La curvatura de la córnea

26 mayo 2019

Entre recuerdos y ternura o el tronchante espectáculo que también emociona



El pasado sábado 25 de mayo visité La Casa del Circo de Zaragoza y la primera impresión fue sensacional gracias a una preciosa taquilla de material reciclado, tras la que se situaba la sonrisa de una amable taquillera con su chaqueta de jefe de pista y que nos atendió a las mil maravillas.

El espacio teatral que se abrió a nuestros ojos llegaba hasta el  cielo de un trapecio y hasta la tierra de un perchero, dos bancos y una mesa con seis madalenas. El espectáculo se retrasó el tiempo suficiente para que tarareáramos en voz bajita aquello de que empiece ya que el público se va, la gente se cabrea y el público se mea. Pero justo entonces se atenuaron las luces, apareció Jano con un plumero y los átomos de mi cuerpo modificaron su condición hasta dejarme sentado bajo la carpa del primer circo que visitó mi pueblo cuando un payaso de nariz colorada me disparó con una pistola de agua, golpeó mi cabeza con una escoba y me hizo reír hasta tener agujetas en las tripas.

La compañía Kenser representaba “Entre recuerdos y ternura”, un espectáculo desternillante que cumplió con el objetivo de unir dos universos: El formado por los abuelos, los padres, los tíos o en definitiva los que ahora somos adultos y nacimos en la era analógica de cuando la vida, las costumbres y hasta la música era y se percibía de una manera muy diferente a ese otro universo formado por los niños digitales del siglo XXI que, aunque a veces nos parezcan extraterrestres, en realidad siguen siendo cachorrillos humanos porque , aunque es cierto todo ha cambiado…, bueno…, todo no ha cambiado: Los payasos Jano, Kiny y Serrucho siguen entre nosotros como siempre fueron los payasos.  Kiny y Serrucho, el cara blanca y el bufón, el Clown y el Augusto, la racionalidad frente la imaginación, el orden frente a la transgresión, las confusiones del lenguaje o la más bella coreografía de danza clásica. Jano brillante en las pantomimas, los malabares y las mil maneras de ponerse un sombrero Sin embargo, lo más interesante de este espectáculo es sentir con el corazón que, más allá de la imprescindible diversión y carcajada, existe un hilo que une el mundo de los adultos y de los niños, caminos y sentimientos que van de la nostalgia de un acordeón a la alegría de unas campanillas, de la tristeza de un abrigo ajado a la esperanza de colorida de una flor.

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17 mayo 2019

La geometría del trigo en un país en llamas



Mientras la compañía de Producciones Teatrales Contemporáneas amasaba la geometría del trigo sobre el escenario del Teatro del Mercado, por mi cabeza pasó varias veces un recuerdo que en realidad pertenece a Santiago Auserón. El cantante de Radio Futra confesó en su libro “Raíces sonoras” como, en los viajes veraniegos que hacia el grupo de un lado a otro de la península ibérica, solían transitar por carreteras bordeadas por la tradicional quema de rastrojos. Aquella imagen era tan potente que terminó encabezando el tercer disco de la banda publicado en el año 1985 con el título “De un país en llamas”, que tomo prestado para enriquecer el titular este texto.

Si la geometría es el estudio de las propiedades y de las medidas de las figuras en el plano o en el espacio, la geometría del trigo de Alberto Conejero es un viaje a través de dos planos: El primero es el eje geográfico Norte-Sur. El segundo es un salto temporal entre la España de la transición y la actualidad. Dos trayectos entre curvas y vericuetos, desde  el pasado hasta el presente y con la mirada puesta en un futuro que no será el que habíamos imaginado y así, confeccionar una cartografía de los sentimientos gracias a unos personajes que atesoran la virtud de dibujar polígonos, triángulos y cuadrados para relacionarse en un campo espacio-temporal donde los perímetros se convierten en volumen de recuerdos. Todo un universo construido sobre un texto inspirador, como si la vida se pudiera contar en endecasílabos rematados por una coda final, una palabra o una idea que rompen con la realidad para dar un salto poético que me atrevería a calificar de lorquiano.

La trama argumental tiene la virtud de desplegarse a poquitos para generar curiosidad hasta que un pellizco la sacia, y entonces nace la preocupación por el devenir de unos personajes que han terminado por abandonar las tablas del escenario para cobijarse en el corazón del espectador.

