El Swing de las Barriadas del Sur
Unos cascotes desparramados en la calzada incrementaron el tradicional retraso en la línea Zaragoza – Escucha, cuatro pedruscos sobre el puente que desafiaba el desfiladero que el río Segura modelaba junto al derruido balneario de Segura de Baños. El inesperado contratiempo cambió sus planes y decidió apearse en las Barriadas del Sur. El barrio de Utrillas que lo vio nacer estaba engarzado en torno a la carretera, viviendas con dos alturas encaladas de blanco y construidas bajo el maná de las nuevas explotaciones mineras.
El autobús paró al pie de la Iglesia dónde lo bautizaron, lo hizo a ritmo de guajira, un inmejorable recibimiento que mudó su humor trastaveteado por el viaje y le animó a dirigirse hacía la plaza de las escuelas. En una mano la bolsa del equipaje, en la otra la mochila con los libros de texto, barba incipiente y un clavel blanco prendido de la cazadora vaquera, junto a la chapa con la lengua de los Rolling. El ambiente festivo flotaba entre la caseta de las escopetillas, el tren de la bruja y la ruleta de la fortuna del Confitero. La algarabía le devolvió la sonrisa. Las Fiestas Patronales se celebraban en honor a San José Obrero, de esa manera, el primero de Mayo, se convertía en el pórtico que inauguraba, en plena primavera, el peregrinaje veraniego y comarcal de verbena en verbena.
La sesión de tarde estaba poco concurrida, unos cuantos zagales correteando junto al escenario, abueletes a la espera de novedades y ojos masculinos radiografiando las curvas con lentejuelas de la vocalista de la orquesta.
Ella hacía tiempo junto al puesto de pipas, cocos y altramuces, en esa posición de espera que tanto le gustaba: El brazo izquierdo abrazando las costillas, la mano derecha soportando el rostro sonrosado y los dedos haciendo tirabuzones morenos.
Él inspiró con avaricia, dejó todos los bártulos en un extremo de la plaza, caminó con paso decidido y frente a ella temió desfallecer. La estrategia mil veces soñada resolvió la situación: Un gesto de ballet rescató el clavel Stoniano, lo prendió entre sus negros mechones y con las últimas briznas de aire, a punto de perder la respiración, acertó a preguntar « ¿Bailamos?»
La orquesta se arrancó con una de Glenn Miller. Los novios, todavía conmocionados por el reencuentro, siguieron el ritmo del swing hasta que la pieza terminó en revolera de albero. Abandonaron la plaza, la verbena y la fiesta en busca de intimidad, la encontraron en el Camino de la Casilla, junto a las paredes del polvorín se comieron a besos hasta borrar los noventa y tres días de separación, entonces se detuvieron, asfixiados pero felices, tras eliminar los vestigios de la ausencia y sustituirlos por la pasión del reencuentro, aún exhaustos condecoraron aquella melodía con la categoría de la canción de su vida.
The Glenn Miller Orchestra ofreció un recital en el Auditorio de Zaragoza el día que la primavera del 2008 llegó invernal. El matrimonio preparó sus mejores galas de esmoquin con camisa blanca y vestido de luna llena. Sobre el escenario la formación clásica de una big band: cinco saxos, cuatro trompetas, cuatro trombones, piano, bajo, batería, vocalista masculino y vocalista femenino. Las melodías se sucedieron hasta que la imagen de una cascada de éxitos dejó de ser tópica y reflejó con precisión el encadenamiento de los grandes temas compuestos por Miller, un compendio musical que resumió perfectamente un estilo propio y personal, un repertorio que navegó entre el jazz, el blues y el swing de clásicos inolvidables como "Tuxedo Junction" "Chattanooga Choo Choo" “American Patrol” "Moonlight Serenade" y "Pensilvania 6-5000", aderezados por un brillante homenaje a Frank Sinatra y Dean Martin.
El sistema nervioso de los esposos activó el mecanismo del bailen y causó un deseo irrefrenable que aumentó conforme el recital avanzó: Cosquilleo en la planta de los pies, los dedos de las manos convertidos en baquetas, las piernas en platillos bombo y caja y un beso tras cada melodía, un extenso preámbulo que derivó en lo inevitable: Las notas iniciales de la vieja melodía liberaron el resorte tensado de sus cuerpos que saltaron de las butacas y ascendieron por las escaleras centrales de la platea hasta dónde el pasillo se ensanchaba lo suficiente para ser una pista de baile.
Cuatro acaloradas acomodadoras sitiaron a los bailarines con la intención de llamarles al orden, reconducir su comportamiento y expulsarlos de la Sala Mozart de conciertos. La intervención de la autoridad no fue necesaria porque el matrimonio, entre vuelta y vuelta de swing, se auto transportó a la plaza de las escuelas de las Barriadas del Sur de aquellas Fiestas Patronales de 1983 en las que condecoraron a “In the Mood” como la canción de su vida.
