La curvatura de la córnea

31 octubre 2013

Sigue la tormenta en el Teatro de la Estación




El joven director de teatro Nathan Goldring visita a Theo Steiner, un actor retirado al que necesita como pieza imprescindible para montar el Rey Lear de Shakespeare. Este factor desencadena la acción y pone en contacto por primera vez el drama con la realidad porque Cristina Yáñez, directora de la función, también estaba dispuesta a montar “Sigue la tormenta” si en ella participaba el veterano actor Mariano Anos.

La percepción inicial de la función nos lleva al evidente duelo generacional entre Steiner y su vuelta de casi todo, frente al empuje de un Goldring deseoso por descubrir. Los primeros embates entre protagonista y antagonista giran en torno al teatro pero muy pronto se ven superados por un viaje más profundo al desolado territorio de la duda y el arrepentimiento. Un itinerario que pretende llegar, en palabras de Yáñez, tanto al corazón como a la cabeza.

Esta transformación cualitativa en la relación entre los personajes provoca el abandono de la pelea que se orienta hacia el noble arte de la pesca y allí, a ambos lados del sedal, adquiere grado de incertidumbre, como recuerda la tonada de Juan Perro: Será porque siempre he estado del lado del pescado que nunca había pensado que el pescado podría estar del otro lado.

“Sigue la tormenta” se nos presenta entonces como un rito de iniciación, un diálogo que pone bajo los focos la esencia de la existencia social e individual. La relación entre los personajes se teje, como no podría ser de otro modo, en un cuento. La narración es el mecanismo literario que permitirá contar las miserias y avatares que determinan la vida de un joven que busca respuestas, y de un anciano aterrado por el recuerdo, por las preguntas tantos años sin responder. El dilema sobrepasa el espacio del escenario y nos recuerda que la belleza, ese placebo que usted y yo nos administramos vía artes y letras, es solo un espejismo porque, una vez que Steiner ha derramado sus entrañas hasta ponerlas a nuestros pies, ya no hay escapatoria: Les recuerdo que en el patio de butacas es imposible acudir ni al mando a distancia, ni al tiempo de refresco que necesita una televisión de cristal líquido digital para zapear entre el horror de los ahogados en Lampedusa y la anestesia del picadillo de vísceras en formato chafardeo.

Todo este entramado argumental sitúa al espectador en una posición intelectualmente activa frente a lo que ocurre en escena; desde la percepción de los sentimientos hasta el ineludible ejercicio de reflexión que se nos propone. Así es querido lector, desde las tablas se nos invita a indagar en lo que Fernando Gómez, traductor del libreto de Enzo Comann, define como “poelítico”, un intento de fundir política y poética para plantearse las grandes preguntas de la vida.

“Sigue la tormenta” destruye la idea de la literatura como una defensa contra las ofensas de la vida porque, aunque la narración de Steiner tiene toda la fuerza de la literatura, es un ejercicio poético que nos pone en el brete simbólico de medir nuestra empatía frente a la percepción del horror, como ya hizo la filosofa Hanna Arendt cuando quiso ver de cerca el horror con la intención de encontrar respuestas. Por eso viajó hasta Jerusalén y asistió al juicio de Eichmann, una pieza clave en la administración de la Alemania nazi para mantener perfectamente engrasada la eficaz maquinaria que transportó millones de judíos hacia los campos de exterminio y la solución final. Sin embargo Arendt, en lugar de encontrarse con una especie de bestia malvada, conoció a un hombre corriente que había elegido no pensar en lo que estaba haciendo aunque tuviera unas consecuencias desastrosas, un hombre como usted y como yo querido lector. Por eso son tan importantes las palabras del actor Mariano Anos cuando se refiere a la obra como ese “volver a las raíces del teatro, a un teatro comprometido, necesario en estos momentos en los que hay que pararse a pensar y no dejarse llevar por la rutina y la costumbre”

