Paulina Cifuentes: Una pícara del siglo XXI. Tal vez seas tú.
Hace unos días leí en la prensa que la Dirección General de Instituciones
Penitenciarias invitaba a todos los interesados un nuevo experimento judicial
que se iba a desarrollar en el Teatro del Mercado. Paulina Cifuentes había sido
condenada por un tribunal tradicional de estafa, fraude fiscal y hurto. Se
trataba de escuchar sus razones durante 70 minutos. No teníamos que decidir si era
culpable o inocente, eso ya había quedado sustanciado en el juicio, el reto era
votar por mayoría si merecía la libertad o permanecer en prisión.
El abogado defensor de Paulina apareció a lo largo de la
semana en diversos medios de comunicación. Su idea era relacionar la imagen de
la su defendida con los protagonistas de la novela picaresca del siglo XVII: Buenas
personas de excelente corazón que tan solo eran las víctimas de una realidad
circundante que los había moldeaba en fullerías y así, asediados por las malas
compañías terminaban por caer en el mundo de la delincuencia.
Cuando llegué al teatro la taquillera no sabía nada de una
invitación penitenciaria y me cobró la entrada a un precio razonable. El patio
de butacas presentaba un lleno absoluto y lo que yo esperaba como una pequeña
representación para un número reducido de ciudadanos con la inquietud de
sentirse jurados por un día, tenía todos los ingredientes para convertirse en
un espectáculo teatral de los de todo vendido, luces y acción.
Paulina Cifuentes utilizó muy bien el tiempo del que
disponía y su intervención fue muy entretenida en un ir y venir de la ironía a la persuasión y hasta tuvo sus
momentos de seriedad, al fin y al cabo había mucho en juego, y dejó claro que
esto de la picaresca, aunque ella nunca lo llamó así, era prácticamente una
forma de vida que se reproducía de forma natural en esos ambientes vulgares
donde no hay ni heroísmo ni santidad. La pícara del siglo XXI se basó su
discurso en dos pilares: El imperativo categórico de Kant y el punto de vista.
Kant provocó un cambio radical en la filosofía cuando
defendió que la ética es autosuficiente, un mandamiento autónomo que no depende
ni de la religión ni de la ideología y que rige el comportamiento humano porque
la voluntad de cada uno de nosotros se sustenta en nuestra propia racionalidad,
y eso es un principio moral. En el caso de Paulina se trataría de que mi racionalidad
ejerciera un acto de buena voluntad para devolverle la libertad. El valor ético
y moral de esa decisión pertenecería a mi intimidad y, sin tener relación con
nada externo a mi buena voluntad, su ejecución no dependería de los efectos que
pueda producir. Este razonamiento que me recordó un artículo de Manuel de Prada,
en el que aludía al teólogo francés Garrigou-Lagrange para sostener que tan
importante es no transigir de los principios, como tener la capacidad para ser
tolerante con ellos en la práctica, algo que solo se puede conseguir si de
veras tienes un ramalazo de amor frente a quienes, por no creer en ningún principio,
transigen con todos, muchas veces por falta de amor. Y ese era el caso de
Palomina Cifuentes. Es decir, aunque deploremos y no esté de acuerdo con sus
actos, mi buena voluntad de liberar a la presa es un acto íntimo de amor que me
representa como buena personas, y que no tiene ninguna relación ni con la maldad
determinada por la justicia ni con la posibilidad de su liberación. El razonamiento
era impecable y me convenció. Estaba dispuesto a votar por la libertad de
Paulina. Pero entonces empezó el asunto del punto de vista.
Paulina Cifuentes apeló a que sus andanzas picarescas se
perciben de una manera u otra dependiendo del punto de vista. Me recordó una
viñeta de El Roto en la que ve a un delfín a punto de comerse una sardina que
su entrenador lleva en la mano. El texto dice: “El público aplaudía al delfín,
pero nadie se acordaba de la sardina”. Paulina puso todo su esfuerzo para que
el público dejara de verla como la listilla bien entrenada en forma de delfín y
la percibiera como la pobre sardina cuyo destino final está predeterminado por el
hecho impepinable de ser una sardina. En realidad solo hay que cambiar el punto
de vista para dejar de aplaudir al delfín y apiadarse de la sardina.
La gran baza de Paulina era que podía elegir el punto de
vista desde el que se contar su vida, tenía la potestad de erigirse en el autor,
al fin y al cabo, el público no le queda otra opción que seguir la construcción
dramática que el autor ha diseñado. Y Paulina se decidió por utilizar tres maneras
diferentes de contarnos su vida.
La primera y más brillante fue el diálogo con el público.
Ustedes me dirán que eso es imposible porque el público no es un personaje. Eso
podría ser verdad en una representación convencional pero les recuerdo que nos
encontramos inmersos en un experimento que tiene como objetivo principal que Paulina
conecte con el público, toque su corazón, active su cerebro o cualquier otra
circunstancia que la lleve hasta la libertad. Así que hubo diálogo y muy
nutritivo. Fueron los mejores momentos de Paulina: Ella, la coreografía de sus
manos y la mirada de tú a tú sobre las personas que la teníamos que decidir
sobre su futuro inmediato.
El segundo tipo de diálogo ampliaba en número de personajes.
A un lado su padre y al otro su madre. Juego de voces muy bien caracterizado.
Su padre siempre en movimiento, excepto cuando estaba en la cárcel. Su madre
siempre quieta excepto cuando seguía a su marido hasta la ciudad donde lo habían
encarcelado. Pero Paulina aún dio un paso más.
Algunas de las historias que nos contó estaban compuestas
por personajes a los que no veíamos, que decían palabras que no entendíamos y
que provocaban diálogos en los que solo escuchamos la voz de la pícara. El
número de personajes había aumentado más allá del entorno familiar, la
comunicación se hizo más compleja y, aunque Paulina se desenvolvía muy bien en un
trajín que iba de la intriga a la comedia, la verdad es que poco a poco fui
perdiendo su punto de vista, la conexión emocional se cortocircuitó y, aunque
la narración perdió su voz para alejarse en lo esencial: Examinar con atención
si merecía una segunda oportunidad.
Antes de votar que Paulina Cifuentes permaneciera en la
cárcel pensé en la viñeta de El Roto. Si algo tenía claro era que Paulina no
tenía nada en común con una sardina que se deja comer. Ella es un delfín surcando
los mares de la vida, y aunque a veces nade fuera de tiesto y merezca pasar un
tiempo a la sombra ¿Quién sabe?, estoy seguro que la Dirección General de
Instituciones Penitenciarias le dará una nueva oportunidad de luces, escenografía
y dramaturgia. Una próxima ocasión para la que ya conozco el camino hasta la
taquilla.
Etiquetas: critica teatro, crónica, José Luís Esteban, Tal vez seas tú, Teatro del Mercado, Yolanda Blanco
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