Hacía mucho que tenía este espectáculo pendiente pero el
tiempo pasaba y los horarios de Penny no terminaban de acoplarse con los míos y
así, en lugar de ir a verla a La Suite, el encuentro se produjo ayer en el
nuevo local de Teatro Bicho, el penúltimo día de la Fase 3 de esta pandemia que
nos había dejado sin teatro y a puntito de entrar en la nueva normalidad
distópica de nuestras vidas. La espera mereció la pena cuando la función, que comenzó
con veinte minutos de retraso, puso delante de mis ojos una imagen mucho mejor
que la del cartel que encabeza esta crónica: Penny ya no es pelirroja de pelo
largo, ahora es morena con el pelo recogido en dos moñetes galácticos, sus
gafas han dejado de ser marrón de concha de una vidente de un programa nocturno
de esa tele que nadie ve pero todo el mundo consume, para convertirse en dos
diminutos rectángulos color pistacho que conectaban sus ojos con los míos, y en
lugar de un traje de chaqueta negro como fetiche para cubrir el cuerpo, la nueva
Penny me recibió con un ajustado traje de terciopelo a cubierto de una chupa de
cuero, todo de negro, como el tacón alto de sus zapatos de tírame tu mirada y
fíjala aquí, en esa espectacular presencia que es Penny atrapada en plástico. Y
así, tras la sorpresa inicial de tantos cambios a mejor, amé a Penny a primera
vista.
Penny es una striper como otros son mecánicos, electricistas
o dependientas del Zara, al fin y al cabo Penny llegó hasta su profesión por
uno de esos avatares que pasado el tiempo no sabes muy bien como calificar y
sin embargo, lo que Penny no olvida es que en realidad lo que ella quería ser
era estrella del cine que es mucho más que ser una actriz. Es algo muy parecido
a lo que nos pasa a usted, improbable lector y a mí, o lo que le pasaba a los sueños
del mecánico que quería ser piloto de Fórmula 1, del electricista que soñaba
con ser un astronauta en el Apolo y a la dependienta de Zara que siempre quiso
ser estilista de J Lo, Shakira y Beyonce. Porque el espectáculo que levanta
Penny, entre el hidrogel alcohólico, las mascarillas y el fusfrish, va de eso, de reconocer sin remilgos lo que de
verdad somos para que la mala vibra inquisidora abandone nuestro cuerpo y nos
deje ser, por fin liberados, lo que una vez soñamos. Conseguirlo puede parecer difícil,
pero es mucho más fácil si sigues las indicaciones de Penny. Tienes que estar
muy atento porque Penny es de mucho hablar y mirar a los ojos del espectador. Ella
no puede contener tantas ganas de conectar con su público, de sentirse querida.
Penny nos cuenta su vida porque que es imprescindible para entender cómo ha
llegado a convertirse en camino y guía, por eso nos habla de las emociones que
construyeron su personalidad, del día que subió al cielo de la licra y del día que
bajo al infierno del folclor. A mí, en ese entregarse, me recordó al monólogo
de La Agrado de la película Todo sobre mi madre de Almodóvar, y a ese
maravilloso momento en el que con tan solo desabrocharse un botón de su rebeca
consigue que un personaje común y de diario se convierta en toda una brillante
ráfaga de humor y buen corazón, las mismas herramientas que usa Penny para
meterse al público entre la piel y la cinta de su tanga.
Me gusta imaginarme a la actriz Inma Chopo dando cuerpo de escritura
al personaje de Penny entre los pases del mítico Cabaret El Plata en El Tubo de
Zaragoza y las clases de danza del vientre porque, para la construcción de un
personaje como Penny, además de la fluidez, el desparpajo en la expresión
hablada y ese desenvolverse con el público, se precisa de una coreografía
corporal donde la pose, el gesto y el ademán transiten entre la contención (o
no) y la provocación sensual para salvar con éxito la gran dificultad de que un
personaje como Penny, a la que adoras desde el primer segundo del espectáculo,
tenga la capacidad de erotizar la sala con elegancia. Ese salto es definitivo
para armar el éxito de la función y sin embargo, una vez que Penny ha alcanzado
esa cota y ya es la dueña de nuestros corazones, ay, se produce ese momento que
tan poco me gusta de subir al público al lugar de los sueños, tal vez funcione
en ambientes más nocturnos y canallas o a otras horas, no lo sé, pero a mí, esa
relación de la que ya era mi diosa Penny con los mortales que han pagado una
entrada no termina de gustarme. Pero olviden de inmediato esta manía personal
que no puede ocultar todo mi agradecimiento a Penny, y cómo consiguió la
catarsis de descubrir que si somos capaces de sacar hacia afuera el soñador que
tenemos dentro, la vida stripper que nos ha tocado vivir se lleva mucho mejor.
No se pierdan la próxima sesión de las historias de Penny el
viernes 26 de junio en el Teatro Bicho de Zaragoza.
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