La dirección de la obra soluciona con sencillez la simultaneidad de los planos temporales y sentimentales gracias a una escenografía de dos bancos enfrentados por la que los actores realizan una coreografía para transitar de una escena a otra mientras, plantada en una tierra ocre, una precisa verbalización del texto retrata a dos generaciones: La de nuestros padres que viajaron desde cualquier territorio que ahora podemos resumir como “El Sur”, y que lo hicieron a la búsqueda de cualquier “Norte” como la tierra prometida para un futuro mejor. La generación posterior hace el viaje inverso para encontrar la respuesta a preguntas esenciales como ¿quiénes somos? o ¿de dónde venimos?

Dentro del buen trabajo actoral me gustaría destacar a Zaira Montes en el papel de Beatriz porque, cada vez que su mirada y su voz saltaron por encima de la cuarta pared, sentí como el aliento de emoción me alimentaba.

El telón de fondo de la función es una grieta por la que, como decía Leonard Cohen, tarde o temprano brotará la luz para que los dos binomios geográfico y geométrico, narrativo y sentimental terminen por confluir y entonces, solo entonces, se vislumbra la gran virtud de esta función de teatro: La posibilidad de que un relato que pertenecía al recuerdo de la madre del autor se convierta en una representación teatral que te invita a trasladar cualquier relación narrativa-espacio-temporal de tu propia geografía vital y así, gracias a la reflexión de cada espectador, hacer un viaje geográfico y sentimental para generar un nuevo relato de su vida, de sus recuerdos o de esas historias mil veces contadas al calor del hogar y, de esta manera, cuando la representación termina en una atronadora ovación, es un buen momento para recuperar las palabras del autor y director Alberto Conejero cuando afirma que la geografía del trigo es un lugar de encuentro que solo busca reafirmar el camino antes que las certidumbres.

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13 mayo 2019

La radiografía clown de Calígula


La compañía Nasú Teatro estrenó el pasado 3 de mayo la obra Calígula basada en un texto que Albert Camus publicó en 1944. El programa de mano recordaba que la intención de la compañía era presentar una fábula sobre el poder absoluto y como una sociedad se pone en manos de la tiranía como una forma de autoritaria sin limitación en el poder y que se ha manifestado a lo largo y ancho de la historia. Cuando Camus publicó este texto la implantación de las ideas nazistas era mucho más que probable y por eso es fácil deducir el influjo de esa amenaza durante una época que Karl Kraus calificó como “Los últimos días de la humanidad” En este punto es importante hacernos una pregunta clave: ¿Por qué acudir a la figura de Calígula para ejemplificar el ejercicio de un gobierno tiránico caracterizado por el abuso sobre personas e instituciones?

Cayo Julio César Germánico nació en el año 12 y pasó su infancia en un campamento de rudos legionarios mientras su padre lo vestía de soldado para alegrar a la tropa. El tenebrismo implícito que la historia nos ha legado en la palabra calígula se diluye si recordamos que en realidad, en lugar de un nombre propio, se corresponde con un apelativo que proviene del término caligae o las botas militares reglamentarias y que podríamos traducir como “botitas”

Calígula  fue aclamado emperador con tan solo veinticuatro años y su asesinato se produjo tan solo cuatro años después de acceder al trono, algo que era impensable durante los primeros años de su reinado que se caracterizó por la tranquilidad incluso, como nos recuerda Isaac Asimov en su historia del Imperio Romano,  con el regocijo para quienes se aprovecharon de la alegría en el gasto hasta que todo cambió de repente y, en lugar de colaborar con el senado o distribuir donativos entre el ejército y la plebe, centró sus preocupaciones de emperador en acumular honores propios de un dios y dirigir los privilegios del poder hacia una deriva despótica, arbitraria y cruel que incluía ajusticiamientos senatoriales para acceder a sus fortunas, o una política extravagante y caprichosa como hacer senador a su caballo y que nos llevaría a la siguiente pregunta ¿Calígula fue tan monstruoso como se le ha descrito?

