Los piquetitos de la muerte y del amor
“Unos cuantos piquetitos” es el título de un cuadro que
Frida Kaho pintó en 1935 después de leer en la prensa que un hombre juzgado por
el asesinato de su esposa se excusó ante el tribunal diciendo que en realidad
solo le había dado unos cuantos piquetitos. Esas palabras sobrevuelan la escena
del crimen donde la víctima, con el cuerpo desnudo y destrozado por decenas de
cuchilladas, yace sobre una cama. El asesino está de pie junto a ella con cuchillo
en mano, sonrisa en boca y parece satisfecho. La sangre desborda la escena,
ocupar el marco y apelar a los espectadores.
Isabelle Reck define los textos que Laila Ripoll comenzó a
escribir a finales de los años noventa como “teatro político alternativo” donde
la dramaturgia gira sobre los debates políticos y ciudadanos en torno a la
emigración, memoria histórica y la violencia de género. Es un teatro que se
caracteriza por el compromiso y la denuncia mediante recursos literarios como
la caricatura, la sátira o la parodia con la intención de “afilar la crítica y
espolear conciencias”. Reck sitúa en esa esfera creativa a “Unos cuantos
piquetitos” que, escrita en 1998, aborda la violencia machista desde el
contraste entre “la sumisión y el silencio de la mujer y los gritos, los
insultos y los argumentos insostenibles del marido”
La Mona Titiritera presentó en el Teatro del Mercado una
interesante versión de “Unos cuantos piquetitos” con una escenografía que
invita a pensar en dos universos blancos separados por una profunda brecha
negra de incomunicación mientras una mesa en el proscenio se convierte en lecho,
puerta y túmulo, las tres estaciones por las transitan los protagonistas de la
historia mediante un arco dramático soportado sobre un vaivén de monólogos que
muchas parejas confunden con el diálogo propio del amor.
Ella comienza siendo poesía con frases blancas de novia,
ganchillo blanco y gozo de vivir. El tiempo, la sociedad y usted y yo la
arrastramos hasta la tentación sobre tacones, una falsa pasión del pintalabios y
el fetichismo de las medias como la llanura que precede a la miel. El último
paso la deja sobre el suelo pegajoso de la realidad donde ya no quedan sueños
donde esconderse mientras la poesía se esfuma.
Él comienza liviano del montón, pocas luces, hombre común
que no llega a vulgar porque todavía no lo necesita, insulso, cariñoso sin
pretensiones y aprendiz de violador. El tiempo, el hogar y usted y yo lo alejamos
de la ñoñería para ejercer el ordeno y mando propio del macho, yo soy el rey y
a ti te encontré en la calle hasta que ya no soporta tanta belleza a su lado,
se transforma en el demonio que todos esperamos y la violencia verbal deriva en
coreografía. Él no quería, el asesino nunca quiere, tan solo responde a su
condición de hombre, de varón, de semen que riega la miel. La culpa siempre
está fuera, en la naturaleza humana, en los caprichos de la biología, en usted
y yo que miramos el espectáculo con pasividad y alguna sonrisa. Y cuando ella
ya no está, o solo está tendida con el blanco que una vez fue deseo y ahora es
reposo, ahora que ella se ha ido surgen palabras como flores, chocolates suaves
para acompañar la poesía de una vida por morir.
El desarrollo de la historia se viste con un notable cuadro
musical ataviado con personalidad en las voces de Encarni Corrales y Jesús
Rioja que, ajustadas, medidas y con hondura, se abrochan con el pincel de seis
cuerdas que Nacho Estévez “El Niño” trastea entre sus manos, una banda sonora que
decora la acción y la deja respirar con el poderío propio de la copla y el
flamenco, que sus versos y melodías lo mismo encalan la fachada de la alegría,
que corren el velo del duelo.
Las hechuras de la obra se completan con un elemento
importante: Usted y yo representados por quienes banalizan la violencia de
género en unos medios de comunicación empeñados en el entretenimiento que cierra
ojos y entendederas para alejarnos de la realidad, un papel triple que Sandra
Recamal ejecuta con eficacia mediante una dramaturgia que aborda las reacciones
sociales con un punto de vista, que
comienza humorístico hasta derivar a terrenos de lo ridículo, esta
decisión narrativo se aleja del tono severo de la función y, lejos de promover
la mirada crítica, gripa la conciencia de parte del público que, con una exposición
tan ligera, cae en la sonrisa y por lo tanto, en lugar de verse como parte del
manto que tapa las excusas, se acomoda en la distancia de quien no se ve
apelado por la narración y eso, que aligera la presión dramática, le roba
quilates a la acción y aleja el patio de butacas de una reflexión inteligente y
nutritiva sobre los comportamientos colectivos frente a los males personales
que están asolando el escenario.
“Unos cuantos piquetitos”, dirigida por Helena Soriano, es
un reto para los actores que precisan de mucha solvencia para transitar por un
arco dramático tan variable. Luis Martu, quizás contagiado por la liviandad
que requiere el inicio de su personaje y un texto con demasiados lugares
comunes, consigue aquilatar su interpretación conforme se acerca a las zonas
más oscuras, ese viaje al drama le sienta bien hasta que llega al punto final y
consigue la suficiente densidad para que una pulsión más humana del personaje
resulte creíble. Cielo Ferrández se aferra con seguridad a los primeros
párrafos del texto que piden un ritmo poético que ejecuta con brillantez, segura
en las pequeñas acciones que requieren silencio y, cuando su personaje abandona
los territorios oníricos para enfrentarse al público, sustenta bien ese cambio
de tono exigido por una dramaturgia que tal vez le resta heroísmo al final que
pide la función.
La Mona Teatro se enfrenta a una obra complicada por la
delicada relación entre los tonos con los que juegan los protagonistas que,
siempre situados en lugares diferentes, alimentan la tensión que empuja la
historia. La interpretación alcanza un buen nivel pero la narración pide más
poso, más peso, que las palabras y las acciones tengan ese punto de energía que
conecte y subyugue para que la historia de esta pareja, tan manoseada por los
mercaderes de la casquería, persiga al espectador más allá del teatro y le
invite a tomar conciencia sobre el número de mujeres que mueren en España bajo el
huracán de la violencia de género.
Etiquetas: Cielo Ferrández, crítica, critica teatro, Helena Soriano, La Mona Teatro, Laila Ripoll, Luis Martu, reseña, reseña teatro, Sandra Recamal, Teatro del Mercado, Unos cuantos piquetitos
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