La geometría del trigo en un país en llamas
Mientras la compañía de
Producciones Teatrales Contemporáneas amasaba la geometría del trigo sobre el
escenario del Teatro del Mercado, por mi cabeza pasó varias veces un recuerdo
que en realidad pertenece a Santiago Auserón. El cantante de Radio Futra
confesó en su libro “Raíces sonoras” como, en los viajes veraniegos que hacia
el grupo de un lado a otro de la península ibérica, solían transitar por
carreteras bordeadas por la tradicional quema de rastrojos. Aquella imagen era
tan potente que terminó encabezando el tercer disco de la banda publicado en el
año 1985 con el título “De un país en llamas”, que tomo prestado para
enriquecer el titular este texto.
Si la geometría es el estudio de
las propiedades y de las medidas de las figuras en el plano o en el espacio, la
geometría del trigo de Alberto Conejero es un viaje a través de dos planos: El
primero es el eje geográfico Norte-Sur. El segundo es un salto temporal entre
la España de la transición y la actualidad. Dos trayectos entre curvas y
vericuetos, desde el pasado hasta el
presente y con la mirada puesta en un futuro que no será el que habíamos
imaginado y así, confeccionar una cartografía de los sentimientos gracias a
unos personajes que atesoran la virtud de dibujar polígonos, triángulos y
cuadrados para relacionarse en un campo espacio-temporal donde los perímetros
se convierten en volumen de recuerdos. Todo un universo construido sobre un
texto inspirador, como si la vida se pudiera contar en endecasílabos rematados
por una coda final, una palabra o una idea que rompen con la realidad para dar
un salto poético que me atrevería a calificar de lorquiano.
La trama argumental tiene la virtud
de desplegarse a poquitos para generar curiosidad hasta que un pellizco la
sacia, y entonces nace la preocupación por el devenir de unos personajes que
han terminado por abandonar las tablas del escenario para cobijarse en el
corazón del espectador.
La dirección de la obra soluciona
con sencillez la simultaneidad de los planos temporales y sentimentales gracias
a una escenografía de dos bancos enfrentados por la que los actores realizan
una coreografía para transitar de una escena a otra mientras, plantada
en una tierra ocre, una precisa verbalización del texto retrata a dos
generaciones: La de nuestros padres que viajaron desde cualquier territorio que
ahora podemos resumir como “El Sur”, y que lo hicieron a la búsqueda de cualquier
“Norte” como la tierra prometida para un futuro mejor. La generación posterior
hace el viaje inverso para encontrar la respuesta a preguntas esenciales como ¿quiénes
somos? o ¿de dónde venimos?
Dentro del buen trabajo actoral
me gustaría destacar a Zaira Montes en el papel de Beatriz porque, cada vez que
su mirada y su voz saltaron por encima de la cuarta pared, sentí como el
aliento de emoción me alimentaba.
El telón de fondo de la función
es una grieta por la que, como decía Leonard Cohen, tarde o temprano brotará la
luz para que los dos binomios geográfico y geométrico, narrativo y sentimental
terminen por confluir y entonces, solo entonces, se vislumbra la gran virtud de
esta función de teatro: La posibilidad de que un relato que pertenecía al
recuerdo de la madre del autor se convierta en una representación teatral que
te invita a trasladar cualquier relación narrativa-espacio-temporal de tu
propia geografía vital y así, gracias a la reflexión de cada espectador, hacer
un viaje geográfico y sentimental para generar un nuevo relato de su vida, de
sus recuerdos o de esas historias mil veces contadas al calor del hogar y, de
esta manera, cuando la representación termina en una atronadora ovación, es un
buen momento para recuperar las palabras del autor y director Alberto Conejero
cuando afirma que la geografía del trigo es un lugar de encuentro que solo
busca reafirmar el camino antes que las certidumbres.
Etiquetas: Producciones Teatrales Contemporáneas, reseña, reseña teatro, teatro, Teatro del Mercado
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