Antes de responder hay que atender a la opinión de la historiadora Mary Beard cuando nos recuerda que estas historias se escribieron años después del asesinato del emperador y, aunque sería ingenuo pensar en un Calígula bondadoso, es muy posible que nos encontremos ante una mezcla de hechos fiables aderezados por la exageración, y cierta deliberada malinterpretación porque el asesinato de Calígula, relatado por Josefo, era un gran novedad como magnicidio: Era la primera vez que un reducido escuadrón de militares pretorianos asesinaba al emperador a puerta cerrada e, inmediatamente, ellos mismos designaran a su sucesor. El Senado, mientras tanto, dispuestos a honrar a los que habían matado al tirano, atisbaba abandonar la época imperial para regresar a la época republicana, unos pensamientos a los que renunciaron en breve gracias a los temores que suscitaba una Guardia Pretoriana que, además de tener una pobre opinión sobre las capacidades del Senado, ya había elegido a Claudio como el nuevo emperador que, aunque tuvo una mejor reputación histórica que su antecesor, tiene un sombrío elenco de 35 senadores y 300 ecuestres condenados a muerte durante su mandato. Es decir, y vuelvo a Mary Beard, puede que Calígula fuera asesinado porque era un monstruo, pero también es posible que se le convirtiera en un monstruo porque fue asesinado.

La adaptación que Alonso Pablo ha realizado sobre el texto de Albert Camus se sustenta, como reza en el programa de mano, en la idea narrativa de la fábula y, teniendo en cuenta la dosis de ficción que contiene cualquier relato histórico, el mecanismo narrativo de la fábula tendría como objetivo una intención didáctica que se manifestaría en una moraleja final, así la función de teatro se convierte en una excusa para reflexionar. Sin embargo, y vuelvo al programa de mano, la intención del adaptador no termina de alinearse con esa intención final de cualquier fábula y deja al espectador la capacidad de decisión sobre cómo debería afrontar la obra que está a punto de ver: “A lo mejor esta historia te da que pensar, pero eso es cosa tuya. Lo nuestro es poner lo mejor de nuestra parte para contar la historia de Calígula como nunca te la habías imaginado” Y Nasú teatro cumple con su palabra cuando todos los elementos visuales nos ayudan a recordar que existieron otros poderes absolutos a lo largo de la historia: El magnífico diseño escenográfico de Óscar Sanmatín con sus estandartes y un trono móvil de dimensiones medievales. El excelente vestuario de Miriam Doz con aires franceses de la época del Rey Sol y las casacas militares que nos evocan épocas de zares. A eso añadan un gran trabajo actoral del todo el elenco,  en este punto me gustaría destacar la labor de Luís Rabanque con un Helicón sobresaliente en intención verbal y gestual. Todos estos brillantes elementos se pone a disposición de la gran apuesta de la función que, sin lugar a dudas, es construir el discurso narrativo  bajo el entoldado del clown, una figura que, como nos recuerda Jesús Jara, tiene un objetivo claro y sencillo: Divertir, entretener y hacer reír, esa aptitud positiva tiene una función muy importante: Conseguir mantener la fe en nosotros mismos, en el ser humano con sus virtudes y sus defectos. El clown, como decía Chaplin, es una buena herramienta para activar el sentido del humor y revelar como en el exceso de seriedad se esconde lo absurdo. Esa era la función esencial de los bufones que, con licencia para ridiculizarlo todo, se reían hasta de los reyes pero, en el caso de este Calígula de la compañía Nasú, yo no aprecié ese fenómeno, al contrario, durante toda la función tuve la sensación de que las narices de clown, en lugar de desvelar lo ridículo o lo injusto de los acontecimientos, tan solo los diluía, lo que debería ser revelador, clarividente y guía, en lugar de desenmascarar el alma de los personajes, extendía un velo que impedía percibir en toda su crudeza las característica esenciales de los arquetipos humanos que el texto va desgranando: Desde el tirano, hasta los temerosos pasando por el listillo que sabe medrar y sobrevivir a la sombra del poder y, por ese camino, sentí como la función se alejaba de las intenciones del texto de Camus hasta que, en una de las escenas, los payasos se quitaron las narices, se sentaron al borde del escenario y sus voces sonaron naturales, diáfanas, unas pocas frases que cruzaron el patio de butacas para llegarme limpias, nítidas, esclarecedoras y, en ese instante, me pregunté por qué ese no era ese el tono general de la función, que tal vez por ese camino  mucho más directo hubiera sido más fácil diseccionar la figura del tirano que, al borde la muerte, todavía gritaba “Estoy vivo” Y es cierto, querido e improbable lector, que si abrimos un poco los ojos y las orejas, tal vez descubramos que en el mundo que nos rodea todavía perviven tiranos vivitos y coleando. Algunos en lo más alto del poder salen en la tele y los titulares de prensa, pero hay otro tipo de tiranitos de baratillo que, muy cerquita de nosotros, abrazan el micro poder que las circunstancias han otorgado para gestionarlo como si fueran los Neo-Emperadores del Imperio Romano.

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