La Casa del Circo está al otro lado del río y allí fui,
andandito andandito bajo la lluvia de Enero porque Cristina Verbena nos iba a
contar historias. Cristina Verbena, y hay pocos apellidos tan bonitos, salió al
escenario con un vestido verde turquesa de topos azules y una tira roja sobre la
piel de su hombro que hacía juego con el pelo rizado que enmarca su sonrisa. La
sonrisa de Cristina Verbena es tan personal como todas las demás que, aunque se
estira y se estira tan solo se curva cuando empieza a cantar. La canción tiene
palabras que no puedo entender y sin embargo, sus sonidos traen ecos de compartir
fuego, cuentos y puchero.
Cristina Verbena cuenta historias tan cortitas como un zas,
zas; o largas y enrevesadas como las pasiones que se desatan en el monte del
Olimpo. Algunas parecen fábulas porque la
sabiduría reside en sapos, tigres y mosquitos, pero otras veces parecen las
crónicas sociales de un periódico digital que recoge voces de mujeres, niños y
abuelas. A veces la narradora se divierte con la carcajada de quien hace un
batiburrillo en el que todo es posible, y lo disparatado se convierte en la
prueba del nueve para demostrar que sí, que la vida es inevitable y lo mejor es
dejarse llevar por las soluciones que nos pide el cuerpo.
Las historias que nos cuenta Cristina Verbena tienen la
virtud de la mezcla. La narradora maneja recetas que añaden su pizca de acento
cotidiano a la fantasía más desbaratada, o aliñan con imaginación los
acontecimientos de andar por casa. La narradora maneja a la perfección la
plancha para darle vuelta y vuelta a los cuentos y chascarrillos populares, pero
también es capaz de preparar una historia que pide paciencia y la cocción chup
chup que extrae sabores sofisticados a un torbellino de palabras y cebollino, un
salpimentar la avalancha de acontecimientos hasta que vaya usted a saber por
qué el guiso te deja con la boca abierta y la narradora, que se sabe todos los
caminos, te recoge en algún recodo de la historia y te lleva hasta la mesa de
los manjares donde se brinda con un final que a veces es feliz, y muchas otras
tan solo una pausa de la vida.
Cristina Verbena tiene la virtud de maridar lo popular con
lo literario, que los dichos de antaño sean el preámbulo de textos
contemporáneos, que la voz tradicional de una vieja revieja que sabe más que tú
transforme la literatura en voz. La voz de una narradora que nos cuenta vidas
tan inevitables como la tuya, improbable lector, y la mía.
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