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Fotografía de Mike Stimpson |
Introducción
Los profesores Mario Lafuente y Esteban Sarasa nos
preguntaron en clase sobre el carácter científico de la Historia. Mi respuesta
fue negativa y tracé algunos torpes argumentos para defender que la historia no
era una ciencia. Lo pensaba sin un ápice de desconsideración y basándome en
algo muy simple: El término “científico” se percibe como aquello de la
universalidad de las leyes empíricas y la invariabilidad de que dos más dos con
cuatro.
A esta convicción se sumó el título del texto de Vitale “La
historia como disciplina del conocimiento” Dos motivos que me llevaron a
confeccionar esta recensión en torno al carácter científico (o no) de la
historia, una cuestión que nunca se termina de dilucidar.
El comienzo de la lectura del texto de Vitale fue desconcertante
porque utilizaba una argumentación que me atrevo a considerar como poco
relevante, un gasto inútil de energía. No comprendo el interés en comparar la
disciplina histórica con otros ámbitos del saber a los que nadie discute el
adjetivo de científicas. Es un ejercicio que se aproxima a un cierto complejo
de inferioridad. Es evidente que la Historia tiene muchos problemas para
trabajar con el denominado “método científico” porque, tanto la metodología
como la teoría aplicada a las disciplinas históricas están relacionadas al
estudio del hombre, la cultura y la sociedad, ámbitos dónde la anhelada
exactitud de las disciplinas científicas encuentra caminos muy angostos.
Antes de entrar en el texto de Vitale creo que es necesario advertir
que intentaré subrayar las ideas generales que allí se contienen y obviaré, por
motivos de espacio y claridad expositiva, los muchos y variados ejemplos
concretos con los que ilustra sus opiniones.
Para terminar esta introducción me atrevo con una reflexión,
una máxima que quizás suene demasiado arriesgada y que dice así: La Historia no
es una ciencia, bueno ¿y qué? Es evidente que esa frase no tiene la pátina
académica que mis improbables lectores merecen, por eso acudo a las palabras de
Fernando Savater
[i]: “Observó
Nietzsche que las cosas que admiten definición exacta no tienen historia,
mientras que cuanto cambia históricamente solo se define con borrones y
tachaduras: de modo que sabemos de una vez por todas lo que es el triángulo
equilátero pero no la democracia.”
La permanente crisis de las leyes
El primer argumento que utiliza Vitale para construir su
discurso sobre la idiosincrasia de la historia es acudir a la evidencia de que
la causa principal para negar el carácter científico de la historia es su
incapacidad para formular leyes. Una afirmación que sería suficiente para
zanjar el tema con cierto orgullo humanista.
Pero Vitale, en lugar de centrarse en los cimientos sobre
los que se construye la historia, se lanza a otros terrenos que aportan poco a
la arquitectura metodológica y teórica de la historia, y lo que es aún peor,
desprenden un cierto aroma a complejo de inferioridad en esa competición por
establecer una comparación imposible entre las diferentes disciplinas del
saber.
Vitale afirma que las ciencias llamadas exactas tampoco
están en condiciones de establecer leyes al ciento por ciento seguras y, es
evidente podríamos poner muchos ejemplos de afirmaciones científicas que a lo
largo de la historia han sido desmentidas, corregidas o ampliadas. Vitale
recuerda las leyes mendelianas de la genética, o las teorías físicas sobre la
velocidad de un electrón para finalizar en un salto mortal:
Muchas de las virtudes que se le atribuían a las ciencias
están cuestionadas; formaron parte de una ideología impuesta por la clase
dominante con la finalidad de convencer de que todos los problemas de la
sociedad capitalista iban a ser resueltos con el “progreso científico”. La
falacia de esta argumentación es tan manifiesta que hoy existe en el mundo más
cesantía, hambre, miseria y alienación humana que cuando se inició este siglo
preñado de la idea de progreso.
Tal vez sea un exceso responsabilizar al progreso científico
de los problemas de la sociedad capitalista pero, en cualquier caso poco tiene
que ver esa posición con el carácter de la historia. Y en ese error insiste
Vitale cuando rechaza los resultados de la investigación científica que ha
impulsado los aspectos militares y se ha visto favorecida por “la conquista del
espacio exterior” Creo que es razonable recordar que algunos de los avances
tecnológicos en el terreno militar han traspasado esos ámbitos hasta instalase
en la vida doméstica. Podría citar algunos ejemplos, pero eso resultaría
gravoso para la responder a la pregunta que nos ha traído hasta aquí ¿Qué es la
historia?
