Informe para una Academia o la conferencia de un mono
Dire Straits sonaba y la luz de la sala aún no se había
apagado cuando lo vi. Estaba ahí, sobre el escenario. Era un mono, un mono con maletín,
traje marrón y chaleco verde cruzaba la escena con ese andar tan característico
de los monos y que está directamente relacionado el ángulo que forma el fémur
con la horizontal, cuanto más agudo es ese ángulo más fácil es la marcha bípeda,
por eso el mono requiere mucho más esfuerzo muscular para moverse de forma
bípeda, porque su ángulo Valgus tiene más grados que el nuestro, el del homo
sapiens. El mono hizo mutis por el foro y una voz en off anunció que faltaban
dos minutos para el inicio de la representación, porque el pasado 20 de enero Javier
Arnas, un actor al que tenía muchas ganas de ver en acción, estrenaba en el Teatro
de la Estación de Zaragoza, en condición de interprete y director, la obra “Informe
para una Academia”, un texto de Kafka publicado en 1917 donde nos cuenta la
historia de cómo Pedro el Rojo fue capaz, en tan solo cinco años, de traspasar
las rejas de una jaula para instalarse al atril del conferenciante.
Kafka nació en 1883, veinticuatro años después de que Darwin
publicara “El Origen de las Especies” donde exponía su teoría sobre como la
selección natural era la responsable del diseño de los organismos de los
individuos gracias a variaciones beneficiosas de las características anatómicas
que mejoran la probabilidad de supervivencia y reproducción de una especie. La consecuencia
es que esas variaciones beneficiosas incrementarán su frecuencia con el paso de
las generaciones hasta que todos los individuos de la especie posean las
características beneficiosas.
Kafka creció en una Europa embriagada por la maravilla de su
desarrollo tecnológico, económico, artístico y científico; embelesada de sí
misma y egocéntrica con el esplendor y el glamur de los salones aristocráticos,
los penachos de los militares y el prodigio de la técnica había asombrado al
mundo con una revolución industrial capaz de cambiarlo todo. Parecía que Europa
estaba en el cénit de su éxito con lo más esperanzador y liberador que le podía
pasar al homo sapiens, sin embargo hay una visión más pesimista de los que
viven sumidos en las dificultades, la pobreza y la miseria. Tiempo de
explotación de los trabajadores y los más débiles. El año que Kafka escribe
Informe para una Academia los bolcheviques toman el poder en Rusia acabando con
siglos de aristocracia y le diagnostican tuberculosis, tan solo le quedaban
siete años de vida.
La luz de sala se va a negro y el mono regresa a la escena.
La única curva de su columna vertebral le hace caminar con mucha menos flexibilidad
que la proporcionada por las cuatro curvas de la columna del homo sapiens. En
seguida presto atención a sus manos con un pulgar robusto y largo mientras el
resto de los dedos son más cortos, unas manos que, aunque son capaces de portar
un maletín y extraer unas hojas, están pensadas para apresar con fuerza ramas y
palos, tan alejadas de las habilidosas manos humanas capaces de acariciar un
piano y apretar un gatillo. El mono se queda un momento estático y mira al
público a través de una mandíbula saliente hasta que da un salto simiesco, se
sitúa en el atril y comienza a hablar. Entonces mi sorpresa es máxima: El mono
que esta sobre el escenario es capaz de hablar aunque al final de muchas de sus
frases y entre algunas palabras aparezcan pequeños gruñidos que se escapan de
sus labios, ecos de lo que fue su condición selvática hace tan solo cinco años,
cuando Peter el Rojo era un mono que vivía en el corazón de África y era
incapaz de pensar que en tan solo cinco años sería capaz de contarnos la
historia de su vida como si fuera un hombre, porque una de las características
esenciales del humano es su capacidad para construir relatos, y el mono, el
mono del escenario cuenta su historia de una manera muy convincente, con esa capacidad
tan humana de recordar lo que le conviene a la historia, con las pausas
adecuadas y el punto exacto de dramatismo que reclama la atención del público,
lo mantiene en vilo y, cuando menos te lo esperas, hay un efecto de luz que
subraya las acciones de su verbo. El mono nos cuenta la versión de su vida pero
no crean que se aferra al atril del conferenciante, el mono deambula por el
espacio con solvencia, alguna vez tiene que luchar contra su instinto animal y
se despista con una hoja, una mosca o no puede evitar darse el gustazo de
llenarse la panza, pero enseguida vuelve a su estado de narrador, un narrador
que se enfada y grita o se enternece y hasta tiene una ligera relación con un
público al que tiene embebido en su peripecia.
La historia de Pedro el Rojo está directamente relacionada
con la libertad, por eso, cuando se ve encerrado entre los barrotes de una
jaula su único pensamiento es volver a ser libre, pero la libertad del animal ya
es imposible, así que decide imitar a los hombres. Sin embargo Pedro no
advierte que la salida que ha tomado a través del uso de la palabra, aunque es
muy probable que lo acerque a la condición humana, también significa la pérdida
de su propia identidad de mono. En realidad, Pedro no evoluciona hacía la
condición de hombre porque la evolución darwiniana exige un tiempo prolongado
para que la selección natural haga su trabajo. El mono, el mono que veo en el
escenario ha sufrido una metamorfosis a través de la imitación que le permite
hablar, incluso es capaz de construir un relato sobre este escenario con la
solvencia de un buen actor, pero en realidad estamos asistiendo a la involución
de un mono que, en lugar de mantener la paciencia biológica, desciende por el
tobogán que lo llevará a convertirse, si nada lo remedia, en un hombre.
Cuando Pedro el Rojo abandonó el escenario se produjo un
intenso silencio, uno de esos silencios que preceden a una sonora tanda de
aplausos. El mono regresó sonriente para saludar al público y al técnico de la
sala, una operación que repitió varias veces al son unánime de la ovación que
se acalló cuando las luces de la sala iluminaron mi cara de pánfilo porque, al
fin y al cabo me había quedado con las ganas de ver la actuación de Javier Arnas
que, vaya usted a saber los motivos, fue sustituido por aquel mono de maletín,
traje marrón y chaleco verde.
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