Ahora que se cumple un siglo de la revolución rusa es un
buen momento para revisar el comunismo y así, caer en la cuenta, de que su
trayectoria comienza mucho antes de la irrupción de Lenin y los bolcheviques.
Para hacer ese recorrido vamos a planear sobre el número de febrero de la
revista Tinta Libre, especialmente con el artículo de Enrique Moradiellos,
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura, un
texto que nos abre diferentes puertas por las que accederemos a otras fuentes
de información.
En la larga trayectoria histórica del comunismo, subraya el
catedrático Moradiellos, podemos encontrar tres variantes fundamentales en
cuanto a su significado y que nos ayudaran a recorrer el camino histórico del
término: El primero es una idea moral y pacífica que pretendía recuperar las vidas
y haciendas perdidas por la injusticia del progreso. La segunda recala en 1848
de la mano de Karl Marx (1818-1883) para definir una doctrina filosófica que
analizaba la economía capitalista y terminó generando un programa de acción
política. Lenin (1870 – 1924) es el protagonista de la tercera fase como el
protagonista del poder de un gobierno sustentado sobre un partido único de un
marcado carácter dictatorial orientado a la supresión de la propiedad privada y
las clases sociales.
Idea moral
Enrique Moradiellos nos recuerda que el término “comunismo”
nace en el primer tercio del siglo XIX cuando la revolución francesa de 1789 ya
había destruido el Antiguo Régimen y la sociedad iba camino de la ilustración
gobernada por los burgueses. Su primera aparición hay que localizarla en la
Francia de 1830 como definición de los seguidores de Babeuf (1760-1797) que,
siguiendo las palabras de Hobsbawn, fue el líder de la que podemos considerar la
primera revuelta comunista protagonizada por el campesinado y gentes sin
recursos que veían como los nobles utilizaban sus privilegios de clase para
aferrarse a los cargos oficiales que la monarquía absoluta pretendía encomendar
a gentes de la clase media, más competentes técnicamente. En medio de esta
competición, los señores aristocráticos pretendían aumentar sus rentas llevando
hasta el límite sus derechos feudales y exprimiendo los servicios de los
campesinos. En cualquier caso, en torno a 1830, el término “comunismo” se puede
asimilar al término “socialismo” porque, en afirmación de Moradiellos sus
campos semánticos coinciden en la oposición al individualismo egoísta y se
preocupan por la “cuestión social” en las ciudades industriales donde campa la
pobreza, el trabajo infantil y los hacinamientos insalubres.
Doctrina política
Cuando Marx publicó El Manifiesto Comunista en 1848, nos
recuerda Moradiellos, ya había formulado las bases filosóficas de su concepción
de la historia en base a un “materialismo histórico” que señala a las
relaciones de producción y la economía política como las bases de la
superestructura política y jurídica que sostiene la sociedad. Marx defiende que
el capitalismo industrial polariza la sociedad entre los dueños del capital,
cada vez más ricos, y los proletarios o mano de obra cada vez más pobres. La
solución marxista a esta dicotomía pasaba por la supresión de la propiedad
privada como paso previo para la eliminación del Estado como culminación de la
idea comunista. Es importante señalar que el trayecto marxista se redactó en
1848 y era un programa de acción futura antes que un diagnóstico del presente
político. Esta dicotomía teórico-práctica, atendiendo a las palabras del
profesor Lizaga, dibuja la paradoja de encontramos ante un pensamiento político poco
desarrollado que sin embargo será el referente de un importante
movimiento político aunque Marx no desarrolló una teoría del Estado, y es
precisamente esa indeterminación la que nos sitúa ante un enigma histórico ¿Por
qué una ideología que proclamaba la libertad terminó por crear una dictadura? Para Marx
toda forma de organización política es ilegítima y violenta, por eso es
necesario eliminar las instituciones y pasar por la transición de la Dictadura
del Proletariado para alcanzar la verdadera sociedad comunista: Una nueva
sociedad en la que el Estado desaparece a favor de una organización autónoma de
los hombres.
El profesor Lizaga recuerda que, para explicar la deriva
totalitaria del comunismo, hay que detenerse en el desprecio de Marx hacia los
principios ideológicos del estado burgués cuyo fruto fue la desaparición
del Antiguo
Régimen y, si el socialismo era la primera fase para superar a la sociedad burguesa y la
ideología liberal; el comunismo protagonizaría una segunda fase que cambiaría
la política por la administración de las cosas y la dirección de los procesos
de producción. Es decir: La política y el Estado desparecían para dejar todo
el espacio a la fábrica. Según Hannah Arendt el pensamiento filosófico de Marx se define
por la capacidad del hombre para trabajar. El Homo Faber de Marx es la realidad
humana, no en el sentido de que el hombre existe como parte de la Naturaleza,
sino que es el hombre quien da forma a la Naturaleza y a las relaciones del
hombre con otros seres humanos. Al marxismo, prosigue Hannah Arendt, le falta
una teoría política suficientemente solvente porque resta importancia, en su
marco conceptual básico, a los rasgos del ser humano relacionados con la
política y alienta una sociedad burocrático-totalitaria sin política, instituciones
representativas, partidos, disenso y diferencias de opinión.
