Vida doméstica de Carmen Ruiz Fleta
El último poemario de Carmen Ruíz Fleta llegó a mis manos en el día de libro, un momentito después de enterarme que los “millennial” etiquetaban como “Nesting” a lo que de toda la vida se ha llamado quedarse en casa. Entonces recordé las charlas en la barra de El Gran Caruso cuando mi novia describía el gozo de las tardes de los sábados de invierno cuando se olvidada del ajetreo del trabajo y, entre patrones de confección, discos de Aute y el calor de la estufa de carbón, dejaba pasar el tiempo. Así que la lectura de “Vida Doméstica” estuvo influida por las supuestas nuevas costumbres que se definen en las páginas de los dominicales y ese regusto en la memoria sin embargo, conforme avanzaba en la lectura encontré muchos rasgos de mi vida y por lo tanto de la tuya.
El libro de Ruíz Fleta, como los relatos clásicos, se divide en tres espacios: Dentro, fuera y en el umbral. Son tres nombres que nos invitan a sumergirnos en el ámbito doméstico pero no se descuiden, este poemario no se queda en la paredes del hogar, sus versos nos muestras caras de hoy, recuerdos de ayer y, en fin, las luces de ese camino por andar. Dentro, fuera y en el umbral.
Para las puertas adentro la hija que crece y el abuelo que mengua o eso que ya sabemos de la rueda de la vida. La vida como un preámbulo de interiores que eclosiona cuando el inquilino ya está aquí: Hijo y madre. Orgullo de madre y el peligro de sentirse propietaria y ella, la voz poética, huye de ese miedo porque no quiere poseer, se conforma con nombrar como el mejor intento de amar pero… ¿cómo se mide el amor? Tal vez en los libros que has dejado de leer, en los bailes inventados o en la intensidad de un aleteo que agita el estómago cuando su risa estalla y la memoria regresa en vacaciones desteñidas. La nueva vida que llena la casa también descansa y ella aprovecha para mirarse las mentiras y desear que el amor incondicional recién descubierto nunca se borre, porque en esa relación, más allá de los lazos etéreos y carnales, se sustenta la sabiduría de quien, de repente, encaja las piezas que dan sentido al mundo y la vida: Dejar sobre la mesa un pasado de ignorancias, orgullo y ambición, es una sensación que permanece durante el tiempo que su respiración pausada se adueña del cuarto a través de una puerta abierta hasta el sofrito de arroz. El aroma es un disparadero que lo mismo la lleva al hogar adolescente que al desgarro dominical de vómitos y resacas. Un hogar que ahora tiene aroma a café, tambor de lavadora y la basura que empieza a oler, y donde las caricias se han extraviado entre el teclado y un mundo en dos dimensiones. Es ahí, en ese nuevo mundo tan alejado de las ensoñaciones infantiles donde va a crecer esa nueva criatura que alumbra su entorno mientras pide palabras y cuentos. Para el abuelo ya no hay cuentos, tan solo pastillas a elegir entre el llanto y la lágrima de un tiempo que pasa a golpe de verso.
Para las puertas afuera, que unos llaman patria y otros frontera, ella adivina la infancia evaporada en un pasillo de espejos en el que amar tan solo es un pensamiento: No te mires porque solo querrás huir de la náusea de verte necio y derrotado hasta que aparece él: Guinda exige la utilidad de la poesía convertida en pan, neurona o calor frente al vestido apolillado de la verdad ¿Recuerdas el momento exacto en el que el silencio fue sustituido por la televisión o el teléfono móvil? Porque fue entonces cuando la poesía abandonó tu vida aunque mantengas la ilusión de ser otro, ser víctima para mirar los monstruos que, no lo olvides, habitan en ti, como un barrio viejo donde se madruga al olor del pan condenado a un interior sin vistas. Consuélate y que pasen todas las mentiras piadosas del hasta aquí hemos llegado: Silencio.
Para llegar al umbral salgo de mí y mecagoentóloquesemenea, cansado de saltar a la comba. Estoy de acuerdo con ella: Moriré lamentándome por lo no vivido.
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