Un Dios salvaje o la diferencia entre una tarta y un pastel
Que la compañía Microteatro en casa represente “Un Dios
salvaje” en el Teatro Principal puede parecer un contrasentido, y sin embargo
no lo es. Microteatro en casa lo que busca en sus espectáculo es cambiar la
relación espacial que hay entre el público y los actores, no se trata tanto de
tirar la cuarta pared, como de diluirla, y ese objetivo se puede lograr en el salón
de una casa pero también en un teatro convencional. La primera novedad fue que el
público accedimos a la sala por la puerta de actores y recorrimos las tripas
del teatro hasta llegar al escenario donde nos esperaban noventa butacas que
rodeaban la escena y allí, bajo la lámpara del salón, los cuatro demiurgos
dispuestos en círculo para cocinar su moral y la nuestra.
El texto de Yasmina Reza, que hace diez años pude ver con la
dirección de Tamzin Townsendverlo y la interpretación de Aitana Sánchez-Gijón,
Pere Ponce, Maribel Verdú y Antonio Molero, ya es un clásico dentro del teatro
contemporáneo con esa vocación de espejo que invita a preguntarnos sobre
nuestros comportamiento y como pueden variar en función del estallido de un
determinado conflicto y al final, el conflicto es lo de menos, lo importante
son nuestras reacciones reflejadas en las interpretaciones de los actores, ese
delicado momento en el que la risa se paraliza porque te ves representado en la
máscara social de alguno de los protagonistas y ves, incrédulo, como en
cualquier momento se puede desencadenar la agresividad que vierte sal en la
herida. ¿Qué somos cuando pervertimos los códigos morales por los que nos
regimos? ¿Somos capaces de defender nuestros posicionamientos sin arremeter
contra los posicionamientos de los demás?
Pero en realidad, mi interés por asistir a la función se
centraba en los actores, quería comprobar como las energías de sus
interpretaciones eran capaces de compensar la rueda que hace girar la trama, la
eficacia en el equilibrio para que el viaje de los personajes no se vaya al traste,
porque esa es la clave de la función, que los cuatro personajes tienen que
modificar actitud y valores manteniendo la fluidez de la obra, tienen que tirar
todo por la borda pero manteniendo el equilibrio y sin que nada se desborde,
que todo fluya en el terreno de la credibilidad, cualquier pequeño desliz en
esas transiciones emocionales puede dañar a la función de manera irreversible.
Los cuatro actores, Fran Martínez, Javier Guzmán, Pilar Aguilera
e Irene Alquezar hacen un trabajo brillante y equilibrado con ese ballet
imperceptible que los hace girar sobre la rueda de la vida, pero me parece que
es Irene Alquezar la que tiene un puntito mayor de responsabilidad. Al fin y al
cabo es su personaje el que tiene que dar un salto mayor, al menos en lo
aparente, en lo corporal, es lo superficial si me lo permiten decirlo así, es
ella la que tiene que merodear por un terreno donde la tentación por la parodia
es enorme, y esa es una frontera peligrosísima en este caso, una línea que no
se debe traspasar porque entonces el viaje de los personajes y del público se
quedaría en anécdota, en chascarrillo, pasar esa línea sería quitar
transcendencia a un tipo de teatro que también es una escuela de vida, que nos
ayuda a comprendernos a nosotros y a entender ese mundo que está ahí fuera,
donde las candilejas dejan paso a las farolas.
El Dios salvaje que nos presenta la compañía Microteatro en
casa es un mecanismo de precisión que gira alrededor de los conflictos que la vida
nos pone encima de una mesa salvaje aunque esté decorada con tulipanes, esos
conflictos que tú y yo intentamos digerir como lo hacemos con esa porción que
tanto nos gusta de la tarta de manzana y pera de nuestra abuela y que, sin
embargo, terminamos por vomitar sin saber muy bien como ha sucedido.
Etiquetas: critica teatro, Fran Martínez, Irene Alquezar, Javier Guzmán, microteatroencasa, Pilar Aguilera, reseña teatro, teatro, teatro principal, Yasmina Reza