El Cid que podría ser aún está verde
El Cid es un personaje histórico que se ha convertido en leyenda. Un
personaje que ha sido utilizado por la parcialidad de muchos para darle un
significado de presente y convertirlo en el héroe español. El resultado fue una
cidofilia que provocó la fuerza contraria de la cinofobia del que ve en El Cid como
al mercenario que vende su espada al mejor postor. Pero sin lugar a dudas el
mayor monumento a la leyenda lo constituye el Poema del Mío Cid que durante la
época franquista constituyó las virtudes de lealtad y grandeza militar. Frente
a esta postura, algunos historiadores consiguieron separar al personaje
histórico de la leyenda. Pero El Cid, para quienes estas letras escribe, es un
señor con calzas que viene muy apuesto de alguna batalla medieval, corretea por
las escaleras de un castillo en pos de su amada Doña Jimena, que lo recibe con
una bandeja de dulces navideños ¿lo recuerdan? Era un anuncio de los años
ochenta y les confesaré que yo no miré nunca los dulces que pretendían vender,
mis hormonas adolescentes estaban hipnotizadas por los pechos frescos y lozanos
de aquella fermosa criatura.
La Escuela Cómica
Suicida ha tomado la legendaria figura con la intención de construir “La
autentica parodia para dar una vuelta cómica al personaje.” El pasado jueves 25
de julio asistía un preestreno con público y pagando de la obra de teatro que
se estrenará próximamente en Vivar, ciudad natal de nuestro héroe, y que, según
se dice desde las tablas, “aún está muy verde” y tanto que lo está, añado yo.
El comienzo de la obra es esperanzador con ese aditamento de hablar del
teatro dentro del teatro, un camino que, aunque esbozado en diferentes fases de
la obra, no termina de romper a lo largo de la representación porque siempre
aparece un poco desdibujado. La función comienza potente colocando a cada
personaje en su verdadero rol, un rol de comedia, y señores, la comedia es un
asunto muy serio. Atendiendo a la idiosincrasia de La Escuela Cómica Suicida uno se
esperaba un giro radical en su propuesta de gag e improvisación que tan buenos
resultados les ha dado en el pasado, El Cid como personaje es un territorio
ideal para que esta compañía, como hicieron los Monthy Pyton con el Rey Arturo,
convierta su figura en una disparatada comedia, una astracanada a la altura del
ya clásico Don Mendo. Estas hechuras es cierto que se dibujan al comienzo de la
obra con chispeantes diálogos y situaciones que juegan al equívoco, al
argumento delirante y al chiste. Y es por ahí, por el chiste, por dónde se
pierde la esencia de los primeros compases de la obra. El Cid se debate, con
margarita en mano, entre la elección de defender el honor o el amor. Algo
parecido le pasa a la función que, de a poquitos y, todo hay que decirlo, con
la carcajada del público como cómplice, pierde la esencia de la comedia teatral
y elige el camino del chascarrillo hasta llegar al chiste fácil. En ese declive
perdemos el pulso del teatro, el ritmo de la parodia y la seriedad que exige la
comedia se pierde y se diluye frente a la complicidad con el público y el gag,
ingredientes fundacional del grupo que, sin embargo, no son unos buenos aliados
en esta ocasión. El Cid es una excelente idea que necesita y pide a gritos
otros vuelos de mayor aliento y, si Doña Urraca durante toda la función no deja
de solicitar un médico, quizás los personajes
de esta comedia, al estilo de los personajes de Pirandello, necesiten buscar un
autor, un escritor que aporte cuerpo literario y un texto esencialmente teatral,
que sea la historia, sus embrollos y maquinaciones las que nos lleven a la
risa, al fin y al cabo los actores que forman parte de este elenco se lo
merecen, merecen la posibilidad de crear un producto teatral que vaya un poco
más allá de lo que hasta ahora nos habían ofrecido y que, en este caso, solo se
queda en un boceto de lo que podría ser.
Etiquetas: Escuela Cómica Suicida, reseña teatro