Romeo y Julieta. El musical de un amor inmortal
Asistir a una función de Romeo y Julieta de Shakespeare es
adentrarse en los terrenos de una obra clásica, de esas que nos conmueven y
emocionan sin importar que fue escrita en el siglo XVI. Sin embargo Borges nos
advertía de lo resbaladizo del calificativo porque los méritos de una obra
están sometidos a los acuerdos y decisiones previas de generaciones de lectores
que deciden cuanto de clásico tiene un texto. Rafael Narbona sostiene que la
obra de Shakespeare es un clásico porque conserva su capacidad para interpelarnos,
en este caso, Romeo y Julieta nos interroga por la delgada línea que separa el
odio y el amor.
El odio y el amor es una temática que se ha representado en
múltiples formas desde la película West Side Story hasta la versión en dibujos
de los Gnomos o la última canción de Lola Índigo donde a ritmo de reggaetón nos
canta que “yo te quiero ver cómo te hizo tu mamá. Si tú quieres lo grabamos y
lo hacemos en 4K. Lo que tú quieras hacer, dime, yo te voy a dejar. Si somos
Romeo y Julieta, que nadie se puede enterar” Un lenguaje del siglo XXI que, si
ponemos un poco de nuestra parte, podemos conectar con las palabras que
Shakespeare puso en labios de Julieta: “Amor, buenas noches. Con el aliento del
verano, este brote amoroso puede dar bella flor cuando volvamos a vernos.
Adiós, buenas noches. Que el dulce descanso se aloje en tu pecho igual que en
mi ánimo”. Y eso es lo que hace fundamentalmente este espectáculo conectar la
historia universal de Romeo y Julieta con la forma de representación de un
musical.
El reto de levantar un musical en torno a los amantes de
Verona ya ven que tiene múltiples riesgos que van desde la necesidad de
emocionar al público, interpelarlo en algunos de sus intereses vitales y hacerlo
desde un género que muchos lo entienden como el rio que nos lleva a un
gigantesco final feliz en el que corear una tonada, un clímax que parece
imposible en la historia de Romeo y Julieta. Por eso hay que comenzar con una felicitación
previa para la productora española Theatre Properties que ha pasado veinte años
montado una gran variedad de musicales tanto de franquicia como de producción
propia en un bagaje en el que parece natural enfrentarse al reto de contar esta
historia dramática desde la producción de un musical, en esos pensamientos
andaba en el patio de butacas cuando una duda me asaltó ¿Podemos llamar musical
a un espectáculo que reproduce la parte musical mediante una grabación? La Real
Academia de la Lengua no se mete en líos cunado en la tercera acepción del
término musical lo define como un género teatral o cinematográfico que incluye
como elemento fundamental partes cantadas y bailadas. Si afinamos un poquito
más podríamos decir que para que una obra de teatro se convierta en un musical
lo imprescindible es que las canciones sean las responsables de llevar la
acción dramática hacia adelante y, con esa premisa, Romeo y Julia, después de
sustituir muchas de las palabras de Shakespeare por canciones, cumple esa
condición y entonces se levanta el telón.
El musical de Romeo y Julieta comienza como mandan los
cánones del género con todo el elenco sobre el escenario cantando en tonos más
bien altos y con las soprano en lo más alto de la escala para envolverlo todo
con unos coros que son la orla brillante para mostrar la gran calidad de todas
las voces, la coreografía también se ciñe al canon de ahora todos juntos
mostrándose al público y ahora nos separamos para ganar en dinámica, un inicio
perfecto para arrancar el espectáculo con un aplauso. A partir de aquí
encontramos canciones de la que antaño calificábamos de melódicas, baladas
clásicas, guiños al pop y en fin que, más allá de la calidad de las letras de
las composiciones musicales que a veces son desiguales, lo realmente destacable
son las excelentes voces que las ponen en pie entre las que me atrevo a
destacar los solos de Enrique R. del Portal en el papel de Fray Lorenzo y de
Angels Jiménez como el Ama con dos interpretaciones donde lo orgánico tomó
posesión del escenario para dejar claro que a veces no hace falta un papel
principalísimo para destacar, que lo importante es amarrar a tu personaje por
las solapas y darle rienda suelta.
El otro momento chispeante fue el de la aparición de quien
sabe si sables, espadas o floretes, sin embargo la emoción se fue diluyendo
porque, ante la expectativa de una coreografía trepidante de esgrima, todas las
veces que los aceros toman la escena la pelea no termina de alzarse majestuosa
y se resuelve en un vaivén confuso. Hay que revisar el vestuario de Teobaldo,
no puede ser que la espada del malo malísimo de la función se enganchase cada
vez que desenvainó el acero, hay otros detallitos que se pueden pasar por alto
como alguna demora en los movimientos de una escenografía muy práctica aunque
la puerta de la habitación de Julieta no termine de encajar con los adornos
góticos de su balcón, en ese lugar dónde se canta al amor inmortal y que no es
otra cosa que el prólogo del drama donde nuestros amantes acaban mu malamente y
ahí, en el duelo final cuando la muerte ocupa toda la escena, la voz de
Shakespeare, en un excelente trabajo de Paco Arrojo, nos recuerda la
imposibilidad de detener la fuerza impetuosa del amor capaz de eliminar el odio,
así que no se lo pierdan, vayan al Teatro Principal y disfruten de un elenco
que hace un excelente trabajo, y así lo declaró el público con una larga
ovación final.
Etiquetas: critica teatro, musical, reseña, reseña teatro, Shakespeare, teatro principal
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