La compañía Nasú Teatro estrenó
el pasado 3 de mayo la obra Calígula
basada en un texto que Albert Camus publicó en 1944. El programa de mano recordaba
que la intención de la compañía era presentar una fábula sobre el poder
absoluto y como una sociedad se pone en manos de la tiranía como una forma de
autoritaria sin limitación en el poder y que se ha manifestado a lo largo y
ancho de la historia. Cuando Camus publicó este texto la implantación de las
ideas nazistas era mucho más que probable y por eso es fácil deducir el influjo
de esa amenaza durante una época que Karl Kraus calificó como “Los últimos días
de la humanidad” En este punto es importante hacernos una pregunta clave: ¿Por
qué acudir a la figura de Calígula para ejemplificar el ejercicio de un
gobierno tiránico caracterizado por el abuso sobre personas e instituciones?
Cayo Julio César Germánico nació
en el año 12 y pasó su infancia en un campamento de rudos legionarios mientras
su padre lo vestía de soldado para alegrar a la tropa. El tenebrismo implícito que
la historia nos ha legado en la palabra calígula
se diluye si recordamos que en realidad, en lugar de un nombre propio, se
corresponde con un apelativo que proviene del término caligae o las botas militares reglamentarias y que podríamos
traducir como “botitas”
Calígula fue aclamado emperador con tan solo
veinticuatro años y su asesinato se produjo tan solo cuatro años después de
acceder al trono, algo que era impensable durante los primeros años de su
reinado que se caracterizó por la tranquilidad incluso, como nos recuerda Isaac
Asimov en su historia del Imperio Romano,
con el regocijo para quienes se aprovecharon de la alegría en el gasto
hasta que todo cambió de repente y, en lugar de colaborar con el senado o
distribuir donativos entre el ejército y la plebe, centró sus preocupaciones de
emperador en acumular honores propios de un dios y dirigir los privilegios del
poder hacia una deriva despótica, arbitraria y cruel que incluía
ajusticiamientos senatoriales para acceder a sus fortunas, o una política
extravagante y caprichosa como hacer senador a su caballo y que nos llevaría a
la siguiente pregunta ¿Calígula fue tan monstruoso como se le ha descrito?
Antes de responder hay que atender
a la opinión de la historiadora Mary Beard cuando nos recuerda que estas
historias se escribieron años después del asesinato del emperador y, aunque
sería ingenuo pensar en un Calígula bondadoso, es muy posible que nos
encontremos ante una mezcla de hechos fiables aderezados por la exageración, y
cierta deliberada malinterpretación porque el asesinato de Calígula, relatado
por Josefo, era un gran novedad como magnicidio: Era la primera vez que un reducido
escuadrón de militares pretorianos asesinaba al emperador a puerta cerrada e, inmediatamente,
ellos mismos designaran a su sucesor. El Senado, mientras tanto, dispuestos a
honrar a los que habían matado al tirano, atisbaba abandonar la época imperial para
regresar a la época republicana, unos pensamientos a los que renunciaron en
breve gracias a los temores que suscitaba una Guardia Pretoriana que, además de
tener una pobre opinión sobre las capacidades del Senado, ya había elegido a
Claudio como el nuevo emperador que, aunque tuvo una mejor reputación histórica
que su antecesor, tiene un sombrío elenco de 35 senadores y 300 ecuestres
condenados a muerte durante su mandato. Es decir, y vuelvo a Mary Beard, puede
que Calígula fuera asesinado porque era un monstruo, pero también es posible
que se le convirtiera en un monstruo porque fue asesinado.
La adaptación que Alonso Pablo ha
realizado sobre el texto de Albert Camus se sustenta, como reza en el programa
de mano, en la idea narrativa de la fábula y, teniendo en cuenta la dosis de ficción
que contiene cualquier relato histórico, el mecanismo narrativo de la fábula tendría
como objetivo una intención didáctica que se manifestaría en una moraleja final,
así la función de teatro se convierte en una excusa para reflexionar. Sin
embargo, y vuelvo al programa de mano, la intención del adaptador no termina de
alinearse con esa intención final de cualquier fábula y deja al espectador la
capacidad de decisión sobre cómo debería afrontar la obra que está a punto de
ver: “A lo mejor esta historia te da que pensar, pero eso es cosa tuya. Lo
nuestro es poner lo mejor de nuestra parte para contar la historia de Calígula
como nunca te la habías imaginado” Y Nasú teatro cumple con su palabra cuando
todos los elementos visuales nos ayudan a recordar que existieron otros poderes
absolutos a lo largo de la historia: El magnífico diseño escenográfico de Óscar
Sanmatín con sus estandartes y un trono móvil de dimensiones medievales. El
excelente vestuario de Miriam Doz con aires franceses de la época del Rey Sol y
las casacas militares que nos evocan épocas de zares. A eso añadan un gran
trabajo actoral del todo el elenco, en
este punto me gustaría destacar la labor de Luís Rabanque con un Helicón sobresaliente
en intención verbal y gestual. Todos estos brillantes elementos se pone a
disposición de la gran apuesta de la función que, sin lugar a dudas, es construir
el discurso narrativo bajo el entoldado
del clown, una figura que, como nos recuerda Jesús Jara, tiene un objetivo
claro y sencillo: Divertir, entretener y hacer reír, esa aptitud positiva tiene
una función muy importante: Conseguir mantener la fe en nosotros mismos, en el
ser humano con sus virtudes y sus defectos. El clown, como decía Chaplin, es
una buena herramienta para activar el sentido del humor y revelar como en el
exceso de seriedad se esconde lo absurdo. Esa era la función esencial de los
bufones que, con licencia para ridiculizarlo todo, se reían hasta de los reyes
pero, en el caso de este Calígula de la compañía Nasú, yo no aprecié ese
fenómeno, al contrario, durante toda la función tuve la sensación de que las
narices de clown, en lugar de desvelar lo ridículo o lo injusto de los
acontecimientos, tan solo los diluía, lo que debería ser revelador,
clarividente y guía, en lugar de desenmascarar el alma de los personajes, extendía
un velo que impedía percibir en toda su crudeza las característica esenciales de
los arquetipos humanos que el texto va desgranando: Desde el tirano, hasta los
temerosos pasando por el listillo que sabe medrar y sobrevivir a la sombra del
poder y, por ese camino, sentí como la función se alejaba de las intenciones
del texto de Camus hasta que, en una de las escenas, los payasos se quitaron
las narices, se sentaron al borde del escenario y sus voces sonaron naturales,
diáfanas, unas pocas frases que cruzaron el patio de butacas para llegarme limpias,
nítidas, esclarecedoras y, en ese instante, me pregunté por qué ese no era ese el
tono general de la función, que tal vez por ese camino mucho más directo hubiera sido más fácil
diseccionar la figura del tirano que, al borde la muerte, todavía gritaba
“Estoy vivo” Y es cierto, querido e improbable lector, que si abrimos un poco
los ojos y las orejas, tal vez descubramos que en el mundo que nos rodea todavía
perviven tiranos vivitos y coleando. Algunos en lo más alto del poder salen en
la tele y los titulares de prensa, pero hay otro tipo de tiranitos de baratillo
que, muy cerquita de nosotros, abrazan el micro poder que las circunstancias han
otorgado para gestionarlo como si fueran los Neo-Emperadores del Imperio
Romano.
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