Cuando terminé el turno de noche la luna
todavía estaba allí. Una luna que, sin lograrlo, quería ser luna llena y sin
embargo tenía luz suficiente para iluminar las calles vacías de mediados de
Agosto y ocultar las lágrimas con las que San Lorenzo nos recuerda que existe
un universo más allá de la rotación y la traslación, un universo dónde el polvo
de estrellas se transforma en espectáculo. Una luna que silbaba a ritmo de
swing. El fenómeno me pareció tan extraordinario que detuve la moto sobre el
puente de Las Fuentes y entonces me di cuenta que las aguas del rio Ebro
rasgueaban al ritmo manuche y así, entre la luna y el rio, mientras mis oídos
sintonizaban los aromas de Django Reinhardt y Stephane Grappelli, los pies,
como precalentamiento para el baile, ya estaban marcando el compás cuando ante
mis ojos, en el horizonte, allá donde el crepúsculos pinta el cielo de rojo,
apareció un globo aerostático mecido por un cierzo amable, ligero y servicial,
el viento imprescindible para mecer la cesta del globo poblada de violines,
contrabajos y guitarras, cuerdas viajeras afinadas para esparcir la felicidad
que proporciona una escala de corcheas. Entonces recordé la gran noticia: El II
Festival Folclore Vivo-Cultura Contra la Despoblación incluía dos conciertos
sobre un globo aerostático cautivo en Las Parras de Martín y en Utrillas. Pero
mis ojos, el río y la luna eran testigos de que el globo había decidido romper
con su cautividad para expandir jazz, swing y folk más allá de un paisaje de
Teruel que a veces parece rudo, a veces verde y a veces agua.
El globo, en decidida dirección Este,
sobrevoló mi cabeza y, sin dudarlo, lo seguí a bordo de una moto de 125
centímetros cúbicos con la melancolía hillbilly de quien añora cantes de ida y
vuelta entre la cumbia, el bolero y el cha-cha-cha. Seguí la estela del globo por el camino de
Cantalobos hasta donde las cigüeñas se han instalado para todas las estaciones
del año y allíl, en uno de los meandros del rio me sorprendió un sol que, ni
sonrosado ni amarillo, borró la luna jazzera, el globo musical y la felicidad
folk de mi body.
Regresé a casa cabizbajo y preocupado hasta
que prendí la radio y el locutor del boletín informativo entonaba una noticia
que estaba convulsionando el planeta musical: Desde todos los puntos cardinales
del globo terráqueo llegaban noticias de como un globo aerostático regaba de semifusas
las orillas zydeco del rio Mississippi, de pizzicatos de tangueros el estuario
del rio de la Plata, y una rueda de blues que nace Mi en el lago Michigan y fluye por el rio Chicago
para terminar en Si7, mientras en las aguas del Danubio sonaba un vals multicolor
hasta que los Balcanes le dan al río canciones para bodas y funerales que
desembocan en el mar Negro. El locutor, cuya voz había dejado de ser
informativa para tornar jotera de las Cuencas Mineras, anunciaba que el
fenómeno del despegue y vuelo del globo aerostático se iba a repetir el 14 de
agosto en las orillas del rio Parras, al ladito del Chorredero y muy cerca de
una era donde la media noche trae brujas y duendes con ganas de danzar. Allí,
en una aldea de quince habitantes que se llama Las Parras de Martín, un Globo
Folk será el hechicero que, a veces a contratiempo y a veces a compás, transformará
el sístole y diástole de tu corazón en
un percusionista de castañuela, pandero y música de raíz.
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