“Sigue la tormenta” es teatro de palabra y por lo tanto una obra ideal para el lucimiento de los actores que son el soporte básico de la obra. Miguel Pardo y Mariano Anos desvelan el mágico encanto de su profesión. Da gusto verlos en escena. Pardo, quizás más atado a la técnica, traza su interpretación con la perfección del buen artesano, construye su personaje con trazos nítidos de escuadra y cartabón. Contenido en el difícil papel del que escucha y convincente en todo momento tal vez necesita profundizar en detalles que nos alejen de hecho interpretativo y nos acerquen al hombre y su búsqueda. Anos está sencillamente soberbio, sin un ápice de afectación, todo lo que hace y dice en escena tiene el arrebatador encanto de la credibilidad, desde la desesperación y la hijoputez hasta la ironía y la leve amabilidad.

“Sigue la tormenta”, en contra de lo que afirma el programa de mano, no es una muralla ante la barbarie, es, o a mi me lo pareció, el imprescindible espejito que nos recuerda que la belleza condensada por el ser humano solo es la antesala del horror. Y frente al horror… ¿qué hacemos usted y yo frente al horror?


Lugar: Teatro de la Estación

Horarios: Sábados: 20:30 h.; domingos: 19:00 h.

Del 26 de octubre al 10 de noviembre

Etiquetas: , ,

21 octubre 2013

Stultitia o el mundo de la locura en el Teatro Arbolé





Erasmo de Rotterdam (1437 – 1536) era un idealista en tiempo de desazón que soñaba con un mundo en paz en el que lo más importante sería la vida interior de cada individuo antes que las manifestaciones exteriores teñidas por el espectáculo del ritual y la oración. El pensador elaboró una obra literaria en la que elogiaba la locura porque la razón no llevaba a ningún lugar en una sociedad dónde sensatez no tenía cancha y se ensalzaba la ignorancia y la incompetencia. Es cierto, tiene usted razón, este medio ambiente suena tan actual que da un poco de vértigo.
La compañía Sabotaje Teatro Independiente se subió al carro de las reflexiones de Erasmo y nos invitó al enrevesado viaje por el mundo de la locura en el Teatro Arbolé. “Stultitia” es un espectáculo que disecciona la demencia. El cirujano y todos los elementos del escenario se nos presentan de blanco, blanco de psiquiátrico, blanco de “Korova Milk Bar” en el que los drugos de Kubrick han sido sustituidos por un arlequín con poses de la comedia del arte y dispuesto a contarnos, como en aquellos romances de ciego, los sucedidos más escabrosos para introducir la demencia en dos frascos distintos, uno para la locura sana y otro para la insana.
El espectáculo, lo han adivinado, avanza por lo más insalubre de la locura: Un tipo que, después de ver el horror muy cerca, busca la esperanza en el amor pero la realidad cristalizará en derrota, la peor de las derrotas: cuando el mal se integra en nuestro sistema nervioso y pudre los sueños hasta negar el valor de los sentimientos. El tercer personaje de la trama está mucho más asentado en la realidad de un mundo dominado por los objetos de consumo, un yugo tan agradable que impide sentir la humedad de la cárcel.
Stultitia está construida con estos tres personajes y un solo actor. Rafael Cadena defiende con eficacia cada uno de ellos. Lo hace a base de construcciones creíbles desde el inicio de la representación. Un arlequín de gestos redondos al que si acaso le quitaría ese acercamiento al público que no veo necesario, dirigirse al respetable desde la tablas quizás daría más empaque al discurso teórico sobre la locura, y es ahí dónde encuentro otra posible mejora porque el personaje dice cosas muy interesantes y de tanta enjundia que quizás, entre bromas y esa mirada chispeante, sería conveniente pararse un poco para subrayar algunos mensajes tan tajantes como ajustados sobre la locura, distinguir más claramente entre lo anecdótico y lo sustancial. Algo que hace el actor ejecuta perfectamente con los otros dos personajes. Pero son pequeños detalles, quizás solo manías de quien esto escribe. El actor domina perfectamente las transiciones entre personajes y llena el escenario de líneas rectas que más tarde zigzaguean, solidez en la palabra que luego es duda y una amargura palpable, Es en ese intercambio espacial, gestual y de palabra donde el actor gana la batalla de una corporeidad bien construida que acompaña y nutren al texto.
Un cuestión se queda flotando al final de la función sobre el problema de la existencia humana que, como nos recuerda Ángel Leiva en la edición de Cátedra de la novela El túnel de Sábato, radica en la posibilidad de responder ante la angustia del caos con la metafísica de la esperanza como hace nuestro arlequín o, me permito añadir, con la desesperanza de la locura, como le ocurre a los otros dos personajes que nos muestra Stultitia.
Desde luego la respuesta a esta cuestión es personal e intransferible y seguramente una cosa es opinar desde este teclado o en el sosiego de sus casas y otra muy diferente enfrentarse a ese cruce de caminos entre la locura sana o la insana, entre perecer putrefactos por la desesperanza y la incomunicación, o bañarte en la bendita locura de tomar la vida por la cintura y bailar un tango, componer un soneto, cantar, brincar o actuar en el teatro.
¿Y ustedes que eligen? Yo me quedo con la bendita locura de las artes, los artistas y, pese al 21% del Wert-IVA cultural, les invito a que vean Stultitia para que vean cual es el camino que no hay que tomar.

