¿Y si Tenorio sólo fuera Juan?
El pasado 30 de junio los alumnos de tercero de la Escuela Municipal
de Teatro presentaron, bajo la dirección de Francisco Ortega, su trabajo de fin
de curso con la obra de Benito de Ramón “Don Juan… y si estuvieras aquí”
En el hall del teatro se había instalado una televisión en la que se
emitía un bucle. Multitud de actores nos recordaban que en el oficio de ser
actor la formación es básica. Una formación que se puede conseguir en la Escuela Municipal
de Teatro de Zaragoza., un institución que soy incapaz de discernir si está
suficientemente valorada la ciudad, si la ciudad es consciente de la
importancia de poseer un lugar dónde los
futuros actores adquieran los conocimientos que le permitan alimentar al
público de los nutrientes culturales propios de la representación.
El actor visto como un profesional de su oficio es algo que aún tiene que
calar en la sociedad que, hipnotizada por las grandes estrellas del celuloide y
el couche, poco saben sobre los sudores para levantar una función en las salas
pequeñas, el trabajo pedagógico para institutos y el esfuerzo diario de unos
profesionales que todavía son vistos como la farándula entre el vagabundo y el
vividor. Por eso es tan importante la implicación social de instituciones como la Escuela Municipal
de Teatro para conseguir, poco a poco, que la interpretación sea percibida como
el oficio que nos permite soñar.
Francisco Ortega presentó la función y recordó que ese mismo texto fue
representado veintiséis años antes, en una época en la que todavía no era
necesario decir aquello de tengan la amabilidad de apagar sus teléfonos
móviles, aunque sigan sonando función tras función mientras la vecina de butaca
te envuelve con la luminosidad incontinente de su guasapeo, pero eso son quejas
para otros ámbitos.
El director de la función escribe en el programa de mano que la obra
tiene plena vigencia, el amor siempre lo tiene y, con micro en mano usó el
término “refrito” para calificar este viaje a muchos de los Tenorios que han
sido escrito como los de Zorrilla, Moliere, Villaespesa y Brecht. Y tal vez ese
sea el obstáculo a salvar en esta función: El refrito.
El personaje de Don Juan, como nos recuerda Andreas Flurschütz da Cruz,
ha cambiado a lo largo de los siglos hasta encontrarnos con personajes
totalmente distintos, desde el valiente, burlador y sinvergüenza dibujado por
Tirso de Molina, hasta el libertino y ateo de Moliére, pasando por la diabólica
estampa que Zorrilla nos regala: Por donde quiera que fui,/ la razón
atropellé,/ la virtud escarnecí,/ a la justicia burlé,/ y a las mujeres vendí./
Yo a las cabañas bajé,/ y a los palacios subí,/ yo los claustros escalé,/ y en
todas partes dejé/ memoria amarga de mí. (vv. 501-505). Quizás esa sea esta
su imagen más popular, no solo por ser la más representada y leía, también por
el contraste del personaje cuando el inesperado cambio del amor puro le golpea
y hace posible su redención. Ese es el Don Juan que uno espera y que, al menos
al principio de la obra uno no encuentra. Podría encontrarse cualquier otro Don
Juan pero, para mi infortunio, lo que me encontré fue eso: El refrito. La
amplia gama para elegir dónde situar el carácter protagonista puede ser una
paleta de colores bien dispuesta que permita recorrer diferentes distancias y
sentimientos. Sin embargo se ha optado por un Don Juan difuminado que transmite
cierta desgana ante todo lo conseguido entre amoríos y aventuras. Esa
definición inicial del personaje nos aleja de él y es un obstáculo para
sentirnos a su vera cuando, ¡por fin! y gracias al golpe del amor verdadero y
el ruido de sables, la escena se llena para dar a la representación el sentido,
el objetivo, la intensidad que hasta entonces necesitaba.
El trabajo actoral sufre los altibajos propios de una faena trenzada por
los alumnos de una clase. En general todavía se perciben los hilos, las
herramientas que usan los actores para construir sus personajes y, por lo tanto
es complicado involucrarse, sentir de verdad lo que allí se dice. El mejor
ejemplo, aunque podría elegir otros, son los papeles de la Alcaldesa y el director
del Museo que, aunque bien dibujados en la gestualidad, los comportamientos y
la voz, sin embargo continúa amarrados al artificio que el actor debe eliminar
para que sobre las tablas sintamos corporalmente el efecto salvaje de la verdad,
en lugar de percibir como un actor hace uso de sus conocimientos para construir
un personaje. Hay que romper esa difusa barrera para ganarse al espectador y
que sucumba a la historia. Pero no se preocupen, para eso está la Escuela, para pulir estos
pequeños matices. Pero también hubo alumnos que dieron ese pasito de más que lo
cambia todo. El encuentro de Don Juan con Doña Ana fue deliciosamente bello
aunque los actores permanecieron prácticamente ocultos, al menos para toda la
bancada de la derecha del teatro, tras los sillones que ocupaban el primer
plano del atrezzo. Fue una lástima que ese pequeño error en la posición (no
puedo decirles si de los actores o del atrezzo) restara brillantez a la escena.
Isabela e Inés estuvieron excelente en matices, compenetración y colocadas en
el mismo plano interpretativo, ambas actrices transmitían ese plus de verdad
que necesita el teatro, Isabela aferrada a la realidad por medio de la amistad
e Inés amarrada a sus recuerdos como una Penélope.
“Don Juan… y si estuvieras aquí” nos invita a bucear en la diferencia entre
la realidad y lo deseado. Entre la mecánica previsible del día a día — que para
Don Juan era el lance y el cortejo — y los sueños que esperamos y que ¿se
imaginan que se hicieran realidad? Esta disquisición se plantea a través de un
interesante salto que nos permite viajar a través del tiempo y las emociones
para que al final, como en los buenos cuentos, la historia termine con un
hálito de esperanza.
Etiquetas: Escuela Municipal de Teatro, reseña teatro, teatro principal
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