El Detective Amaestrado escribió hace algunos meses sobre la tarde en la que fue al cine con su novia preferida para ver “Días de Radio” de Woody Allen. Tras leer la entrada en su bitácora me atreví a dejarle una pregunta. Quería resolver un presentimiento, dar una explicación a la sensación física que sentí, quería saber si aquel cine era el mismo en el que yo visioné “Peggy Sue se caso” de Coppola. Recuerdo bien el título de la película porque durante los once meses que pasé en Las Palmas de Gran Canarias al servicio de la Patria sólo fui una vez al cine. Una sala con unas paredes tan pintadas de rosa que no dabas crédito. El Detective me contestó afirmativamente, su historia de amor y mis galones de cabo habían estado sentados en las butacas, también rosas, de los Multicines Galaxy´s.
El Detective me envió ayer un correo para darme una mala noticia, un mensaje en el que me confesaba como el corazón se le había encogido, como se había acordado de mi tras leer que los Multicines Galaxy´s cerraban definitivamente.
Hace tiempo que los cines de mis recuerdos empezaron a desaparecer.
En Utrillas teníamos una sala de cine a la que yo asistía con asiduidad, una afición que me sirvió de disputa con el señor cura cuando modificó el calendario de los monaguillos, los nuevos cuadrantes hacían coincidir la misa del domingo por la tarde, con la sesión de cine y con el pago del jornal semanal. Un chantaje en toda regla, pero eso es otra historia. Mis padres viajaban con frecuencia a Zaragoza y a mi me gustaban aquellos fines de semana porque entonces tenía ocasión de ver las películas de estreno. Uno de aquellos estrenos fue “Xanadú”, en la pantalla del Teatro Argensola pude ver como una banda de rock se fusionaba con una big band, una declaración de principios que se refleja en mi colección de discos.
Para continuar con los estudios de Formación Profesional que inicié en el pueblo, tuve que trasladarme a la capital. El primer día de mi vida de estudiante en Zeta quedó marcado por una sesión en los Multicines Buñuel dónde descubrí el humor de los Monty Phyton.
Ese mismo año acudí a las sesiones infantiles del Cine Fuenclara, la cita era los domingos a las cinco de la tarde, allí disfruté de toda la filmografía de Walt Disney, lo hacía rodeado de niños boquiabiertos y mamas aburridas. En eso han cambiado mucho los tiempos, ahora son los niños los que suelen estar aburridos.
La sesión más surrealista a la que he asistido fue en el cine Roxy. Acudí con mis sobrinos Natalia y Antonio para ver, y nunca mejor dicho, Karate Kid. Al comienzo de la proyección, y tras un claro desencuentro entre imágenes y diálogos, la película se quedó muda. Tras los primeros minutos de sorpresa llegó la indignación, me levanté y exigí a gritos el regreso del sonido. Nadie me secundó en la protesta, al contrario, muchos de los espectadores afearon mi conducta, recriminaron mi actitud y me demandaron tranquilidad para que les dejara ver la película. Así que para mí, “Karate Kid” es la única obra del cine mudo que trata las artes marciales.
Todas las salas citadas y un ciento han clausurado sus sesiones, han dejado de ser la caja mágica dónde la vida cambiaba durante unas horas. La vida jalonada entre cines y películas, sin embargo, el recuerdo más potente que guardo de un cine nada tiene que ver con el mundo del celuloide, esta relacionado con el tacto, con el deleite y con la curiosidad desbaratada de las hormonas. En el Cine Las Torres de Utrillas las yemas de mis dedos aprendieron a bucear bajo los jerseys de cuello alto, a desvalijar botones camiseros con la habilidad del carterista, a rastrear los territorios inhóspitos que siempre terminaban en suaves praderas, vertiginosos desfiladeros y cimas coronadas de placer. Aquellas fueron mis mejores tardes de sábado.