Etiquetas: , ,

18 octubre 2013

“La lotería” de Aliencontrateatro




La lotería de aliencontrateatro se estrenó el pasado miércoles 2 de octubre en la recién inaugurada sala Teatro Bicho sita en la calle Pilar Lorengar de Zaragoza.

La lotería. Cuando lo leí recordé a mi padre. Mi padre jugaba a la lotería una vez al año, para el sorteo extraordinario de Navídad y el día que compraba el décimo era un día especial. Alrededor de la mesa de la cocina, entre sémola y filetes rusos con tomate, se desplegaba la imaginación. Daba gusto gastarse aquellos millones para vivir una vida que no era la mía. Los sueños disminuían en la misma proporción que aquél dispendio de pesetas. Tanto menguaban los dineros que al final me daba de bruces con la realidad y mi padre sentenciaba: Hijo mío, eres pobre hasta para pedir. Sin embargo a mi me gustaba aquel viaje porque al regresar uno ya no es el mismo.

Ricardo Ibáñez hizo algo parecido con su espectáculo La loteria, como nosotros en la mesa de la cocina, él también comenzó la función vestido de otro, vestido de actor para vivir otras vidas hasta que, terminada la imaginación, el texto o el diseño de la obra (vaya usted a saber) hace que Ricardo también regresé a la realidad después de jugar en la frontera que separa al hombre del personaje. Pero claro, hay una gran diferencia: Ricardo hizo su viaje rodeado de un público que había pasado por taquilla, es un dato importante porque el público determina que ese viaje a la ensoñación sea una obra de teatro, si, ya saben: Un actor, un espacio y un público. Tres conceptos presentes en La lotería pero difuminados hasta la duda.

El actor comenzó como si no lo fuera, un actor debería presentarse sobre el escenario sin embargo y, aunque ya hemos visto en numerosas ocasiones como los personajes derriban la cuarta pared, Ricardo Ibáñez lo hizo de tal manera que dudé si ese señor ahí plantado era  un actor o cualquiera de nosotros capaz de buscar un encuentro de tú a tú. Esa es una de las claves de la función: El diálogo que se plantea con el público como si el actor/hombre precisase de un conocimiento exacto de los espectadores para que las reflexiones generales en las que se embarca no se pierdan en la abstracción de un monólogo que circula entre la memoria aleatoria y los sentimientos predeterminados ¿o era al revés? En realidad da igual porque las reflexiones del personaje/hombre brotaron frescas y diversas, con la intención de encontrar elementos comunes a la conducta humana en cualquiera de las situaciones que componen nuestras vidas, desde cotidianas hasta extraordinarias. De esta manera “La lotería” se transforma en una gran maquinaria de la comunicación que busca fenómenos concretos para poner al descubierto los mecanismos que nos hacen amables, cercanos y mucho más humanos de lo que pensamos.

