La curvatura de la córnea

13 mayo 2019

La radiografía clown de Calígula


La compañía Nasú Teatro estrenó el pasado 3 de mayo la obra Calígula basada en un texto que Albert Camus publicó en 1944. El programa de mano recordaba que la intención de la compañía era presentar una fábula sobre el poder absoluto y como una sociedad se pone en manos de la tiranía como una forma de autoritaria sin limitación en el poder y que se ha manifestado a lo largo y ancho de la historia. Cuando Camus publicó este texto la implantación de las ideas nazistas era mucho más que probable y por eso es fácil deducir el influjo de esa amenaza durante una época que Karl Kraus calificó como “Los últimos días de la humanidad” En este punto es importante hacernos una pregunta clave: ¿Por qué acudir a la figura de Calígula para ejemplificar el ejercicio de un gobierno tiránico caracterizado por el abuso sobre personas e instituciones?

Cayo Julio César Germánico nació en el año 12 y pasó su infancia en un campamento de rudos legionarios mientras su padre lo vestía de soldado para alegrar a la tropa. El tenebrismo implícito que la historia nos ha legado en la palabra calígula se diluye si recordamos que en realidad, en lugar de un nombre propio, se corresponde con un apelativo que proviene del término caligae o las botas militares reglamentarias y que podríamos traducir como “botitas”

Calígula  fue aclamado emperador con tan solo veinticuatro años y su asesinato se produjo tan solo cuatro años después de acceder al trono, algo que era impensable durante los primeros años de su reinado que se caracterizó por la tranquilidad incluso, como nos recuerda Isaac Asimov en su historia del Imperio Romano,  con el regocijo para quienes se aprovecharon de la alegría en el gasto hasta que todo cambió de repente y, en lugar de colaborar con el senado o distribuir donativos entre el ejército y la plebe, centró sus preocupaciones de emperador en acumular honores propios de un dios y dirigir los privilegios del poder hacia una deriva despótica, arbitraria y cruel que incluía ajusticiamientos senatoriales para acceder a sus fortunas, o una política extravagante y caprichosa como hacer senador a su caballo y que nos llevaría a la siguiente pregunta ¿Calígula fue tan monstruoso como se le ha descrito?

Antes de responder hay que atender a la opinión de la historiadora Mary Beard cuando nos recuerda que estas historias se escribieron años después del asesinato del emperador y, aunque sería ingenuo pensar en un Calígula bondadoso, es muy posible que nos encontremos ante una mezcla de hechos fiables aderezados por la exageración, y cierta deliberada malinterpretación porque el asesinato de Calígula, relatado por Josefo, era un gran novedad como magnicidio: Era la primera vez que un reducido escuadrón de militares pretorianos asesinaba al emperador a puerta cerrada e, inmediatamente, ellos mismos designaran a su sucesor. El Senado, mientras tanto, dispuestos a honrar a los que habían matado al tirano, atisbaba abandonar la época imperial para regresar a la época republicana, unos pensamientos a los que renunciaron en breve gracias a los temores que suscitaba una Guardia Pretoriana que, además de tener una pobre opinión sobre las capacidades del Senado, ya había elegido a Claudio como el nuevo emperador que, aunque tuvo una mejor reputación histórica que su antecesor, tiene un sombrío elenco de 35 senadores y 300 ecuestres condenados a muerte durante su mandato. Es decir, y vuelvo a Mary Beard, puede que Calígula fuera asesinado porque era un monstruo, pero también es posible que se le convirtiera en un monstruo porque fue asesinado.

La adaptación que Alonso Pablo ha realizado sobre el texto de Albert Camus se sustenta, como reza en el programa de mano, en la idea narrativa de la fábula y, teniendo en cuenta la dosis de ficción que contiene cualquier relato histórico, el mecanismo narrativo de la fábula tendría como objetivo una intención didáctica que se manifestaría en una moraleja final, así la función de teatro se convierte en una excusa para reflexionar. Sin embargo, y vuelvo al programa de mano, la intención del adaptador no termina de alinearse con esa intención final de cualquier fábula y deja al espectador la capacidad de decisión sobre cómo debería afrontar la obra que está a punto de ver: “A lo mejor esta historia te da que pensar, pero eso es cosa tuya. Lo nuestro es poner lo mejor de nuestra parte para contar la historia de Calígula como nunca te la habías imaginado” Y Nasú teatro cumple con su palabra cuando todos los elementos visuales nos ayudan a recordar que existieron otros poderes absolutos a lo largo de la historia: El magnífico diseño escenográfico de Óscar Sanmatín con sus estandartes y un trono móvil de dimensiones medievales. El excelente vestuario de Miriam Doz con aires franceses de la época del Rey Sol y las casacas militares que nos evocan épocas de zares. A eso añadan un gran trabajo actoral del todo el elenco,  en este punto me gustaría destacar la labor de Luís Rabanque con un Helicón sobresaliente en intención verbal y gestual. Todos estos brillantes elementos se pone a disposición de la gran apuesta de la función que, sin lugar a dudas, es construir el discurso narrativo  bajo el entoldado del clown, una figura que, como nos recuerda Jesús Jara, tiene un objetivo claro y sencillo: Divertir, entretener y hacer reír, esa aptitud positiva tiene una función muy importante: Conseguir mantener la fe en nosotros mismos, en el ser humano con sus virtudes y sus defectos. El clown, como decía Chaplin, es una buena herramienta para activar el sentido del humor y revelar como en el exceso de seriedad se esconde lo absurdo. Esa era la función esencial de los bufones que, con licencia para ridiculizarlo todo, se reían hasta de los reyes pero, en el caso de este Calígula de la compañía Nasú, yo no aprecié ese fenómeno, al contrario, durante toda la función tuve la sensación de que las narices de clown, en lugar de desvelar lo ridículo o lo injusto de los acontecimientos, tan solo los diluía, lo que debería ser revelador, clarividente y guía, en lugar de desenmascarar el alma de los personajes, extendía un velo que impedía percibir en toda su crudeza las característica esenciales de los arquetipos humanos que el texto va desgranando: Desde el tirano, hasta los temerosos pasando por el listillo que sabe medrar y sobrevivir a la sombra del poder y, por ese camino, sentí como la función se alejaba de las intenciones del texto de Camus hasta que, en una de las escenas, los payasos se quitaron las narices, se sentaron al borde del escenario y sus voces sonaron naturales, diáfanas, unas pocas frases que cruzaron el patio de butacas para llegarme limpias, nítidas, esclarecedoras y, en ese instante, me pregunté por qué ese no era ese el tono general de la función, que tal vez por ese camino  mucho más directo hubiera sido más fácil diseccionar la figura del tirano que, al borde la muerte, todavía gritaba “Estoy vivo” Y es cierto, querido e improbable lector, que si abrimos un poco los ojos y las orejas, tal vez descubramos que en el mundo que nos rodea todavía perviven tiranos vivitos y coleando. Algunos en lo más alto del poder salen en la tele y los titulares de prensa, pero hay otro tipo de tiranitos de baratillo que, muy cerquita de nosotros, abrazan el micro poder que las circunstancias han otorgado para gestionarlo como si fueran los Neo-Emperadores del Imperio Romano.

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