MACDONALD´S es un poema de Manuel Vilas
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Arguiñano recomendaba desde la tele consumir legumbres, y daba dos motivos para hacerlo: Son sanas para el cuerpo y baratas para la crisis. Me hizo gracia porque yo estaba calentando unos garbanzos con espinacas que me había dejado Migue en el puchero, en realidad los estaba enriqueciendo con ese truco que tanto le gustaba a mi madre: Añadir sobras, en este caso unos trozos de bacalao y pimientos rojos asados de la noche anterior; y de regalo un huevo duro troceadito. Fue un plato único delicioso.
En la barra que une la cocina con el comedor descansaba un libro, lo noté orgulloso y ahuecado, al fin y al cabo era un recién llegado y ya estaba en la línea de salida. A veces ocurre: Antes de comenzar la lectura ya sabes que el libro te va a gustar, seguro que alguna vez lo has notado. A mi me corren amperios por las tripas y un deseo irrefrenable de abrir las tapas, oler las hojas y comenzar a leer. Lo hice antes del postre: “Fabulosos narraciones por historias” de Antonio Orejudo. « ¿Y si después de todo no era un genio?» Así se comienza una novela, eso lo sabemos bien quienes no tenemos talento para escribirlas pero percibimos en la epidermis la sensación física de una buena historia, y ahí estoy, atrapado en el Madrid de 1923 con la compañía de unos alumnos de la famosa Residencia de Estudiantes que están molestos con la obligada convivencia con poeta Juan Ramón Jiménez, invitado a la Residencia, entre otras cosas porque: «Estamos obligados a comer acelgas durante todo el año por la sencilla razón de que son su comida favorita y porque la Dirección quiere que él se sienta como en casa. El cocido se ha desterrado de los menús porque a Jiménez le parece vulgar; ha ordenado prohibirlo porque dice que es el origen de todos los males de España. Ése es su granito de arena a esta empresa de regeneración civil que es la Residencia. Vamos hacía la europeización de España a través de la supresión de los garbanzos.»
Los garbanzos en casa, ahora que somos más europeos que nunca y que me perdone don Juan Ramón Jiménez, siguen en remojo. Las más de las veces para hacer un cocido de esos de verduras, jarrete, gallina para engordar el caldo y tocino para la pringá. Un humilde bastión contra la invasión gastronómica que esta desterrando de las cocinas ibéricas los guisos, los aromas y la sabiduría de nuestras madres y abuelas.
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Ana Muñoz presentó ayer su primer poemario en solitario titulado “Solo para la noche”. Una respetable cantidad de poetas locales se reunieron en los estrechos pasillos de la librería Antígona de Zaragoza, durante un momento imaginé la sangría literaria que podría haber provocado la intervención guerrillera de algún comando poético subversivo con la malsana intención de eliminar de una sola tacada a buena parte de las mejores plumas de Zeta, si señores, el Comandante Vilas, como patriarca de toda una generación de poetas, también estaba allí.
Manuel Martínez Forega tomó la palabra en primer lugar, lo hizo en calidad de responsable de Lola Editorial. Recordó el día que conoció a la poeta, hace casi un año, un flechazo que San Valentín le lanzó en un recital poético que se celebró en el Forum de la FNAC. Fue la contundencia del poema “Cape Noctem” el que le decidió a contactar con Ana Muñoz para ofrecerle la colección “Libros de Berna”. “Sólo para la noche”, según su editor, “se ejercita a través de una sinceridad tan poco común que despereza cualquier ánimo, sobrecoge cualquier inadvertencia y delimita con contundencia las dimensiones del dolor, de la desnudez del ánima y de la indiferencia, asuntos en absoluto proclives a ser cultivados por las corrientes del bienestar y la complacencia asépticas de tantas escrituras recientes. Un libro que desmiente todo prejuicio sobre la revelación de la intimidad.”
Octavio Gómez Milián fue el segundo en intervenir. Comenzó por mostrar el cariño hacía la autora con un par de besos. Recordó que fueron los ojos de la poeta los que le atraparon nos se sabe muy bien si en un concierto de guitarra electroacústica, en la presentación de un libro o en la pista de baile donde Dios tiene un mar. Octavio puso el acento en la virtud de la autora para combinar referencias cultas con influencias pop, en una habilidosa mezcla dónde ambos elementos se dejan ver pero no molestan al lector. El autor de “Ciudad de Mármol” dio paso a Ángel Gracia, un gesto que consolidó a esta pareja de poetas como dúo para presentaciones de libros. El estreno de este brillante binomio comenzó con el poemario “Quince Días de Agosto” de Carmen Ruíz y ha continuado con “Sólo para la noche” de Ana Muñoz. El mecanismo en ambos casos ha ha sido el mismo: Octavio Gómez Milián sale en primer lugar para tratar los asuntos biográfico-anecdótico-sentimentales, Angel Gracia toma el relevo y hace lo propio con la arquitectura formal de los poemas. Octavio, llevado por su ascendente musical, bautizó esta relación con el apelativo de “El Dúo Dinámico”, sin embargo, desde estas líneas me gustaría acercar la sardina nominativa al ascua cinematográfica, más bizarra y cincuenta por ciento local de Fernando Esteso y Andrés Pajares.
