Entre recuerdos y ternura o el tronchante espectáculo que también emociona
El pasado sábado 25 de mayo visité
La Casa del Circo de Zaragoza y la primera impresión fue sensacional gracias a
una preciosa taquilla de material reciclado, tras la que se situaba la sonrisa
de una amable taquillera con su chaqueta de jefe de pista y que nos atendió a
las mil maravillas.
El espacio teatral que se abrió a
nuestros ojos llegaba hasta el cielo de un
trapecio y hasta la tierra de un perchero, dos bancos y una mesa con seis
madalenas. El espectáculo se retrasó el tiempo suficiente para que tarareáramos
en voz bajita aquello de que empiece ya que el público se va, la gente se
cabrea y el público se mea. Pero justo entonces se atenuaron las luces, apareció
Jano con un plumero y los átomos de mi cuerpo modificaron su condición hasta dejarme
sentado bajo la carpa del primer circo que visitó mi pueblo cuando un payaso de
nariz colorada me disparó con una pistola de agua, golpeó mi cabeza con una
escoba y me hizo reír hasta tener agujetas en las tripas.
La compañía Kenser representaba “Entre
recuerdos y ternura”, un espectáculo desternillante que cumplió con el objetivo
de unir dos universos: El formado por los abuelos, los padres, los tíos o en
definitiva los que ahora somos adultos y nacimos en la era analógica de cuando
la vida, las costumbres y hasta la música era y se percibía de una manera muy
diferente a ese otro universo formado por los niños digitales del siglo XXI
que, aunque a veces nos parezcan extraterrestres, en realidad siguen siendo
cachorrillos humanos porque , aunque es cierto todo ha cambiado…, bueno…, todo no
ha cambiado: Los payasos Jano, Kiny y Serrucho siguen entre nosotros como
siempre fueron los payasos. Kiny y
Serrucho, el cara blanca y el bufón, el Clown y el Augusto, la racionalidad frente
la imaginación, el orden frente a la transgresión, las confusiones del lenguaje
o la más bella coreografía de danza clásica. Jano brillante en las pantomimas,
los malabares y las mil maneras de ponerse un sombrero Sin embargo, lo más
interesante de este espectáculo es sentir con el corazón que, más allá de la
imprescindible diversión y carcajada, existe un hilo que une el mundo de los
adultos y de los niños, caminos y sentimientos que van de la nostalgia de un
acordeón a la alegría de unas campanillas, de la tristeza de un abrigo ajado a
la esperanza de colorida de una flor.
Etiquetas: circo, La casa del circo, reseña, reseña circo, reseña teatro, teatro
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