El autobús paró al pie de la Iglesia dónde lo bautizaron, lo hizo a ritmo de guajira, un inmejorable recibimiento que mudó su humor trastaveteado por el viaje y le animó a dirigirse hacía la plaza de las escuelas. En una mano la bolsa del equipaje, en la otra la mochila con los libros de texto, barba incipiente y un clavel blanco prendido de la cazadora vaquera, junto a la chapa con la lengua de los Rolling. El ambiente festivo flotaba entre la caseta de las escopetillas, el tren de la bruja y la ruleta de la fortuna del Confitero. La algarabía le devolvió la sonrisa. Las Fiestas Patronales se celebraban en honor a San José Obrero, de esa manera, el primero de Mayo, se convertía en el pórtico que inauguraba, en plena primavera, el peregrinaje veraniego y comarcal de verbena en verbena.
La sesión de tarde estaba poco concurrida, unos cuantos zagales correteando junto al escenario, abueletes a la espera de novedades y ojos masculinos radiografiando las curvas con lentejuelas de la vocalista de la orquesta.
Ella hacía tiempo junto al puesto de pipas, cocos y altramuces, en esa posición de espera que tanto le gustaba: El brazo izquierdo abrazando las costillas, la mano derecha soportando el rostro sonrosado y los dedos haciendo tirabuzones morenos.
Él inspiró con avaricia, dejó todos los bártulos en un extremo de la plaza, caminó con paso decidido y frente a ella temió desfallecer. La estrategia mil veces soñada resolvió la situación: Un gesto de ballet rescató el clavel Stoniano, lo prendió entre sus negros mechones y con las últimas briznas de aire, a punto de perder la respiración, acertó a preguntar « ¿Bailamos?»
La orquesta se arrancó con una de Glenn Miller. Los novios, todavía conmocionados por el reencuentro, siguieron el ritmo del swing hasta que la pieza terminó en revolera de albero. Abandonaron la plaza, la verbena y la fiesta en busca de intimidad, la encontraron en el Camino de la Casilla, junto a las paredes del polvorín se comieron a besos hasta borrar los noventa y tres días de separación, entonces se detuvieron, asfixiados pero felices, tras eliminar los vestigios de la ausencia y sustituirlos por la pasión del reencuentro, aún exhaustos condecoraron aquella melodía con la categoría de la canción de su vida.
The Glenn Miller Orchestra ofreció un recital en el Auditorio de Zaragoza el día que la primavera del 2008 llegó invernal. El matrimonio preparó sus mejores galas de esmoquin con camisa blanca y vestido de luna llena. Sobre el escenario la formación clásica de una big band: cinco saxos, cuatro trompetas, cuatro trombones, piano, bajo, batería, vocalista masculino y vocalista femenino. Las melodías se sucedieron hasta que la imagen de una cascada de éxitos dejó de ser tópica y reflejó con precisión el encadenamiento de los grandes temas compuestos por Miller, un compendio musical que resumió perfectamente un estilo propio y personal, un repertorio que navegó entre el jazz, el blues y el swing de clásicos inolvidables como "Tuxedo Junction" "Chattanooga Choo Choo" “American Patrol” "Moonlight Serenade" y "Pensilvania 6-5000", aderezados por un brillante homenaje a Frank Sinatra y Dean Martin.
El sistema nervioso de los esposos activó el mecanismo del bailen y causó un deseo irrefrenable que aumentó conforme el recital avanzó: Cosquilleo en la planta de los pies, los dedos de las manos convertidos en baquetas, las piernas en platillos bombo y caja y un beso tras cada melodía, un extenso preámbulo que derivó en lo inevitable: Las notas iniciales de la vieja melodía liberaron el resorte tensado de sus cuerpos que saltaron de las butacas y ascendieron por las escaleras centrales de la platea hasta dónde el pasillo se ensanchaba lo suficiente para ser una pista de baile.
Cuatro acaloradas acomodadoras sitiaron a los bailarines con la intención de llamarles al orden, reconducir su comportamiento y expulsarlos de la Sala Mozart de conciertos. La intervención de la autoridad no fue necesaria porque el matrimonio, entre vuelta y vuelta de swing, se auto transportó a la plaza de las escuelas de las Barriadas del Sur de aquellas Fiestas Patronales de 1983 en las que condecoraron a “In the Mood” como la canción de su vida.
4 Comments:
Si yo hubiera estado en esa sala, seguro que el aplauso para esa pareja estusiasmada no hubiera faltado...Un abrazo.
¿DE VERDAD QUE NO HABIA UNA MEJOR VERSION DE ESTE TEMA EN TODO EL yOUTUBE?
LO DE LAS "SWING GIRLS" NIPONAS TIENE QUE IR DE COÑA, ¿nO? JAJAJAJAJA
Hola Gubia
¡Nada de aplausos! ¡Lo suyo hubiera sido que te unieras al baile!
;-)
Salu2 Córneos.
Hola Retruécano.
Seguro que las arcas del youtube contienen un versión mejor, pero yo no buscaba la mejor versión de "In The Mood", a mi me interesaba acercarme al estilo verbenero del tema, a la melodía que escucharon la pareja protagonista en las Barriadas del Sur, una versión muy alejada de la que escucharon como matrimonio.
Salu2 Córneos.
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