Ángel Gracia comenzó su intervención recordando sus horas de currante y silencio entre los anaqueles de la librería Antífona, así que, perfecto conocedor del albero que pisaba, anduvo sobrado de empaque y hechuras, inteligente en el chascarrillo que le ayudó a separar el ala occidental de los asistentes al acto - chicos barbudos y chicas vestidas de negro, – del ala oriental dónde los arremolinábamos los más talluditos, la diversidad del público le sirvió para justificar su indecisión en el siempre peliagudo ejercicio de elegir el tono de su intervención. La afirmación resultó un excelente arranque por aquello de la empatía con quien, pese a mantener la palabra con brillantez, confiesa su debilidad ante la responsabilidad del discurso. Ángel percibió el calor del público, se creció y se fue a los medios dónde trenzó con humor fino todo lo académico de sus notas. Nos hizo reír con la naturalidad del showman que domina los terrenos en este tipo de eventos literarios.
Ana Muñoz tomó la palabra, esbozó una pequeña rueda de agradecimientos y con cada nombre el incremento imparable de la emoción que llegó hasta la garganta y nada más. La poeta calló para frenar las lágrimas. Entonces me di cuenta: La falda demasiado beige, la camiseta de tirantes negra, negra la rebeca punto y, como no pude ver sus zapatos, los imaginé del color de las natillas. Faltaba el rojo. El rojo de los zapatos de tacón de la artista que pisa con fuerza el escenario, la chica rubia de rojo, rabiosos labios rojos de poeta, colorete rojo, rojo pañuelo, o la uñas rojas. Faltaba el rojo.
Ángel Guinda se unió a la fiesta, que para eso ha adoptado a la poeta en calidad de sobrina. Leyó un poema a dúo con la autora, pero antes nos remitió a las páginas culturales del Heraldo de Aragón en las que se publicará por escrito lo dicho mil veces y que ayer tarde no contó.
La presentación terminó con las canciones de Lousiana, proyecto musical en el que Ana Muñoz y Luís Nuboso han unido nombres y talento. La poeta, con solo agarrar su guitarra, venció el azaroso pudor que tan brillante presentación le estaba produciendo. Los dos primeros temas sirvieron para caldear su voz que poco a poco ganó en consistencia, cuerpo y potencia hasta que, liberada del solfeo y las seis cuerdas, se nos mostró cálida, versátil y muy interesante. Excelente el acompañamiento musical y sólo un pequeño pero, las manos de la poeta, alejadas de los trastes, no pueden terminar cautivas de los bolsillos, de dónde sólo salieron para tocar las palmas finales de un compás que se me antojó por tangos, queremos ver esas manos para que nos cuenten y acaricien.
Ana Muñoz, una vez finalizada la presentación, escribió una dedicatoria en mi ejemplar de “Sola para la noche”, en la que recordaba una tarde del verano ExpoZaragoza cuando sus zapatos rojos de altísimo tacón se bajaron del escenario para pasearse dentro de una bolsita de plástico, y yo, todavía hipnotizado por la escucha de sus versos, me atrevía a mirarla a los ojos.
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“La Cueva”, un magnífico local situado en los sótanos del Albergue Municipal de Zaragoza de la calle Predicadores 70, acoge esta exposición dónde Cristian Losada mezcla símbolos con total libertad, una aventura que invita a la reflexión, a la decodificación de cada uno de los iconos que utiliza el artista y encontrar un hilo narrativo que aúne significados y significantes. Bien es cierto que en ese viaje es posible que el visitante tome caminos distintos a los que el autor inicialmente recorrió, esa sería una excelente conclusión para afirmar que el arte propone y la idiosincrasia de quien mira dispone.
Flores que encadenan historias con otras como la fragancia fresca para las desgracias patrocinadas por humanos que aparecen disfrazados tras la careta de cerdos en actitudes peligrosas, los fuertes que embisten a los débiles y la delicadeza de los arquitectos Alvar Aalto y Asplurd preocupados porque en el diseño de sus casas se tenga en cuenta la espiritualidad de sus clientes, una tarea muy complicada para un hogar ocupado por un tipo que empuña una pistola, magna pistola con la que amenaza al visitante de la exposición dividida en diferentes series mezcladas con un criterio que invita a perderse en seis diminutas “Reflexiones sobre el dolor” Levantar la voz de protesta ante la violencia machista, visualizar la barbarie más allá de las pantallas de los informativos con la serie “Muñecas rotas” como reinterpretación de algunas obras pictóricas de Frida Kahlo, Velázquez, Chirico, Goya, Picasso y Magritela en una nueva dimensión dónde el horror se hace presente y todo lo ocupa el negro pero también el blanco impoluto de la indeferencia adornada con flores rosas como reflejo de una sociedad que todo lo ve y nada siente. El miedo que viste a las mujeres de corazas inservibles para eliminar el dolor, un dolor que debería ser de todos.
Albergue de Zaragoza, C/Predicadores 70, Zaragoza
Lunes a viernes de 17:00 a 21:00h. Sábados y domingos de 11 a 13 y de 17 a 21h.
Del 23 de Enero al 24 de Febrero de 2009
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