La curvatura de la córnea

23 junio 2017

Vida doméstica de Carmen Ruiz Fleta


El último poemario de Carmen Ruíz Fleta llegó a mis manos en el día de libro, un momentito después de enterarme que los “millennial” etiquetaban como “Nesting” a lo que de toda la vida se ha llamado quedarse en casa. Entonces recordé las charlas en la barra de El Gran Caruso cuando mi novia describía el gozo de las tardes de los sábados de invierno cuando se olvidada del ajetreo del trabajo y, entre patrones de confección, discos de Aute y el calor de la estufa de carbón, dejaba pasar el tiempo. Así que la lectura de “Vida Doméstica” estuvo influida por las supuestas nuevas costumbres que se definen en las páginas de los dominicales y ese regusto en la memoria sin embargo, conforme avanzaba en la lectura encontré muchos rasgos de mi vida y por lo tanto de la tuya. El libro de Ruíz Fleta, como los relatos clásicos, se divide en tres espacios: Dentro, fuera y en el umbral. Son tres nombres que nos invitan a sumergirnos en el ámbito doméstico pero no se descuiden, este poemario no se queda en la paredes del hogar, sus versos nos muestras caras de hoy, recuerdos de ayer y, en fin, las luces de ese camino por andar. Dentro, fuera y en el umbral. Para las puertas adentro la hija que crece y el abuelo que mengua o eso que ya sabemos de la rueda de la vida. La vida como un preámbulo de interiores que eclosiona cuando el inquilino ya está aquí: Hijo y madre. Orgullo de madre y el peligro de sentirse propietaria y ella, la voz poética, huye de ese miedo porque no quiere poseer, se conforma con nombrar como el mejor intento de amar pero… ¿cómo se mide el amor? Tal vez en los libros que has dejado de leer, en los bailes inventados o en la intensidad de un aleteo que agita el estómago cuando su risa estalla y la memoria regresa en vacaciones desteñidas. La nueva vida que llena la casa también descansa y ella aprovecha para mirarse las mentiras y desear que el amor incondicional recién descubierto nunca se borre, porque en esa relación, más allá de los lazos etéreos y carnales, se sustenta la sabiduría de quien, de repente, encaja las piezas que dan sentido al mundo y la vida: Dejar sobre la mesa un pasado de ignorancias, orgullo y ambición, es una sensación que permanece durante el tiempo que su respiración pausada se adueña del cuarto a través de una puerta abierta hasta el sofrito de arroz. El aroma es un disparadero que lo mismo la lleva al hogar adolescente que al desgarro dominical de vómitos y resacas. Un hogar que ahora tiene aroma a café, tambor de lavadora y la basura que empieza a oler, y donde las caricias se han extraviado entre el teclado y un mundo en dos dimensiones. Es ahí, en ese nuevo mundo tan alejado de las ensoñaciones infantiles donde va a crecer esa nueva criatura que alumbra su entorno mientras pide palabras y cuentos. Para el abuelo ya no hay cuentos, tan solo pastillas a elegir entre el llanto y la lágrima de un tiempo que pasa a golpe de verso. Para las puertas afuera, que unos llaman patria y otros frontera, ella adivina la infancia evaporada en un pasillo de espejos en el que amar tan solo es un pensamiento: No te mires porque solo querrás huir de la náusea de verte necio y derrotado hasta que aparece él: Guinda exige la utilidad de la poesía convertida en pan, neurona o calor frente al vestido apolillado de la verdad ¿Recuerdas el momento exacto en el que el silencio fue sustituido por la televisión o el teléfono móvil? Porque fue entonces cuando la poesía abandonó tu vida aunque mantengas la ilusión de ser otro, ser víctima para mirar los monstruos que, no lo olvides, habitan en ti, como un barrio viejo donde se madruga al olor del pan condenado a un interior sin vistas. Consuélate y que pasen todas las mentiras piadosas del hasta aquí hemos llegado: Silencio. Para llegar al umbral salgo de mí y mecagoentóloquesemenea, cansado de saltar a la comba. Estoy de acuerdo con ella: Moriré lamentándome por lo no vivido.

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16 agosto 2011

Así se hizo el video del poema 32 de la Polaroid de Carmen Ruiz Fleta

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08 agosto 2011

Polaroid de Carmen Ruiz Fleta_Poema 32

Vanessa Moreno
tuvo la amabilidad de convertirse en contenedor de miedos para este poema de
Carmen Ruiz Fleta:

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28 julio 2011

La mirada del fotógrafo o como manipular, a la orilla del mar, las Polaroid de Carmen Ruiz Fleta (2ª Parte)

Primera Parte (aquí)

27-28

Cuerpos desheredados al sol y al aire de donde nunca estás tú ni tu cuerpo dorado, multicolor, conocido y sin embargo, por explorar. Miro las taras de tu cuerpo, esas dentelladas de mi boca, los rastros húmedos de mi lengua, cada una de mis embestidas que, como este oleaje, se obstina en romper tanta monotonía.

