Paris
El programa de mano de ‘Paris’ nos habla de una pareja. Uno
y Dos tienen comportamientos tan humanos como los de Dos y Uno, ambos pasan por
situaciones sencillas que se complican por los inesperados caminos de la vida,
de los sueños o de la imaginación hasta convertirse en una minúscula epopeya con
el tono de una comedia de humor patético.
El aroma existencialista de la función me llevó hasta el Kierkegaard que afirma que cada
sujeto define el momento de lo que quiere ser a partir de un horizonte de
anhelos y expectativas que les impulsa a moverse y, aunque a
veces parezcan quietos, estáticos o paralizados, el impulso de vivir siempre
los deja en un camino que siempre parece el mismo. Sin embargo una apelación tan directa a lo patético nos sitúa ante la mezcla de lo cómico y lo trágico para llegar a un humor reflexivo
que nos devuelve a Kierkegaard y su concepción del humor como el mecanismo que
revoca el sufrimiento por medio de la broma.
‘Paris’ se sostiene sobre un texto que es una invitación a reflexionar a
partir de un humor con la función de contrapunto crítico. El método que usa es
un laberinto de imágenes y palabras enfrentados a vueltas y revueltas, frases
que sirven de espejo, contradicciones que terminan por ser coherentes aunque
todo esté del revés hasta que el resultado, más allá de algunos picos que
consiguen la sonrisa del chiste, es una peripecia que recorre temas profundos y
complejos que revolotean alrededor de nuestra existencia: Muerte, suicidio,
recuerdos, el viaje por venir, la catarsis del cambio mucho más cercana del
sueño que de la realidad, la percepción que se tiene de uno mismo o la
importancia (siempre relativa) de ser un comunista pata negra.
La exposición de los contenidos tiene
se percibe con la virtud de unos deliciosos circunloquios que, entre recovecos inesperados, terminan desvelándose como una apelación persona mientras la fuerza del discurso gira y gira para que las mismas palabras digan lo que digan, o lo que tengan que decir según
la apreciación de quien las escucha, o del momento vital en el que
se encuentra el espectador. Un ejercicio para deleitarse por las cosas que se están diciendo, y al
mismo tiempo aburrirse por como se dicen.
La sencillez de la escenografía y los deliciosos compases
musicales que separan las escenas son el preámbulo estético que
te predispone a una adhesión emocional al espectáculo. Esta primera impresión funcionó
durante el inicio de la función, cuando los recursos retóricos en el uso del
lenguaje todavía tenían la pátina de la novedad. Pero mientras avanzaba la peripecia aumentaba la distancia entre la fluidez que merecían las palabras y su retórica, entre el lenguaje y la situación. Las confusiones y malentendidos perdían vuelo por
unas interpretaciones con un peso escénico menguante hasta alcanzar los terrenos de
la monotonía y la desconexión con los personajes. Campos se situó en un
registro plano excepto en algunos cambios de ánimo en los que estuvo forzado
y sin credibilidad. Ortega fue todo lo contrario, y a base de subrayar todas y
cada una de las palabras solo consiguió un soniquete que diluía la fuerza
expresiva de las frases.
El reto que nos presenta la función es mayúsculo: Alcanzar
el juego de contrarios al que nos invita el programa de mano, o vaya usted a
saber, que a lo mejor Uno y Dos son en realidad Uno o quizás Dos. Lograr un
grado de complicidad que conecte los personajes y el patio de butacas. Dar la voltereta
entre la dualidad y el individuo con la ligereza y el compromiso de unas actuaciones
mucho más densas y precisas. Todas estas cumbres me llevan a las palabras de
Javier Vallejo cuando, en una circunstancia similar a la que se produce en este espectáculo, se pregunta por el resultado que se produciría si la
concreción de un buen texto se mediante un director de escena y dos
actores que no estuvieran implicados al mismo tiempo en las tareas de escritura, dramaturgia, dirección y actuación. Hacer todo a la vez implica la dificultad de estar en diferentes lugares al
mismo tiempo, mantener todas las perspectivas, y perder la oportunidad de trabajar codo con codo con un equipo de iguales.
‘Paris’
Producción: Teatro del Espejo y Le Plató de Teatro. Autor:
Rafael Campos. Dramaturgia, dirección, interpretación y espacio escénico: Paco
Ortega y Rafael Campos. Banda sonora: Paco Aguarod.
Martes 5 de marzo de 2024. Teatro del Mercado
Etiquetas: critica teatro, el pollo urbano, Le Plató dTeatro, Paco Aguarod, Paco Ortega, Rafael Campos, Teatro del Espejo, Teatro del Mercado
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