La curvatura de la córnea

08 enero 2007

Demetrio Aldous (VII)

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La algarabía en el patio era generalizada, reían los aprobados y también los suspendidos porque tiempo habría de lamentar ceros patateros y males en conducta, aseo y puntualidad. Doña Ceferina, La Cefe repartió, como ya era costumbre, los boletines de notas con la solemnidad, la parsimonia y la prosodia de las grandes ocasiones. Sus alumnos asistían desesperados ante tanta ceremonia y mientras sus compañeros disfrutaban de las recién inauguradas vacaciones estivales, ellos aguantaban con estoicismo la emoción de la profesora que, tras citar a Rigoberto Pérquique Cambroneras, se puso a llorar.
El Burroberto había sido, sin lugar a dudas, el alumno más burro que Doña Ceferina había tenido en su larga trayectoria en el ejercicio del magisterio. El chaval compensaba su falta de capacidad con un gran corazón, una amabilidad sin límites y un esfuerzo ímprobo por adquirir los conocimientos que se le escapaban entre las puntas de los dedos como si el lenguaje, la geografía o las matemáticas fueran criaturas insondables y escurridizas. La maestra desarrolló a lo largo del curso un cariño especial hacía aquel niño que le llevó a saltarse, sin ningún tipo de remordimiento, todas las normas éticas de su profesión. Rigoberto aprobó y recibió el Título de Graduado Escolar para premiar su voluntad e intento constante de superación.
Demetrio abandonó el aula cuando la profesora dio por terminado el Curso Escolar, dejó atrás el colegio y corrió con todas sus fuerzas hacía el sueño de entregar a su madre el mejor de los regalos: Un trozo de cartulina en el que figuraban un ristra ejemplar de sobresalientes. Llegó ahogado hasta la Calle Baja dónde frenó en seco y tomó aliento. Los últimos doscientos metros los hizo caminando, con la tranquilidad suficiente para sopesar la posibilidad de que su madre, aconsejada por Doña Ceferina, solicitara una beca para continuar los estudios en la capital.
Sebastiana La Cana siguió los pasos de Demetrio. El zagal no se dio cuenta de tal eventualidad porque los vaivenes del pensamiento lo habían dejado indefenso. Las garras huesudas de la bruja lo atraparon del pescuezo.
— Más despacio hijo bastardo y mal parido.
El joven intentó escapar pero no pudo hacer nada ante la fuerza bruta y desmedida de Sebastiana.
—No tengas tanta prisa por llegar al regazo mal oliente de tu puta madre.
La mirada bizca de aquella mujer lo dejó paralizado.
—Seguro que esa zorra no te ha contado que fueron mis manos las que te trajeron a este valle de lágrimas cuando ella ya había desfallecido, cuando esa guarra te había abandonado en una maraña de vísceras y miasmas fui yo la que te saco del vientre asqueroso dónde nunca deberías haber estado.
El cerebro de Demetrio forjó un resorte de autodefensa y generó un sonido majestuoso: El oleaje de un océano bermellón contra los más altos acantilados azules. Fuera de esa rutina isocrónica todo era silencio.
— He vigilado cada uno de tus días, he velado todas tus noches y he arrastrado el dolor que sólo conocen las mujeres estériles o las madres de hijos deformes y putrefactos. Cada uno de tus momentos de felicidad significó un infierno para mí. Pudé haber acabado contigo en cualquier momento pero he esperado todo este tiempo de bilis y ciénaga porque quería asegurarme una última satisfacción: Contarte con pelos y señales la mala follá del cabrón de tu padre. Un putero de tres al cuarto que se creyó el Rey del Mambo y sólo era un pelele de poca monta del que me enamoré como una perra caliente. Habría dado mi vida y el manto asqueroso de mi virgo por el placer de sentir su verga arañar las áridas paredes de mi coño hasta cubrirlas por el lodo amarillento que llevaba la herencia de su sangre, por él hubiera engendrado en mis entrañas el ser más miserable y deforme. Pero el desagraciado de tu padre eligió a la mala pécora que te amamantó con sebo rancio de japuta.
El colchonero lanero anunciaba el futuro del descanso a través de la nueva megafonía instalada sobre el tejadillo de una DKV verde. La misma salmodia con fuerte acento valenciano repetida sin interrupción gracias a una cinta Orchid de treinta minutos por cara. La tentación de la modernidad con sólo desprenderse del colchón de la abuela y sustituirlo por el volumen perfecto de dos paralelogramos almohadillados y unidos por una franja tapizada de espuma.
La técnica de venta consistía en pasar un par de veces por cada calle. En el primer paseillo, las vecinas se asomaban a las ventanas picadas por la curiosidad que les levantaba el reclamo sonoro. La furgoneta circulaba con las puertas posteriores abiertas para que se pudiera apreciar con todo lujo de detalle los nuevos colchones capaces de cambiar la orientación anodina de los sueños. La decisión más importante para asegurar la venta consistía en calcular con precisión el tiempo que necesitaban las clientas para valorar el trabajo diario de airear, remover y ablandar sus viejos colchones de lana. Un cuarto de hora solía ser suficiente. Las que se decidían esperaban al segundo paseillo de la furgoneta apostadas a las puertas de sus casas.
Nadie cambió su jergón cuando la furgoneta del colchonero lanero recorrió por segunda vez la Calle Baja y obligó a Sebastiana La Cana a aflojar la presión con la que tenía sometido a Demetrio. Un segundo de lucidez bastó y el muchacho huyó de un salto. Puso todo su corazón en el brinco que lo llevó hasta los cuatro colchones que a modo de reclamo se apilaban en la parte posterior de la DKV.
Rodó a lo largo de la furgoneta hasta estrellarse contra el tabique que separaba la zona de carga del conductor y chocar con la cabeza más de la región. Ambos acallaron el grito que los hubiera delatado como el capitán gallina de las sardinas.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó Demetrio.
— Menos humos que el recién llegado eres tú. — respondió Rigoberto
— Yo he llegado hasta aquí por accidente, por eso me extraña que…
— Pues ahuecando el ala que en este viaje lo que menos necesitamos son accidentes.
— ¿Viaje?
— Si, vi-a-je. Voy de polizón.
— Vamos Rigoberto. Los polizones son los que se cuelan en los barcos, no en las furgonetas de los vendedores ambulantes. Esto es un caso de vida o muerte. Sebastiana ha intentado matarme y ahora lo más importante es avisar al colchonero para que nos lleve hasta el puesto de la Guardia Civil a denunciar a esa bruja.
— ¡De eso nanaí!— Rigoberto gateó hasta la parte posterior de la furgoneta y cerró las dos puertas traseras. — El colchonero ha vendido media docena de colchones y se vuelve a casa echando leches sin parar ni en la Naranja Mecánica, así que, este mendas lerendas estará esta noche a bordo de algún barco mercante del puerto de Valencia.
— ¡Tú estás más pirao de lo que yo me pensaba! ¡Rigoberto no me seas majara!
Los zagales se enzarzaron en una pelea que no llegó a tanto, rodaron de allá para acá enganchados por la pechera hasta que Demetrio sintió una terrible punzada en el estómago y detuvo el baile.
— Mi madre acaba de morir.
El olor a mar llegó tras casi doscientos kilómetros de amargo silencio.
— ¿Demetrio?
— ¿Qué?
— ¿Te puedo hacer una pregunta?
— ¿Qué pregunta?
— ¿Por qué nunca me llamas El Burroberto como hacen los demás?
— Porque eres más listo de lo que te crees. ¿Sabes que decía mi madre? — Rigoberto se encogió de hombros — Que todos tenemos un nombre y dos apellidos.