Vitale sigue el itinerario marcado y sitúa el segundo
rechazo a las ciencias en “la tendencia al parcelamiento de la realidad” que ha
pasado de la concepción griega de la realidad, en la que se trataba en su
totalidad, hasta el actual proceso de especialización en universos cada vez más
pequeños.
Tampoco estoy de acuerdo con Vitale en este punto porque, si
bien es cierto que un conocimiento generalista y variado es muy saludable, la
especialización es imprescindible para llegar a un elevado grado de creatividad
y eficacia. En esa tesitura, tanto las ciencias como la Historia, deben
profundizar en el carácter interdisciplinar de sus investigaciones para que,
desde la cooperación entre variedad y especialización de conocimientos, se
avance con rotundidad.
Pero en cualquier caso, estas reflexiones de Vitale para
desprestigiar a las ciencias naturales o científicas nada aportan al dilema que
nos ha traído hasta aquí ¿Tiene o no tiene carácter científico la disciplina
histórica? Pero parece que Vitale sigue su itinerario de argumentos sin atender
a mis deseos y esta vez inicia un viaje que nos lleva desde los griegos hasta
el siglo XVII de Newton, pasando por el “oscurantismo medieval” y el
renacimiento. Un viaje sobre la historia de la ciencia en el que Vitale reduce
su papel en un intento de desprestigiar a una rama del saber con la pretensión
de justificar el saber histórico. Es un error evidente porque como nos recuerda
José María Mardones
[ii], las
ciencias nacen y evolucionan en circunstancias históricas determinadas y la
filosofía de las ciencias se preguntará por las relaciones que pueden existir
entre ciencia y sociedad, ciencia y religión, etc. Los científicos hacen las
ciencias, pero la ciencia no está definida de una vez por todas porque el
conocimiento no es algo concluido, es dinámico y se va renovando constantemente
y, por lo tanto, las definiciones se van modificando. Mardones, con esta
concepción de la historia de las ciencias, pone en su sitio el trayecto
paralelo por el que discurre ciencias y conocimientos.
En ese mismo sentido me gustaría añadir la perspectiva de
Carr [2010:122] cuando afirma que:
A partir
del siglo XVIII, cuando la ciencia había contribuido de modo tan espectacular
al conocimiento que el hombre tenía del mundo y de sus propios atributos
físicos, empezó a plantearse la pregunta de si la ciencia no podría también
coadyuvar a un mejor conocimiento de la sociedad.
Pero Vitale mantiene su itinerario cuando afirma que, debido
a la dependencia en términos industriales, las ciencias vienen a estar
subordinadas tanto del Estado como de las empresas para concluir:
La
ciencia es, pues, producto de su tiempo y del régimen de dominación político
que impone una determinada división del trabajo, hecho que obliga a las epistemologías
a replantearse constantemente sus fundamentos. Cuestionar la ciencia –cada vez
más institucionalizada- no significa de ningún modo negar la necesidad de
producir conocimientos verificables y, sobre todo, socializarlos para evitar el
monopolio del saber de quienes hacen uso y abuso del conocimiento.
Y termina acentuando la diferencia entre historia y ciencia
porque ambas “tienen que analizar contenidos diferentes –sociedades en
permanente cambio y, por lo tanto, laborar con una epistemología distinta.”
Entonces parece que Vitale se decide a abandonar las disquisiciones entre
ciencia y conocimiento, y nos brinda su propia respuesta a la pregunta esencial
que rige los rumbos de este trabajo: ¿Qué es la historia?
Lo que
debe preocuparnos no es si una producción histórica es calificada de científica
/…/ sino si ha sido capaz de explicar, con pruebas los procesos de cambio de la
sociedad estudiada /…/ lo que interesa verdaderamente es la producción de
conocimientos con contenidos que contribuyan a explicar el devenir de las
sociedades, mediante procedimientos verificables.