Práctica
gubernamental
La tercera fase de la acepción del término comunismo es
decisiva y lleva la impronta de Lenin porque, y volviendo a Moradiellos, fue él
quien hizo del marxismo-leninismo la ideología que inspiró una práctica
política del poder estatal que duró 74 años. Todo comenzó cuando el Partido
Bolchevique lideró la Revolución de octubre de 1917 que, como recuerda
Casanova, se propagó con rapidez porque si bien el ejército zarista era el más
grande del mundo, sin embargo, sufría la amplitud de un territorio que
dificultaba su movilización, además de la represión interna que, como le cuenta
el propio Casanova al periodista Ramón Lobo, la revolución bolchevique no
hubiera ocurrido o hubiera sido otra cosa sin la Primera Guerra Mundial, la
incompetencia del Zar y su lejanía de la sociedad. La variante leninista del
marxismo, prosigue Moradiello, planteó la necesidad de organizar un partido
clandestino para combatir la autocracia zarista y conquistar el poder.
Mientras tanto, y volvemos a las clases de Lizaga, la otra
alternativa al marxismo eran los partidos socialistas de los estados liberales
de occidente que, lejos de abogar por la desaparición del estado, lo defendían
como una herramienta para mejorar las condiciones del proletariado,
de esta manera el socialismo se definía como l
a suma de las
aspiraciones naturales y
reivindicaciones sociales
de todos aquellos obreros que habían
alcanzado una conciencia con respecto a su situación como clase y de la misión
que ésta debía desempeñar en la moderna sociedad capitalista. Para el
socialismo no es imprescindible suprimir la propiedad de los medios de producción
y
aboga por la reforma frente a la revolución porque han cambiado los objetivos,
ahora se trata de mejorar el nivel de vida de las clases trabajadoras.
Como
vemos, los planteamientos teóricos de la social democracia y su implantación
están muy alejados de Marx y Lenin.
Regresamos a las palabras de Moradiellos para constatar que
el golpe revolucionario de Lenin triunfó a finales de 1917, disolvió la
Asamblea Constituyente, optó por la represión de todos los opositores e
instauró la dictadura del proletariado para organizar la vida del país mediante
la nacionalización de la industria, el comercio, el transporte y las
instituciones educativas. Aunque la idea del régimen soviético era construir
una sociedad gobernada por obreros y campesinos, la realidad determinó una
creciente burocratización. En este sentido es muy interesante recordar como el
profesor Lizaga en sus clases nos remitía a dos libros que constituyen la
evidencia de un cambio estratégico en la posición de Lenin. El primero está
escrito antes
de la llegada al poder, y el segundo una vez instalado en el mismo. La
confrontación entre los dos textos nos llevará a comprobar cómo Lenin abandonó
los presupuestos teóricos marxistas porque los consideró inejecutables una vez
instalado en el poder.
Lenin plasmó en su obra El Estado y
la revolución de 1917 una fiel interpretación del pensamiento marxista que,
frente a las posiciones socialistas, abogaba por la supresión del Estado. El
rechazo de Lenin por el Estado está viene determinado porque lo considera el
generador de una visión burguesa de la separación de clases y, por lo tanto, su
apuesta, la apuesta comunista pasa por eliminar instituciones tan despreciables
como el
ejército, la policía, las instituciones burocráticas y políticas de la
burguesía. Sin lugar dudas nos encontramos ante una visión errónea de la
historia porque niega las revoluciones burguesas que suprimieron el Antiguo
Régimen. En cualquier caso la primera fase de la revolución comunista pasaba
por un acceso violento al poder para eliminar la propiedad privada y la
explotación, mientras que la segunda fase eliminaría el Estado para que
todas las desigualdades queden compensadas y así, cada uno aportaría
según sus capacidades y recibiría lo que necesitase.
Pero una vez que la revolución alcanzó el pode, Lenin escribió en
1918, tan solo un año después, el libro Las
tareas inmediatas del poder soviético, un texto en el que afirmaba que,
ante la imposibilidad de que el pueblo pueda sostener y organizar la economía
y el ejército, se hacía imprescindible la presencia de especialistas. De esta
manera la revolución se ve obligada a introducir la burocracia como una clara
desviación del ideario revolucionario comunista pero como una necesidad para evitar el
colapso de la economía. Es un paso atrás en los postulados marxistas porque en
la práctica las masas no son capaces de asumir esa tarea. Especialistas y
burócratas recibirán un salario muy por encima de los obreros, y así la
organización económica también contradice los fundamentos básicos del
comunismo.
