La curvatura de la córnea

11 octubre 2021

Romeo y Julieta. El musical de un amor inmortal


 

Asistir a una función de Romeo y Julieta de Shakespeare es adentrarse en los terrenos de una obra clásica, de esas que nos conmueven y emocionan sin importar que fue escrita en el siglo XVI. Sin embargo Borges nos advertía de lo resbaladizo del calificativo porque los méritos de una obra están sometidos a los acuerdos y decisiones previas de generaciones de lectores que deciden cuanto de clásico tiene un texto. Rafael Narbona sostiene que la obra de Shakespeare es un clásico porque conserva su capacidad para interpelarnos, en este caso, Romeo y Julieta nos interroga por la delgada línea que separa el odio y el amor.

El odio y el amor es una temática que se ha representado en múltiples formas desde la película West Side Story hasta la versión en dibujos de los Gnomos o la última canción de Lola Índigo donde a ritmo de reggaetón nos canta que “yo te quiero ver cómo te hizo tu mamá. Si tú quieres lo grabamos y lo hacemos en 4K. Lo que tú quieras hacer, dime, yo te voy a dejar. Si somos Romeo y Julieta, que nadie se puede enterar” Un lenguaje del siglo XXI que, si ponemos un poco de nuestra parte, podemos conectar con las palabras que Shakespeare puso en labios de Julieta: “Amor, buenas noches. Con el aliento del verano, este brote amoroso puede dar bella flor cuando volvamos a vernos. Adiós, buenas noches. Que el dulce descanso se aloje en tu pecho igual que en mi ánimo”. Y eso es lo que hace fundamentalmente este espectáculo conectar la historia universal de Romeo y Julieta con la forma de representación de un musical.

El reto de levantar un musical en torno a los amantes de Verona ya ven que tiene múltiples riesgos que van desde la necesidad de emocionar al público, interpelarlo en algunos de sus intereses vitales y hacerlo desde un género que muchos lo entienden como el rio que nos lleva a un gigantesco final feliz en el que corear una tonada, un clímax que parece imposible en la historia de Romeo y Julieta. Por eso hay que comenzar con una felicitación previa para la productora española Theatre Properties que ha pasado veinte años montado una gran variedad de musicales tanto de franquicia como de producción propia en un bagaje en el que parece natural enfrentarse al reto de contar esta historia dramática desde la producción de un musical, en esos pensamientos andaba en el patio de butacas cuando una duda me asaltó ¿Podemos llamar musical a un espectáculo que reproduce la parte musical mediante una grabación? La Real Academia de la Lengua no se mete en líos cunado en la tercera acepción del término musical lo define como un género teatral o cinematográfico que incluye como elemento fundamental partes cantadas y bailadas. Si afinamos un poquito más podríamos decir que para que una obra de teatro se convierta en un musical lo imprescindible es que las canciones sean las responsables de llevar la acción dramática hacia adelante y, con esa premisa, Romeo y Julia, después de sustituir muchas de las palabras de Shakespeare por canciones, cumple esa condición y entonces se levanta el telón.

El musical de Romeo y Julieta comienza como mandan los cánones del género con todo el elenco sobre el escenario cantando en tonos más bien altos y con las soprano en lo más alto de la escala para envolverlo todo con unos coros que son la orla brillante para mostrar la gran calidad de todas las voces, la coreografía también se ciñe al canon de ahora todos juntos mostrándose al público y ahora nos separamos para ganar en dinámica, un inicio perfecto para arrancar el espectáculo con un aplauso. A partir de aquí encontramos canciones de la que antaño calificábamos de melódicas, baladas clásicas, guiños al pop y en fin que, más allá de la calidad de las letras de las composiciones musicales que a veces son desiguales, lo realmente destacable son las excelentes voces que las ponen en pie entre las que me atrevo a destacar los solos de Enrique R. del Portal en el papel de Fray Lorenzo y de Angels Jiménez como el Ama con dos interpretaciones donde lo orgánico tomó posesión del escenario para dejar claro que a veces no hace falta un papel principalísimo para destacar, que lo importante es amarrar a tu personaje por las solapas y darle rienda suelta.

El otro momento chispeante fue el de la aparición de quien sabe si sables, espadas o floretes, sin embargo la emoción se fue diluyendo porque, ante la expectativa de una coreografía trepidante de esgrima, todas las veces que los aceros toman la escena la pelea no termina de alzarse majestuosa y se resuelve en un vaivén confuso. Hay que revisar el vestuario de Teobaldo, no puede ser que la espada del malo malísimo de la función se enganchase cada vez que desenvainó el acero, hay otros detallitos que se pueden pasar por alto como alguna demora en los movimientos de una escenografía muy práctica aunque la puerta de la habitación de Julieta no termine de encajar con los adornos góticos de su balcón, en ese lugar dónde se canta al amor inmortal y que no es otra cosa que el prólogo del drama donde nuestros amantes acaban mu malamente y ahí, en el duelo final cuando la muerte ocupa toda la escena, la voz de Shakespeare, en un excelente trabajo de Paco Arrojo, nos recuerda la imposibilidad de detener la fuerza impetuosa del amor capaz de eliminar el odio, así que no se lo pierdan, vayan al Teatro Principal y disfruten de un elenco que hace un excelente trabajo, y así lo declaró el público con una larga ovación final.


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