El pasado lunes se presentó en el Ámbito Cultural de El
Corte Inglés el ensayo “Hernán Cortés. Gigante de la historia” en la que
participaron el autor Ramón Tamames y Palmira Vélez especializada en la Historia
de América como profesora de la Universidad de Zaragoza.
La profesora Vélez comenzó el acto con un elocuente “Don
Ramón” dirigido al autor de la obra en un elocuente gesto de respeto hacia un fructífera
vida académica que se asienta en un mítico libro sobre la estructura económica
de España que Tamames que, publicado en 1960, se convirtió con el paso de los
años en un título imprescindible. Pero Vélez también recordó la amplia
actividad de Tamames que lo ha convertido en uno de esos cíclopes intelectuales
que, más allá de cualquier tipo de disputa, fue diputado en las Cortes
Constitucionales, divulgador de alto nivel a través de sus trabajos académicos,
en revistas, diarios, radio, televisión y medios digitales que lo han llevado a
pertenecer desde 2013 a la Academia de Ciencias Políticas.
Tras la breve glosa del personaje la profesora Vélez reseñó
el libro que allí nos había reunido y, bajo la premisa de que la historia es
interpretación, el libro tiene como objetivo conformar un marco global de
alguien tan polémico en España y América como Hernán Cortés para acabar con las
medias verdades y abordar, desde las dos orillas del Atlántico, los acontecimientos
históricos que protagonizó el extremeño.
La profesora puso el acento en el hecho de que el libro ni
es un semblanza ni una biografía, es
ante todo un ensayo poliédrico que alejado de rigideces académicas tiene la virtualidad
de mirar al futuro para reflexionar y proyectarlo hacia el futuro. Una tarea
solventada con talento, agilidad en la pluma y la honestidad necesaria para
mostrar los claroscuros y las contradicciones de un adelantado de la modernidad
porque escribir sobre Cortés no es fácil porque, aunque amarlo es imposible,
también lo es no admirarlo.
Ramón Tamames tomó la palabra y comenzó haciendo un breve
repaso sobre las grandes biografías que se han publicado de Cortés. Comenzó por
Prescott y la gran virtualidad de hacer llegar la figura del conquistador al
mundo anglosajón. Alabó la tarea de un Madariaga que se hace imprescindible al
trabajar en su obras personajes como Colón y Bolivar, del que hay que saber
más, subrayó, para alejarlo de deidad en que lo han convertido los movimientos
chavistas y recomendó acercarse también a través de Vargas Llosa y “Gabo”. El
mejicano Vasconcelos hizo de Cortés la padre de la nación mejicana cuando, más
allá de los Aztecas, configuró el espacio de Nueva España. Hasta la del
hispanista Hugh Thomas que tras años de estudio en los archivos confeccionó una
maravillosa narración que el propio autor calificaba de incompleta porque la
faltaba la guinda del estudio del juico de Residencia de Cortés, o como reza la
Wikipedia, ese procedimiento judicial del derecho castellano e indiano, que
consistía en que al término del desempeño del funcionario público se sometían a
revisión sus actuaciones y se escuchaban todos los cargos que hubiese en su
contra para demostrar la honestidad del enjuiciado. Un material de archivo que
está a la espera de algún vigoroso historiador.
Tamames calificó a Cortés como hijo de los tratados
oceánicos de Alcaçovar y de Tordesillas que estableció la división del globo
mediante una frontera tanto el mar como la tierra y que, aunque determinó la actual configuración
de América del Sur, en día de su firma era tan solo la posibilidad de un continente
desconocido al que la bendición del papa español Alejandro VI soñaba con
evangelizar.
Tamames recordó que la escuela de conquistadores se dividía
entre viajar a Europa o las Indias. Cortés se decidió por el Caribe y el paraíso
de los indios en Cuba, Puerto Rico y Jamaica. Aquello era el paraíso donde los
nativos vivían insertos en una naturaleza que se vio asaltada por el trabajo en
las minas y las grandes epidemias de enfermedades como la viruela o el
sarampión que provocaron un colapso demográfico en cuarenta años que hizo
pensar a Cortés en que la construcción de lo que sería Nueva España en la península
de Yucatán precisaría de una actuación diferente. A partir de este momento, el
autor se dedicó a destacar algunos aspectos de la figura de Cortés, al que
además de conquistador, asigna la etiqueta de empresario y como, después de su
vida de encomendero en Cuba donde podría haber vivido el resto de sus días, se
empeñó en explorar el Yucatán en busca de oros y esclavos en un viaje en el que
la autoridad le había prohibido expresamente la tarea de poblar el territorio.
Pero Cortés tras comprar once naves a las que avitualló, armó y dotó de
marineros para conformar la ciudad de Veracruz como la primera gran ciudad
europea en América y auto legitimarse como mandatario del lugar, era el gesto
de un soldado valiente que convivió ocho meses con Moctezuma en el cargo de
emperador, y quién sabe cuánto hubiera cambiado la historia si ese periodo se
hubiera alargado en vez de llegar a la noche triste con la derrota sufrida por
los soldados españoles de Hernán Cortés y sus aliados a manos del ejército
mexica en las afueras de Tenochtitlan,
hoy Ciudad de México. Pero Tamames también habla de Cortés como el gran diplomático
y estadista que construye un estado de costa a costa apoyado por unos buenos
capitanes.
Tras las palabras del autor se vislumbraba un interesante
coloquio con el público que tuvo que recortarse ante la ineludible ceremonia de
la firma de una gran pila de libros que se había diluido en manos de futuros
lectores.
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