Largo preámbulo de Vitale sobre el devenir de las ciencias
para llegar a una definición del quehacer histórico con la que estoy totalmente
de acuerdo, y tal vez por eso, es un buen momento para detenernos en torno a una
breve visión del desarrollo histórico que ha tenido la disciplina histórica, y que
nos permitirá vislumbrar que, como ya vimos muy someramente con las ciencias, el
paso del tiempo modifica intereses y paradigmas. Para alcanzar ese objetivo intentaré
poner orden cronológico a la desordenada senda que nos muestra Vitale.
Comenzaré por las épocas primigenias que Vitale olvida y que
nos llevan hasta cuando la historia ni siquiera se planteaba frente a la
divinización del poder y la justificación de los ritos. Tuvo que llegar la Grecia
Clásica con Herodoto y Tucídides como cimientos de una disciplina que, ya por
entonces, se debatía entre la importancia que Herodoto daba al relato
histórico, al carácter utilitarista del conocimiento del pasado y al
protagonismo del hombre; frente a Tucídides que subrayaba los hechos y la
postulación de leyes según las cuales acontecían esos hechos. Una doble
tendencia que se acentúa en el mundo romano hasta la decadencia medieval,
momento en el que la historia pasa a ser un género menor vinculado al hecho
religioso cuya máxima expresión es la hagiografía. De la dependencia religiosa
se pasó, en los siglos XIV y XV, a una exaltación del poder de los príncipes
que representaban a unos Estados necesitados de algún tipo de legitimización histórica
para su construcción. Vitale deja claro que no está de acuerdo con la visión
renacentista de una “historia de acontecimientos”, con crónicas muy ligadas al
poder. Una historiografía que perduró hasta el siglo XVII como marco de
modernidad y en claves humanistas. Esta concepción entró en crisis con la
llegada del Barroco y la generalización del interés por las ciencias de la
naturaleza. Entonces toma auge el papel utilitarista de la historia que,
reconociendo la imposibilidad de una certeza absoluta, se considera que es
suficiente alcanzar un grado de certidumbre que nos permita entender e
interpretar el orden social en el que vivimos. Es lo que Vitale define como
“historia de las estructuras” que contienen realidades históricas, un modelo
que tampoco le satisface aunque, sin lugar a dudas fue el estado previo y
necesario para que a partir del siglo XVIII se instalase una visión positivista
de la historia que buscaba encontrar una teoría de la ciencia histórica
sometida a los métodos de las ciencias naturales. Sin embargo Vitale reconoce
que, ante la evidencia de que la historia está imposibilitada para establecer
leyes similares a las que producen las ciencias naturales, se corre el riesgo
de caer en esa tentación de “legitimar el carácter científico” del quehacer
histórico a base de “forzar los hechos de las historia en función de esquemas
apriorísticos, generalmente de tipo ideologizante.”
En este sentido me parece muy importante añadir al debate la
visión del historiador Pierre Vilar
[iii]
y su forma de concebir la profesión de historiador como un profesional que no
sacrifica el objetivo de
proporcionar
conocimientos acerca del pasado frente a algún tipo de justificación de carácter
ideológico, político o religioso. El historiador, continúa Vilar, tiene que
saberse partidario y debe explicar claramente como ha orientado los análisis, y
dejar al lector la tarea de apreciarlos. Esa es una lección de honestidad que
contrasta con tantos dogmáticos de la historia y sus respectivas verdades
objetivas.
Vitale camina por los terrenos trazados por Vilar cuando nos
recuerda que la visión unilineal planteada por el positivismo fue
“oportunamente rechazada por Marx” que planteaba sus estudios sobre el
capitalismo, no como una teoría general impuesta a todos los pueblos, y por lo
tanto apriorística, “sino un análisis concreto de una sociedad determinada.” O como
señala el propio Vitale en palabras de Engels
[iv]
“es necesario reestudiar toda la historia, deben examinarse en cada caso las
condiciones de existencia de las diversas formaciones sociales”
Hay que esperar hasta el siglo XIX para que el historicismo
promueva una historia cuya tarea sea juzgar el pasado, con idea de instruir el
presente y que sea un beneficio para el futuro. Estamos en el momento en el
cual se reconoce el papel principal de las fuentes históricas y se sitúa al
historiador en el mero papel recopilador para que sean los hechos los que
hablen.
