La curvatura de la córnea

17 mayo 2019

La geometría del trigo en un país en llamas



Mientras la compañía de Producciones Teatrales Contemporáneas amasaba la geometría del trigo sobre el escenario del Teatro del Mercado, por mi cabeza pasó varias veces un recuerdo que en realidad pertenece a Santiago Auserón. El cantante de Radio Futra confesó en su libro “Raíces sonoras” como, en los viajes veraniegos que hacia el grupo de un lado a otro de la península ibérica, solían transitar por carreteras bordeadas por la tradicional quema de rastrojos. Aquella imagen era tan potente que terminó encabezando el tercer disco de la banda publicado en el año 1985 con el título “De un país en llamas”, que tomo prestado para enriquecer el titular este texto.

Si la geometría es el estudio de las propiedades y de las medidas de las figuras en el plano o en el espacio, la geometría del trigo de Alberto Conejero es un viaje a través de dos planos: El primero es el eje geográfico Norte-Sur. El segundo es un salto temporal entre la España de la transición y la actualidad. Dos trayectos entre curvas y vericuetos, desde  el pasado hasta el presente y con la mirada puesta en un futuro que no será el que habíamos imaginado y así, confeccionar una cartografía de los sentimientos gracias a unos personajes que atesoran la virtud de dibujar polígonos, triángulos y cuadrados para relacionarse en un campo espacio-temporal donde los perímetros se convierten en volumen de recuerdos. Todo un universo construido sobre un texto inspirador, como si la vida se pudiera contar en endecasílabos rematados por una coda final, una palabra o una idea que rompen con la realidad para dar un salto poético que me atrevería a calificar de lorquiano.

La trama argumental tiene la virtud de desplegarse a poquitos para generar curiosidad hasta que un pellizco la sacia, y entonces nace la preocupación por el devenir de unos personajes que han terminado por abandonar las tablas del escenario para cobijarse en el corazón del espectador.

La dirección de la obra soluciona con sencillez la simultaneidad de los planos temporales y sentimentales gracias a una escenografía de dos bancos enfrentados por la que los actores realizan una coreografía para transitar de una escena a otra mientras, plantada en una tierra ocre, una precisa verbalización del texto retrata a dos generaciones: La de nuestros padres que viajaron desde cualquier territorio que ahora podemos resumir como “El Sur”, y que lo hicieron a la búsqueda de cualquier “Norte” como la tierra prometida para un futuro mejor. La generación posterior hace el viaje inverso para encontrar la respuesta a preguntas esenciales como ¿quiénes somos? o ¿de dónde venimos?

Dentro del buen trabajo actoral me gustaría destacar a Zaira Montes en el papel de Beatriz porque, cada vez que su mirada y su voz saltaron por encima de la cuarta pared, sentí como el aliento de emoción me alimentaba.

El telón de fondo de la función es una grieta por la que, como decía Leonard Cohen, tarde o temprano brotará la luz para que los dos binomios geográfico y geométrico, narrativo y sentimental terminen por confluir y entonces, solo entonces, se vislumbra la gran virtud de esta función de teatro: La posibilidad de que un relato que pertenecía al recuerdo de la madre del autor se convierta en una representación teatral que te invita a trasladar cualquier relación narrativa-espacio-temporal de tu propia geografía vital y así, gracias a la reflexión de cada espectador, hacer un viaje geográfico y sentimental para generar un nuevo relato de su vida, de sus recuerdos o de esas historias mil veces contadas al calor del hogar y, de esta manera, cuando la representación termina en una atronadora ovación, es un buen momento para recuperar las palabras del autor y director Alberto Conejero cuando afirma que la geografía del trigo es un lugar de encuentro que solo busca reafirmar el camino antes que las certidumbres.

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