Lenin reconoce que está dando pasos atrás y termina por implantar una
dictadura política unipersonal porque considera imprescindible el aumento de la
disciplina para aplastar la resistencia contra revolucionaria y para organizar la
producción. Así se establece la obediencia de muchos sobre los deseos de uno,
otra clara contradicción y un claro desprecio a la democracia del proletariado
frente al poder unipersonal de líder como introducción a una dictadura.
La muerte de Lenin en 1924 lo encumbró a un culto
semireligioso de embalsamado en Moscú cuando, siguiendo la reflexión de
Casanova, había dos claras posibilidades de extender la revolución por Europa con
la derrota de los poderes establecidos en los imperios alemán y austriaco que
buscaban la paz para emerger como regímenes democráticos. De esta manera las
clases trabajadoras de estos países, tenían enfrente a poderosos grupos
contrarrevolucionarios, frente a los movimientos socialdemócratas que
representaban sus intereses en un entorno inclinado hacia la democracia y el
parlamentarismo.
Tras la caída del
muro
El modelo comunista pervivió hasta su desplome entre 1989 y
1991 como resultado, recuerda Moradiellos, de su fracaso económico,
deslegitimación social y estancamiento cultural.
Isaac Rosa apunta a todos aquellos que bailaron sobre los
cascotes del muro de Berlín pensando que allí se estaba sepultando al enemigo
para recordarles que, con el paso del tiempo, el muro, además de caer sobre los
militantes comunistas, también se desplomó encima de toda la clase trabajadora
del occidente capitalista gracias a la ruptura del equilibrio que dotaba al
comunismo como una condición de amenaza para lograr que el capitalismo
occidental torciera su brazo y permitiera el gran pacto social y político de la
posguerra ante la posibilidad de una revolución. El gran acuerdo, del que España
se quedó fuera, alejó a las masas sociales del comunismo a cambio del estado
del bienestar y la democracia representativa. Sin embargo, una vez derribado el
muro, el tren del capitalismo alcanzó la suficiente velocidad para descarrilar
y provocar una crisis global y financiera que ha terminado por derivar en
precariedad, desigualdad e incertidumbre. Entonces, subraya Rosa, es cuando la
idea anticapitalista se vuelve a instalar en una clase trabajadora que se ve
traicionada y sumida en la pobreza dentro de un sistema que, en palabras de
Ramón Lobo, está basado en la ganancia que ha dejado desprotegida a muchas
personas. Por eso, asevera Rosa, el comunismo está en fase de reinventarse para
encontrar un sitio mediante la actualización de su discurso.
Todos esos condicionantes provocan que en el panorama
actual, como nos recuerda Miguel Roig, una discusión que ya no debería situarse
en las tradicionales coordenadas de izquierda o derecha, porque la
contradicción fundamental del siglo XXI se está planteando entre capitalismo y
democracia, y como la izquierda global piensa hacer frente a esta avalancha
neoliberal que, con actores como Trump en Estados Unidos, Orbán en Hungría o Le
Pen en Francia ataviados con las prendas de la pos verdad o las verdades
alternativas, y que muy pronto se denominaran “neo democráticos.”
Ramón Lobo recoge la voz de César Rendueles que, más allá de
tildar la revolución bolchevique como un éxito o un fracaso, nos invita a estudiar
ese período histórico con una serenidad intelectual que permita repensar
aspectos como esa idea instalada que nos habla de un experimento ensayado una
vez y para siempre. Tal vez, nos advierte Rendueles, podríamos reflexionar
sobre la posibilidad de su funcionamiento en una sociedad bien diferente y
mucho más avanzada que la Rusia de 1917.
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Bibliografía
Casanova, Julián. Europa
contra Europa. Crítica. Barcelona: 2011.
Hobsbawm, Eric. La era
de la revolución. Crítica. Buenos Aires: 1987.
Lizaga, Luis. Asignatura de Pensamiento Social. Grado de
Historia. Universidad de Zaragoza. Curso 2012-2013.
Lobo, Ramón. “De Lenin a Trump.” Tinta Libre. Feb. 2017. Nº 44.
Moradiellos, Enrique. “Un siglo de comunismo: idea, doctrina
y práctica.” Tinta Libre. Feb. 2017
nº 44.
Roig, Miguel. “La cabeza, el corazón, la pierna.” Tinta libre. Feb. 2017 nº 44.
Rosa, Isaac. “De cómo el capitalismo nos vuelve comunistas. Tinta Libre. Feb. 2017 nº 44.
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