Frente al dominio del historicismo se produce una nueva
orientación de la historia bajo la denominación de “historia social”. Esta es
la historia que defiende Vitale, una historia “que explique las formaciones
sociales, tanto de sus estructuras como de sus manifestaciones individuales,
políticas y culturales.” Una concepción que lo acerca definitivamente a la
visión de Pierre Villar
[v]
cuando afirma que el objeto de la ciencia histórica es la dinámica de las
sociedades humanas determinada por tres hechos fundamentales que tienen que ver
con las masas, las instituciones que dictan las relaciones humanas y los
acontecimientos políticos. La historia, ante este complejo panorama, no pude
ser un simple retablo de hechos. El historiador debe plantearse cuestiones y
resolver problemas de cómo, cuándo y por qué se producen los cambios sociales.
Las características descritas sintetizan los postulados más
representativos de la escuela de los Annales
que inauguró una época en la que, como recuerda Vitale, su puso “el acento en
aspectos económicos y sociales” y es a partir de esta afirmación cuando el
autor afirma que “el hecho histórico no es sólo el acontecimiento político, el
dato, la anécdota o los números de una estadística, sino el resultado de un
complejo de elemento de carácter social.” Esta aseveración nos lleva
directamente a la concepción que tiene Vitale sobre la manera de construir la
historia y, por lo tanto, al siguiente apartado de este texto.
Construir la historia
La construcción histórica es la principal tarea del
historiador que decide los hechos que son relevantes para configurar el dibujo
histórico del pasado. Ese proceso, según Carr, es un diálogo constante entre
los datos y el historiador que deberá jugar con diferentes factores y, de los
muchos posibles, ahora veremos los cuatro que más interesan a Vitale.
Tiempo y espacio
La preocupación de Vitale sobre el binomio tiempo y espacio
se plantea cómo la noción de espacio que ha discurrido desde el concepto de un
territorio ocupado por los pueblos hasta una percepción universal, sin olvidar su
carácter social. Y en este devenir nos encontramos con un tiempo cronológico
que, a fuerza de “lineal” puede llevarnos a conclusiones falsas porque los
tiempos de cada formación social son particulares y, reunirlos en una sola
temporalidad, nos recuerda Vitale, implica problemas teóricos y técnicos. Por
eso Vitale subraya que es en la unión de ambos conceptos donde radica el
interés de los mismos y así:
La
historia, como disciplina, no relata el mero suceder de los hechos en el tiempo
y en el espacio sino que explica el cómo y el por qué de las transformaciones,
sobre todo el salto cualitativo de los cambios, cuya percepción es clave para
el oficio de historiador. Analiza tanto las situaciones como el movimiento y la
dinámica de las formaciones sociales.
Vitale nos está avisando de ese mal que podríamos denominar
“presentismo” y que consiste en juzgar los hechos del pasado con premisas del
presente, o aún peor, buscar justificaciones históricas en el pasado que
alimenten posiciones políticas o de otra índole en el presente. En ese sentido
recojo lo publicado por José Álvarez Junco
[vi],
catedrático de historia de la Universidad Complutense, sobre el tiempo como
factor de legitimización política.
La utilización de la historia para legitimar dominaciones políticas
se basó durante milenios, en la existencia de antecedentes remotos e ilustres.
Nada justificaba más un poder político que tener una antigüedad de milenios
Interdisciplina
Vitale centra su discurso en la necesidad de una
construcción histórica interdisciplinar, y se lamenta que Braudel y su
aportación a la historia de los Annales,
tuviera la deficiencia de un método interdisciplinar en el que “no se percibe
el hilo conductor que interrelacione los acontecimientos ni las tendencias
principales de los procesos.”
Estoy de acuerdo con la aspiración de Vitale y su interés
por acentuar la importancia de un hilo conductor. Parece evidente que la
colaboración interdisciplinar entre de diferentes ciencias es imprescindible
para el desarrollo histórico. Podríamos citar varios ejemplos pero tal vez sea
suficiente recordar todo el aparataje necesario en la prospección arqueológica
que precisa de técnicos especializados en electromagnetismo. Sin embargo, lo
más importante de estas colaboraciones, como dice Vitale, es tener siempre
presente que lo más importante, lo que debe guiar el estudio es el hecho
histórico y, por lo tanto, la dirección y el timón en cualquier investigación
histórica debe permanecer al mando de un historiador capaz de coordinar con
eficacia un equipo interdisciplinar tan importante como necesario.