Continuará

8 Comments:

At 09 enero, 2007 22:08, Blogger El detective amaestrado said...

El burroberto. Una vez leí que los apodos no se ponen, se ganan.
Me encanta la gente con apodos y que los dice en voz alta

 
At 09 enero, 2007 23:11, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Detective.

A mi también me parece que aquellos que están orgullosos con sus apodos son una raza especial y encantadora.
Otra cosa son esos que se dedican a bautizar con ánimo de zaherir.

Salu2 Córneos.

 
At 10 enero, 2007 01:21, Blogger Paula said...

ay Javier, qué infancia tiene este Demetrio... ¿qué va a ser de él cuando sea mayor?

Me inquieta, aunque me doy cuenta de que el ser humano tiene un don especial para sobrevivir si es que éste es su deseo...

Por cierto... ¿has probado el moscatel del Mombasa?

Un abrazo

 
At 10 enero, 2007 09:37, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Paula.

¿qué va a ser de él cuando sea mayor? Buena pregunta. A Demetrio ya lo hemos conocido de mayor, lo que no sabemos, yo tampoco, es como había sido su infancia y, a estas alturas, como se va a desarrollar lo que queda por saber de su vida. Quizás eso es lo que más me esta gustando de esta singladura: El reto de tirar pa´lante.

Otra tarea pendiente: Moscatel en el Mombasa ;-)

Salu2 Córneos

 
At 13 enero, 2007 03:58, Blogger Cleo said...

Qué bruja esa Sebastiana...
No quedará satisfecha hasta acabar con el pobre Demetrio... (comparto la preocupación de Paula)
Lo interesante será saber cómo escapa de las garras de la vieja que seguramente lo seguirá un buen tiempo más, hasta convertirse en el que hemos conocido en textos anteriores.
Esto se pone cada vez más entretenido....el próximo capítulo promete!!

La Reina del Nilo atenta.

 
At 13 enero, 2007 10:09, Blogger Javier López Clemente said...

HOla Cleo, Mi Reina

Sebastiana, como buena bruja, no puede evitar su comportamiento, es su destino.

¿Seguira la bruja al jovencito Demetrio? Es una posibilidad pero en esta historia nada se sabe.

Me alegro que califiques de entretenido los contenidos de esta historia. Gracias

Salu2 Córneos

 
At 31 enero, 2007 21:16, Anonymous Anónimo said...

hey
que tl???
solo queria dejar
un bsooooo
MUAKKKKKKKKKKKK

TE ADORO MUXO!!!

 
At 31 enero, 2007 21:53, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Adrielle.

¡Ay! que bonito que vengas hasta aqui para dejar un beso.

Salu2 Córneos.

 

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