El esperpento y los pecados capitales
La compañía Teatro del Norte presentó en el Teatro de la
Estación dos de las cinco piezas que Ramón María del Valle-Inclán escribió en
1927 y que se han titulado “El Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte”
unos textos que, como corresponde al estilo del autor, contienen todos los elementos
que definen al esperpento donde la realidad de la vida se ve deformada por la
estética y el humor. Teatro del Norte acepta el reto estético y, con una
sencilla escenografía, viste las acciones con la máscara de la farsa, el gesto
grande muy grande y una vocalización que busca lo grotesco, la chanza y la
burla, todo ello bajo el paraguas de una exageración que, sin embargo, es un ejercicio
de fina, limpia y eficaz interpretación perfectamente coreografiada y ejecutada
por todo el elenco.
La representación cumple con creces la función de los espejos
cóncavos del Callejón del Gato que son capaces de transformar el transcurso de
la realidad de unos personajes que, aunque parecen guiados por buenos sentimientos,
son sometidos por la fuerza de la tentación y el pecado hasta llegar a situaciones
burdas y así, el paradigma de una vida que podría ser piadosa y bien
intencionada, se queda desnuda gracias al esperpento y mostrar el proceso de
deshumanización de un mundo y sus habitantes que va de lo malo a lo peor, y esa
una de las grandezas de estas piezas, que el espectador no tiene la posibilidad
de elegir entre buenos y malos porque todo lo que ocurre en escena está muy
alejado de la tragedia clásica donde siempre hay un héroe dispuesto a salvar la
condición humana.
Mientras veía la función y los excelente mimbres trenzados
por el texto de un gran autor, una interpretación notable y una apuesta
valiente por mantener viva la relación entre la farsa, el esperpento y la
despiadada tarea de desnudar lo peor del comportamiento humano, sin embargo no
pude evitar pensar que el mecanismo dramático no terminaba de funcionar porque
el mundo que nos rodea ha cambiado mucho desde que esta propuesta podía causar
un gran impacto a principios del siglo XX porque, más allá de que las
escandalosas relaciones que se establecen en escena hayan podidos ser
sobrepasadas por otras más horrorosas, lo cierto es que el público de
principios del siglo XXI ya estamos sometidos a un mundo real con unas dosis
muy alta de esperpento y farsa, ya saben ustedes a lo que me refiero: a tantas
horas de prime time con espectáculos catódicos triviales, insustanciales y de
poco interés o trascendencia, a determinados comportamientos políticos
populacheros y zafios, al postureo del personal y la vacuidad de las ideas que ahogan
el pensamiento complejo en una sopa gomosa de verdades líquidas y noticias
manipuladas que utilizan la máscara y el esperpento para ocultar la realidad y
pervertir un debate nutritivo y enriquecedor. Estas prácticas están achicando
el espacio natural del esperpento sobre la tarima teatral y así, me preguntaba
por las posibilidades que tendría el texto de Valle-Inclán con una
interpretación naturalista que pusiera la piel y la voz de los actores al
servicio de la cruda realidad, sin filtros ni espejos cóncavos, sin máscaras y
sin farsas, esas herramientas que tan solo deberían ser teatrales y que de las
que estamos tan hartos porque han invadido nuestras vidas.
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