29

Ahora que me miras, escondido tras tus nuevas gafas de sol y sin comprender porque he dejado de teñirme estas canas que reclaman tu atención, mucha más atención que los humedades a los que acudías todavía torpe, todavía inexperto, todavía.

Ahora que me miras todos los trajes me sientan bien, incluso esa minifalda rosa y demasiado juvenil que me compraste con la vergüenza de olvidar mi cumpleaños.

Ahora, que ha dejado de dolerme la cabeza, te parezco hermosa e inalcanzable. Tal vez si te quitaras esas estúpidas gafas de sol me verías ahora.

30

El mar, con este rugir de espuma, hace nudos con tu pelo y moja tus pechos, continentes sin hueso que a veces sueño de otra. Un mecano dónde fabricar sueños para una tarde feliz. Como esa pareja de la nevera portátil llena de cervezas. Una nevera para la costa, siempre junto al mar, siempre sobre la arena.

Podría cabotar los puertos de tu piel y deshacer los nudos de tu pelo hasta que la muerte, una turista ahogada en el mar, fuera portada en los informativos.

31

El impacto del asteroide no trajo el silencio, ni una órbita estable, tal solo desazón elíptica.

32

Lo intento cada mañana y mi cuerpo, precipicio de miedos, se escabulle a la dictadura de la imagen y semejanza. Todas las penas siguen ahí, en los músculos agotados, en la elongación de los cartílagos, en esa epidermis tozuda que, hidratada, tersa y morena, sigue siendo tan cobarde como los pies, detenidos para no caminar hacía la muerte y asistir, por fin, a la incineración de este cuerpo tan curvo como mi vida.

33

Aunque nací de hueso y piel nunca quise mudar a esta forma oscura de soledad, que antes fue calcio y ahora, disuelto en otros cuerpos, vísceras y fluidos, se descompone bajo el sol.

34

El camaleón rebosa los límites de la hamaca, se derrama sobre la arena, fluye volcánico y se disuelve en el mar.

La sopa caliente del asilo concertado (25% sémola de trigo) sigue esperando a la vieja.

35

No quiero crecer. Quiero ser infinitesimal y desaparecer de esta ciudad y sus cabezas.

36

Eliminé tu rastro por la fuerza, como si tirar las esposas por la ventana me garantizara tu indiferencia o tu voluntad.

38

Este viento atravesó la ciudad fétida y me trajo hasta aquí, duermevela al sol de cuerpos y jóvenes rubias.

39

Poner voz a mi memoria. Hablar de mi padre y esas fotos de tumbas en tierras soviéticas que nunca me explicó. De mi madre y sus silencios. Ser consciente del cauce que lleva de la prehistoria al amor.

40

Necesito cambiar pero yo, aterido de frío, soy incapaz de dar un paso.

41

No me quejo cuando me arañas. Me gusta pensar que mi piel, bajo tus uñas, colonizará la epidermis de todos tus amantes. Estoy muerto desde que dejé de libar tus fluidos y si me arañas, aún me siento vivo.

42

Por fin soy pescado en tus manos. Troceado, vivo la esperanza de terminar en tus tripas. Diez minutos de microondas serán suficientes. No quiero anestesia, sólo un poquito de limón para así, con el jugo de mis grasas, conquistar tu paladar.

43

Eres frontera al otro lado de tus bragas. Te sueño húmeda y escapo a cruzar otras lindes.

52

De niño me comí un plato de jamón en casa de mis padrinos. Loncha a loncha hasta no dejar rastro. Mi padre me abroncó y dejó de llevarme a casas ajenas.

La amiguísima de los anfitriones, eterna sonrisa de mármol, no me saludó en la última celebración familiar. Me jodio el gesto porque yo sólo fui para comerme todos los platos de jamón turolense, el pata negra no entraba en el presupuesto. Loncha a loncha dejé mis dedos pringosos y, aunque fui incapaz de toquetear tanta formalidad, la grasa del pernil ensucia este teclado hasta supurar palabras que casi me desnudan.


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30 junio 2011

La mirada del fotógrafo o como manipular, a la orilla del mar, las Polaroid de Carmen Ruiz Fleta

El fotógrafo disparó con la elegancia profesional de quien esta habituado a cazar almas. La Polaroid capturó la luz de mi asombro, grabó el negativo sobre el papel fotográfico que, tras reventar la burbuja que contenía los elementos químicos necesarios para el revelado, aterrizó en sus manos cubierto por una película plástica que lo protegía de los veladores rayos ultravioletas. Con la capucha de un bolígrafo BIC presionó los colores incipientes que conformaban mi retrato y me transformó. Consiguió que mis facciones fueran el reflejo de su mirada. La mirada del fotógrafo.