Método comparativo
Vitale trata de encontrar las posibles regularidades en los
procesos históricos gracias al método comparativo. Un método, nos recuerda, que
nada tiene que ver con la concepción de Hume: “una regularidad es una conexión
constante (es decir repetible) entre fenómenos” Vitale aboga por la concepción
marxista del método comparativo que critica la posibilidad de establecer leyes
en la Historia, sin embargo puede “detectar regularidades y tendencias
generales en las sociedades, en la economía, en la política e inclusive en la
cultura” y esta es, precisamente, la tarea fundamental de la historia como
disciplina: Detectar las tendencias generales de avance, retroceso y
estancamiento que pueden darse tanto a nivel nacional como internacional. “Este
tipo de razonamiento es capaz de llevarnos hasta el resbaladizo terreno que,
como recuerda Vitale, traspasa las hipótesis sobre los acontecimientos
estudiados y nos lleva “a una previsión proyectada hacía atrás /…/ para la
investigación sobre los vestigios materiales de las antiguas culturas”
Periodización y eurocentrismo
Vitale nos alerta sobre el problema de construir la historia
con un marcado carácter eurocentrista que “tienen un aparato conceptual
inadecuado para el análisis de las formaciones asiáticas, africanas y
latinoamericanas y que han impedido ver las particularidades de estas
formaciones sociales y conceptualizarlas a un nivel realmente universal.”
El eurocentrismo es la base de una deficiente periodización
de la historia que, atada a la arbitrariedad de las cuatro edades limitadas a
Europa: Antigua, Media, Moderna y Contemporánea, establece unos compartimentos
demasiados rígidos y que Bloch trató de suavizar con el concepto de “solidaridad
de las Edades” que trata de la imposibilidad de fragmentar la historia porque
todos los periodos históricos están íntimamente relacionados.
Sin embargo, un estudio sistemático y programado necesita
según Vitale “establecer una periodización adecuada” como una clave fundamental
para la historia “porque condensa los cambios cualitativos experimentados por
las formaciones sociales /…/ y sintetiza las transformaciones significativas
que han ocurrido en la historia, transcendiendo la mera secuencia cronológica.”
Vitale nos abre la puerta a la reflexión sobre el tiempo
histórico versus tiempo cronológico y, parece evidente que el tiempo de la
historia es diferente al tiempo de los físicos. El tiempo histórico es el de
los hombres en su organización social y por lo tanto, la duración y el
movimiento de las sociedades es el tiempo que interesa al historiador, cuya
función será corresponsabilizar a cada dimensión espacial una formación social
precisa. De esta manera el tiempo deja de poseer un valor universal porque su
incidencia es desigual en las sociedades que comparten el mismo tiempo
cronológico. Esa diversidad en el ritmo de los procesos históricos tiene un
significado histórico en los procesos de cambio que a veces son tan dilatados
como varios siglos o tan veloces como un par de semanas.
Vitale afirma que esa forma de pensar la periodización es
más adecuada que la tradicional separación por edades o por sistemas de
gobierno utilizada por la historiografía tradicional. Un esquema rígido que,
como recuerda Vitale, es capaz de dejar fuera a un período que hemos llamado
prehistoria y que se presenta “como una época escindida del proceso de
desarrollo de la humanidad” Pero Vitale lo deja claro “En rigor, todo es
historia. Cualquier manifestación de la actividad humana, antes o después de la
escritura, constituye historia”
Vitale hace hincapié en dos maneras de periodización. La
primera la podríamos llamar periodización ecologista que “tratando de superar
la clasificación tradicional de la historia, han caído en una nueva
unilateralidad, al tomar solamente en cuenta el deterioro de los ecosistemas”,
y entonces cita a Saint-Marc como responsable de dividir el tiempo histórico en
tres grandes etapas
Una que
va desde la revolución agrícola hasta el surgimiento de la manufactura,
caracterizada por la supeditación de la economía al rimo de las leyes
naturales; otra, desde la Revolución Industrial, en que la actividad económica
escapa a las leyes de la naturaleza; y finalmente, la fase de la naturaleza,
que sería la que estamos viviendo, en la cual la escasez y fragilidad del
espacio natural se han constituido en el más dramático de los problemas para la
supervivencia del hombre.