Este entramado funcionó gracias a la excelente labor de Ricardo Ibáñez que siempre bordea lo impreciso de su personalidad en escena para jugar a ser él y no serlo, o ser un actor que interpreta a Germán. Por esa cuerda floja avanzó con seguridad y tejió con eficacia todos los impulsos que le llegaron desde el patio de butacas. Fue en esa tarea cuando de repente apareció el actor más tradicional, sin esa dicotomía de ser o no ser el personaje. Eliminadas las dudas del personaje, el trabajo del actor consistió en dosificar con suavidad la cadencia de las palabras, dominar los movimientos nerviosos del cuerpo y aterrizar en el territorio de la interpretación más clásica. Fueron dos momentos breves pero profundos, dos pinceladas que crearon un clima subrayado por el silencio, uno de esos silencios provocados por la atención. Por eso sería interesante que Ricardo Ibáñez valorase la posibilidad de seguir durante más tiempo por ese camino que nace de la naturalidad del personaje y atisba un interesante recorrido que solo necesita más tiempo para situar la reflexión que sobrevuela toda la obra en un lugar al que por ahora solo se aproxima: Unos minutos de interpretación austera pero llena de verdad para recordarnos sin lugar a dudas que, efectivamente, aún es posible sacar la cabeza de la realidad y respirar en la estratosfera de los sueños para, cuando regresemos, tener un punto de vista diferente que transforme la reflexión en un acto nutritivo, conseguir que nuestros pensamientos sean de tú a tú, levantar la mirada en el diálogo y abandonar el suelo del ascensor, que la sonrisa desplace la acritud del rostro.

Todo lo dicho hasta ahora de La lotería es una mera reflexión teórica de una función que está viva y que siempre es diferente porque los espectadores y el personaje, atado al presente, también lo son. En esa tesitura serán ustedes quienes elijan el rumbo de la singladura. Ricardo Ibáñez estará a su servicio para que la función se llene de recuerdos, miedos o alegrías. No pierdan esta gran oportunidad, vayan al teatro, pidan la palabra y sean sinceros. Tras la charla seguro que se sienten mucho mejor. “La lotería” es una función terapéutica.

Etiquetas: , ,

08 octubre 2013

Vol Ras: Da Capo en el Teatro Arbolé




Vol Ras se fundó en 1980 y siempre ha transitado los caminos del humor con el lenguaje gestual como bandera. Un objetivo que estuvo marcado, según afirman los componentes de la compañía, por crear situaciones con personajes fácilmente reconocibles y una puesta en escena donde la escenografía sea la indispensable “para que la obra sea guapa, pero no recargada inútilmente” Este último propósito puede parecer una excusa para que la sencillez sobre el escenario sea asumida, más que por una cuestión artística, por una necesidad económica. Nada de eso. Vol Ras, en su último espectáculo, cumple con estos dos objetivos, y lo hace con imaginación cervantina.

