarnos al Hotel Zeta 1984 de la calle Orwell? — preguntó el copiloto.
— ¿Qué les lleve a una hotel? — balbuceó Javier López.
— Si maño si, a un hotel. Me gustaría decirle que nos llevara a casa pero por culpa de estos haraganes, — señaló a sus dos congéneres de los asientos traseros — no se lo puedo decir. En realidad sólo podría pedirle que nos llevara a “mi” casa, porque las de estos dos holgazanes —volvió a señalar— están destruidas, derribadas, aniquiladas, vaya que están hechas unos zorros.
— Querrás decir hechas “unos lobos” — contestó uno de los señalados. Javier López recibió el chiste con un leve intento de carcajada que fue interrumpida por el copiloto.
— Menos cachondeo que esto es muy serio. Ese lobo hambriento no va a parar hasta comernos. Así que necesitamos un sitio seguro para pasar la noche y pensar con tranquilidad que hacemos para resolver esta situación. ¡Y deja de dar vueltas a la rotonda, co! — Javier López tomo el camino en dirección a la fábrica, orilló el vehículo en la cuneta, detuvo la marcha y puso cara de pedir explicaciones.
— Antes de contarle como hemos llegado hasta aquí, — dijo el copiloto con mucha ceremonia— queremos agradecerle su valerosa actuación, gracias a la cual nos hemos librado de las fauces de esa alimaña.
»Hace unos meses, en un documental de La 2 de Televisión Española, nos enteramos que esas feroces criaturas estaban abandonando sus habituales prácticas de caza. El nuevo comportamiento guardaba una relación directa con la falta de presas. No era la primera vez que la escasez de alimento obligaba a estos depredadores a proceder de una manera distinta a la que de ellos se espera. Los pastores de ganado ovino fueron los perjudicados en otras ocasiones, pero este sector económico esta sufriendo una clara recesión y ya no quedan ovejas para las fauces insaciables del lobo. Así que el único camino que les queda es acercarse a los núcleos de población. La aproximación a las ciudades ha sido paulatina y en constante aumento hasta que estas fieras han adoptado costumbres muy alejadas de su instinto natural. El reportaje terminaba con las imágenes de un lobo ibérico hurgando en las basuras de un vertedero.
»Nosotros por aquel entonces acabábamos de mudarnos a una paridera abandonada a las afueras de Zaragoza. La perspectiva de encontrarnos con un lobo hambriento en las cercanías de nuestro hogar me alertó, así que les propuse a mis hermanos una reforma para aumentar la seguridad de nuestra casa. No estuvieron de acuerdo y tras muchas discusiones, un día me harte de su falta de preocupación y les di una patada en el culo.
»La independencia les alegró pero no tanto como para abandonarme y a pocos metros de la paridera levantaron dos chabolas, una de paja y otra de madera. Como las edificaciones resultaron tan fáciles de hacer como frágiles de derribar, dedicaron todo el verano a holgar en charcas de barro y a sestear a la sombra de los chopos, mientras un servidor se pasó todo la canícula dándole al mortero y al ladrillo para conseguir un hogar a prueba de lobos.
»El invierno llegó sin el preámbulo del otoño y las cosas empezaron a ir mal para los perezosos. Al frío se sumó el cierzo. El viento se colaba por las rendijas de las debiluchas casas de estos dos gandules. Gandules y con mucho morro vinieron hasta la puerta de mi casa a pedirme cobijo junto a la lumbre y tras las robustas paredes de doble muro forradas con fibra aislante. El primer impulso fue darles una patada en el culo. Sucumbí a la tentación, pero mi conciencia y la culpabilidad judeo-cristiana me hicieron rectificar.
»Nada más abrir la puerta escuché los aullidos, eran inconfundibles, el lobo feroz había llegado. Salí de casa. Ajusté los ojos a la luz proporcionada por la luna. Frente a mi casa la fantasmagórica imagen de unas briznas de paja cabalgando sobre el viento mientras una figura negra soplaba, soplaba y soplaba. El estruendo de maderas anunció el derribo.
»Estos dos haraganes se escaparon por los pelos. Salieron a la carrera por la puerta de atrás y orientaron sus pasos hacia mi casa. Aún quedaban más de cien metros para que accedieran al porche cuando una ráfaga de cierzo volteó la puerta. Necesité seis milisegundos para localizar sobre el taquillón de la entradita el llavero con la imagen de la Virgen del Pilar. Aquel chasquido nos dejaba en la calle. ¿Fue mala suerte, el destino traidor? Vete a saber. El resto de la historia ya te la puedes imaginar.
Javier López caminó con un silbido en los labios mientras los tres ceriditos permanecían tras unos arbustos desde dónde espiaban al lobo feroz que, tumbado frente a la puerta de la paridera, lamentaba su mala suerte. Los pasos sobre la gravilla lo pusieron en alerta «La cena ya regresa al hogar» pensó. Los pensamientos gastronómicos del depredador se alejaron cuando la luz de la luna dibujó la silueta de un hombre.
— Buenas noches Señor Lobo
— Te agradezco el tratamiento pero prefiero que me tutee — Contestó el lobo feroz.
— Y qué, ¿tomando la fresca?
— A la fresca estoy, pero no por gusto. Espero a unos amigos que deben estar al caer.
— Es agradable tener un techo para charlar y comerse a los amigos
— …
— Quiero decir con-los-amigos. Comer con los amigos. Usted ya me entiende, la fogata, las viandas, el vino, la conversación.
— Ya te he dicho que me tutees. A mi no me gusta la conversación.
El lobo feroz desconocía la habilidad natural de Javier López para construir conversaciones. Lo más difícil era hilvanar el par de respuestas iniciales, pero una vez vencido en el primer obstáculo, el diálogo ganaba consistencia con puntadas de anécdotas, preguntas y sucedidos. El plan funcionó a la perfección. Gracias a la fuerza de la plática, el depredador siguió el hilo de la palabra, dejó franca la puerta para la intervención de los cerrajeros de la Open Story Door y los tres cerditos pudieron regresar a su casa. Algunas revistas rosas del país de los cuentos han publicado que Javier López y el Lobo Feroz mantuvieron un diálogo a lo largo de toda la noche, las más atrevidas ya hablan de boda.