Después de leer esta forma de periodización fui al asalto
del Doctor en Geografía José María Cuadrat. Lo encontré en los pasillos de la
Facultad de Filosofía y Letras y, tras recibirme con amabilidad, abrió la
puerta de su despacho y contestó a mi pregunta sobre la posibilidad de realizar
una periodización de la historia en base a condiciones estrictamente naturales.
Su respuesta fue negativa. Toda periodización debería partir de una relación
dialéctica entre hombre y naturaleza. Como lo hace la descrita por Saint Marc,
sin embargo el profesor Cuadrat consideró que esa periodización adolecía de algunos
de matices que, desde su punto de vista, deberían ampliar la clasificación
hasta cuatro periodos:
1ª Paleolítico. Es una época de relación posibilista en la
que el hombre “hace lo que puede” condicionado por la falta de herramientas y
limitado por la energía de sus manos frente a una naturaleza que se muestra
poderosa.
2ª Agraria. La revolución agraria para obtener los primeros
rendimientos a la tierra gracias a las herramientas que lo permiten como hachas
y azadas. El hombre empieza a utilizar la energía del viento y del agua. En
este período ya podemos encontrar una mala gestión de la naturaleza y
deforestaciones intencionadas capaces de modificar las condiciones climáticas
de las zonas sobreexplotadas.
3ª Revolución industrial y expansión al mundo con una gran
capacidad de explotación y modificación de la naturaleza gracias a las nuevas
técnicas de producción, a las que se incorporan las energías fósiles y nuclear.
4ª Demografía intensa y aumento de la población con un
consumo desbocado de energía que condiciona la evolución climática del planeta.
La segunda consideración sobre periodización de Vitale nos
lleva directamente al marxismo que ha superado las clasificaciones unilaterales
aunque, en muchos casos no ha logrado sistematizar una periodización de la
historia universal. Vitale achaca esta falta al “dogmatismo sedicente marxista
que trató de encasillar la historia en modos sucesivos de producción” Porque
claro, cuando Vitale afirma que dividir los periodos históricos en base a los
modos de producción fue una revolución teórica, también subraya que ni Marx ni
Engels “pretendieron periodizar la historia en etapas que obligadamente debían
recorrer todos los pueblos” De esta manera, quien pretende hacer uso de la
teoría marxista de una manera generalista está actuando de una manera
arbitraria.
Sobre los problemas de periodización me parece muy
interesante la aportación de Julio Aróstegui
[vii]
y el concepto de “cambio” en la historia según el cual, el historiador trabaja
sobre un entramado social que evoluciona a lo largo del tiempo de tal manera
que cada una de esas situaciones no son “sustituidas” por otras en virtud al
proceso histórico, sino que en realidad quedan “absorbidas” por el nuevo
entramado que acumula muchos elementos de los que ya existían y que permanecen
aunque en una nueva disposición.
La secuencia descrita por Aróstegui no contempla una
destrucción de un entramado social para construir uno totalmente nuevo, al
contrario, se prima la idea de un cambio acumulativo que posibilita la
elaboración de una nueva cultura.
Epílogo
(*) El título de esta
recensión lo he tomado de un artículo que el zaragozano Pablo Artal[viii],
natural del Barrio de la Química, publicó en la revista digital Jot Down y que
comienza así: “Aunque imagino que ya están curados de espanto en lo que
se refiere a faltas de ortografía, parece demasiado encajar lo de la «h» en la
palabra ciencia.” Me pareció un título perfecto para este trabajo por aquello
de jugar con la ortografía y con el imaginario popular de colocar esa “h” a la
que se refiere Artal al término historia. Porque en realidad, de lo que habla
este físico es del “índice h” que mide el número de citas que general los
artículos científicos publicados por motivos que ahora no vienen al caso.