“Da Capo”, que en el lenguaje de las artes escénicas significa “desde el principio”, sitúa al espectador detrás del escenario, en el lado de las bambalinas de tal manera que, mientras transcurre un concierto de música clásica que nunca vemos, dos técnicos de escena son los que llevan el peso de la representación. En este territorio fronterizo, entre la ficción de la música y la realidad de lo que vemos, surgen conflictos y fantasías, es decir, como la vida misma, ya saben: Un contenedor de aplastante realidad del que a veces podemos escapar gracias a las rendijas que nos proporciona la ficción y saltar sobre la línea que separa ilusión y realidad hasta que la ficción termina por teñir este valle de lágrimas. Bienaventurados los que se atreven a sucumbir a los encantos de la fantasía. Los personajes de “Da Capo” dan ese salto mortal, un mecanismo que Cervantes engrasó a la perfección en su Quijote cuando, el ambiente chusco y popular se ve contaminado por el embeleso de un mundo imaginario que hace mucho más llevadera la propia realidad. Los actores de Vol Ras manejan a la perfección el invento cervantino y lo aplican con interesantes propuestas a los personajes y a una sencilla escenografía. A todo este material incorporado al guión de la obra hay que añadir pátina de imaginación, solidez interpretativa y un slow ritmo (que se agradece en tiempos de tantas prisas) para conseguir que la magia y lo diario, lo de andar por casa, mariden en extraordinario y sugerente.



