La curvatura de la córnea

25 julio 2010

El día que llegué a Paris

Fotografía: Paula Herrero Feria



¿Me permite el billete y el deneí? Se lo permito señorita y le pido un asiento de ventanilla. En la fila 25 si es usted tan amable.
Ocho kilos y medio. Los números rojos de la báscula disiparon la sensación de estupidez, al fin y al cabo, facturar una maleta de ocho kilos y medio era tasa menguada por el privilegio de viajar con el Varón Dandy y su frasco de mil centímetros cúbicos, una fragancia que es la última salvaguardia de las esencias hispánicas, una potente arma de destrucción masiva, un peligro para la seguridad aérea.

Llego el primero a la puerta de embarque aunque subo el último al avión, o eso creo. Tengo ventanilla y los otros dos asientos de la fila 25 están libres. Mi felicidad dura poco. Una tía buenorra taconea por el pasillo acarreando dos tetas y un niño rubito. Me enfado porque me da mal fario no ser el último en acceder al avión. El niño y las dos tetas ocupan los asientos libres. El niño se sienta en el centro, me enseña la lengua, habla con su madre en francés, lloriquea y patalea. La buenorra habla en miel y pide que le ceda la ventanilla al niño. Yo cedo, no por el niño, lo hago porque así tendré las tetas a la distancia óptima para mi vista cansada. Los dos enormes globos de silicona pugnan por salirse del vestido de florecillas violetas. El niño se duerme de inmediato y la mamita francesa, obviando la fragancia Varón Dandy y mis dientes blanqueados, se pone unas gafas de espejo antes de roncar como una burra.
El capitán de la aeronave, que en realidad es el conductor del avión, nos informa de una demora indeterminada en el despegue porque, según le han comunicado por vía interna, los controladores aéreos almuerzan chorizos del pueblo con vino peleón y solicitan que paguemos a escote los carajillos. Las azafatas, al estilo de los maletillas, pasan una manta entre el pasaje y allí caen billetes y monedas. Cuando llegan a mi altura pongo cara de sueco y les tiro la novela del nórdico Ste Arsson titulada “Los hombres que no ataban a las mujeres”

El vuelo ha sido tranquilo. Algunos pasajeros aplauden tras el aterrizaje. El alarde me parece una horterada. Los ocho kilos y medio con el frasco de Varón Dandy son los últimos en la cinta transportadora de equipajes. En la salida me espera un chuchumeca con un cartelito dónde se puede leer mi apellido y el nombre de una mademoiselle. La mademoiselle resulta ser una madame del Valle del Kas con suficientes pulseras de bisutería para envolver el socarrat de sus pellejos. La vieja fuma compulsivamente y escupe humo con la misma energía que los obreros escupen el tabaco de liadillo que se les pega en la puntita de la lengua, un gesto resume como la crisis financiera internacional los arrastró del Winston en paquete duro hasta los Ideales de picadura y cuarterón. El conductor habla español arrastrado por las rancheras y un pasaporte francés.

Miro el reloj por primera vez desde que salimos de Barajas. Calculo la ruta que va desde Orly hasta la Plaza de la República, alojamiento en el hotel, línea de metro hasta St. Michel, buscar el bar Manolo y pedirme una cerveza. No me da tiempo. Le pido al conductor que me deje junto al barrio latino y que lleve la maleta al hotel. Acepta la propuesta. La vieja se apunta al plan mientras tararea La Marsellesa que, compás a compás, deriva en un berrinche castizo de La Internacional. Estas canciones las aprendí en mis buenos tiempos, cuando vine a Paris a servir y a follar.

Las calles están abarrotadas de turistas. No encentro el Bar Manolo y estoy cansado de esquivar camareros franchutes que se empeñan en que me coma unas brochetas horrorosas con los colores de la tricolor. Es la hora. En la esquina una taberna irlandesa, de esas que una vez dentro no sabes si estás en Paris o en Calatayud. Hay ambiente futbolero y eso me vale. Los chicos de la roja se abrazan. Tarareo el himno para calentar las cuerdas vocales. La vieja sigue liada entre La Marsellesa y La Internacional. Anda cariño, me dice, invítame a un gin tonic en vaso de tubo. No te preocupes por la marca de la ginebra, me gustan todas. La vieja se revela como una experta en estrategia, se pasa toda la primera parte calentándome la oreja sobre la acción combinatoria del doble pivote, siempre y cuando uno de ellos sea ofensivo y el otro tenga suficiente capacidad física para incrustarse entre los centrales como apoyo previo al despliegue. Esa es la clave para iniciar el juego, la posición que permite ensanchar el campo en los medios y así, dejar espacios verticales para los jugadores de banda y para los jugones con olfato de gol, eso si, en ese dibujo es imprescindible un delantero centro que fije a los defensas contrarios y me cago en la puta, el Niño Torres no esta todavía recuperado para la función. Anda cielo, pídeme otro gin tonic.

Minuto diecisiete de la segunda parte. Xavi pasa a Iniesta en la corona del área. El jugador manchego recorre la media luna oxigenada por la presencia de Llorente. La pelota llega a los pies de Villa, el depredador no perdona. La vieja me abraza con pasión colchonera y ya no me suelta hasta el pitido final, entonces me arrastra bajo el Port l´Archevéche y se me folla a ritmo de un chotis castizo que suena a Marsellesa e Intenacional. Je t´aime pichón, me llamo Encarni y hago un cocidito para chuparse los dedos.

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