El estudio de la
historia, como hemos visto de la mano de Vitale, es un ejercicio que abarca una
gran variedad de aspectos orbitando alrededor de la figura del historiador y
sus decisiones. Así que, con independencia del valor científico que la
profesión (y aledaños) quiera otorgarle, lo cierto es que el trabajo de
historiador se vislumbra complejo y será el propio historiador quien deberá
buscar nuevos nichos, tanto para la exploración puramente histórica, como abrir
la posibilidad de colaborar, también de manera auxiliar, con otras disciplinas
del conocimiento.
En cualquier caso, y
en busca de esas soluciones utilitarista para presentarse ante la sociedad como
una disciplina que va mucho más allá de la función de albacea de los hechos
históricos, me gustaría, para terminar, transcribir las palabras del filosofo
José Luís Villacañas[ix]
Quiero hace una
alabanza de la historia antes que cualquier otra cosa. Y la primera fase
intuitiva que quiero decir es: Que la historia es material. Creemos que la
historia es humo, es nada, es pasado. Pero evidentemente esto es una falta de
atención, nadie ignora que lo que constituye la densidad de la materia es
invisible /…/ pero por muy invisible que sea la estructura física de la materia
nadie se da de cabezazos contra un muro de hormigón. Todo el mundo sabe que eso
es consistente y que debe respetar las leyes de la materia para estar en
condiciones de moverse por el mundo. Hay una simetría extraña en el pensamiento
humano que concede realidad a lo invisible de la materia y no concede realidad
a lo invisible de la historia que es el pasado. Pero el pasado es tan duro como
el hormigón. El pasado es tan intenso y produce choques que acaban generando ruinas
corporales, psíquicas y humanas. El pasado, en este sentido, se rige justamente
como cualquier otra realidad: Debes conocerla para controlarla. Debes estar en
condiciones de saber sus leyes porque el síntoma básico de que el pasado tiene
densidad es que el presente es impenetrable y genera síntomas que son los
conflictos. Los conflictos son los que nos testimonian que hay densidad
histórica no controlada, no hecha evidencia, no hecha concepto, no pensada. Y
esto, el hecho de que el pasado tenga esta densidad histórica en cierto modo es
hoy anti intuitivo porque toda nuestra comunicación está organizada hacía el
futuro. Es una comunicación intransitiva, permanentemente volcada hacia el
futuro, que descontrola claramente la dimensión de expectativa y de experiencia
histórica. Sin equilibrar esas dos cosas: Expectativa y experiencia, el futuro
es una aceleración ignota, que no sabemos hacía donde nos lleva. Con el
conflicto emerge por tanto la densidad histórica de nuestras sociedades, lo
hemos visto claramente en Ucrania hace muy pocos días. Pues bien, no tenemos
otras herramientas para abordar los conflictos más que unas herramientas
retóricas, adecuadas, surgidas desde el conocimiento de la historia. La
historia es, en este sentido, la mediación adecuada, esto que necesitamos para
que el conflicto no nos asalte de modo completamente animal. La historia y la
retórica histórica nos permiten tomar distancias, elaborar discursos. Nos
permite algo muy importante: Plantearnos metas que están dotadas de posibilidades
objetivas, nos permite plantearnos metas que no son anacrónicas, ni utópicas.
Metas que son los pasos adecuados a dar en el presente. Y esas metas sólo
pueden surgir de las buenas retóricas porque están en condiciones de persuadir,
y están en condiciones de generar grupos convencidos que se enfrenten a esos
problemas. La historia, desde ese punto de vista, es la herramienta cultural
que tenemos para no caer en el enfrentamiento desnudo, inmediato, propio de la
violencia. /…/ Lo peor de la historia es aquello que nos permite cargar con
ella, actuar pulsionalmente, sin saber de dónde nos viene esta forma de actuar.
La única manera de anular estos arcaísmos es mediante la historia.
Bibliografía y otras fuentes
Aróstegui, Julio. La investigación histórica. Teoría y
método. Crítica: Barcelona, 2001.
Carr, E. H. ¿Qué es historia? Ariel: Barcelona, 2010.
Mardones, José María. Filosofía de las ciencias humanas y
sociales. Materiales para una fundamentación científica. Anthropos: Barcelona, 2007.
Vilar, Pierre. Iniciación al vocabulario del análisis
histórico. Crítica: Barcelona, 1982.
Etiquetas: artículo, historia, Recensión