Etiquetas: , ,

05 octubre 2013

Isabel Pantoja en la sala Mozart de Zaragoza




Paquirri, aquella tarde de septiembre a principio de los años ochenta, toreaba en Teruel y, a menos de una hora por carretera, en las fiestas patronales de Utrillas estaba anunciado un concierto de Isabel Pantoja. Lo que había visto del diestro en la televisión me gustaba mucho: Seriedad en la lidia y un enorme poderío durante cada uno de los embroques del segundo tercio. A la tonadillera de nada la conocía, ni chicha ni limoná que nunca la había escuchado, ni la había visto actuar.
El concierto se hacía esperar y entre el público se escuchaba un runrún. Al parecer el torero y la cantante andaban liados de amores y, aunque era vox populi, ni yo estaba enterado ni la relación se había hecho oficial. El cotilleo sirvió de poco cuando el retraso para el comienzo del evento ya era considerable. Fue entonces cuando saltó al albero un espontáneo con la intención de entretener al respetable. Aquel valiente y templado capotazo de El Salinas todavía se recuerda en Utrillas.
La tonadillera llegó tarde pero llegó. El público estaba soliviantado y la recibió de uñas y yo, que aún era menor de edad y grababa cintas de la incipiente movida madrileña, me quedé boquiabierto cuando aquella hermosura, envuelta de rebolera y salero, se subió al tablado para meterse al público en el bolsillo.
Isabel Pantoja se presentó ayer en la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza y hasta allí acudí después de tantos años, para comprobar si aquel deslumbramiento había sido fetén o solo luz juvenil de gas.
El espectáculo comenzó con un video retrospectivo que mostraba algunos de los momentos de su biografía artística y entonces llegó el primer aplauso del público cuando apareció una foto de nuestra anfitriona acompañada de Lola Flores. El mensaje, por si en la sala se encontraba algún despistado, no podía ser más claro. Tras los recuerdo llegó el magnífico sonido que nos brindó la orquesta. A la derecha la máquina del ritmo con piano, batería y percusión, junto a la guitarra eléctrica y el bajo. Al otro lado, en la tarima de la izquierda, una sección de cuatro vientos, dos coristas y el tipo de los teclados, que uno se para a pensar que un combo de doce músicos es un lujo en estos tiempos y, sin embargo, que bonito hubiera quedado una sección de cuerda.
El sonido de la banda era espectacular, limpio y sin estridencias, cada instrumento tenía su espacio y las voces anunciaban lo que todo el mundo esperaba. Isabel Pantoja apareció en formato Diva, envuelta de negro noche y un tintinear de estrellas abrazas a su piel. Ahí estaba, elegante en las hechuras, con esos andares que llenan un escenario y que tan pronto se paran como caminan, que siempre saben a dónde van y en que lugar detenerse, vaivén que parece fácil pero no lo es. El micro agranda su voz que me llega excesivamente metálica. Sufro pero ella juega con la técnica de ahora escondo el micro y mira que bien suena mi voz. Es un efecto que realizará bastantes veces a lo largo de la noche y que se agradece en una sala como la Mozart diseñada para escuchar y porque la voz de La Pantoja tiene una tesitura agradable que no necesita de amperios, amplificadores y cables. El técnico de sonido ya se había puesto las pilas cuando la tonadillera amarró el pie de micro y ahí, estática, demostró como domina y ejecuta el valor de la palabra elegancia. Esa es una de sus virtudes, la facilidad para pasar de la distinción gestual y vocal, a la farándula arrebatada de faraonear hasta casi llegar al grito y el desafuero de sentir Sevilla desgarrada y usted quizás no lo comprenda si no ha cruzado el puente de Triana que une Sierpes, la Macarena y la Esperanza de Triana y para otro día les cuento mi encuentro agnóstico con esa iconografía capaz de desbaratar pasión y energía a raudales.
La Pantoja se estaba gustando y nos vendió el veneno que se posa en sus labios y caderas hasta que, entre susurros, nos confesó que desde su ventana el mar no se ve. Será por eso que Isabel se quedó sola con el piano para volver a Sevilla desgarrada por una sevillana que habla de cuanto se nos muere en el alma cuando un amigo se va y, después de mostrar la limpieza de su arte tras dos horas de actuación, tuvo Isabel un momento de afectación. Nada importante, no se preocupen, un pequeño tropiezo en ese terreno peligroso de cuando uno se gusta y en ese gustarse se olvida un poco del mundo. La Pantoja consigue unas interpretaciones musculosas en las que todo suena a verdad, algunas veces contenidas y otras desbordadas, en esos terrenos tan fructíferos es fácil caer en la afectación, y la afectación es el peor de los males para cualquier tipo interpretación. Por eso le vino bien a la tonadillera tomarse un breve descanso mientras la orquesta nos deleitaba con “Francisco Alegre” ese pasodoble torero que pide fiesta y Plaza Mayor.
La Pantoja regresó con bata de cola y el color de los pelícanos para poner sobre las tablas la reivindicación de la más grande y cantar, como si fuera La Piquer, una versión espectacular de “Suspiros de España” Y es en ese terreno dónde viene mi queja. Me he quedado con ganas de más copla, un repaso básico a las tonadas del género, hay que reivindicar la copla una y otra vez znte quienes aún confunden modernidad con actualidad (enlatada y fabricada en cadena)
Desde el comienzo de la actuación dos sillas vacías anunciaban cuadro flamenco y, cuando ya llevábamos dos horas y media de espectáculo, por allí se sentaron dos guitarras, un cajón y un dúo de palmeros al jaleo y los cantes. Cantes por derecho para poner de manifiesto, por si usted es de aquellos que aún no tienen en su discografía el icono de Martirio y la profundidad del maestro Poveda, que la copla de ojos verdes casa perfectamente con el flamenco. Así que, mientras la orquesta deja paso a La Pantoja envuelta de lunares blancos: Soniquete. Soniquete para esas manos de remolino y vueltas en los pies, que a la guitarra le gusta ver que la cantaora gira y gira retrasando el momentito de cantar por lo hondo o por lo festivo, que eso tiene de bueno el flamenco, que usted puede cantarle a la vida o la muerte, con alegría o quejío. Y La Pantoja domina los palos, acierta en el cante y tiene gracia y estilo con esos bailecitos tan esquemáticos como interesantes, finura y elegancia, pa´que queremos más.
El fin de fiesta puso al todo el público en pie con una de esas canciones que hicieron popular a La Pantoja cuando en este país sólo había dos cadenas de televisión. Una de esas letras que han pasado por nuestra vida aunque sea en un karaoke. Una canción para recordarnos a Isabel, a usted y a mí que no tengamos cuidado cuando se me enamora el alma, se me enamora.

Etiquetas: , , , ,

01 octubre 2013

Cristina Verbena en Tardes de Blog

Cristina Verbena nos cuenta cosas de cuentos en Tardes de Blog pero, si te fijas atentamente, nos habla de la vida

Etiquetas: , ,