La brisa del mar abrió el poemario y, como el fotógrafo que me robó el alma, manipulé las Polaroid de Carmen Ruiz Fleta hasta que las palabras, mecidas por las olas, transformaron sus imágenes y se precipitaron desde mis ojos al papel garabateado por el grafito. La revelación terminó cuando el sol me abandonó y supe que solo podría leer el resto de los poemas en mi próxima visita al mar.

2

Besos y palabras en el laberinto de la pareja hasta que tú y yo seamos noche y silencio.

3

Una mujer encaramada a unos tacones es sueño, vértigo y la imposibilidad de adivinar el alimento materno que esconden sus pechos, bálsamo ancestral de sabiduría.

4

La cerveza y la noche reveló el despojo que arrastramos hasta la luz de los Servicios Municipales de Limpieza. Y ahora, húmedos y varados en la playa, docenas de jóvenes jalean la noche bajo el sol.

5

Tras el patrón que diseñó nuestros besos, llegó la hebra del amor. Divido el tiempo en meses y luego en años y después en horas. Tantos días que nunca conté, siempre preocupado porque las costuras fueran lazos duraderos y a veces, en lugar de sastre, soy la dentellada fiera que destroza, desbocado, la vida amontonada. Por eso venimos al mar, para enhebrar de nuevo el hilo.

7, 8, 9, 10

En la soledad solo me queda el gesto de morir envenenado por el recuerdo. Esa falsedad que maquilla el mapa de mi vida. Por eso te declaro culpable de la degradación, de este pálpito triste que veo al otro lado del espejo.

Mejor me apeo de la vida y abro el picaporte de la incertidumbre para descubrir el final de la fiesta, ese brillante momento de convertirme en Príncipe Off.

11, 12

No me fío ni de la memoria ni de los cajones, por eso hubo un tiempo en el que ordené mi vida con fotografías recortadas. Collage de emociones pegados en una hoja adhesiva.

Ahora ni siquiera puedo tocarlas. Mi vida a la distancia de un clic y solo siento tu ausencia y la de aquella mujer que lloraba por nuestros hijos muertos.

13

Bendita torpeza de cuando tu cuerpo era territorio inhóspito.

14

Mi madre dejó de criar cerdos cuando llegué a casa y yo, escondido en la corte deshabitada del animal, me sentía seguro de escapar, calladito. Tan calladito como estuvo ella con las historias que no se deben contar. Aunque ya no recuerdo el sonido de sus palabras, todavía siento la inabarcable intensidad de su amor.

15, 16

Me gustaría bajar del tozudo análisis de las cosas y darte un abrazo que derrita el silencio y el dolor, que sea transfusión de volver a reír y traerte de la mortaja a la vida de cuando era niño y mi padre, en camiseta de tirantes, pelaba las naranja para construir mondas de una sola pieza. Después llegaron las preguntas y esas habitaciones oscuras en las que no me dejó entrar. Por eso ahora, que me ha dado por guardar las llaves, llevar su reloj y calzarme la boina, tengo miedo.

17

Ya he dejado de imaginar el rostro de los hijos que nunca voy a tener. Ahora miro a los hijos de los demás en busca de malformaciones, palabras mal sonantes y una educación de mierda que me escupa a los ojos.

18, 19, 20, 21

La chica fea hace carantoñas frente al mar. La chica guapa, con gorro de Sinatra y un maromo tatuado, le hace fotos. La chica fea se aleja jovial. La chica guapa no se excita con las caricias del maromo.

El aire de nube trae la noche. El maromo, la chica fea, la chica guapa y yo nos peleamos por el oxígeno. Me aferro al poema de la página 34 y a los polvos catódicos que la presentadora del Telediario ha trasladado a su magazín matutino.

22, 23

Miro el mar mientras ella busca el sol. Las uñas granates de sus pies, a la altura de mi mano, me recuerdan que esta noche, según mis teoremas y formulaciones, toca hacer el amor sobre un colchón del que desconocemos su procedencia y la composición de sus materiales. Y yo, prisionero de la red social, añoro el teclado Hewlett Packard.

24

Levanto los ojos, y aunque veo el mar, se que el mar no es esto. El mar es una caracola enterrada en el monte más alto de las Barriadas del Sur, cuando el cretácico bañaba mis pies.

25, 26

Ahora que tenemos ascensor me gustaría subir las 75 escaleras que nos llevaban al amor. A esos días cuando de todo era aprender la topografía de tu boca y tus manos, suave paraíso proletario, no entendían mis erecciones.

Segunda Parte (aquí)

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